- CAPITULO V -LA JERINGA DE MERCURIO (PARTE 1)

I

U n i v e r s o: 2, 5, 5, 5, 4, 6

Mientras la tortuga viajaba a lugares con extrañas formas y asombrosas civilizaciones habidas y por haber en el espacio tiempo, Diane miraba hacia la nada misma; el mero hecho de recordar el casco, una vez más, no solamente la hizo sentir más nerviosa que nunca, sino que, conforme las circunstancias, todo el horror que significaba aquel artefacto de otra tierra, se volvería a repetir.

Por el momento, no conseguía distender su mente de aquellos parajes indescifrables que las criaturas del casco le mostraron; los tentáculos cárnicos y la cosa amorfa de color gris.

En su parte, Abby simplemente veía esto como una nueva aventura, así como las dos anteriores; lo del casco la había alterado un poco, pero era algo sin mucha importancia.

Pecci simplemente veía el lugar, el espacio, las formas de vida y creaciones de otros mundos, no sin nada más que pensar en sus futuros movimientos para las viajeras.

Al momento que las turbulencias se detuvieron y las tres se levantaron de los sillones, Diane, con miedo le dijo a Pecci.

-No pensamos usar el casco.

-¿Qué? – Preguntó Pecci tras levantarse de su asiento.

-Me has escuchado – Dijo Diane con un tono retador – He dicho que ni Abby ni yo vamos a usar aquella cosa.

-No tienen que usarla si no es necesario, Diane – Dijo Pecci.

-No – Dijo Diane cerrando los puños y cerrando los dientes – Ni siquiera si es necesario.

-Pero Diane – Dijo Abby.

-No, Abby – Dijo Diane volteando bruscamente hacia Abby, quien asustada por ambas decisiones, solo escuchaba lo que Diane y Pecci tuvieran que decir.

Diane tenía buenos argumentos; lo que el casco había mostrado ser, un objeto cósmico que podría ser peligroso y que por alguna razón le había otorgado inmunidad a Diane, puede que ahora sea un error volverlo a usar; tampoco permitirá que Abby lo utilice.

Por su parte, Pecci les dijo a ambas que, si no lo requería la situación, podrían no requerir de él; eso ya sería decisión de ellas.

-¿Sabes que lo que les estoy pidiendo no es gran cosa, verdad? – Dijo Pecci.

-Supongo que ir por un corazón y un esqueleto caminante es cosa de todos los días, ¿No? – Dijo sarcásticamente Diane.

-Esto es diferente – Dijo Pecci – Solo es una jeringa, sin mayor importancia. Solo eso, y la persona que la tiene no le darán importancia.

-¿Me dices que alguien la tiene? – Preguntó Diane.

-Exactamente – Dijo Pecci.

-Bien – Dijo Abby – No hay nada de lo que debamos asustarnos, ¿verdad?

-Supongo – Respondió Diane – Entonces ¿Quién es esta persona?

-Su nombre es Lucas Gutiérrez – Dijo Pecci – Ni siquiera será complicado encontrarlo, ya que vive en el limite entre Ecatepec y la Ciudad de México.

-Espera – Dijo Diane - ¿Vamos a México?

-Eso parece – Dijo Pecci – Podría llevarlas a un lugar más seguro, sin embargo este mal nacido nació en ese país.

-Bueno – Dijo Abby - ¿Por qué no nos vamos?

-No, todavía no – Dijo Diane.

Tomando el casco, que ahora era diminuto, su pistola y un leve suspiro, agarró del hombro a Pecci y le dijo.

-Puedo contar con que todo saldrá bien ¿No? – Dijo Diane.

-Claro que sí – Dijo Pecci.

-Bien – Dijo Diane acercándose a Abby, tomándola por el hombro, estando a unos centímetros de ella – ¿Puedo contar contigo, amiga?

Diane vio con misticismo y cierto resentimiento a Abby, quien nerviosamente, temblando y tartamudeando, dijo;

-Sa-sa-sabes que sí – Dijo Abby riendo nerviosamente.

***

Las tres salieron de la tortuga mientras Pecci dice entre dientes, con un dispositivo en sus manos.

-Maldición. Ya han pasado varios días.

-¿Qué quieres decir? – Dijo Diane.

-Debimos haber llegado hacia unos días – Contestó Pecci – En estos momentos, la jeringa se encuentra lejos. O eso supongo.

