Capítulo 49: "Extrañaré lo sabroso"

«¿Cuántas Amelí se necesitan para cambiar un bombillo?»

«¿Cuántas?»

«Ninguna, porque su caballeroso novio lo hará por ella».


—Hola, papá —saludo con voz ronca— ¿Cómo te...? —Hago un esfuerzo para abrir más los ojos y asegurarme que he visto bien—. Creo que mi teléfono se ha descompuesto, no es posible que sea tan temprano.

—No podía esperar a llamarte después, tengo...

—Pa, son las seis de la mañana.

—Lo sé, pero tengo grandes noticias y quiero que seas la primera en saberlo.

Apoyo el brazo libre sobre mi frente y suspiro.

—De acuerdo, ¿qué sucede?

—Vas a tener un hermano.

—Estupendo. —Bostezo y me coloco de lado con los ojos cerrados—. Ahora si me disculpas... —Mis párpados se abren de golpe— ¿Qué dijiste?

—Rita está embarazada, cariño, ¡vas a tener un hermano!

—Oh. —No sé si es porque acabo de despertar o por la noticia que mi cerebro sigue sin funcionar—. Eso es... genial. Te felicito, papá. Los felicito a ambos.

No, en definitiva es por lo segundo. No me esperaba esto, ¿voy a tener un hermano? ¡¿Yo?!

—Cariño, ¿estás bien? Sé que es repentino y...

—Estoy bien. —Dibujo mi sonrisa de niña buena—. De maravilla.

—Ay, cariño, te veías tan adorable cuando apenas medías un metro.

—Papá —me enserio—, dime que no estás viendo las fotos familiares.

—Tenías el cabello rizado a esa edad, tu mamá tardaba horas en peinártelo.

—Papá...

Mi papá es demasiado melancólico a veces. No puede evitar llorar cuando se encuentra con alguno de esos álbumes, y como si regresara al pasado empieza a tratarme como su pequeña.

Solo falta que agarre una lata de helado y se ponga a ver telenovelas mientras suspira por el guapo protagonista.

—¿Recuerdas cómo lloraste porque no sabías bailar? Pasamos horas practicando hasta que te calmaste.

—Papá...

—Y también lloraste la primera vez que fuimos a la playa, ¿recuerdas?

—Papá...

—Esa noche mojaste la cama porque tuviste una pesadilla, estabas tan segura que la playa era un monstruo que comía personas y tenías miedo que nos comiera a tu mamá y a mí.

—¡Papá!

—Cariño, déjame hablar con ella —es la voz de Rita—. Si sigues llorando así vas a deshidratarte.

Sacudo la cabeza y sonrío mientras exhalo con fuerza.

—Hola, Amelia.

—Hola.

—Desde que nos enteramos del bebé tu padre ha estado algo... delicado.

—Así es papá, y estoy segura que esto es solo el comienzo, te espera un largo camino.

—Un poco más y nos convertiremos en una pareja de lesbianas, pero lo quiero a pesar de todo.

Me carcajeo.

—Entonces estás embarazada.

—Sí.

—¿Nerviosa?

—Un poco, pero tu padre me distrae lo suficiente.

—Me alegro mucho por ambos, lo digo en serio, esto es algo... increíble. Voy a tener un hermano.

—O hermana.

—O hermana. —Mis labios se curvan—. La pequeña Nefistófeles.

—Lo pondremos como una opción. Bueno, en realidad no, ese nombre es terrible.

—¿Tutankamon?

—Te avisaremos el nombre que le escojamos.

—De acuerdo. —Ensancho la sonrisa.

—Gracias por tomarlo bien.

—Acabo de despertar, tal vez luego vuelva a llamar.

—Hace menos de media hora que me hice la prueba y tu padre corrió directo al teléfono para llamarte, lo iba hacer en ese momento, pero terminó golpeándose el dedo del pie con el sillón.

—Algo me dice que van a tener que comprar helado para tres: tú, el pequeño y mi papá.

—Ni lo menciones, hasta acá escucho como llora en la cocina, mejor iré a tranquilizarlo antes que le venga su menstruación.

Me vuelvo a carcajear y la oigo reír en voz baja.

