- CAPITULO VI -PASTIZAL AZULADO (PARTE 3)

V

Siguieron su camino; Diane trató de postular una antítesis para su teoría de los derrames oculares, caminando y llegando a diversos puestos ambulantes, tiendas y chocando con personas; no tuvo éxito; cada paso que daba, miles de personas con ese mismo derrame la veían fijamente con interés, curiosidad, miedo y algunas, con cierta colera; ¿Qué habrá ocurrido? ¿Acaso es una enfermedad?

-Esto me está asustando, Diane – Dijo Abby nerviosa.

-Lo sé... a mí también – Contestó Diane.

- ¿Crees que algo malo nos pueda ocurrir?

-Si lo supiera, no estaría asustada, Abby – Contestó Diane con nervios.

Siguieron caminando por la enorme manzana, hasta encontrarse con una pradera frente a ellas, donde, en lo lejano de la misma, había un fuego surgiendo. Este mismo no era de color naranja, amarillo o siquiera un color normal del fuego. Su tonalidad era azulada y el pasto parecía teñirse de este peculiar color.

-Creo que no es buena idea que sigamos en este mundo...

-Mira esa pradera – Diane le dijo a Abby, señalándole con el dedo índice hacia donde regía el anormal fuego.

- ¿Qué miro? – Preguntó Abby.

-Ese fuego – Dijo Diane acercándose más y más – Creo que de allí viene todo lo extraño de este lugar ¿No lo crees?

-Siempre quieres llevarnos a un suicidio seguro.

-No exageres, y en realidad no solo yo. Tu estuviste apostando con un duende; tengo más derecho a tomarme esta ocasión para investigar que tú.

Abby se quedó pensando un poco, sin decir o intentar debatir algo. De alguna manera, lo que había dicho Diane era cierto.

-Bueno... – Preguntó Abby nerviosamente - ¿Qu-qué piensas hacer?

-Solo una cosa y sabes de sobra cual es.

-No.

-Si.

- ¡No!

- ¡Si! Y no me importa lo que pienses o digas.

-Pero...

- ¡Te dije!

Abby ya no buscó debatir con absolutamente nada con Diane. Así que simplemente la siguió con paso, no tan veloz, sin embargo, con un franco y temeroso, ciertamente ansioso, caminar lleno de tembleques en los dientes y de sudoración excesiva en la frente.

Empezaron a caminar por la pradera, igual con un pálido tono grisáceo en una especie de imitación del color verde. El mismo, al momento de que un pie entraba, aplastaba y dejaba en paz las pequeñas pero infinitas hojas del pastizal, producían un sumamente peculiar sonido a varillas metálicas, a su vez, que desprendían vapor, como si estuvieran calientes.

Siguieron a paso tranquilo mientras se aproximaban hacia el fuego azulado. Se dieron cuenta que este mismo cubría lo que parecía ser una pequeña villa. Se detuvieron a mirar

-Creo que allí hay algunas casas – Dijo Diane.

-Si... ¿Deberíamos ir?

- ¿Piensas que ellos también tendrán ese derrame?

-No lo creo ¿Tu piensas que sí? – Preguntó Abby volteando a ver a Diane,

-No tenemos tanta suerte como para que eso no suceda, Abby – Dijo Diane.

-Es cierto...

-Igual tenemos que ir – Dijo Diane, caminando rápidamente, aunque cautelosa; Abby la seguía por detrás.

Caminaron tranquilamente acercándose más y más a la villa, que parecía estar llena de muchos granjeros. Al estar demasiado cerca del fuego azul, se dieron cuenta de que en el había una mujer, un hombre y una niña; estaban ardiendo en llamas y su piel se caía como si fuera cera derretida.

Sin embargo, antes de siquiera pensar en que lugar se habían metido ambas sintieron como, un golpe en la cabeza las dejó tendidas en el suelo, de quien sabe dónde.

***

-Liz ¡Liz! – Decía una vocecilla en el pasillo de una preparatoria – Liz.

- ¿Qué pasó? – Decía una chica de tes morena, cabello ondulado y bellos ojos pálidos verduzcos - ¿Necesitas algo Diane?

