- CAPITULO III -HÓKJÉK Y DVIA'RTH (PARTE 1)
U n i v e r s o: 9, 7, 4, 4, 8, 2.
I
A pesar de ser una habitación completamente roja, el caparazón de la tortuga, que era el techo de la misma, era traslucido. Era un ventanal opaco, del cual solo se podía ver los colores del exterior.
Tanto Diane como Abby pudieron ver fantásticas mezclas coloridas imposibles de explicar; unas veces verdosas con amarillo, otras azules con magenta, inclusive blancas y negras. Era un desfile de colores de todas las existencias. Inclusive colores que jamás habían visto se postraban arriba a ellas, causándoles dolores de cabeza debido a que no era fácil de digerir por los canales oculares.
Mientras las turbulencias bajaban y subían como un mal conductor de transporte público, más sin en cambio, Pecci seguía sin mover un solo musculo.
Fue un viaje, según el cálculo del reloj de bolsillo de Margueritte, de 2 minutos, 37 segundos, 40 microsegundos.
Este mismo reloj fue una anomalía igual que la tortuga, debido a que era un reloj de cristal, con engranajes visibles, números brillantes, como si fuera digital y manecillas de bronce. Actuaba como una maquinaria compleja, aunque fuese demasiado pequeño.
-Ya llegamos – Dijo Pecci
Diane sentía que el corazón se le iba a salir y Abby parecía emocionarse, como si fuera una niña en una montaña rusa.
- ¿Vamos a hacerlo otra vez? – Preguntó Abby a Pecci.
-Obviamente.
Las tres mujeres salieron por la escalera de la tortuga.
Fueron expulsadas de la tortuga y vieron, para su extrañeza, que no veían a la Nueva York o al menos, las calles sucias y llenas de hedores nauseabundos, que las mantenían acostumbradas.
Estaban paradas en una caverna húmeda, con olores hipnóticos de flores que no olían a flores, si no a algo más, mucho más delicioso. Una esencia amena.
La cueva era, a pesar de su humedad, un lugar seco. No había calor, si no un frio devastador. En la caverna había fuego, por lo que se podía soportar lo helado del ambiente. En frente de ellas había enormes valles de verdes pastizales, flores que jamás hubieran creído posibles de siquiera existir. Vieron árboles, tan enrevesados que no se sabía si sus raíces estaban en el suelo o en el cielo. Criaturas indefensas paseaban por la pradera. El cielo se tornaba grisáceo, pero no había una sola gota de lluvia cayendo.
Las criaturas eran similares a gatos, parte cerberos y parte dragones. Hacían sonidos tiernos y amenazantes también. Tenían colores llamativos y su cuerpo, a pesar de ser idéntico al de un gato con tres cabezas, estaba cubierto de escamas.
-¿Qué son esos animales? – Susurró Diane.
-Son Getz – Dijo una voz en el fondo de la caverna. Era una voz masculina, aunque juvenil, con un poco de ronquera. Diane se dio la vuelta, con miedo a lo que pudiera ocurrir y con curiosidad por saber quién había dicho eso.
De la oscuridad salió un duende, con una apariencia agradable. Tenía vestimenta de cantinero del siglo XIX, tenía zapatos cafés, una navaja en su cinturón y era de ojos morados. Era raro ver un duende, de verdad, a unos centímetros cerca de ellas. Tenía una voz tenue y se veía inocente. El duende tendió su mano hacia las visitantes de su mundo.
-Hola – Dijo el duende – Mi nombre es Hókjék ¿Qué la trae por aquí Señorita Pecci? ¿Quiénes son sus amigas?
-Oh – Dijo Pecci, estrechando la mano de Hókjék – No es nada, simplemente necesitamos buscar algunas cosas en tu mundo. Sabes que soy de confiar y ellas también.
- ¿Se conocen? – Preguntó Abby.
-Conozco muy bien a Pecci – Dijo Hókjék – Ella visitó este mundo con Marlene...
-Si – Peccí interrumpió a Hókjék – Mira, no tengo mucho tiempo, y tengo que visitar otras tierras ¿Tienes una jeringa, entre tus curiosidades, que puedas prestarme?
-Claro que sí – Y Hókjék caminó hacia las tinieblas, prendió un cerillo, le dio fuego a su pipa y encendió también una lampara de aceite. Esta lampara brillaba en un llamativo tono verdoso, y con un amable gesto de cortesía, ofreciendo pastelillos de pollo con salsa de cerezas agrias; eran deliciosos, excepto para Abby, quien es alérgica a las cerezas.
