Capítulo 41: "Color brillante y cálido"



♥(͡° ͜ʖ ͡°) 41. "Color brillante y cálido" (͡° ͜ʖ ͡°)♥


«¿Qué pasó?»

«Lía»

«Lía no sobrevivió»


Me miro al espejo de cuerpo entero y aprecio el vestido floreado que encontré la última vez que fui de compras con Susana e Isabela.

Mi panzota está enorme, aunque tal vez lo vea así porque soy primeriza y no estoy acostumbrada a tenerlo tan grande.

Agarro la chaqueta negra para no lucir tan brillante con tanto amarillo. Solía considerarlo un color despampanante que podría dejarte ciega si lo miras demasiado tiempo. Rodeo mi cuello con la bufanda amarilla y compruebo que todo esté en orden.

Me intimidaba y evitaba usarlo seguido ya que lo menos que quería era resaltar.

Pero hoy tengo que usarlo.

Salgo de mi habitación y las voces se callan en cuanto notan mi presencia.

Las chicas se levantan del sillón para apreciarme con una nostálgica sonrisa. No hay señales del conde, seguramente se escapó apenas encontró la oportunidad.

—Estás hermosa —dice Susana.

Las tres nos sonreímos.

—Estoy lista. —Suspiro para despejar mis nervios.

El conde aparece y me lo quedo viendo. Se ha cambiado. Lleva puestos pantalones negros de vestir y una camisa del mismo color, además que carga en la mano una chaqueta de cuero que hace juego con su oscura alma.

—¿Va a ir a un funeral o qué? —le bromeo— ¿Por qué está vestido todo de ne...?

Enmudezco y me giro hacia las chicas. Sus gigantescas sonrisas confirman mis sospechas.

—Andando —ordena la cabecilla.

Isabela se me acerca, rodea su brazo con el mío y me lleva a la salida.

—¿Por qué lo invitaron? —le pregunto a susurros ya que los otros nos andan pisando los talones.

—No podíamos no hacerlo luego de que preguntó a dónde íbamos —se excusa también a susurros.

—¿Por qué no? Ustedes me han rechazado varias veces sin siquiera titubear, y se supone que yo soy su amiga —me pongo a la defensiva.

—No parecía correcto —murmura con un dejo de tristeza.

Arrugo la frente al no comprender.

—¿Qué les dijo? —La miro.

—Lo necesario. —Sonríe.

No estoy entendiendo nadita.

Es un asco que te dejen el chisme a medias. No, es una completa tortura.

—O me dices lo que les ha dicho o te juro que te muerdo la cara —amenazo bajito.

Entramos al ascensor y se me queda mirando.

—Parece que ya estás en esa etapa del embarazo. —Asiente, meditando sus opciones—. Está bien, te lo diré.

Sonrío en victoria.

—Pero después.

Gruño en ira.

—Prometo que lo haré —agrega apenas nota mi cara de asesina serial—. No me muerdas, por favor.

Cierro la boca y oculto mis dientes sedientos de sangre.

—Bien —acepto de mala gana—. Pero lo prometiste. —La señalo.

—Pero no prometí cuando. —Y sale corriendo justo cuando las puertas del elevador se abren.

Abro la boca para gritarle, pero me contengo ya que no debo alterarme. Así que camino con toda la tranquilidad del mundo, asegurándome de mantenerme serena.

—Yo conduzco —grita mientras se aleja.

¡La voy a morder!

—¿Por qué está tan apurada? —pregunta Susana al alcanzarme.

—Para proteger su bello rostro. —Entorno los ojos sin quitarle la vista de encima a mi nuevo objetivo.

Me rodea con sus brazos y continuamos caminando pegaditas.

—Aún tienes la bufanda —comenta.

Toco la prenda y la sujeto como si fuera el soporte que evita que me caiga.

—Creí que lo había perdido. —Exhalo con pesadez—. Pero la encontré por casualidad cuando buscaba fotos antiguas.