-Si – Corría Diane, con apariencia más joven, con un cabello desordenado y con ojeras – Puedo "hablar contigo"

-Cl-cl-claro... – Dijo Liz mientras sus mejillas se sonrojaban. Ambas corrieron del pasillo principal hacia los laboratorios de computación. Paso y paso, zapateos nerviosos, con muchos alumnos en el mismo lugar, un viaje extrañamente emocionante. Sin embargo ¿Qué harían ambas?

En el breve instante que las dos entraron y cerraron el aula de computación, se vieron detenidamente una de la otra.

-Sabes que no podemos hacer esto – Dijo Liz.

-Lo sé – Dijo Diane - Pero ¿qué más da?

-Debes entender que no solo eres tu quien será castigada, Diane.

-Lo sé.

-No... no lo sabes... siempre dices que no me preocupe, que todo estará bien y que confié en ti, pero eso lo dices porque sabes que tienes a tu chivo expiatorio, tu as bajo la manga ¿Qué clase de ayuda enfermiza significa eso?

Diane se acercó hacia Liz y le dio una bofetada, haciendo que se hiciera hacia atrás por el golpe y se tocase la mejilla por el dolor; mejilla que se puso rojiza y estaba llena de pecas. La mirada de odio y dolor de Liz se hacía cada vez más marcada.

-Debes de entender que no hay nada que temer, que todo estará bien ¡Que confíes en mí! – Dijo Diane.

- ¡No pienso volver a subir contigo aquí! – Dijo Liz.

-No pienso dejarte salir de aquí.

Ambas se acercaron a la puerta, Liz para abrirla y Diane para evitar que ella saliera. Las dos se miraron y ninguna quería decir nada. Liz tomó fuerzas y golpeó a Diane en la nariz, haciendo que tuviera un derrame.

Diane se embistió hacia ella para golpearla en el estómago, pero Liz fue más rápida y corrió hacia la ventana del laboratorio, en la cual había una piedra con pintura, de los del taller de artes, y la tomó por sus manos, corriendo hacia Diane y la golpeó con la misma piedra en la cabeza.

Diane, con el golpe, perdió la coordinación un poco mientras que Liz soltaba la piedra y se acercaba a Diane.

-Me voy a largar de aquí y no tienes ninguna forma de convencerme...

-Si... siempre la tengo y tu lo sabes.

Diane, con suma fuerza para levantarse, tomó a Liz por las piernas, se aferró a ella y Liz no podía caminar.

- ¡Suéltame perra! ¡Suéltame maldita sea!

Diane no hizo caso y Liz, con terror, cayó boca arriba en el piso, mientras Diane subía lentamente hacia su rostro. Las miradas de Liz y Diane se cruzaron, y Diane no dijo nada.

Simplemente se quedaron allí, a su vez que Liz le escupía en la cara a Diane. Ella, con su mano derecha, se limpió la saliva y lentamente fue bajando su mano hacia la entrepierna de Liz.

Ella, sonrojada, le dijo, con un tembleque en la voz.

- ¿Qu-qu-qué quieres hacer?

-Tantas veces que hemos subido aquí, ya se tu punto débil.

Diane empezó a acariciar las piernas de Liz, mientras subía y subía. Llegó a su ropa interior y acarició un poco su entrepierna, cubierta por su panti.

-Ba-ba-basta – Dijo Liz mientras se sonrojaba y decía, con cierta sensualidad, que Diane se detuviera.

- ¿Por qué? – Decía Diane mientras subía más y más hacia su abdomen con su mano, dentro de su falda y el suéter de ella. - ¿Acaso no lo disfrutas?

Diane metió su mano en el panti de Liz, acariciando su cálida, húmeda y suave vagina.

-No-no es-es-esto está m-ma-mal – Decía Liz, a su vez que Diane, se acercó al rostro de Liz y empezó a besarla, mientras tenía su mano derecha en su entrepierna. Durante todo esto, Liz había soltado la piedra y la mano izquierda de Diane dejó de acariciar el pecho de Liz y tomó la piedra, mientras Liz gemía de excitación.

Rápidamente, Diane levantó la piedra, y dejando de besar a Liz, golpeó varias veces el rostro de ella.

Repitió los golpes durante doce minutos hasta que Liz dejó de moverse.

Diane se encontró completamente cubierta de sangre, y el cadáver de Liz reposaba tan pacíficamente como perturbadoramente en el charco de liquido rojizo y de hedor metálico que Diane había creado a raíz de ella.

-Te amo... Liz – Dijo Diane.