—Iré a visitarlos pronto, pero no prometo ir seguido hasta que nazca la pequeña Didenmon.

—Buen intento. Aquí te esperamos, cuídate mucho.

—Tú igual, y mantén alejado a mi padre de las telenovelas.

—Lo haré, adiós.

—Adiós.

Miro el techo y me concentro en respirar, en vaciar mi mente y enfocarme únicamente en la tarea de llenar y vaciar mis pulmones.

—Demonios. —Me siento.

Lo intenté, pero ya me puse a recordar lo que pasó ayer. Salgo de la cama y arrastro los pies hasta la cocina.

Anoche, luego de que Jack me contara sobre la oferta de Couture y el viaje que tendría que tomar si lo aceptara, luego de que él pidiera mi opinión sobre si debería aceptarlo o no, hice lo típico de mí: irme corriendo.

Sí, sí, es para lincharme.

Nunca aprendo.

Lo sé, lo sé, sigo siendo una cobarde y todo eso.

No pueden esperar a que se me quite así de fácil, no cuando he sido de esta manera gran parte de mi vida.

Vamos, hay que ser realistas, y errar es de humanos. De acuerdo, bajen las armas y dejaré de dar tontas excusas.

Pongo la tetera a hervir mientras preparo unas tostadas. Apenas salí del club apagué el celular, y así concluí con las malas decisiones del día. Me dormí de largo, que ser cobarde me deja agotada.

Termino de desayunar mientras miro una película y decido salir a caminar, dicen que ayuda a despejar la mente y no hará mal intentarlo.

Dejo el teléfono, agarro una bufanda, un sobretodo y un gorro de algodón, desde que desperté ha estado nevando. Entro al elevador y presiono el botón correspondiente. Mientras las puertas se cierran un recuerdo llega a mi mente.

No es solo un recuerdo, son varios, y en cada uno aparece Max. Como un flashback que combina cada encuentro que tuve con él en un ascensor. No me permito seguir por ahí y sacudo la cabeza, como si la acción me ayudara a cambiar de canal.

Mi sacudida tiene un resultado inesperado: el elevador deja de funcionar.

¿En serio? ¿Un apagón? ¿O es que esta cosa ha decidido malograrse justo en este preciso momento? Será mejor que llame a... genial. Simplemente genial.

Dejé mi teléfono.

Luego de cinco minutos saltando en un intento desesperado por salir de aquí, me siento en una esquina, a la espera de que alguien me rescate.

Seguro que uno de mis vecinos notará que el ascensor no funciona, cuando eso pase gritaré por ayuda, entonces llamará a los bomberos y un apuesto hombre me cargará en sus brazos y me consolará por el trauma que me he llevado.

Sí, en cualquier momento alguien vendrá.

¿Ya está anocheciendo? Creo ya está anocheciendo, aunque es difícil saberlo ya que aquí ¡no hay ninguna maldita ventana!

—¡Sáquenme de aquí! —Golpeo la puerta— ¡Auxilio, mujer en apuros! ¡Que alguien ayude a esta soltera y muy accesible mujer que está atrapada en el ascensor! ¡Quien sea! —chillo.

¿Cuánto puede durar una persona sin comer? Si ese desayuno que tomé hace un día iba a ser el último, habría añadido un par de tostadas más. ¿Por qué tengo que ser tan tacaña? ¿Qué me costaba comerme tres más de lo acostumbrado?

¿Solo en los desiertos uno puede ver espejismos? Porque estoy segura que ese hoyo no estaba cuando entré. ¿O el piso está empezando a colapsar por tanto peso? ¿Cómo es posible que esté aumentando de peso cuando no he comido nada en dos semanas?

Hoy se cumple mi tercer mes en el cubo, ya debería empezar a llamarle casa. Esta noche tranquila me acompañan unas hermosas estrellas. Ahí está Tom Cruise tomado de la mano con Drew Barrimore, Bradd el coqueto Pitt besa a su preciosa Angelina labios gruesos Jolie, y mi querido amante Jhonny animal salvaje Depp me está sonriendo. Gracias por estar todos aquí, lo aprecio en verdad. Por favor, coman, y disfruten de esta maravillosa velada.