—Me pasó algo similar. —Exhala con fuerza—. Buscaba algo amarillo y encontré estos pendientes. —Acomoda su cabello hacia atrás para que pueda apreciar los aretes con forma de flor bañada de amarillo—. Ni siquiera recordaba que aún lo tenía —se le rompe la voz.

Respira hondo para recomponerse y el siguiente tramo hasta el auto lo cruzamos en silencio.

Hoy está prohibido llorar. Se lo prometimos.

Ingresamos al auto, el conde y yo atrás, y las tres nos sonreímos ya que estamos juntas en esto.

A los pocos minutos en carretera me quito el sobretodo negro porque siento que me estoy derritiendo.

—¿Estás bien? —pregunta el conde.

—Seh. —Suspiro hasta vaciar mis pulmones—. Obviando el hecho de que estoy sudando como si estuviera en un sauna... estoy medianamente bien.

—Tal vez esto te sirva.

Desvío la mirada de la ventana hasta su mano levantada que sujeta un pequeño objeto rosa.

—¿Qué es eso? —curioseo.

—Dame tu teléfono —pide con suavidad.

Se lo entrego al instante.

Coloca la cosa con patas en la parte baja de mi celular y sus patas de repente empiezan a dar vueltas.

—Es un ventilador —aclara.

—Wow —digo maravillada.

Recibo de vuelto mi teléfono y lo acerco a mi cara para disfrutar la pequeña brisa que consigo gracias a la ingeniosa cosa rosada.

—¿De dónde lo conseguiste?

—Me lo regaló Maya —responde con prisa.

—Debí imaginarlo. —Sonrío—. Solo ella conseguiría algo así de increíble.

—Si aún tienes calor puede probar quitándote la bufanda —propone.

—No. —La sujeto con la mano libre—. Estoy bien así, gracias. —Lo miro.

Tal vez sea porque tiene activada su cara de bótox que me siento reconfortada. He llegado acostumbrarme a ella que se ha vuelto un tranquilizante para mí.

No me hagan caso, solo ando diciendo incoherencias debido a las hormonas.

El auto se detiene y me atrevo a mirar la casa que tenemos a nuestro lado.

La casa de Beatriz.

Los demás no tardan en salir y aprovecho en dar una última respiración profunda antes de seguirles.

La puerta se abre antes de tiempo y levanto la mirada hacia la persona que la ha abierto. El conde.

Me ofrece su mano y choco los cinco con ella.

—Se va a necesitar más que eso para sacarme de aquí —explico de mala gana.

Disculpe usted, conde herpes, por no ser tan liviana como las chicas con las que suele salir, seguro son tan delgadas que con puedes cargarlas con solo una mano.

Susana e Isabela vienen al rescate y me sacan como si fuera un muñeco inflable, con mucho cuidado porque esos muñecos son bien costosos.

Sus toca el timbre y el pequeño Steven es quien nos abre.

—¡Tía Amelia! —Me rodea con sus bracitos.

Su reacción me toma por sorpresa.

—Te dije que te extrañaban —dice Susana.

Acaricio la cabeza del pequeño al que acepto he intentado evitar ver porque aún siento algo de culpa. Y cada vez que veía a los hijos de Beatriz escuchaba una voz que me acusaba de ser hipócrita, que me decía que no tenía derecho de verlos porque no fue una buena amiga.

Inhalo profundo y voy exhalando por la boca poco a poco hasta hacer desaparecer el nudo en mi garganta que intenta hacerme llorar.

—¿Qué trajeron de comer? —pregunta el pequeño sin despegarse de mí.

Las tres nos reímos.

—Tu preferido —comenta Isabela—. Pie de manzana.

—Síiiiii. —Sale corriendo.

—¿A dónde va? —pregunto.

—A pasarle la voz a Clara —explica Susana—, también es su favorito.

—Aaah. —Asiento—. Por desgracia últimamente también es el mío. —Sacudo la cabeza, reprochándome por tener tan malos gustos.