VI

Al despertar, se encontraban ambas acostadas en una cama, las dos se empezaban a sentir con un poco de dolor de garganta.

- ¿Qué...? – Decía Diane, mientras recobraba el conocimiento y miraba, frente a ellas dos, un grupo de granjeros, los cuales las veían con tranquilidad.

-Diane – Dijo Abby con un bostezo - ¿En dónde...? – Abby también notó como los granjeros las veían con tranquilidad abrumadora.

- ¿Quiénes son ustedes? – Dijo Diane nerviosa, levantándose de su cama y sacando su pistola del interior de su saco.

-Tranquilas, tranquilas, no vamos a hacerles daño – Dijo un granjero viejo, con un pantalón de peto, camisa a cuadros, cabello escaso y una mirada de furia encarnada, aunque con tranquilidad en su ser – Solo queremos hablar con ustedes, ya que no tienen el derrame.

- ¿Cómo saben que...? – Dijo Diane nerviosa, guardando su pistola, de nuevo, en su lugar, percatándose de que tanto Abby como ella ya no tenían las gafas oscuras.

-Aléjense de nosotras – Dijo Abby nerviosa.

-No tienen porqué temer, nosotros tampoco tenemos el derrame; pueden inspeccionarnos si no confían en nosotros – Dijo el viejo mientras todos los demás granjeros abrían sus ojos descomunalmente; en efecto, ninguno de ellos tenía ese extraño derrame.

-Bien... puedo confiar en ustedes, y tú también Abby, todo bien – Dijo Diane – Ahora me van a explicar, si es que saben ¿Qué es ese derrame?

- ¿Viste a la familia que estaba en las llamas azules? – Dijo el viejo granjero.

-Si...

-Era una familia, que había sido contagiada con el extraño virus citadino. Los Morgan; Steven, Loretta y Martha. Ellos sufrieron síntomas muy desagradables; empezaron actuando como no deberían, para después comerse a su ganado y empezar a reproducirse entre ellos. No era incesto, se reproducían a raíz de protuberancias que tanto el padre, como le madre e hija tenían. Al momento de verlos, decidí sacarlos de allí usando esto – El granjero les mostró a Diane y Abby un encendedor común y corriente.

-¿Un encendedor? – Preguntó Diane.

-Si – Dijo el granjero – Las criaturas han demostrado ser débiles ante el fuego. En el momento que las criaturas intentaban matarnos, hicimos varias antorchas e incendiamos a la familia. Algo extraño de ella fue ver cómo, al momento de quemarse, se juntaron y su piel se adhirió para que entre ellos se protegieran. La niña era la que protegían más, como si tuviera algo valioso. Era sumamente particular la forma en que ellos actuaban.

-Okey – Dijo Abby - ¿Qué podemos hacer?

-Ahora solo ellos han sido asesinados y derretidos ¿Pero que hay de los que hayan estado cerca de ellos o peor, si los citadinos deciden venir por nosotros?

-Creo que debemos ayudar – Dijo Abby.

-Alto – Dijo Diane – Se que esto sonará extraño, pero nosotras no somo de este mundo.

-Eso ya lo sé – Dijo el anciano – Pecci fue quien me ayudó a cuidar mi granja y también saber cómo acabar con las criaturas de la ciudad. Nos dijo que ustedes buscaban su cerebro, sí. Todo ello me lo avisó Hókjék por medio de una carta a través de un prisma, así que no tienen porqué preocuparse. Solo deben de hacer lo que nosotros les digamos y les daremos el cerebro, si es lo que desean ¿De acuerdo?

Diane no sabía que decir ante esa propuesta, y tampoco sabía que decir. Era extraño que un anciano como él supiera sobre todo lo que les había pasado.

-Sabe todo; es confiable – Dijo Abby.

-Si... – Dijo Diane.

-Entonces ¿Qué tenemos que hacer? – Dijo Abby levantándose de la cama y con entusiasmo.

-Deben conseguir suficiente gasolina y recuerden llevar el encendedor – Dijo el anciano dándole el encendedor a Diane – Tienen que quemar cada rincón de la ciudad y a cada individuo que haya viviendo allí.

-Pero eso es cruel – Dijo Abby.

-Tengan en consideración que ya no son ni serán humanos nunca más – Dijo el anciano – Todos ellos ya están muertos, o son meros cascarones, que ocultan la verdad.