Uno cree que es fácil, pero para alguien que ha sido entrenada como agente secreto, con la única misión de cuidar al presidente, tener una vida normal resulta casi imposible. Deberían ser más comprensivos, es una heroína y nadie lo sabe ya que es secreto de estado, pero no, lo único que piensan es en lo rara que es. Claro, es más fácil criticar. Siempre es más fácil criticar.

Si Barney es un dinosaurio que vive en nuestra mente, ¿significa que cuando se hace grande nuestro cerebro se expande? ¿Estamos dispuestos a volvernos cabezones solo para jugar un rato con ese muñeco de voz extraña? ¿Qué le pasa a esta juventud?

Luego de años tomando el camino fácil, uno termina cansándose. Luego de mentir tanto, a uno le dan ganas de volver a decir la verdad. Luego de vivir siendo el villano, las únicas ideas que se le ocurren son heroicas. Y la lista sigue. ¿A dónde quiero llegar con todo esto? No tengo ni una maldita idea, Gerardo, no tengo una maldita idea. Ahora déjame seguir durmiendo.

Gerardo, ¿podrías apagar la luz? Intento dormir.

—Gerardo... —Ruedo por el piso—. Te estoy diciendo que apagues la...

¿Soy libre? ¿Esa hermosa luz que tengo frente a mí es mi libertad? ¿O es el cielo? ¿Ya morí?

Gateo hasta cruzar el túnel, y a donde llego no se asemeja al cielo que esperaba encontrar. Se parece mucho al lugar en el que vivía años atrás.

—¿Amelia? —Un ángel corre hacia mí— ¿Qué te pasó?

—¿Alejandro? —Toco su mejilla— ¿Pero cuándo moriste?

—Vamos. —Me levanta y cruza mi brazo por su cuello—. Te llevaré adentro.

Agarra las bolsas que dejó al lado de la puerta y me hace entrar a un departamento parecido al que tuve hace ya bastante tiempo.

Alejandro regresa con una taza humeante y me la entrega. Se sienta en el apoyabrazos mientras lo bebo.

—¿Entonces has estado en ese ascensor por tres horas? ¿Por qué no llamaste a alguien?

—No tengo mi teléfono, quise salir a caminar. —Me termino el líquido— ¿Solo pasaron tres horas?

—Es lo que tardó el técnico en arreglar la corriente. —Tuerce su sonrisa—. Es increíble que todo este tiempo hayamos vivido en el mismo edificio. —Sacude la cabeza—. Hablando de coincidencias.

—¿Ah? —Lo miro, sin entender—. Yo no dije nada.

—Es solo una expresión, no me hagas caso. —Agarra la taza y se pone de pie— ¿Tienes hambre? Pedí comida mexicana.

—Adoro la comida mexicana.

En realidad, no la he comido antes, pero dicen que es rica, y por algo deben decirlo, no creo que lo digan porque sabe mal, sería ridículo... Esperen un segundo, ¿estoy en casa de Alejandro? ¿Pero cómo...? ¿Pero él...? ¿Pero entonces...? ¿Pero Gerardo...?

¿Cómo llegué aquí?

Mientras almorzamos en la cocina, aprovecho para indagar. Resulta que sigo en mi edificio, en el segundo piso, y Alejandro ha vivido aquí por bastante tiempo. Antes esto le pertenecía a su abuela, quien le cuidó desde que sus padres murieron, y cuando ella también falleció no tuvo la valentía de irse.

Es lindo conocerlo un poco mejor, después de todo era yo la que siempre hablaba cada vez que nos encontrábamos.

—¿Por qué no se lo has dicho?

Bueno, no puedo evitarlo, es tan buen oyente que mi lengua se mueve por sí sola.

—No puedo.

—¿Por qué? Pudiste conmigo.

—Es diferente, a ti puedo decirte hasta mi verdadera talla de ropa interior, no la falsa que les digo a los demás.

Se ríe y me sirve más té.

—¿Sabes lo que creo?

—Ya sé, soy una cobarde por huir de los problemas en vez de enfrentarlos.

—Bueno, sí, pero no iba a decir eso.