-¿Lo supone? – Preguntó Abby.

-Si...

-Entonces... - Dijo Diane.

-Será mejor que busquen a alguien y le pregunten qué día es – Dijo Pecci.

-De acuerdo – Dijeron las dos al unísono.

-Bien – Dijo Pecci volviendo hacia la tortuga – Me avisan ¿Sí?

***

Caminando por las calles, Abby y Diane, se encontraron en un edificio que presumía ser de alguien poderoso, en un barrio bajo como ese; se encontraron un hombre saliendo, sudando profusamente.

-Oh mierda - Decía el hombre, delgado, pálido, con traje negro, sombrero y corbata roja - Creo que debí quedarme en casa.

El hombre se veía muy decaído, parecía que en algún momento su corazón saldría volando de su pecho y lo haría fallecer de un horrible malestar. Sin verse de forma hostil, Diane y Abby comenzaron a hablar con él.

-Disculpa, necesitamos su ayuda señor - Dijo Diane.

Se acercaron al hombre taciturno y perturbador que tenía más horror que el que producía. Sus ojos fueron de atención tanto a Diane como a Abby. Eran completamente oscuros, como si fueran cuencas vacías, no obstante tenían un destello rojo que surgía de esa oscura mirada. Aun y con ello, trató a ambas con un poco de rudeza.

- ¿Qué es lo que quieren ustedes dos?

-Queremos hablar con usted - Diane sacó un papel de su bolsillo trasero, donde había anotado el nombre del hombre que Pecci le mencionó - ¿Usted conoce a ...

La pregunta fue interrumpida cuando, en la oscura noche, un destello de color rojizo emanaba de una ventana en el edificio de líder barriobajero; el cristal produjo un sonoro chirrido y tan rápido como el hombre delgado se percató de ello, se quitó el sombrero que cubría sus ojos, dejando en visto sus lentes con ojos negros con un destello rojo, aún más marcado. Divisó la parte superior de su edificio y gritó.

II

- ¡Alessi! ¡Escapa de Lizeth! – Dijo el hombre sórdido.

En el último piso, una mujer con cabello ordenado, morena, con pecas y sensual cuerpo, con el pecho descubierto, sacó una masa de carne entre sus senos, que formó un puño, golpeando a un hombre, con una especie de armadura rojiza con detalles dorados, mangas y pantalones negros, pelirrojo, pálido como la tiza y ojos neblinosos entre las sombras.

Este hombre sacó de sus manos, cubiertas por un guante metálico, una cadena, que tomó por el cuello a la mujer, evitando que el hombre de la armadura cayera hacia la calle. Sin embargo, tan rápido como esto sucedió, la cadena fue sujetada por la mujer (que fue catalogada como Lizeth), causando que, con fuerza, estampara al hombre de la armadura en la pared adyacente, rompiendo con su cuerpo el concreto.

Las escaleras tenían también a una persona, que salió estrepitosamente y corrió hacia ellos. Era una mujer corpulenta, con saco azul, falda negra, corbata rota, cabello amarrado y ordenado, de tez morena y con sudor en su frente.

-Santiago – Dijo la mujer jadeando.

-Vania – Dijo el hombre - ¿Te encuentras bien?

-No – Dijo Vania llorando – No. No he podido salvar a Julia.

La mujer empezó a hablar rápidamente sin poder hacer que su palabra fuera entendible.

-Tranquila Vania – Dijo Santiago – Si quieres le marco a ella para que veas que está bien ¿Sí?

- Hazme el paro, Santiago.

El hombre empezó a llamar a un número de teléfono. Al momento que al otro lado del celular empezó a hablar una mujer.

-Hola Santiago – Dijo la voz en el teléfono – ¿Está allí Vania?

-Sí, Julia ¿Te la paso?

-Si – Dijo Julia.

La conversación entre Vania y la persona en el celular, que se supone que era Julia, fue algo irrelevante para Diane y Abby.

-De acuerdo – Dijo Santiago a Julia; después de ello, colgó.

-Señor – Dijo Abby – Necesitamos su ayuda para buscar a Lucas Gutierrez.

En el momento que Santiago escuchó ese nombre, gotas de sudor corrieron por su piel, con textura de cuero y de color blanco pálido como una pared.

- ¿Lucas Gutiérrez? – Preguntó Santiago.

-Si – Dijo Diane – Somos del...