-Bien – Dijo Diane - ¿Para que necesitamos una jeringa?
-Bueno, en realidad es mas complicado viajar a un universo con poblaciones iguales, puesto a que tienen que hacer unos ajustes aquí y por acá. Si saben a lo que me refiero ¿Verdad? – Dijo Pecci.
Ambas movieron lado a lado la cabeza. No sabían que era lo que podría suceder. A pesar de conocer un poco a Pecci, Abby no sabía que clase de cosas había visto en el pasado, desde que se convirtió en un V'indio; Diane estaba completamente perdida. No había conocimiento ninguno de esta situación.
-Vale – Dijo Pecci – Necesitaremos hacer algo para que no sean llamativas en este lugar. Primero. Necesito que se quiten toda su ropa.
- ¡¿Qué?! – Gritaron estupefactas
-Solo háganlo – Dijo Pecci.
-Si quieren, pueden ir al baño – Dijo amablemente Hókjék – Hay una cortina.
-Deben cambiar su apariencia si quieren pasar desapercibidos. Lo que buscamos, no es exactamente fácil de encontrar, mucho menos, en caso de verlo, es sencillo de pelear por él. Siendo humanas, les sería complicado no ser una sospecha para la mayoría de habitantes en este lugar. Es peligroso para ustedes verse como humanas. Hókjék parece agradable porque lo es...
-Me halaga señorita – Dijo Hókjék, sonrojándose.
-Pero los demás duendes aman la carne humana. Eso es porque es caliente. La sangre de los duendes, al menos aquí, y puede confirmarlo Hókjék, es fría. La carne de los duendes es dura como el cuero y tiene un sabor amargo ¿Creen que, si fuera lo contrario, los duendes no hubieran cometido canibalismo? Son capaces de matarse a si mismos, si tuvieran la oportunidad de hacerlo. Son bestias muy traicioneras. Es como ver animales hablando como personas. Hókjék es un pan de dios, y actúa como ningún duende lo haría.
-Bien – Dijo Hókjék – Ahora, en serio y viendo a Madame Pecci, les pido que hagan caso de lo que les dice. Se de sobra que adoran la carne humana.
- ¿Qué nos hará creer que eso es cierto y no quieres aprovechar, mientras estamos desnudas, para devorar nuestro cuerpo como si fuese un festín de órganos y sangre? – Preguntó, como siempre en tono sospechoso, Diane.
Entonces, acercándose al escritorio de su pequeña cueva, iluminado de un color verde, sacó un pergamino de uno de los cajones del escritorio. Abrió el pergamino y les enseño a Diane, Pecci y Abby lo que era. Parecía ser un dibujo, demasiado preciso, de lo que era un niño.
-Les voy a decir algo que nadie mas sabe. Esto lo conoce bien Pecci, pero ustedes no.
Sentándose alrededor del fuego verde, el duende se quedó viendo las llamas, con el pergamino en su mano y les empezó a contar una historia.
-No recuerdo cuando ocurrió esto, o si siquiera paso y fue producto de mi imaginación. Lo único cierto es que, antes... el mundo que habitan ahora... había personas. Demasiadas personas. Niños, niñas, mujeres, hombres. Ancianos e inválidos por todas partes. Pero no solamente eso. Muchos de ellos, parecían ser felices, en un mundo como este. No había las cosas de las que Pecci me hablaba siempre que viajaba a mundos, que a su criterio eran "normales" sin ofender.
-No es ninguna ofensa amiguito – Dijo Pecci.
-Gracias Madame – Prosiguió Hókjék – Como decía, el mundo era como cualquier cosa de la época medieval que hubieran visto en esas cosas que llaman Peliculos.
-Películas – Corrigió Abby, causando que Diane y Pecci la vieran con malos ojos.
-Películas, lo siento – Dijo Hókjék, tomándolo con humor – Era un lugar lleno de viejos locos que prometían magia, pero eran charlatanerías. Siempre había mujeres en varios lugares, ofreciendo servicios que yo desconozco por completo. Pero lo importante no es eso, porque seguramente lo comprenden...
...Yo me enamoré de una humana. Se llamaba Ashrij, era de tez pálida, cabello castaño y tenía unos hermosos ojos rojos. Ella nunca me había dicho el porque de ese color de ojos, pero no importaba porque no solo era una bella mujer. Tenía algo que nadie mas tenía. Su comprensión y apoyo en mis tiempos difíciles era algo indescriptiblemente valioso para alguien que jamás ha sentido esa calidez en su corazón. Ella me hizo ser mejor duende que ayer y me hará ser mejor duende que hoy. Lo era todo para mí...
