- CAPITULO VI -PASTIZAL AZULADO (PARTE 2)
III
U n i v e r s o: 3, 8, 7, 1, 9, 1.
En el preciso instante que Diane, Pecci y Abby dejaron de sentir que la tortuga se movía violentamente, se desabrocharon los cinturones, se pusieron las gafas de sol y salieron de la tortuga.
Era todo menos lo que Diane y Abby se hubieran imaginado; no había destellantes luces ni nada que justificara el uso de gafas oscuras.
Firmamento grisáceo, nubes oscuras y estáticas, neblina espesa y edificaciones, letreros, automóviles, personas y en general, un aura perteneciente a los años cincuenta, vagaba por todo el nuevo mundo.
-Pecci – Dijo Diane.
-Si – Dijo Pecci - ¿Creías que algo malo podría venir? Pues, de hecho, si. Por nada del mundo se quiten las gafas. Tienen que confiar en mí, en caso contrario no puedo asegurarles lo que les suceda,
- ¿Qué nos pasará? – Preguntó Abby.
-Lo acabo de decir; no sé qué les ocurra.
-Bien – Dijo Diane - ¿Qué debemos buscar aquí?
-Oh... sobre eso... es lo complejo de esta situación.
-¿Por qué lo dices? – Preguntó Diane.
-Bueno, lo que van a buscar son mis órganos.
-Además del corazón, cierto.
-Si, primero tenemos que encontrar lo más importante de todo, después del corazón ¿Saben que es lo que deben de buscar?
-No...
-No lo sé – Dijo Abby.
-Bueno... les daré una pista, empieza con "C" y termina con "erebro"
-Espera... ¿Tu cerebro?
-Así es, pequeña Abby; te ganaste una participación.
-Eso es asqueroso – Dijo Diane.
-Claro que lo es; es un cerebro, Diane.
-Bueno...
- ¿Y cómo es tu cerebro? – Preguntó Abby.
-Es un tanto distinto al de un humano – Dijo Pecci – Es como un pulpo en posición fetal.
Diane abrió descomunalmente los ojos al escuchar lo que dijo Pecci.
- ¿Un pulpo en posición fetal?
-Así es, Diane – Dijo Pecci.
- ¿Co-co-como es eso?
-Simplemente encuentren un cerebro con forma de pulpo contorsionado. Imagínenlo como una nuez, con tentáculos y no caminos de laberintos. Es como un cerebro con cableado, o algo así.
-Bueno...
-Bien – Dijo Pecci subiéndose en la tortuga – Volveré dentro de unas horas, o tal vez un día, o dos; quien sabe.
-Espera – Dijo Abby - ¿En serio no sabes por qué no podemos quitarnos los lentes?
-Lo sé – Dijo Pecci – Pero si lo supieran, no me creerían en lo más mínimo.
-Entonces...
-Por su bien no deben saberlo.
Con ese último comentario, Pecci entró completamente en la tortuga, la cual se desvaneció al momento de que el vórtice azulado se manifestó y se convirtió en una estela de humo.
De ahora en más, Diane y Abby estaban a su suerte.
***
No se sabe qué hora era, y ni siquiera importaba el tiempo. Era algo completamente irrelevante, más aún para una habitación en la cual solo había una persona. Tenía la cabeza cubierta con una especie de mascara metálica.
-Señora Walls – Dijo una persona en lo que se escuchaba una presencia del exterior.
En el cuarto oscuro, dos hombres entraron, tomando por los brazos a una mujer con una máscara metálica. Una mujer con labial oscuro, pacíficamente, sacando una llave, le quitó el casco a la mujer decaída. Tenía el cabello en su frente, cubriendo su mirada de nauseabunda confusión.
La mujer salió de la oscura habitación y no tardó más de dos minutos en volver con una cámara filmadora. La mujer salió de la habitación, los dos hombres dejaron caer a la decaída mujer y en el momento seguro, no sin antes prender la luz, salieron de la habitación cubierta de almohadas que parecía no tener salida.
La mujer, quien tenía una calcomanía en su espalda con el nombre "Diane Walls", vio la cámara.
-Diane – Dijo alguien al micrófono – Siéntate en tu cama; necesitamos hablar.
Diane le hizo caso a la voz, sentándose y dejando que el lente de la cámara filmando y sus ojos hicieran contacto visual.
-Bien señorita Walls, necesitamos oír todo lo que usted pueda contarnos.
Una cámara filmadora se postraba frente a Diane, quien, en una habitación con almohadas blancas, con una bata blanca y en sí, un sitio solo y confortable para cualquier persona con sumo estrés, la veía para hablar; hablar de ella; sobre su vida; sobre sus intimidades; desnudarse en su alma y cuerpo.
-(Suspiro) Mi nombre es Diane Robin Walls. Soy egresada de la universidad de Columbia. Estudié la carrera de psicología, estudiando cuatro años...