Diane sacó un documento que le dio Pecci para sonar creíble, referente a situaciones oficiales en México.

-SAT – Dijo Santiago – Bien, si son del SAT, pueden ayudar a otro amigo mío. También les ayudaré con Lucas Gutiérrez, pero un amigo mío necesita su ayuda ¿Si?

Ambas se sintieron nerviosas al escuchar eso. No sabían nada acerca de cómo eran los trabajos de esa institución. Pecci les dio ese papel y era labor de ellas hacerse cargo del resto, ya fuese ayudar a quien fuera necesario o mentir lo justo y útil.

-Claro que podemos ayudarlo señor – Dijo Abby – Pero somos becarias; no sabemos bien sobre qué hacer en caso de...

-Miren – Dijo Santiago – Un amigo solo necesita que le manden un recado a una persona de las oficinas del SAT. Eso es todo, ya con eso habremos terminado. Solo eso.

Ambas se vieron fijamente, no obstante tenían que hacer lo justo y necesario para poder llevar una coartada creíble; ambas aceptaron.

-Ahora solo dejen le marco – Dijo Santiago mientras sacaba su teléfono, con la pantalla rota y con un poco de tinta regada. Empezó a marcar un número y espero a que contestara. Finalmente contestó y del otro lado se oía alboroto.

-Alessi ¿Marco en un buen momento? – Preguntó Santiago.

-Oh claro, por su puesto, mientras estoy siendo violado por una puta de pelo ordenado me con sus tetas me parte la madre – Dijo la voz del teléfono.

-Alessi. Son del SAT. Buscan a Lucas pero me dijiste que querías mandarle un recado a alguien.

-A huevo Santiago. Bien ponme en altavoz – Dijo Alessi.

Santiago puso en alta voz a Alessi, quien empezó a hablar.

-Ya – Dijo Santiago.

-¿Ustedes son del SAT? – Dijo la voz en el teléfono, cosa que Diane y Abby atendieron con un sí.

-Bien – Dijo Alessi – Miren. Si quieren encontrar a Lucas, anoten lo que les voy a decir.

Ambas escucharon atentamente, sin embargo Santiago les dio una pluma para que escribieran en el la parte trasera del documento. Abby escribía en la espalda de Diane, ya que Diane tenía la espalda más ancha.

-Bueno. Lo que tienen que hacer es, en el lugar que se encuentran, deben caminar derecho – Ambas pusieron atención y Santiago seguía sosteniendo el teléfono con altavoz.

-Ya estando en unos doce metros, doblan a la izquierda. Allí hay un puesto de periódicos. De allí, van recto otros diez metros, y allí, van y chingan a toda su puta ma... - Santiago apagó el altavoz y empezó a hablar con Alessi.

-Oye pendejo – Dijo Santiago - ¿Por qué les dijiste eso?

-Me está chingando Lizeth ¿En serio crees que me voy a calmar con cualquier chupavergas del SAT? – Dijo Alessi.

Entonces Alessi cortó la llamada.

Santiago vio a Diane y a Abby con una mirada de disculpas, por la actitud que Alessi tuvo con ellas.

-Disculpen a mi amigo – Dijo Santiago – Últimamente no ha tenido buenos días y además hemos tenido problemas internos. Por favor, dispénseme.

-Perdone que le pregunte, pero ¿Qué clase de problemas han tenido? – Preguntó Diane.

El cristal del edificio se rompió, de él surgió una criatura amorfa, de masa cárnica, color rosado grisáceo, con venas de verde brilloso, de donde salía sangre igualmente de ese fluorescente color. De la masa cárnica cayó lo que parecía un feto con la cabeza deforme y un ojo en la nuca; igualmente es de color rosado grisáceo.

Dentro de la masa cárnica, estaba el mismo hombre con esa especie de armadura, con su mano convertida en una navaja larga y filosa, además de ello, de su cuerpo, como si fueran tentáculos, salían cadenas de platino, demasiado brillosas. Todas ellas, lastimaban a la criatura, haciéndola sangrar aún más.

Abby estuvo a punto de vomitar, mientras ese mar de tentáculos y carne grisácea, muerta, con deformes protuberancias, descendía lentamente hacia la calle.

-Muchas gracias – Dijo Diane mientras se llevaba a Abby para que no vomitara.