...Tuvimos un hijo, un hibrido como lo llamarían ustedes. Tenía los bellos ojos de su madre. Era de tez pálida verdosa y tenía cabello, cosa rara en los duendes. Solo las estirpes poderosas que controlan los árboles de Virgilio ¡Ah si! Virgilio fue otra persona que vino desde una tierra más allá de las tierras lejanas, para vernos. Nos crio y nos enseñó lo que ahora sabemos de su tierra. También nos llegó a hablar de los V'indios y de los magos de Plutón. Esas cosas que normalmente no se nos hubieran ocurrido siquiera imaginar...
...¡Ah, disculpen! Me emocioné hablando de Virgilio. Pero como les decía. Esa mujer me cambió la vida. Y mi hijo me hizo aceptar mi pasado y vivir feliz con ello, porque el pasado te puede ayudar a ser mejor para el futuro, y el futuro te hace poner en marcha tal cosa...
...Para mi desgracia y pese a lo hermoso de mi vida, tuve muchas deudas con el banco local. Tuve que hacer negocios con pandillas de las raíces de los árboles. Ahora temo por mi vida y temo mucho por la de mi esposa y mi hijo. Se que a mi niño no lo tocarán porque es idéntico a un duende, aunque con cabello y tez más pálida, casi del color de un humano...
...Pero mi esposa, por más que no quiera aceptarlo y quiera sentirme esperanzado, lo más seguro, es que ha sido el banquete con mejor sabor de todos los duendes de las raíces – Tras ello, el pequeño Hókjék empezó a lagrimear. Sin embargo, fue más fuerte él para no llorar, ni un poco.
-Mierda... – Dijo Diane.
-Que historia más triste – Dijo Abby con los ojos húmedos.
-Por ello no odio ni como humanos. Sentiría lo mismo que si me comiera a mi esposa. Mi hijo y la esperanza de volverlo a ver son lo único que me mantiene de pie. Tengo que pagar mis deudas y lo haré con tal de poder seguir vivo para verlo, a mi lado y feliz... eso añoro ¿Ahora que me ven con alguien inofensivo, podrían hacerle caso a Pecci, por su bien?
Ninguna de las dos, Abby y Diane, pudo no hacer lo que Hókjék les pidió, y mucho menos podían desobedecer a Pecci.
-Está bien – Dijeron las dos.
-Antes que nada – Dijo Peccí – En el arma que tienes hay dos botones. Uno verde y uno rojo. Hay más, pero esos son los que importan. El botón rojo determina el tamaño del arma. Esta se ajustará al usuario, siempre y cuando sea con su huella dactilar. El arma, desde el momento en que la tocaste, tiene tus huellas.
-Bien – Dijo Diane ¿Y el botón verde?
-Yo voy a estar viajando a través de otros mundos, en busca de lo que estamos buscando, que no es solo una cosa. Así que, si necesitan mi ayuda o ya encontraron lo que buscamos, pueden apretarlo.
- ¿Cómo sabremos lo que buscamos?
-En el arma que tienes, hay un rastreador. Este provoca que el arma vibre en el momento en que encontraron el objeto.
-Específicamente ¿Qué buscamos?
-Es un corazón. Un corazón humano. Es un corazón de tamaño promedio, pero en sus manos, va a ser similar al tamaño de un pulmón. Así que tengan cuidado.
Ambas se quedaron extrañadas por lo que tendrían que buscar. Sin embargo, entendieron que era por su bien y el de Pecci.
Además, las dos aceptaron este viaje a lo desconocido.
-Bien – Dijo Pecci – Ahora vayan a quitarse la ropa. En un momento vendré con su nueva vestimenta.
Diane y Abby fueron hacia el baño a desvestirse, sin embargo, Diane le pidió a Abby que se desvistiera ella primero. Cosa que hizo caso y fue hacia el baño. Cuando terminó, de entre las cortinas, le entregó su ropa a Diane, quien la puso en el suelo.
-Hókjék – Empezó a hablar Diane - ¿Cuántos años tienes?
-Ciento diez años – Dijo Hókjék.
-¿Y cuanto equivale un año para ti?
-Lo mismo que para usted, Diane – Dijo educadamente Hókjék – La diferencia es que yo apenas estoy en lo que llaman ustedes, los veintes. Los duendes aquí no envejecemos tan rápido. Estar en saturno nos da ciertas ventajas.
