Crimen

La espera me agotó, ya es definitivo. No sé nada de Daniela. Me lo habían advertido todos mis conocidos, mis padres, hasta su familia. Y yo no hice caso, por confiado, creí que ella siempre estaría ahí para mí, y no.

Me equivoqué.

Mi error fue tener las prioridades volteadas, primero mi trabajo, después los afectos, creyendo erróneamente que siempre estarían ahí para mí.

Hoy estoy solo.

Mi padre murió de vejez, atrás de él se fue mi madre, nunca tuve hermanos, y mi familia era acotada y distante, casi desconocidos para mí. Sólo me quedaba Daniela, mi novia de la facultad, del CBC para ser más lejano. Jamás nos separamos desde aquella tarde en que compartimos un café aguado en la cafetería de la facultad, mientras trataba de explicarle los sucesos más relevantes en doscientos años de historia argentina.

Yo quería estudiar abogacía, Daniela arquitectura. Yo llegué a la meta y obtuve mi título, Daniela se bajó del CBC cuando se dio cuenta de que lo que le gustaba no eran los detalles arquitectónicos, sino las fotos de estos edificios que ella tanto admiraba.

Daniela tiene su propio estudio dedicado a producciones fotográficas de cualquier índole. Fiestas, publicidades, books de fotos para modelos, y hasta gráficas para cine, teatro y televisión. Más de una vez sus fotos han sido parte de la cartelería de la calle Corrientes. Para esta parte, estarán pensando que Daniela era la figura pública de nuestra relación.

No. Muy a mi pesar, yo sí era una figura pública. Si tan sólo no me hubiera comido la ambición, hoy estaría intentando sacar reos por robos a mano armada en el almacén del barrio. Yo era abogado penalista, de esos que le dan miedo a la parte querellante, ese que le reducía la condena a los excesivamente culpables, cuando en el peor de los casos no podía torcer las cosas para eximir a mis defendidos. Injustamente, claro está, pero era mi trabajo. Me había entrenado para mentir cuando fuera necesario.

Todos mis casos eran de trascendencia en los medios de comunicación, y todos mis honorarios eran de cinco cifras, en el peor de los casos. Trabajaba día y noche, buscándole la quinta pata al gato, la trampa en la ley. Siempre ganaba, jamás perdí un caso, porque una condena reducida también era ganar.

Y descuidé a Daniela, comencé a llegar tarde a casa, encerrado en mi estudio buscando jurisprudencia que me ayude en mis casos. Dejé de acompañarla a sus eventos, sólo lo hacía cuando era alguna avant premiere en donde había cámaras, y terminaba opacando su trabajo cuando algún periodista comenzaba a preguntarme por mi actual defendido.

La desilusioné, eclipsé su arduo trabajo, la hice a un lado muchas veces por la exigencia de mi profesión. Olvidé fechas, cumpleaños, aniversarios.

Me olvidé de ella. Me olvidé de vivir. De vivirla.

Hoy veo que dejó tanto en mí como para sentirme lo suficientemente miserable y pobre. Porque todo en mí siempre fue al revés, mi vida vacía y la cuenta bancaria llena. Y acabo de darme cuenta de que sería más feliz si fuese al revés. Sería capaz de vaciar mi cuenta para volver a llenar mi vida de vida, por más redundante que suene. Pero el dinero no compra felicidad y afectos, sino ya lo hubiera hecho, lo comprendí tarde.

Daniela me dejó por su asistente, y era lógico. Pasaba más tiempo con él que conmigo, de seguro fue su confidente cada vez que discutíamos. El día que llegué y vi que sus cosas no estaban, supuse que tenía alguna producción de fotos en el interior, y que no me lo había dicho porque esa mañana habíamos discutido por mi falta de atención. Esa noche me acosté en llamas, enfurecido. Al pasar de los días, como en un lento degradé, supe que la había perdido para siempre. Porque ninguno de sus viajes duraba más de una semana, y mal que mal solía llamarme, a pesar de sus enojos, a pesar de mi indiferencia cada vez que me interrumpía en mis audiencias.