-Pero...

-Está bien, Abby – Dijo Diane – Podemos creerle al anciano. Ahora vamos, tenemos trabajo que hacer y debemos conseguir ese cerebro.

-De acuerdo – Dijo Abby, acompañando a Diane a la salida de la cabaña.

-Por cierto ¿Cuál es su nombre? – Preguntó Diane.

-Arthur Schopenhauer – Dijo el anciano.

-Si... claro...

"Ese anciano está loco" se dijo a si misma Diane en su cabeza.

-Esperen – Dijo un granjero joven detrás de ellas, tenía pecas y vestía con un pantalón desgastado – Perdonen a mi padre, siempre presume ser quien no es; hace una semana le dijo a nuestro jefe que era Kant... Bueno, les iba a entregar esto – El joven tenía en sus manos ambos pares de gafas de sol.

-Gracias – Dijo Diane - ¿Cómo te llamas?

-Me llamo Oliver.

-Gracias Oliver – Dijo Diane.

Ambas se alejaban lentamente de la pradera y de la cabaña, a su vez que se acercaban al fuego azulado.

-¿Qué ocurre Diane? – Preguntó Abby.

-Nada – Dijo mientras le daba unas gafas oscuras – Solo póntelas y no digas nada.

-De acuerdo.

Y ambas, tan rápido y temprano que tarde, llegaron al límite de la pradera que sacaba humo a raíz de las pisadas que le daban y volvieron a bruzar hacia la ciudad de los muertos vivientes, disfrazados de seres humanos y completamente mórbida desde su tranquilidad y cotidianidad.

VII

-Bien – Dijo Diane – Debemos ser discretas y buscar la gasolina. Si quieres puedes decir que es para nuestro automóvil o cualquier cosa.

- ¿Crees que solo podemos hacer eso con gasolina? – Dijo Abby, con esa misma sonrisa pícara.

- ¿Qué estás tramando? – Dijo Diane con la misma sonrisa enfermiza que la caracterizaba.

-Yo pienso que podemos llevarlos a todos hacia un lugar. Solo necesitamos atraerlos. Seamos carnada o no.

- ¿Qué? – La sonrisa en el rostro de Diane se desvaneció.

-Si – Dijo Abby, quien todavía tenía la risita en su rostro – Tu eres prácticamente inmune al fuego ¿No es así?

-Si piensas hacer lo que creo que piensas hacer, te juro que voy a...

-Tranquila Diane – Dijo Abby mientras se acercaba a una zona concurrida de gente y miraba detenidamente a un señor viejo – Disculpe señor ¿Sabe donde puedo encontrar gasolina?

-Oh, discúlpeme señorita, no sé en donde... – Antes de que el señor terminara la frase, ella bostezó, quitándose las gafas de sol, haciendo que este mismo, se asustara y corriera hacia la multitud.

- ¿Ves? – Dijo Abby acercándose a Diane – Solo queda esperar a ver que sucede.

Y en efecto, tan rápido como el señor corrió hacia la muchedumbre, esta se fue juntando rápidamente hacia ellos, los cuales fueron haciendo varios grupos de personas. Todas ellas, después de juntarse más y más, fueron hacia ellas. Era como ver un enorme enjambre de abejas o un hormiguero completo. Había de todo, desde niños, ancianos, mujeres, hombres, prostitutas, políticos, policías y delincuentes.

-Vengan – Dijo Abby quitándole las gafas a Diane y dándole el casco, que era igual del mismo tamaño que antes; como un llavero – No les vamos a hacer nada.

-Abby – Dijo Diane – Esto es peligroso.

-Lo sé – Dijo Abby – Pero ¿Acaso no todo lo que hemos hecho ha sido peligroso?

De repente, como si fueran una manada de lobos hambrientos, los humanos con derrames en los ojos fueron corriendo rápidamente, como si estuvieran desesperados, hacia Diane y Abby. Ellas, rápidamente, se metieron en uno de los edificios más cercanos que encontraron, buscando una reacción de seguimiento, cosa que las criaturas, en realidad cascarones de humanos, terminaron haciendo.

Para fortuna de Diane y Abby, pudieron escapar por la puerta trasera del mismo, corriendo hacia la gasolinería y allí, dejándose ver por los humanos cascarón, esperaron pacientemente; no sin antes que Abby se metiera a la tienda, vacía, por botellas de alcohol, aceite, éter y otras sustancias que condujeran el fuego.

