Cae El Sol
A veces me pregunto qué hubiera pasado si ese día no hubieses ido acompañada de tu tía Regla a la cita. Okey, jugamos un buen rato, dos horas de Economía para ser exactos, pero no pudimos dar vuelta el nivel final por tu maldita visita.
Fue un revolcón rápido, se hizo todo lo que se pudo, teniendo en cuenta el tiempo, las circunstancias, y el espacio reducido del cubículo del baño clausurado. Valeria había mellado toda mi voluntad y mi respeto hacia ella, tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. Qué más daba, un mes más y chau secundaria, chau Valeria, chau todo.
Se podría decir que Valeria era mi amiga, fue la primera que me dio charla cuando entré al curso en el último año. Era una chica bastante inteligente, tenía la capacidad de entender los temas con facilidad, recuerdo que me ayudaba a estudiar las materias que me costaban. Sin embargo, cualquiera que no la conocía, pensaba que era del grupo de los problemáticos, de los vagos. En más de una oportunidad la he visto hacerle frente a los profesores, a los preceptores, y siempre estaba holgazaneando en los pasillos con su grupo de amigos. Sí, siempre rodeada de varones, y muy mal vista por muchas de las chicas.
Valeria vivía rodeada de hombres porque establecía una conexión de amistad que pocas mujeres podían lograr. Sí, tenía sus romances fugaces, ella podía tener al que quisiera, pero siempre existe una figurita difícil en el álbum.
Yo era su figurita difícil.
Valeria siempre me demostró sutilmente su interés. Y yo no soy boludo, me doy cuenta cuando una mujer me tirotea, pero con ella no quería. La conocía lo suficiente como para saber que, en el fondo, era una chica dulce y no merecía un sinvergüenza como los que la rodeaban. Porque yo también era así en ese momento.
Y tanto me provocó que terminé cediendo, bajo la condición de que era por única vez, y que no le dijera a nadie lo que había sucedido en ese baño clausurado de la planta baja. Así fue, y si bien al volver al aula fuimos el centro de atención, a pesar de que entramos por separado, nuestra pequeña desaparición pasó al olvido con el fin de ciclo.
Terminó el año, terminó nuestra etapa colegiala, y jamás volví a saber a Valeria. Hasta que la vi de nuevo.
Era jueves, hora pico vespertina, y para variar había corte total en la 9 de Julio. Desplazarse por tierra desde Monserrat hasta Retiro no era imposible, pero sí una pérdida de valioso tiempo. Opté por la solución práctica y concurrida, el subte.
Me tomé la C en Avenida de Mayo, con dirección a Retiro. No era muy amante del transporte subterráneo. Aglomeración de gente, Buenos Aires... Buenos Aires, humedad... Siempre preferí el colectivo para llegar al Mitre en Retiro, y así volver a casa. Tenía examen en la facultad y no podía darme el lujo de perder mucho tiempo, caminar tampoco era opción, y menos con una columna de manifestantes encapuchados.
Aproveché el intercambio de la combinación para colarme en el atestado subte, el contrato social dice que primero hay que dejar bajar para luego subir, pero en un día caótico todos lo ignoramos, yo fui el primero en hacerlo. Me hice un lugar de frente a las puertas de abordo, bien al medio para no tener que ceder el lugar. De todos modos, quedé alerta al pasaje, lo último que me faltaba era que por ser un hombre joven me putearan por no ver a algún anciano, embarazada o discapacitado.
Pero ninguno de esos especímenes subió, creo que hubiera preferido ceder el asiento en vez de verla nuevamente después de 7 años. Subió en Lavalle, de pedo la vi, con la cantidad de gente que había ese día todavía no sé cómo es que la reconocí después de tantos años.
Subió por la puerta a mi izquierda, y como seguía siendo menudita, se acomodó de mi lado, en el extremo izquierdo de la fila de asientos. Se agarró de un pasante y comenzó a observar el gentío.
Y me vio sentado en el medio. Y sonrió, bajando la mirada mientras afianzaba sus auriculares en sus oídos. Esperé a que se acercara a saludarme, pero permaneció en su lugar, regalándome fugaces miradas mientras yo la observaba fijamente, invitándola a venir hacia mí, a sabiendas de que no había lugar en donde pararse.
Y cuando menos me di cuenta, el subte había llegado a Retiro. Abrió sus puertas y la gente comenzó a bajar en manada, era el momento de alcanzar a Valeria. Me puse de pie como si me impulsara un resorte, y todo sucedió en cámara rápida.