—Por suerte trajimos varios envases.

Las tres nos giramos hacia el conde, quien anda cargando la montaña de pie.

Después de todo no fue tan malo traerlo.

No perdemos más tiempo e ingresamos a la casa.

—¿No le pesa mucho? —le consulto ya que es el último en entrar.

—He cargado cosas peores —asegura.

—¿Me está llamando gorda? —me ofendo.

Se adelanta sin decir nada. Hombre astuto.

—¡Tía Amelia! —Mattew, el más pequeño de los hermanos, corre hacia mí y me abraza como puede ya que mi panzota se interpone en su camino—. ¿Qué le pasó a tu estómago? ¿Comiste muchos dulces?

Me río ante tanta adorabilidad.

—Algo así. —Acaricio su ondulada cabellera.

—Mamá también comió muchos dulces antes de morir.

Me petrifico ante sus directas palabras. ¿Qué se supone que debo decir?

—Mattew, ve a lavarte las manos, ya vamos a comer —ordena Clara, la hermana mayor, mientras se acerca de brazos cruzados.

Me quedo mirándola al notar un detalle. Cada día se parece más a su madre.

—Hola, tía Amelia. —Me abraza con suavidad, pero poniendo una ligera presión—. Gracias por venir.

—No me lo perdería por nada —aseguro.

Nos separamos para sonreírnos.

—Mi habitación está libre por si necesitas descansar un poco —usa el mismo tono dulce de Beatriz—. La tía Susana nos dijo que no te has sentido muy bien y que el doctor te recomendó guardar reposo. —Arruga su frente—. ¿Estás segura que puedes estar aquí? Lo entenderíamos si te vas temprano.

Trago saliva, o lo intento.

Sé que lo dice porque está notoriamente preocupada por mí, pero eso no evita que piense que en realidad lo dice porque no me quiere aquí.

—Quiero quedarme —musito—, si no te incomoda.

—¿Incomodarme? —Enarca una ceja.

Sacudo la cabeza ya que no debí decirlo en voz alta. Lo último que quiero es molestarlos con mis inseguridades.

—¿Dónde está tu papá? Quisiera saludarlo. —Sonrío como puedo.

—Está en el comedor con los demás, ya vamos a comer. —Entrelaza su brazo con el mío—. Te llevo.

Me concentro en mirar hacia el frente mientras soy guiada a la siguiente habitación.

Reconozco a algunos parientes de Beatriz y Peter, dispersados alrededor de la mesa para acomodar los platillos que cada invitado ha traído.

Tanto en la decoración como la vestimenta de los presentes resalta el amarillo, algunos vistiendo casi por completo con prendas de ese color y otros con al menos una prenda.

Las chicas y el conde también están ayudando, y a simple viste este último resalta con su aura oscura.

—Clara, cariño, ¿puedes traer más cubiertos? —Su padre se nos acerca.

—Ya vuelvo. —Curvea la boca y se marcha.

—Gusto en verte, Amelia. —Me sonríe—. Cuando confirmaste que vendrías los niños hicieron guardia en la ventana esperando tu llegada. —Le causa gracia el adorable entusiasmo de los pequeños.

—Lo siento por no venir antes —me disculpo con pena.

Sacude la cabeza.

—Lo primero es tu salud —vocaliza bien cada palabra—, luego nos visitas todo lo que gustes, por ahora debes descansar.

Respiro hondo y exhalo.

Escucharlo hablar con tal gentileza y sin pizca de resentimiento hacia mí me confirma que todo está en mi cabeza, que alguien como Peter no me odiaría por más torpezas que cometa.

Aunque... el que se preocupe por mí me asusta porque tal vez estoy haciéndole recordar momentos no tan agradables.

Genial, me libro de una y consigo uno nuevo.

—Gracias —digo una vez noto que nos quedamos en silencio bastante tiempo.

Me sonríe y me guía hasta mi asiento.

