—Felicidades, Eun Bi, eres una gran hija, estamos orgullosos de ti. —Dijo la propia Eun Bi para luego tomar de su copa.

Se encontraba sola, celebrando su cumpleaños en casa. No era la primera, ni la segunda vez que lo hacía. Había sido así desde los 13 años. Sus padres la amaban, como todos, trabajaban y descansaban, pero no sabían como demostrarle a su hija única que la querían.

Hace algunos años, la pequeña Eun Bi había pedido su espacio diciendo vez tras vez que ya era madura y que no necesitaba a nadie a su lado; sus padres se lo tomaron muy enserio, tanto que no la acompañaban a sus eventos, ni siquiera a su cumpleaños por temor a que esta se molestara.

Y eso había pasado antes, en sus cumpleaños 15, 16 y 17, cuando sus padres habían intentado ser parte de la fiesta, pero resultaron ser echados de la fiesta. Eun Bi los había humillado ante sus amigas, creía que era mejor estar sin ellos que con ellos.

Pero se había equivocado, y su subconsciente se encargaba de atormentar cada uno de sus días con expresiones como: "Si no los hubieras humillado de esas formas, estarían partiendo el pastel en este momento".

Ella sabía que era su culpa. Pero tenía el orgullo tan grande, que no le cabía por el culo tener que disculparse. Ni aunque fueran sus padres.

Sin más, llamó a Yerin, quien no tenía tampoco idea de que cumpliera años, simplemente porque Eun Bi siempre evitaba el tema.

— ¿No quieres salir? —Dijo algo apagada.

—Nos íbamos a ver en Pink–land, ¿no? —Respondió con la respiración agitada.

—Oh, lo olvidé. —Asentí— ¿Qué estás haciendo?

—Nada. —Se apresuró a responder.

—Es que...

—Adiós. —Colgó.

Sumamente extraño.