Al final de todo, con sustancias en mano, los humanos corrieron hacia ellas. Abby abrazó a Diane, quien, poniéndose el casco, teniendo un espasmo feroz, activó sus zapatillas cohete, las cuales, con Abby abrazada a Diane, hicieron que las dos salieran volando, no sin antes ser bañados con esas sustancias. En este momento, Diane apuntó hacia uno de los depósitos de gasolina y como si fueran fuegos artificiales, los humanos cascarón ardieron en llamas, cada uno rápidamente fue consumido por las flamas, mientras que los demás trataban de escapar, sin tener mucha suerte, puesto a que eran tocados por los hombres y mujeres en llamas; era un tumulto de antorchas humanas.

En el breve instante que estas criaturas fueron desintegradas por el fuego, se dejaron caer al suelo de manera cadavérica, y todo lo que era antes una ciudad, aunque de pocos habitantes parecía ser, dejo de ser una ciudad.

Tanto Abby como Diane se sintieron mal, sobre todo Diane, ya que ella no había matado a un ser humano desde... hacía tiempo...

Por otra parte, Abby se sentía bien realizada, puesto a que ella lograba distinguir la enorme divergencia entre criaturas y seres humanos. Era algo enfermizo, sin embargo, no tenían alternativa.

Decidieron bajar de donde se encontraban volando y rápidamente fueron hacia la pradera. Diane se retiró el casco de su cabeza, al instante que Abby la abrazaba y ambas, de forma gloriosa, volvían con el granjero.

No obstante, antes de volver a la pradera, decidieron tomar algunas cosas "prestadas". Fueron a muchos locales de ropa y trajes de moda y se vistieron con ellos. Abby encontró un suéter rojo con escote corto, que le quedaba a la perfección. En cambio, Diane encontró una gabardina enorme, de color azul, como su saco y pantalón de traje. También, para hacerse ver más linda y presentable, decidió robar un moño de un traje de bodas. Le quedó magníficamente y se sintió bastante más tranquila.

Lo que habían hecho, independientemente de la razón, era algo cuestionable desde diversos ángulos. Para Diane era algo repulsivo, le incomodaba y le hacía sentir peor que nunca. Abby, en contraparte, se sentía feliz de que ambas habían hecho algo por ese mundo, plagado de horribles seres. Que ahora, en pacifica felicidad, los granjeros podrían tomar rienda suelta y vivir de forma libre, una vez más.

Emocionadas, Diane y Abby corrieron hacia la pradera, sin embargo, en el momento que vieron la pradera, notaron que esta ya no tenía la llamarada azul, si no que esta era completamente azul. El pastizal era azul.

-Esto no era así cuando llegamos – Dijo Diane.

-Lo sé... ¡Vamos! – Dijo Abby tomando bruscamente a Diane por la muñeca y corriendo con ella hacia la pradera y cerca de los granjeros.

Pero en el momento que vieron las cabañas, se horrorizaron al ver al viejo granjero, sin piernas y con su medio cuerpo arrastrándose con los órganos de fuera. En su intento desesperado de correr de algo indescriptible, el anciano dijo.

-Co....co...corran... eel... fu...fue...go... les... for...ta... le... ce...

Justo en el momento que el anciano terminó la frase, una criatura, similar a un gusano cárnico, surgió de la pradera, de la tierra misma, y devoró al anciano, pobre y abandonado, como todo lo que había allí.

La criatura parecía hacerse más grande conforme la pradera se teñía más de ese color azulado. Diane y Abby no lo pensaron más y decidieron escapar de la pradera, corriendo velozmente, de vuelta, a la ciudad.

-Diane – Dijo Abby mientras corría con ella tomada de la mano - ¿Qué fue lo que dijo el anciano?

-No estoy segura... creo que dijo que el fuego los for...

En ese breve instante, la criatura salió de la nada y devoró a Diane, haciendo que Abby se alejara por completo de lo que pasaba debajo sus pies. Era algo horroroso y algo sumamente indescriptible. No había palabras para describir aquella cosa, aquel espécimen venido de las profundas y marginadas catacumbas de la retorcida maldad y creatividad oscura de la madre naturaleza.