Valeria no bajó, sino que se sentó en el asiento de enfrente, al lado de la puerta. Y era lógico. De seguro iba hacia Constitución, pero como los vagones estaban saturados de gente en dirección al sur, no tuvo más remedio que viajar en sentido contrario para permanecer en el vagón una vez que arrancara a su destino.
Y yo dormí pensando todo eso, y su fila de asientos aterciopelados se colmó. Tenía que tomar una decisión rápida. O bajaba y la perdía, o permanecía en el tren hasta que alguno de los dos tomara la iniciativa de acercarse al otro, a sabiendas de que perdería media hora más hasta llegar a Retiro nuevamente.
Y me senté de nuevo, pero esta vez un poco más cerca de ella, quedando los dos casi frente a frente.
Todo el trayecto fue un cruce de miradas cómplices, dentro de lo que el gentío nos permitía. Pude observarla mejor, sus facciones adultas, el uniforme de encargada de un local de comidas rápidas al que yo era habitué, y esa sonrisa que me invitaba a rememorar nuestras épocas escolares.
El tren llegó a Constitución, y nuevamente la manada. Había quedado tan embobado que ya no me importaba perder el asiento, el tren, mi valioso tiempo. Me paré decidido a encararla pero ya había desaparecido. Bajé del subte y comencé a buscarla entre la gente que iba robotizada hacia la combinación con el Roca, sin éxito. Valeria había desaparecido.
Desde ese día abandoné mi hábito del colectivo y empecé a desplazarme en subte, a ver si en una de esas corría con la misma suerte de aquel día. Cada vez que volvía al subte me sentía raro, como si todavía estuvieran sus ecos mudos. Desde aquel puto día, cada día al despertarme lo único que quería era encontrarla y al fin volver a jugar como aquella vez. Cuando cae el sol, aún sigo soñando con Valeria. Y cuando sale el sol, no la puedo encontrar.
Cada vez que me subo a un subte se repite la misma historieta. Es como si ese día Valeria me hubiese arrojado a la inercia de buscarla sin novedades, sin decepciones. Porque si ella no hubiese iniciado ese juego de seducción yo no hubiese rememorado aquellos días. Y ahí lo comprendí, yo quería encontrarla para concretar lo que no se pudo hacer aquel día.
Y sólo por eso la seguí buscando en el subte, pero todos los días tenían un mismo final. Y me sentí estúpido y pajero, afuera del subte el mundo seguía, y yo era uno más buscando en el mar de gente algo que no era para mí.
Pero lo pensé bien, un extraño destino hizo que nos volviéramos a ver. Y una oscura verdad me cacheteó diciéndome que si no la encontré, por algo sería. Preferí pensar que esas vicisitudes para encontrarla eran tan solo tropiezos, en castigo por debatirme entre amar o callar en aquellos años.
Sí, me di cuenta en esos días de búsqueda que yo amaba a Valeria, y por amarla es que nunca acepté tener algo con ella. Por pendejo pelotudo ahora estoy en esta situación.
Pase meses buscándola, cuando me di cuenta que el subte no me llevaría de nuevo hasta ella, porque de seguro también aquel día ella lo utilizó como medio de transporte excepcional, al igual que yo, mudé mi búsqueda a la superficie.
Anduve caminando por calles al azar, por calles vacías. Rastrillé a pie casi todo el perímetro que abarca la línea C, cada tiempo libre que tenía lo abocaba a buscarla. Visité todos los locales de comida rápida para el que Valeria trabajaba, sin éxito. Por más que preguntaba, obviamente los locales no brindan información personal de sus empleados.
Seis meses después abandoné mi búsqueda, cansado, fastidiado, y algo avergonzado conmigo mismo. Había perdido mis materias, esas que iba a estudiar convencido aquel día que la vi de nuevo. Retomé mi vida y seguí en donde me había quedado.
Y de nuevo, un año después, cuando ya me había olvidado de aquel rally sin sentido, volví a verla.
Puerto Madero. El mismo local de comidas rápidas que había visitado en mi búsqueda ampliada, porque la línea C por ahí no pasa. Estaba esperando mi pedido, cuando la vi tras el mostrador, arengando a su equipo de trabajo. Ni lo dude, hice mi pedido y acto seguido, solicité hablar con la encargada.
Valeria se acercó, y con mucha cordialidad me preguntó cuál era mi problema.
—Vale, soy yo. ¿Ya no te acordás de mi?
—Señor, discúlpeme, pero creo que se confundió. Yo no me llamo Valeria, me llamo Catalina.
Seis meses de mi vida buscando a una desconocida. Yo no soy más boludo porque no tengo tiempo, y el poco que me queda lo gasto en buscar a una falsa Valeria.
Soy un imbécil.
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