Más allá de la edad demasiado avanzada, esa ultima frase dejó pensando a Diane ¿Saturno?
¿En que sitio se encontraban? ¿Será simplemente el nombre de esa pradera?
II
En el momento que Abby se había quitado la ropa, Diane había hablado con Hókjék, Pecci había ido hacia la tortuga para buscar la sustancia cambia formas.
La ultima parte de la pequeña charla entre Diane y Hókjék la había dejado pensando ¿Júpiter era el nombre de la caverna? ¿De la pradera? ¿O eran meras suposiciones infructuosas?
Sus pensamientos se detuvieron en seco cuando, del hueco de la tortuga, Marguerite salió.
-Aquí está la sustancia ¿No te has cambiado, Diane?
-No quería hacerlo junto a Abby. Ya sabe, intimidad.
-Oh, entiendo. Vale, entonces hazlo después de que Abby se cambie – Dijo Pecci, quien caminó hacia el baño y le dijo a Abby – Necesito que saques tu brazo.
- ¿Para qué?
-Confía en mí, Abby.
Abby sacó su brazo, con un tono moreno brilloso y con velocidad, Pecci tomó el liquido cambia formas con una jeringa, que le extendió Hókjék, llenándola, no sin antes sacarle el aire, y empujando el embolo tras haber inoculado el liquido en el brazo de Abby, dejó la jeringa vacía. El líquido empezó a generar un cambio en la tonalidad de Abby. Su piel pasó de morena brillosa a un verdoso opaco. Algunas venas se tornaban verde azulado y había pequeñas manchas mas claras que el resto de la piel. El brazo se hizo un poco corto y empezó a bajar lentamente. Cuando llegó a una estatura reducida, Abby dijo.
- ¡¿Qué le pasó a mi cuerpo, Pecci?! – Gritó miedosa.
-No salgas del baño todavía. Tengo las prendas aquí – Dijo Pecci, quien caminó hacia la tortuga, volviendo a entrar y saliendo rápidamente con harapos cafés y rojizos – Aquí tienes Abby – Pecci le dio la ropa a Abby, quien empezó a vestirse.
-Bueno – Dijo Diane - ¿Ya terminaste Abby?
-¡¿Me esperas por favor?! – Gritó nerviosa Abby.
En el momento en que salió del baño, Diane pegó una carcajada burlesca, como siempre hacía, salvo que ahora era de verdad. La piel de Abby era completamente verde, tenía una nariz puntiaguda y pronunciada, su cabello era igual de largo pero desordenado, tenía unas enormes orejas, y vestía, como dijo Diane, tal cual un vagabundo.
-No me llevo así, Diane – Dijo Abby enojada.
-Pero yo sí – Dijo Diane, quien paró de reírse un momento para decirle eso y después, siguió burlándose.
-No cantes victoria, Diane – Dijo Peccí – Faltas tu.
Diane dejó de reírse y gruñó. Pasó hacia el baño, se quitó la ropa, la lanzó hacia afuera y extendió el brazo, lleno de moretones.
- ¿Qué mier....? Diane ¿Qué te pasó en el brazo? – Dijo Abby
-No te preocupes, seguramente fue cuando peleé contra esa cosa en el hospital – Dijo Diane – Ya inyéctame esa cosa, Pecci.
-Que valor, mi niña – Dijo Pecci, quien, con la misma rapidez, volvió a inyectar el líquido. Pasó exactamente lo mismo, su piel se tornó verdosa y su tamaño disminuyó.
Mientras pasaba esto, Pecci le pasó sus ropas, de color hueso y azules. Junto con ello, Peccí le pasó la pistola, junto con el guarda pistolas, para que se guardara el arma. Y como un regalo, para Diane, Pecci le pasó unas gafas de aviador, junto con sus ropas y el arma.
Cuando salió del baño, Abby se burló de Diane, quien gruñó y le dijo a Abby.
-Te odio.
- ¿Cómo? No puedo oírte.
- ¿Ni con esas enormes orejas?
-Tampoco, Duende Walls – Y Abby empezó a reírse aun más fuerte de Diane.
Pecci les pasó un pequeño papel en donde decía exactamente donde se encontraba el corazón; en el centro de las raíces.
- ¿Este lugar en que parte se encuentra? – Preguntó Diane a Hókjék.
-Está debajo de todos los árboles, sin embargo, debes tener cuidado. Si caes al vacío serás tragada por el núcleo del planeta.
- ¿El núcleo? – Preguntó Abby.
- A ver, tengo una duda Hókjék – Dijo Diane.