III

Diane y Abby, tras aquella pequeña muestra del extraño mundo en el que se encontraban, supieron que debían si no largarse de allí lo más rápido posible. No obstante, no era, desgraciadamente, una buena decisión. Pecci les dijo que volvería, ya que no era, según Pecci, la época adecuada o el momento preciso para conseguir la jeringa de mercurio.

Así que, para evitar cualquier problema o circunstancia extraña, decidieron no ir a un lugar en concreto, si no, simplemente caminar por las calles oscuras de Ecatepec, cosa que no parecía ser tan mala idea.

Continuaron y continuaron divagando por toda la calle y a través de los puestos, viendo toda clase de maravillas con algunos hedores extrañamente mágicos. Sin embargo, sabían que debían cuidarse de cualquier cosa que fuese de esa naturaleza; ajena a lo común.

Llegaron, para fortuna de ellas, a una plaza, prácticamente abandonada, aunque con seguridad, ya que había policías vigilando tranquilamente, aunque con su armamento, la entrada a la misma.

Se sentaron a reflexionar acerca de todo lo que habían visto. La persona con la armadura se le hacía sumamente familiar a las dos. Los últimos reportajes que vieron antes de partir, más que darles una pequeña muestra, le dejaron en claro cómo es que lucían los seres fantásticos que habían visto divagar en el espacio tiempo desde hacía años, tanto ellas como el resto del mundo.

Algunos de los seres, que parecen ser de la misma estirpe, eran aquellos que portaban esa extraña armadura que poseía el hombre, o como se pudiera catalogar eso, que había luchado con la criatura con extraños tentáculos y de masa cárnica rosada grisácea, como si fuera un labio muerto.

¿Qué clase de seres albergaba ese mundo? ¿Qué era lo que le hacía ser tan similar pero tan distinto al de ellas? Todas esas preguntas siguieron rondando en su cabeza, hasta que sintieron como unas voces atrás de ellas empezaron a hablarles.

-Disculpen jovenazas – Dijo una voz masculina con un tono suave, agudo y rápido. Cuando se percataron de quien era, vieron a un oficial de policía con su metralleta en brazos, quien empezó a hablar con ellas de forma algo severa.

-¿Si? – Preguntó Diane - ¿Qué pasa oficial?

-No pueden quedarse aquí si no van a comprar nada.

-Pero es zona pública – Dijo Abby.

-Cállate Abby – Dijo Diane – Discúlpenos oficial, ya nos vamos.

-No lo creo – Dijo el oficial mientras les apuntaba con su metralleta – Van a venirse con nosotros.

Abby se alteró al escuchar eso, pero Diane le dijo a Abby:

-Pff. Vámonos, tenemos que buscar a Pecci – Mientras eso ocurría, el oficial seguía sin dejarles de apuntar con su metralleta. No obstante, Abby caminó más rápido que Diane y en el momento que el gordo, desarreglado y sucio oficial de plaza disparó a quemarropa contra la única persona que estaba allí, Diane no sintió los disparos que penetraban tanto su piel y órganos como su ropa de etiqueta; en realidad no sintió los disparos. El oficial, al ver cómo es que, aunque le haya vaciado un cartucho entero, ella seguía de piel y sin sangrar, se desplomó al suelo mientras sostenía su pecho con su mano.

-Oye – Dijo Abby, quien tras ver a Diane siendo acribillada, aunque inmutable su estado, notó al oficial en el suelo, débil - ¿No lo vamos a ayudar?

-No – Dijo Diane – Seguramente se le pasará tomando una bebida de cola a alguna estupidez que tomen aquí. A lo mejor ese tipo de cosas causaron que su corazón fallara.

Con esa lógica y sabiendo que la gente en México come cosas que, a veces, pueden afectar a la salud, lo cierto era que eso pudo ser causa común de cualquier día y para toda persona.

Prácticamente volvieron en sus pasos hasta el edificio que anteriormente había albergado a esa criatura junto a ese ser de armadura.

No era extraño que, junto con muchas patrullas de la zona, la mujer regordeta que hablaba desesperada con Santiago y una ambulancia con una mujer delgada, pelirroja, con gafas rotas y sudadera gris de rayas azules, Pecci se recargaba en una pared esperando a Diane y Abby.

En el instante que Pecci las vio les dijo;

-Veo que hubo disturbios aquí ¿No? – Dijo Pecci con la tortuga en manos.