-Eso lo sabemos – Se escuchó un poco de estática, y después una voz empezó a hablar – Lo que queremos es que nos cuentes desde el pasado. Se que puedes hacerlo Diane, eres muy inteligente y puedo contar con tu ayuda.
Diane vio la cámara y después toda la habitación, con unas enormes ojeras, las cuales se mantenían aun más sucias que su cabello desordenado.
-Bueno... – Empezó a contar Diane – Nací en Manhattan. Mi padre conoció a mi madre en un restaurante; ella era lavatrastos.
"...Tuvieron que ocurrir varias citas para que los dos lograran llegar a algo. A pesar de todo tuvo éxito mi padre, quien ni siquiera era un profesionista. Es quizá la ironía más cruel del mundo moderno; los no profesionistas han tenido siempre más fortuna que los que han vivido en su vida entera, completamente engañados, consiguiendo títulos y renombres como doctorados o posgrados; ¿Todo para qué..."
-Diane – Dijo la voz a través de las paredes – Eso no nos importa. Queremos saber de tu vida, pero no la de tus padres...
-Mis padres – Dijo Diane – Mis padres...
En tanto esas palabras resonaron en su cabeza, Diane empezó a perder la conciencia, su cuerpo se desplomó en el acolchado suelo y allí, temblando rápidamente, teniendo convulsiones, el hombre tras el micrófono empezó a gritar.
- ¡Diane! ¡Diane! ¡Dianeeee! ¡ALGUIEN VENGA AHORA!...
Diane....
Diane...
Dian...
Dia,,,
Di...
D...
...
IV
D...
Di...
Dia...
Dian...
Diane...
- ¡Diane! – Abby gritó nerviosa, sacando del trance a Diane.
-Eh eh – Diane dejó de divagar.
- ¿Estás bien? – Preguntó Abby.
-Estoy perfecta... bien... vamos en búsqueda de esa cosa... por cierto ¿Tienes el Luvmendha?
-Lo tengo en el bolsillo.
-Perfecto.
Tan rápido como vieron sus herramientas de trabajo y tomaron en cuenta la descripción de Pecci, supieron que todo había terminado y ahora, más que nunca y con la advertencia de ella, debían encontrar lo que ella les pidió.
Primero debían encontrar ropa adecuada; no necesariamente unos vestidos; algo un poco más... adecuado...
Caminaron de donde se encontraban hacia la gran ciudad.
Algo extraño rondo sobre las mentes de Diane y Abby; era sumamente peculiar el lugar en el que se encontraban, las personas eran amables y la ciudad en si era el vivo reflejo de los años cincuenta; los edificios eran viejos, los automóviles todavía tenían esa curvatura en la parte superior, los aerodinámicos eran usados por tipos rudos con peinados y chaquetas a lo Elvis Presley, algunas chicas y mujeres guardaban pequeñas botellas con licor en sus sostenes, muchos soldados en las calles siendo casi tratados como celebridades, algunas personas de color con personas denigrando su existencia con la mirada, diversos niños corriendo felices, saltando la cuerda, jugando con la pelota o encantados. También, se encontraban muchos magnates en sus automóviles caros que en otros tiempos hubieran sido, tal vez una reliquia, con un diseño ridículo y sumamente patéticos.
-Este es un lugar... ¡Increíble! – Dijo Abby emocionada.
-Lo es... para tu padre o mi abuelo...
-Vamos Diane ¿Qué otro lugar podría ser este, en el pasado, sin los problemas que vivirán en el futuro?
-Es cierto – Dijo Diane mientras veía un autobús con un sinfín de infantes riendo, saltando y cantando - Mira esos niños, inocentes criaturitas; ninguno sabe que tal vez después tengan que batallar en Vietnam o prostituirse para ganar dinero.
-Diane...
-O quizá alguno de ellos se meta al movimiento de Jonestown.
-Mira, cállate Diane – Dijo Abby, ya irritada.
-De acuerdo.
En su camino por las calles, dieron con una pequeña tienda de ropa, la cual tenía gabardinas grises y chalecos de tela fina, de sastre.
-Mira eso Diane – Dijo Abby viendo la tienda - ¿No te gustaría comprarte uno?
-No.
- ¿En serio?
-Si, lo digo en serio.
-Bueno... vámonos.
- ¿Por qué?
-Bueno, tu dijiste que...
-Dije que no quería comprarme.
-Si.
-No quiero comprar.
-Aja.
-¿Me entiendes?
-Ahh... no te entiendo.
-Está bien, solo observa y corre cuando yo empiece a correr.
En ese instante, Diane se acercó a la tienda, con un aire ignorante, ingenuo y fue hacia el interior, viendo a un viejo sastre con moño y un peinado ridículo.
-¿Qué se le va a ofrecer, señorita?
-Oh, si... busco algo para mi marido.
-Oh... ¿Usted es la señora Winston?