- ¿Cuál es mi pequeña? – Dijo Hókjék.
- ¿En qué planeta estamos?
-Ya se lo dije, o creo habérselo dicho. De todas formas, lo diré de nuevo. Estamos en Saturno.
-Pero eso no tiene sentido – Dijo Diane abriendo sus brazos en señal de nerviosismo - ¿No se supone que este debería ser un planeta gaseoso? ¿Y dónde están los anillos o el anillo? No se de astronomía, pero hasta alguien con retraso mental sabe eso.
-De hecho, no – Dijo Pecci.
-Y aunque no lo crea, si estamos en Saturno. Venga se lo mostrare para que vaya con cuidado.
Cuando salieron de la caverna, vieron con detenimiento toda la pradera. Parecía ser un lugar normal. Diane caminó precipitadamente, sin darse cuenta del enorme hueco entre la pradera y la caverna. Tan estrepitoso fue su distracción que casi llega a caerse, de no ser porque Abby y Hókjék la tomaron de los brazos; este movimiento hizo que los lentes de su cabeza se bajaran hacia sus ojos.
- ¿Cómo es...?
- ¿Posible? – Terminó la pregunta Hókjék – Parece ser que olvidó una ley física de los gases; entre menos presión, más volumen. Estos pequeños trozos de tierra sintéticos no pesan tanto como usted cree. Y como todo lo que se encuentra debajo es puramente gas, es fácil hacer que estos trozos de tierra puedan flotar. No es algo demasiado pesado. Sin embargo, en el centro del planeta, en esta parte, se encuentran los árboles. La zona más habitada por los duendes.
-¿Cómo es que hubieron humanos en este planeta?
-Marte, por lo que me dijo Pecci, ya había sido colonizado y era un lugar demasiado industrial como para vivir en paz. Por lo que los humanos, al no saber donde vivir en armonía, vinieron hacia este planeta para regresar a tiempos más tranquilos y medievales ¿Qué fue lo que se hizo para hacerlo habitable? Cemillas.
-¿Semillas? – Preguntó Abby.
-No, no con "s". Cemillas. Las Cemillas son extrañas semillas, pero que funcionan a raíz del gas. Ellas pueden producir cosas que ni siquiera es posible de crear en un mundo así. Como árboles, plantas, grandes extensiones de tierra y lo mejor de todo; comida.
-Que lugar tan extraño – Dijo Diane.
-Lo sé, pero eso nos ha ayudado a sobrevivir.
-Bueno, demasiada charla. Es hora de trabajar – Dijo Pecci, viendo su reloj de bolsillo – Hókjék ¿Serías tan amable de llevarlas hacia los árboles para que puedan ir por lo que les pedí?
-Claro que sí, madame – Dijo Hókjék.
Pecci se introdujo en la tortuga y esta se desvaneció, dejando una nube morada. Diane y Abby fueron llevadas, en una plataforma de madera flotante, hacia los pastizales.
Caminando en el pasto, vieron de nueva cuenta a los Getz, quienes ronroneaban y escupían fuego.
- ¿De dónde son los Getz, Hókjék? – Preguntó Abby.
-Oh – Dijo Hókjék – No se sabe. Virgilio fue quien nos trajo unos cuantos de recuerdo. Son animales exóticos en esta tierra, pero de donde vino dijo que son muy comunes. Recuerdo que también nos habló de una pequeña niña llamada Salty, que fue quien le regalo esas crías. Fue muy amable de esa niña darnos a esas encantadoras criaturas. Son tan magnificas que es difícil no adorarlas.
-Diane ¿No te quieres llevar una de recuerdo? – Preguntó Abby.
-Son muy peligrosos para nosotras, Abby. Además, a mí no me gustan los gatos.
-Pero a mí sí – Dijo emocionada Abby.
Diane y Abby terminaron su trayecto hacia los árboles. Había un hueco enorme entre los árboles y el límite de la pradera, dejando en visto el neblinoso vacío que estaba debajo de ellas.
Hókjék, antes de prestarles la plataforma, les dijo algo sumamente importante.
-Es necesario que recuerden esto. Adentro, después de todos los puestos de mercaderes, hay un callejón sin salida, con una alfombra. Allí es donde deben entrar. Sin embargo, los duendes de las raíces no dejan entrar a cualquiera. A menos de que tengan la contraseña; les será suficiente para entrar.
- ¿Cuál es esa contraseña? – Dijo Diane.
-Aclthemus Sintockthum – Dijo Hókjék – Esa es la contraseña.