Abby solo vio como la pradera se deformaba, creando un socavón inmenso en el cual la criatura había entrado tras comerse a su amiga. Abby no sabía cómo reaccionar y solo podía esperar por alguna respuesta, reposando en el mismo pastizal del cual surgió aquella cosa.

Abby temblaba sumamente asustada, pensando que ella sería la siguiente, cosa que no le agradaba para nada y era sumamente horrido siquiera imaginarlo. En el momento que escuchó sonidos extraños debajo de ella, se preparó para su destino, juntando sus brazos y diciéndose que todo estaría bien y que nada, de ahora en más importaba, por ende, no debía porqué temer en lo más mínimo.

No obstante, antes de que la criatura surgiera de la pradera, un sonido similar a un disparo de un cohete, generado por fuegos artificiales, retumbó desde la tierra misma. Al momento de que la criatura salió volando desde el suelo, como un gusano enorme, con filosas fauces, con bultos de líquido purulento en toda su piel, muerta y rosada, con grandes y mórbidas llagas en todo su parasitario ser, algo surgió de su cráneo, y era Diane.

Abby no lo podía creer, corriendo rápidamente hacia Diane, la miró con cierto sentido cauteloso, ya que no sabía si ella era también una criatura de cascarón al igual que todo el mundo, si aquella criatura la había infectado. Para su fortuna, al mirar a Diane con el casco, el ojo normal y además, con ese sentido del humor negro y crudo que lo caracteriza, se sintió más aliviada.

-Tengo que admitir; ahora me siento como una eyaculación; no esperaba que esa cosa fuera tan desagradable por dentro – Dijo Diane, cubierta de líquido purulento, que la bañaba de todas partes y escurría en todo su traje.

-¡Diane! – Gritó emocionada Abby.

-Tranquila, tranquila – Dijo Diane – Puede que yo no me haya contagiado de nada, por mi fisiología, pero eso no dice que tu tengas la misma suerte, así que no me toques, al menos hasta que me bañe.

-Ugh – Dijo Abby – Que asco.

-Bueno... ahora entiendo que quería decir el viejo antes de morir.

- ¿Qué quería decir, Diane?

- El fuego fortalece a la criatura – Dijo Diane volteando a ver a la ciudad.

- ¿Q-qu-qu-qué? – Preguntó nerviosa Abby, igual mirando la ciudad.

-Bien – Dijo Diane tras un suspiro – Tengo que ir a la ciudad.

-Espera, no puedes – Dijo Abby.

-¿Quién me lo impide? – Preguntó con cierto ego Diane.

-Yo – Dijo Abby, tomando una postura firme en sus palabras - ¿No viste lo que aquella criatura te pudo haber hecho y te hizo?

-Tengo este casco, tengo voluntad y no tengo porque detenerme – Dijo Diane.

-Si... pero y si el casco no funciona esta vez, y menos con esa criatura, de tal magnitud que me estoy imaginando ¿Qué ocurrirá?

-Solo sé que será mi fin, y aun con ello, no se cómo será mi fin y si lo será, si mi vida culminará y todo terminará; como lo dijo Sócrates: "Lo único que sé es que no se nada" y yo le agrego "y no me importa".

Diane tomó impulso con las zapatillas cohete y salió volando hacia la ciudad.

-Nunca he sido una mujer religiosa – Dijo Abby, poniendo sus manos en su pecho – Pero que Dios se apiade de tu alma, Diane.

VIII

Diane volaba en la inmensa niebla que había cubierto a la ciudad, tras la quema de sus ciudadanos, con total y monstruosa majestuosidad. No lograba ver nada hasta que, frente a ella, de la neblina emergió una enorme mano, carnosa, con tumoraciones con liquido amarillento y uñas babosas.

Esta mano iba directamente hacia ella, era ridículamente enorme, prácticamente del tamaño de su cuerpo entero, si no es que de una camioneta o un autobús escolar. No obstante, tan rápido como la mano salió de la neblina, Diane voló a un lado para esquivar la mano de su condena.

Breve fue el instante en que, después que la mano surgiera, una sinfonía de gritos de agonía surgía de la nada misma. Grata fue su sorpresa al darse cuenta que, en el segundo que la neblina se hizo más transparente, una criatura, de difícil comprensión y fisiología, con un brazo lleno de bocas de almas en pena, pecho lleno de tumoraciones, ojos y mandíbulas con filosos dientes, otro brazo, que era más un muñón descuartizado con intestinos como restos. Toda esa monstruosa estructura que era un pecado al ser humano se postraba arrogantemente sobre un edificio. Diane tomó una distancia considerable cuando la criatura empezó a emitir un sonido similar a una sirena.