Y lo supe, y no me lo contaron, lo vi yo mismo en la tapa de una revista amarillista cuando fui a comprar mis diarios, esos que me informaban cómo veían los medios mis casos. Era Daniela en la tapa, en una foto de paparazzi, a los besos con su asistente. Una rápida traición, demasiado rápida para llevar dos semanas sin noticias de ella, y no sólo yo lo pensaba. Esto venía de larga data, y yo estaba tan inmiscuido en mi profesión que no lo supe ver. El titular de la revista hablaba por sí solo, estaba más que confirmado que habíamos salido del amor.

Daniela Mondragón: ¿Separada de Padilla?

Tomé una revista, y la sumé al pilón de diarios para que el canillita me cobre la suma total. Comprar esa revista era aceptar la derrota, tal vez me lo busqué con mis actitudes de mierda. Lo que sea, debía aceptar la realidad y hacerme cargo de mi accionar.

—No se angustie por una ingrata, doctor. Una mujer que deja a un hombre como usted por un pendejito no merece respeto.

Ese simple intento de levantarme el ánimo fue el primero de todos mis calvarios. No solo tuve que soportar el peso de mis cuernos, sino también las guardias de los periodistas de chimentos en la puerta de mi departamento. Todo el resto de mi vida seguía igual, en los juzgados siempre me miraron mal, nada cambiaría allí.

Pero mi ego iba a estallar, ahí donde Daniela no estaba. Envejecí de golpe al verla en todos lados, revistas y programas de chimentos, contando sutilmente y sin hablar mal de mi persona, cómo la relación de tantos años se había desgastado, y cómo había encontrado frescura al lado de Joaquín, su asistente treintañero. Y los pseudo periodistas de espectáculos festejando cómo ella había apostado al amor con un hombre diez años menor. Los celos me carcomían una y otra vez. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Si no olvido, moriré.

Lo pensé. Lo medité. Y lo ejecuté.

Ese mismo hidromasaje, que en muchas ocasiones estuvo rodeado de velas y perfumes exóticos, hoy está lleno hasta el borde de un agua rosada, un lento degradé del rojo granate que la tiñe.

¿Cuánto falta?

No lo sé, ya me debería haber ido. Espero que lo suficientemente poco para terminar con esta agonía.

¿Si es muy tarde?

No lo sé. No miré la hora cuando vine al baño, ya no tenía sentido, pero era de noche. Y respecto a Daniela, quizás si hablábamos, si reconocía mi error, si perdonaba su infidelidad, podríamos haber empezado de nuevo. Pero mi ego no me lo permitiría. Si no olvidaba moriría, y no podía olvidar lo que me hizo. ¿Qué otra cosa puedo hacer entonces?

Ahora sé lo que es perder.

Es la primera vez en mi vida que pierdo, y pierdo todo de un saque. Ya es hora de dejarla ir, de dejarlo todo, de dejarme ir. Cerré mis ojos.

Pobre tipo, no lo soportó. Tenía todo, y aún así era infeliz —comentó el policía que encontró mi cuerpo sin vida a su compañero.

Se lo ganó. La mina lo mató en vida cuando lo dejó. Ahí tiene su merecido por defender a tanto delincuente, otro crimen quedará sin resolver

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Lo prometido es deuda, el resultado de mi mini desafío. Arrasaron con esta canción, y acá la tienen. Y como Wattpad no me deja dedicar a más de una persona, acá les dedico a los que votaron:

Ceci-all, Denise_83 y tecnojab

(sebymelano44 se lleva la dedicatoria del capítulo por ser el primero en votar)

Y de yapa: una versión que me vuela la cabeza, de la ya disuelta banda Salta la Banca.

Y tampoco podía faltar la versión de dos maestros: Calamaro y Bunbury

A los que votaron, gracias por empujarme a escribir un cuento que hace años viene rondando mi cabeza, y que jamás me senté a escribir. Siento un alivio enorme al haberle dado vida a una historia que, por H o por B, jamás la dejé salir de mi cabeza. Y acá está. Mis gracias totales para ustedes.

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