- ¿Aclthemus Sintockthum? – Preguntó Abby.
- Asi es – Dijo Hókjék – Eso era, pues, cuando yo entré allí, ahora puede que la hayan cambiado, pero por ahora eso es lo que puedo otorgarles.
- ¿Cuándo entraste allí por ultima vez? – Dijo Diane.
-Fue hacia pocas semanas. Fue para exigir que mi esposa fuera liberada, aunque era por una falsa esperanza. De todas formas, ya se que está muerta, sin embargo, esa contraseña les puede servir perfectamente.
-Si tenemos suerte, podemos entrar todavía – Dijo Abby – Hay un 50% de probabilidad de que la contraseña no haya sido cambiada.
-Quizá tengas razón – Dijo Diane.
Hókjék les prestó la plataforma para que fueran hacia la entrada de los mismos. Al llegar, bajaron de la plataforma y contemplaron el lugar.
Eran demasiado increíbles y retorcidos como para ser natural su existencia.
-La plataforma, señoritas – Dijo Hókjék.
-Oh, si, disculpe – Dijo Diane, empujando con el pie la plataforma, la cual volvió hacia su dueño original; Hókjék.
-Que tengan suerte chicas – Dijo Hókjék, volviendo hacia el inicio de la pradera, hasta la caverna.
-Gracias – Gritaron las nuevas visitantes de ese misterioso y extraño paraje.
Ambas sabían que era momento de lidiar con la más escandalosa situación que pudieron siquiera imaginar que era posible. No obstante, era necesario tener los nervios de acero, así como ser fríos en cuanto a lo que se tuviese que hacer.
¿Un corazón? Que estrambótico...
III
Ya estaban en el exterior de los árboles, y más allá de que era una fachada para cubrir el interior, el interior mismo era lo que las había asombrado por completo; Abby tenía la boca abierta y Diane se la tuvo que cerrar.
Era un monstruoso mercado de cosas diversas; frutas, carne (se desconoce de que tipo), aparatos electrodomésticos, algunos frascos con criaturas extrañas, jaulas con varios animales exóticos, incluyendo algunos Getz, que estaban de contrabando (eso se supo ya que cuando se quedaron viendo a las jaulas de los animales, el vendedor, además de nervioso, las corrió enfurecido; corrección, no enfurecido, lo siguiente.
Siguieron caminando por todo el mercado, teniendo cuidado de no tropezar con el suelo fangoso, lleno de charcos, partes deformes, huecos enormes y lodo. Junto con todo ello, la enorme cantidad de personas y el hedor putrefacto de las lámparas del lugar, hacía demasiado pesado el ambiente.
De todas formas, llegaron hasta un callejón sin salida, del cual, se cubría el suelo con una alfombra. Era algo tan conveniente que ni siquiera pudieran imaginar.
Subieron la alfombra y vieron una alcantarilla.
-Creo que debemos entrar allí – Dijo Diane.
- ¿Crees que alguien nos vea? – Preguntó temerosa Abby.
-Mira alrededor – Dijo Diane, pidiéndole a Abby que viese en su lugar, si había alguien cercano. En realidad, no había gran cosa. Todos estaban viendo el nuevo mayoreo de unas criaturas, con el nombre de Sumehtlca, la cual era como una cabra, solo que con cabeza de viejita y patas de bebé.
-Al parecer nadie nos hace caso – Dijo Abby.
-Entonces entremos – Dijo Diane.
Tras haber levantado la tapa de la alcantarilla, Abby entró primero, cosa que no quiso hacer, ya que le daba asco. Sin embargo, mientras bajaba las escaleras de la alcantarilla, lentamente debido a que le tenía miedo a las alturas, vio que el lugar, además de ser limpio, era demasiado elegante y olía a una sala de cine, con palomitas y telas finas. Después de ello, Diane iba a entrar, sin embargo, una voz atrás la distrajo.
-Disculpe, señorita – Dijo un duende, con voz vieja y rasposa - ¿Me permite acomodar la alfombra?
-Ah s-s-si – Dijo nerviosa Diane – Claro, solo deje que entre.
-Con mucho gusto – Dijo el duende.
Este duende se parecía demasiado a John Travolta, salvo que tenía menos altura, era más arrugado y tenía enormes orejas, como cualquier duende.
Entrando a la alcantarilla, Diane tapó la entrada tomando la rejilla de la tapa de la entrada. Al bajar, al igual que Abby, percibió el excesivo hedor elegante de la alfombra y la esencia de palomitas con mantequilla.