Fueron cuatro o cinco segundos después de ver aquel espécimen amorfo cuando Diane empezó a sentirse mal físicamente. Debía detenerse un poco para tomar aliento y reflexionar sobre lo que había frente a ella, que hacia unos momentos pudo ser una familia, una empresa o simples empleados, ahora unidos para hacer daño a un extranjero; ahora ella ese extranjero.

Sin embargo, Diane logró recobrar el aliento y decidió que no había mejor opción que volar hacia la criatura y disparar con su arma paralizante. Ello, pareciendo un buen plan, no salió como lo esperaba.

Tomó impulso hacia la criatura, mientras descargaba su pistola en las fauces de dolor y pena de su brazo cárnico con uñas mocosas y tumoraciones con líquidos extraños dentro de ellas, sin mucha suerte puesto a que la criatura dio un latigazo con los intestinos que colgaban de su otro brazo. Esto, al sentirlo Diane, hizo que saliera volando, pero también su traje se vio afectado, ya que parecía tener un líquido corrosivo.

Pensando que otra cosa podía hacer, pensó en usar cualquiera de los frascos que había en su pistola. Uno de ellos, era un frasco morado, el cual se veía como un recipiente con agua y hongos, flotando en todo su ser.

No lo pensó más y usó ese frasco, con la esperanza de que pudiera hacer algún efecto bueno. Para su desgracia, al momento de dispararle con aquella sustancia, no solamente causó un daño inexistente en la criatura, si no que le generó un nuevo brazo, del lado del muñón con intestinos. Ahora Diane tenía no solo que lidiar con una mano, si no con dos; lo positivo era que eso causó que los intestinos ya no fueran el arma de la criatura, por ende, no iba a sufrir nada con sustancias corrosivas.

Su plan ahora era usar un suero de color naranja, el cual se veía como un liquido espeso, no tanto líquido, si no algo similar a un frasco lleno de saliva o escupitajos. Este frasco tenía otra cualidad, la cual Diane descubriría de una forma ridículamente particular.

La sustancia, a pesar de ser distinta a la morada, no era diferente, ya que también ayudó a la criatura. No obstante, esta vez causó que la criatura pudiera multiplicar extremidades; ahora no tenía solo dos, si no cuatro brazos y dos cabezas.

Ahora la batalla era feroz, con Diane volando por todas partes, estando pendiente de que los brazos de la criatura no le hiciesen ningún daño, mientras revoloteaban por todas partes y algunas veces, se extendían como si fueran de arcilla o si fueran elásticas.

El ultimo frasco que probó fue el verdoso pálido; era similar a una medicina, y su consistencia era aun más opaca que las otras; "Esta debe funcionar, o si no, maldeciré a Pecci desde el infierno" se dijo a si misma en su cabeza.

Cambiando con el engranaje de la pistola al frasco verdoso, dio un último disparo para acabar con la criatura; ahora la suerte le sonreía, ya que, al dar varios disparos, la criatura se desintegraba lentamente; era como ver una montaña de nieve convertirse en agua con los primeros destellos de la primavera.

En el instante que la criatura dejó de tener vida y su cuerpo se convirtió en viseras liquidas y mocosas, Diane se sintió triunfante, a su vez que volvía hacia el pastizal azul para hablar con Abby.

***

-¿Y bien? – Preguntó Abby ya estando con Diane.

-Se ha terminado – Dijo Diane.

-Todo se ha terminado... ¿Qué quieres decir?

-Ya no tendremos que lidiar con mas seres extraños en este mundo y tampoco con enfermedades sin sentido...

De repente, su calma fue alterada cuando, frente a ellas, el cielo se mostró oscuro, mientras que el sol brillaba poderosamente sobre la tierra del pastizal, quemando a Abby y Diane, quienes se alejaron para no sentir el calor penetrante de aquel sol o estrella cósmica.

Viniendo del sol, una criatura similar a un pulpo pequeño caía hacia la tierra, como si hubiera sido derrotado, con líquidos sin descripción en sus tentáculos, que parecían ser sangre.