-No necesariamente – Dijo Diane.

-De acuerdo ¿No quieren hablar de eso, verdad? – Preguntó Pecci con cierta empatía.

Cuando Diane y Abby la miraron a los ojos, Pecci supo que la respuesta era un "si".

-Está bien – Dijo Pecci - ¿Recuerdan que les dije que nos habíamos adelantado unos días?

-Si – Dijo Diane.

-Pues – Dijo Pecci mientras sacaba unas pequeñas bolas de energía de color rosado del interior de su gorro, las cuales mostraban algunas chispas emergentes, como si fuera una esfera de estambre viviente – Estas partículas Von Friedrich pueden ayudarnos a viajar al momento preciso en el que necesitamos haber estado en primer lugar.

-Bien – Dijo Abby - ¿Qué son esas cosas?

-Su nombre de partículas Von Friedrich, fue algo que se le dio por renombre en el mundo del que venimos. Las partículas son residuos dejados por los miembros de la familia Von Friedrich, las cuales son mezclas tanto de sus viajes hacia el pasado como al futuro.

-¿Cómo es eso? – Preguntó Diane.

-Oh – Dijo Pecci, mientras sacaba una libreta de entre sus ropas – Creo que no les he explicado los relacionado con cronologías.

-¿Cronologías?

-Si – Dijo Pecci leyendo el cuaderno de notas – En el mundo del que vienen es un fenómeno que no se puede explicar y tampoco investigar. Para fortuna de nosotras, en el mundo mágico, años luz o eones luz lejos de aquí, la cronología de los Von Friedrich; la cronología Mendum y la cronología Hexon.

- Y eso ¿Qué significa? – Preguntó Abby.

-La cronología Mendum es la usada con normalidad en el mundo humano y en los relojes de cualquier lugar – Explicó Pecci – Por el contrario, la cronología Hexon es utilizada para explicar las apariciones de eventos asombrosos como escabrosos a través de la historia. Para simplificar esto, digamos que alguien asesina a un político importante en esta época, viaja en el tiempo y asesina a un líder importante en el pasado. En la cronología Mendum no se puede explicar, debido a que esta avanza de atrás hacia adelante; la cronología Hexon, explica eventos y sucesos ocurridos en los viajes en el tiempo.

-Entonces...

-Entonces estas partículas viven a raíz de la cronología del individuo que viaja y la cronología que se presenta en lugar del viaje. Así es como funcionan.

-Bien – Dijo Diane - ¿Cuánto tiempo es el que necesitamos recorrer para llegar al momento exacto al que debimos llegar?

-Pues, primero debo de configurar a la tortuga para hacerla viajar en el tiempo – Dijo Pecci mientras, acariciando el caparazón de la tortuga, sacaba una palanca la cual también hizo emerger un contador en el centro del caparazón. Pecci empezó a mover, con la palanca, el momento exacto en el que debían viajar. Los días y las horas necesarias.

-Ahora debo colocar esto... - La tortuga abrió la boca y Pecci colocó una partícula Von Friedrich.

-En este momento debemos de meternos en la tortuga – Dijo Pecci mientras colocaba a la tortuga de nueva cuenta en el suelo – El criptex del interior, de igual forma marcará hacia este mundo, pero nos da la concesión de viajar hace algunos días en el pasado.

-Ahora – Preguntó Diane – ¿Qué debemos hacer ahora?

-Solo pónganse cómodas y yo haré el resto ¿De acuerdo?

Ambas entraron de nueva cuenta a la tortuga, mientras Pecci activaba la palanca.

El mecanismo para viajar en el tiempo, de la tortuga, funciona a raíz de estas partículas o similares (normalmente vienen de Plutón; la tierra de los magos, que está a eones luz del universo en el que se encuentran) con ello, el mecanismo es activado tras tocar el caparazón de la tortuga. Con la palanca activada, jalar la palanca hacia atrás, hace posible cambiar el tiempo hacia el pasado, empujar la palanca hacia adelante, hace posible avanzar hacia adelante; al moverla hacia la derecha, reinicia el conteo; moverla a la izquierda, codifica el tiempo y abre la boca de la tortuga, donde debe colocarse la partícula Von Friedrich.

Con Diane y Abby en la tortuga, Pecci entró tras codificar el tiempo de retorno.

Un vórtice de color rojizo, brilló en la tortuga y esta desapareció de la calle...

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