Esto le trajo viejos recuerdos, de muchos años atrás, cuando fue al cine con un sujeto llamado Carlos.
Quizá hayan pasado años, pero recuerda bien esa velada. Caminando por el pasillo oculto de las raíces, vio de reojo muchas estanterías con premios, fotografías y más objetos extraños. En una de esas estanterías había una fotografía de una mujer con un vestido rojo con puntos negros, saludando a un hombre de color, el cual llevaba una sustancia extraña metida en un frasco.
La fotografía decía "Madame Coccinelle & Morgan Crane, Insecta City, 1930" Algo no cuadraba en esa fotografía, puesto a que se sabía que el continente Sibyllano era de su dimensión, y no de esta.
Era aún más extraño, sin embargo, prestó más atención a el olor de palomitas que un seguía habiendo en el lugar. Era un delicioso aroma. Era hipnótico.
No pasó mucho, en su travesía por el pasillo, que llegó a una enorme puerta custodiada por un enorme duende. Media el doble de la altura del promedio.
Simplemente se quedaron viendo, entre los dos, sin decir nada. Al parecer Abby ya no estaba allí, por lo que pudo haber ocurrido dos cosas. O la contraseña era correcta y estaba adentro, o la contraseña era incorrecta y le habían hecho algo horrible. Solo había una forma de saber que sucedió.
- Aclthemus Sintockthum – Dijo Diane.
El duende, sin decir nada más que lanzar una mirada siniestra con una sonrisa horrible, dejó pasar a Diane. Al parecer la contraseña era correcta. Ahora solo debía buscar a Abby.
Todo se tornaba aun más delicioso en el aroma. Era indescriptiblemente diferente al de palomitas con mantequilla que había aspirado hace rato. Se había convertido en un aroma de caramelo con chocolate.
Parecía tan irreal ese lugar y ese olor que le hizo vagar por el interior del pasillo del cual pudo entrar tras el duende enorme. Cuando terminó el pasillo, estaba allí Abby, frente a la entrada al interior de las raíces de los árboles. Ambas se vieron, aunque Abby tuvo que sacar del trance del hermoso aroma a Diane con una cachetada.
- ¡¿Qué?! ¿Qué pasó? – Preguntó Diane.
-Ya estamos aquí – Dijo Abby dando un suspiro.
-Si... Creo que debemos entrar.
-Bien – Dijo Abby - ¿Cómo deberíamos hablar? ¿Qué debemos hacer?
-Pasen sin miedo chicas – Dijo una voz, similar a la de Hókjék, pero infantil, detrás de ellas.
Al darse la vuelta, vieron a una pequeña duendecilla, la cual tenía un vestido de mucama. Ellas vieron detenidamente al extraño espécimen que tenían frente.
-Disculpa – Dijo Diane – Tuvimos un viaje atareado ¿Cuál es tu nombre?
-Me llamo Dvia'rth – Dijo la suave voz del duende – Pueden pasar si quieren ¿Cómo estuvo su viaje?
-Estuvimos viajando durante muchos días para llegar aquí – Dijo Abby con un tono sobreactuado – Necesitamos un pequeño descanso.
Dvia'rth las acompañó hacia el interior del lugar.
¿Alguna vez han visto esos casinos de las películas de mafiosos o de millonarios? ¿Recuerdan los enormes complejos de los super mercados del cine? ¿Parece rodar por su cabeza la imagen de un enorme lugar, similar a una ciudad, llena de luces, mercados, edificaciones y todos esos fantásticos e inimaginables lugares del sueño?
Las raíces de los árboles, por más irreal que pareciera, era una ciudad entera, debajo de esos, para nada pequeños pero humildes, mercados sucios de los árboles.
Hacia una pequeña esquina de las calles luminosas, de colores indescriptibles, vieron una especie de bombilla Tesla, que estaba o parecía estar conectada con el núcleo del planeta.
- ¿Qué es esto? – Preguntó Diane.
-Es la pequeña planta eléctrica ¿Les gusta? – Dijo una voz detrás de ellas. Era una voz grave, masculina y con cierta garraspera.
-Señoritas – Dijo Dvia'rth – Aquí está el dueño de las raíces. El señor B.W. Él se va a encargar de ustedes ahora. Tengo que trabajar.
El señor B.W. era un duende con traje, una corbata azul. Tenía la frente pulida, no tenía ojeras y tenía manos gastadas. Tenía, a diferencia del hedor agradable y azucarado del lugar, una esencia a tabaco o a cigarro.