La mesa ha quedado preciosa, y cada uno se acomoda en un puesto vacío hasta llenar la larga mesa que ha sido usada para muchas cenas y celebraciones.

Por supuesto el conde está a mi izquierda y un primo de Peter a mi derecha. Les sonrío a las chicas que tengo al frente y todos levantamos nuestro jugo de papaya para hacer un brindis.

El doctor se pone de pie para hablar.

—Hoy mi querida esposa habría cumplido un año más, y tal como fue su deseo, lo celebramos en su honor y rodeados de su color favorito, el amarillo. —Sonríe mirándonos a cada uno—. Cuando hablamos cómo quisiéramos ser recordados no creí que tendría que hacerlo tan pronto... —Se detiene ya que se le rompe la voz. Respira hondo para recomponerse—. Pero sé que ella estaría muy feliz de tenerlos a todos reunidos cumpliendo su último deseo. —Todos asentimos—. Técnicamente no fue el último, pero como hay niños presentes no lo mencionaré. —Nos reímos bajito—. Feliz cumpleaños, Beatriz.

—Feliz cumpleaños —decimos en coro.

Chocamos nuestros vasos y la cháchara inunda el lugar.

Y aunque el ambiente está alegre y lleno de sonrisas, las ganas de llorar no se han ido.

Con las manos sobre mi regazo intento quitármelo a pellizcos. Prefiero sentir dolor que tristeza, al menos lo primero me resulta más sencillo de soportar al ser algo físico.

Me paralizo en cuanto una mano cubre las mías. Levanto la mirada hacia el conde, el dueño de la enorme extremidad.

Él está como si nada comiendo con su mano libre.

—Pellízcame a mí —murmura.

Frunzo el ceño ya que tardo en captarlo. ¿En serio se está ofreciendo como tributo de mis pellizcadas?

Bueno, ya que insiste.

Suelta el tenedor a la primera estrujada de su piel. Ja, creyó que no lo haría.

Sonrío ya que me siento mejor y le devuelvo su mano para que se la sobe, que se la he dejado roja.

—Esta papaya está deliciosa —comento luego de darle un gran sorbo.

—Yo mismo lo preparé —dice el primo a mi derecha—. Si gustas puedo darte la receta.

—¿En serio? —Le sonrío.

—Después de comer te paso el dato. —Me guiña un ojo.

Arrugo la frente ante su gesto tan random y me concentro en comer.

De repente siento un poco de frío a mi izquierda, pero cuando volteo solo veo al conde comiendo mientras enseña la cara de bótox evolucionada en su último nivel.

Rayos, ya se molestó por el pellizco que le hice.

¡Pero si él se ofreció!


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¡Hola! :3

Capítulo larguito porque me daba pena partirlo :3

Escribir este cap me trae recuerdos de mi abuela, quien hace poco cumplió 2 años de fallecida. Y puede que se haga más "fácil" en cada conmemoración que se realice en su honor, pero siempre habrá un momento en el que se te cierra la garganta y las lágrimas quieren salir. Por más animada que quieras estar, la pérdida siempre dolerá sin importar el tiempo que pase.

PD: ¿Ya te uniste al chat de telegram de lectores e.e? El enlace para entrar lo encuentras en mi perfil o también puedes pedírmelo al privado :3

¿Preguntas?

¿Teorías de lo que pasará en el siguiente cap?

¿Frase favorita?

Aprecio, agradezco y atesoro cada comentario que me dejas. Quiero que sepas que los leo todos aunque a veces no pueda responderte, siempre te leeré y te querré por ello. Me apoyas muchísimo con cada comentario, así sea algo cortito, me animas e impulsas a seguir escribiendo, además que se siente menos solitario por aquí (͡° ͜ʖ ͡°)

Si quieres fangirlear conmigo o contarme qué te pareció cada cap, mi privado siempre estará abierto para ti, en cualquiera de mis redes, y no tengas pena en etiquetarme, yo encantada y honrada quedaré (͡° ͜ʖ ͡°)

Vale rie*

Los adoro

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