El pulpo se postró en el centro del destello solar y empezó a hablar con Diane y Abby, en el pastizal.

-No... no... no saben el daño que han causado – Dijo con una voz agotada y deteriorada.

- ¿Qué se supone que eres? – Dijo Diane, mirando al pulpo con cierta lastima y tristeza.

-Yo era el guardián de este mundo, mi mundo y el ultimo con seres en el sistema solar.

- ¿Qué? – Abby preguntó con incertidumbre.

Allí, el pulpo les empezó a contar una historia, mientras el resto del mundo se desintegraba lentamente, como si todo hubiera estado hecho de polvo.

-Desde hacia eones, los seres de los demás planetas han dejado de existir, por cuestiones cósmicas de poder mayor; invasiones, sequías y falta de machos para la reproducción, también hembras y todo ello. Vuestro mundo era el último en presentar una vida perfecta, llena de defectos, claro, pero sin riesgo a la extinción. Y aun con ello, no pudieron librarse del peor de sus verdugos; su propia imaginativa y perturbadora arrogancia y repugnancia ante ellos mismos...

...Semipalátinski fue el núcleo de todo. Los rusos hacían pruebas nucleares para armas de la misma índole con tal de enfrentar a Estados Unidos. Sin embargo, su premonición fue errónea, y no solo devastaron al lugar del mismo nombre, ni siquiera a Rusia. Todo el mundo se mostró devastado mientras todo se hacía añicos. Como guardián solar, yo, siendo el ultimo guardián del sistema solar y que tenía en sus manos salvar a la ultima especie viva, llegué para despejar la radiación y las mutaciones de las granjas y las praderas, evitando también la luz solar para usarla como aislante.

- ¿Quieres decir que...? – Preguntó nerviosa Diane.

-Si... Todo el mundo había muerto y solamente yo podía mantenerlo, artificialmente, vivo.

-Entonces tu...

-Si, yo hice que esos seres fueran reales, que su fisiología fuera alterada para soportar enormes cantidades de radiación.

-Espera... – Dijo Abby – Si hubo radiación ¿Por qué no estamos muriendo nosotras dos?

-Por lo que parece no vienen de este mundo... La radiación dejó de existir hacia varias décadas... estamos en el año 2050... han pasado casi cien años desde el accidente y yo he visto todo venir; a pesar de ser humanos, en esencia, no pudieron evolucionar a si mismos; vivían y vivían, tal vez morirían, en la época de los cincuentas... pero vivirían.

Diane y Abby no sabían como reaccionar. Se sentían culpables por intervenir en la bizarra labor de aquel pobre pulpo.

-En verdad – Dijo Diane, con un poco de tembleque en su voz – Lo sentimos demasiado...

-Ya es tarde...

-Pero... – Dijo Abby.

-Ustedes, desagradables seres sin ningún tipo de empatía que no fuese de ustedes mismas han matado a este mundo y lo han condenado a un horrido vacío sin ningún sentido. Todos estos seres fueron criados, educados y exterminados bajo su mismo primitivo sentido de existencia. Yo pude controlarlos, hacerlos vivir como si nada hubiera ocurrido ¿Acaso pensaron en ello? ¡No! ¡Nunca piensan en que algo siquiera puede hacer la diferencia! ¿Qué clase de amorfos humanos como ustedes creerían que la verdad era esa? No son más que un trágico final para este mundo, el último con vida en el sistema solar, el ultimo con calor en el espacio, el único que podía hacer... la diferencia... Ustedes... ha-h-han... causado... el... fin... de todo...

Al momento de morir, el pequeño pulpo se hizo más pequeño, sus tentáculos se juntaban entre si, hasta formar una esfera mucosa de carne blanda. Sin embargo, además de ello, el mundo empezaba a estallar, dejando de sentirse el aire en ella misma. Diane se apresuró a presionar el botón para llamar a Pecci, quien rápidamente apareció, como si estuviera esperando a su llamado, y ayudó a Diane y a Abby a entrar en la tortuga, no sin antes tomar el pequeño pulpo, que en realidad era el cerebro de Pecci.

Antes de inocularse en la tortuga, Diane miró otra vez al mundo, al planeta tierra, devastado e inexistente.

En este instante, Diane y Abby, han causado la muerte de un mundo...

U n i v e r s o: 3, 8, 7, 1, 9, 1. - M u e r t o

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