-Gracias primor – Dijo B.W. quien le dio una nalgada a Dvia'rth, quien dio un leve gemido, con una pequeña risa.
-Bien, señoritas – Dijo B.W. dirigiéndose hacia Diane y Abby - ¿Ustedes son las nuevas?
Ambas se miraron mutuamente con los ojos abiertos, sin embargo, la respuesta fue distinta de las dos.
-Si – Dijo Abby.
-No – Dijo Diane.
Ambas al unisono.
B.W. se confundió por completo, sin embargo, rápidamente Diane cambió su respuesta.
-Disculpe, sí. Es que estoy exhausta. Llevo días viajando... mejor dicho, llevamos días viajando para llegar aquí.
- ¿Ustedes vienen de parte de Hókjék? – Dijo B.W.
-Si señor – Dijo Abby, quien rápidamente se tapó la boca, con cierta ingenuidad.
Diane la vio con enojo, pero con miedo a la vez. Entonces B.W empezó a reírse un poco.
-Jamás pensé que él tuviera el valor de hacerme saber de él. No se si les dijo, pero soy viejo amigo de él. Hókjék fue un viejo compañero de la escuela y que me acompañó en el trabajo. Llego un punto en el que ya no quiso hablarme porque según "yo era un mentiroso".
B.W. las invitó hacia un restaurante, estando todavía bajo los efectos de la felicidad de saber de Hókjék.
Estando adentro, viendo un lugar elegante, similar a un restaurante de alta categoría, se sentaron en una mesa de tres, donde un mesero le ofreció a B.W. una cerveza; Diane y Abby también pidieron una.
-Como les decía – Continuó más cómodo B.W. - Llevaba mucho tiempo sin saber de Hókjék.
- ¿Cómo lo conoció? – Preguntó Abby.
-Él me defendió cuando me hacían burla en la escuela – Respondió B.W. con una lata de lo que parecía ser soda, que traía dentro de su saco – Siempre tan cortes y amable.
Mientras intentaba abrir la lata, con trabajo y enfados entre dientes, Diane empezó a pensar acerca del corazón ¿Cuál será la parte central de las raíces?
Sus pensamientos se detuvieron en seco cuando la lata explotó, manchando la ropa de Diane y Abby. Las dos quedaron empapadas de soda, la cual no olía muy bien que digamos.
-Oh no no no no – Dijo B.W. nervioso – En verdad lo siento.
-No se preocupe – Dijo Abby, sintiéndose apenada y riendo.
-Maldita sea – Dijo entre dientes Diane.
-En verdad, no era mi intención que esto pasara. Miren, hay un hotel cerca y puedo comprarles algo para vestir. En verdad, no quería que esto pasara ¿Quieren cambiarse de ropa? – Preguntó amablemente B.W.
-No, estamos... – Abby fue interrumpida por Diane.
-Si es muy amable, por favor – Dijo Diane
-Vuelvo en seguida, ahí le dicen a Jaert que ahí está el dinero y su propina – Dijo B.W. mientras dejaba, en el centro, dos babosas muertas y un gusano con pus; que repugnante forma de pagar.
Diane vio a Abby, quien tenía confusión de lo que ella estaba haciendo.
-Si tenemos suerte – Dijo Diane -, puede que a donde nos lleve, nos acerque al corazón.
- ¿Tu crees? – Preguntó Abby.
-Puede ser, puede ser que no. Pero parece alguien poderoso. Si logramos hacer que se vaya a nuestro lado, podemos llevárnoslo y largarnos de aquí.
-No creo que sea tan tonto.
-Abby – Dijo Diane con una sonrisa que solamente Abby le ha visto una vez en su vida – Nos aceptó sin preguntas fácilmente. Además, conoce a Hókjék. Quizá él pueda ayudarnos con lo que le ocurrió a él y a su hijo. Así que mira. Solo vamos a ver que podemos lograr ¿Estás conmigo o en mi contra?
- ¿Qué? – Dijo Abby confundida.
-Oh – Dijo Diane con el rostro apenado y riendo – Disculpa. Es que vi Ben Hur hace unos días.
-Teatral como siempre – Dijo Abby.
-Solo sígueme la corriente ¿Quieres?
Abby asintió con la cabeza.
- ¿Crees que nos quiera en su cama? – Preguntó asustada Abby.
-No llegaremos a su cama, pero podemos pretender que sí, solamente para pedir su ayuda. Claro, si es que es tan sinvergüenza para pedir eso – Diane le dio una palmadita en la espalda a Abby.
Abby se desmayó.
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