-Si... Mi esposo ha estado buscando mucho por un traje a su medida, más bien por una gabardina.
-Ah... si... usted es muy peculiar, señorita.
-¿Por qué lo dice? – Dijo Diane siguiendo al señor.
-Bueno... su esposo me dice que le gusta vestirse con faldas y vestidos alargados y con el cabello ordenado.
-Si... pero solo vistiéndome de esta forma, me dejaría salir.
-Oh ¡Muy sabia decisión, señorita!
Ambos se rieron tranquilamente, en lo que Diane le pedía al señor la gabardina gris que vio, la cual, casualmente, venía en juego con el chaleco. En su camino hacia la caja registradora, no pudo dejar de ver su ojo derecho. El ojo derecho del señor tenía la mitad de un color rojizo, tan oscuro que parecía ser un derrame; era repulsivo a la vista.
-Disculpe señor... no tengo el dinero a la mano y...
-No se preocupe, se lo cargaré a su cuenta ¿El número es igual, 74048129875192949777?
-Eh... ¡Si!, si, es el mismo.
-De acuerdo... que su esposo los disfrute... y si no le queda ni tarde ni temprano, puede venir a arreglarlo para que quede a su medida – El anciano le guiñó el ojo.
Después de ello y despedirse del señor, salió de la tienda con la ropa y fue corriendo hacia Abby.
- ¿Te lo creyeron todo?
-Si, definitivamente es un imbécil, pero un imbécil agradable; hacen falta más como esos de dónde venimos.
-Claro que si, maldita sea...
-Oye Abby... ¿Dónde nos cambiamos?
-Diane, es un chaleco y una gabardina ¿Qué gran problema puede haber en ponérnoslo?
-Es cierto...
-Oye, una pregunta.
- ¿Sí?
-Bueno, hace un rato mientras comprabas las cosas, un señor se me acercó para ofrecerme un servicio de maquillaje y cosas por el estilo; tenía uno de sus ojos con un derrame horrible en la mitad de él. Yo te iba a preguntar si querías ir por sus maquillajes; se ven de buena calidad, aunque dudo que sean tan óptimos como en nuestra época...
-Espera – Dijo Diane interrumpiendo a Abby - ¿Dices que tenía un derrame en su ojo?
-Si ¿Por qué? ¿Te excitan los hombres con derrames?
-No idiota ¿En cual ojo tenía el derrame?
-Derecho ¿Hay algún problema?
-No...
Diane y Abby siguieron su camino en la ciudad, viendo con las manos y escuchando con los ojos, diversos puestos con muchas cosas; al parecer llegaron a un mundo donde en los cincuentas los vendedores ambulantes eran frecuentes.
Para interés de Diane, llegaron con un vendedor de libros, el cual vendía un primer ejemplar de El guardián entre el centeno de J.D. Salinger.
-Estuve buscando este libro por años ¿Cuándo cuesta?
-Serían $5 dólares señorita – Cuando el vendedor volteó a ver a Diane, notó, que igual como el hombre de los maquillajes y el anciano de la tienda de ropa, tenía un derrame en la mitad de su ojo derecho.
-¡AH! – Gritó Diane.
-¿Pasa algo, señorita?
-No, no... todo está bien...
-Bueno ¿Va a llevarse el libro o no?
-Creo... creo que no traigo el dinero; ¡Hasta luego!
Tanto Diane como Abby salieron rápidamente de allí.
- ¿Viste lo mismo que yo? – Preguntó Diane a Abby.
-Si... sus libros son muy costosos...
-No ¿Miraste su ojo?
-No... ¿Por qué?
-Mira... no estoy segura, pero creo que entiendo un poco la razón del porqué Pecci quería que no nos quitáramos las gafas
- ¿Y cuál es esa razón, Diane?
-El cajero del puesto de la gabardina, el vendedor de maquillajes y de libros, tienen exactamente el mismo derrame en el ojo; inclusive en la misma posición y del mismo color.
-¿Quieres decir que...?
-No quiero decir nada, Abby. Sin embargo, sea cual será la anomalía que tenga este mundo, estaremos las dos dispuestas a descubrirlo ¿O no?
-Si, Diane... pero...
-¡¿O no?!
Abby suspiró profundamente y le contestó a Diane.
-Si... Diane...
-Perfecto. Ahora necesitamos vestirnos; esto seguramente no fue más que una coincidencia; aun y con ello, las cosas se muestran muy extrañas. Por ejemplo, la neblina sigue igual; el cielo es gris y todos sus habitantes parecen no notarlo.
-Sea cual sea tu plan, Diane... te pido que conserves la cordura... ¿Si?
-Hablas con alguien que estuvo un año en el manicomio ¿Crees que soy cuerda?
-No...
-Bien... entonces vamos... sígueme.
-Está bien.
Abby caminó junto a Diane, en las concurridas, neblinosas y pálidas calles de la Nueva York de los cincuenta en la que se encontraban.
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