Justo en la entrepierna.

—Espera. —Me atraganto con la infusión a pesar de lo caliente que está—. Listo, suéltalo.

—Tienes miedo a estar sola.

Me pierdo en sus ojos avellana, con el cuerpo inmóvil y el cerebro al cien por ciento de su capacidad.

—No esperabas que fuera a decir algo así, ¿cierto? —Sonríe con picardía y se pone de pie—. Iré a hervir más agua.

—Ah, no yo... —Me levanto—. Ya debo irme. —Frunzo el ceño—. Gracias por la comida.

—Gracias por la compañía, vuelve cuando quieras.

—Eso... eso haré.

Entro al pasillo y empiezo a andar, esta vez uso las escaleras para llegar a mi piso.

—Yo no tengo miedo a estar sola. —Cierro la puerta de un solo golpe—. Y se lo voy a probar.

Busco la cartera y vuelvo a salir. Mientras bajo por las escaleras saco el teléfono.

—Rei, necesito un favor.

—Am, ¿estás bien? ¿Por qué demonios tenías el teléfono apagado?

—No encontraba mi cargador, ahora, sobre ese favor...

—¿Qué necesitas?

—Quiero saber en dónde está Max.

«Max está aquí».

«¿Aquí? ¿Dónde?»

Giro en una esquina y acelero.

«En el cementerio, hoy es el aniversario de la muerte de su padre»

Bajo la velocidad mientras las rejas negras me dan paso.

«¿Su padre? Pero él no está muerto».

Salgo del auto y empiezo a correr.

«Su padre biológico si lo está».

A lo lejos localizo un solo cuerpo en el desolado campo.

«Él murió hace siete años».

Aminoro el paso y meto las manos en los bolsillos del sobretodo.

«Max no quería que supieras que lo había encontrado, no luego de descubrir la verdad».

«¿Qué verdad?»

Me detengo a un metro de él, está de espaldas y no nota mi presencia.

«Pregúntaselo».

—Max.

Primero endereza la cabeza y mira a los lados, como si no supiera de dónde provino el llamado, y cuando lo descubre se vuelve hacia mí.

—Voy a matar a Rei. —Y se va.

—Espera. —Lo sujeto del brazo y me mira como si fuera una molestia. Lo suelto y escondo las manos en mi espalda—. Quiero hablar contigo.

—Lo siento, pero ahora soy yo el que no desea hacerlo. Si me disculpas, tengo un avión que tomar.

—¿Ya te vas? —Mi pregunta lo detiene.

—Es lo que querías, ¿no?

—No, no es lo que quería —levanto la voz—. No es lo que quiero.

—¿Entonces qué quieres? —Me da la cara.

—¿Por qué no me contaste que habías encontrado a tu padre biológico?

—Porque no es asunto tuyo.

—¿En serio? ¿Quién fue la que te consoló todos esos años mientras lo esperabas? —Camino hacia él— ¿Quién fue la que te acompañó cada vez que huías de casa luego de recibir una paliza de tu padrastro? —Me detengo a escasos pasos—. Yo también quería a tu padre, y tengo muy buenos recuerdos de él que aún no he olvidado a pesar de que era solo una niña. Así que no te atrevas a decir que no es asunto mío.

—Mi padre era una sabandija —dice entre dientes, con cada palabra bañada en odio—. Se fue con su amante para hacer una nueva familia. Murió en un accidente de auto, iba con esa mujer y su hijo no nato. Solo la mujer sobrevivió. Así que lo que creas saber de él... —Sacude levemente la cabeza—. No es real.

—¿Cuándo te enteraste?

—Esta conversación ha terminado. —Me da la espalda y se aleja.

Mis manos se hacen puños y presiono los labios hasta sentir el dolor.

—Me largué porque no pude soportarlo.

Consigo el efecto que quería y tomo otra bocanada de aire.

—No fue solo el video, sino lo que ocurrió esas dos últimas semanas, cuando te castigaron por no haber llegado a casa.

Se gira y doy un paso hacia atrás, tan aterrada que me tiemblan las piernas.

—Quería contártelo, pero tus padres no me dejaron verte, ninguna de las veces en las que fui. Sabía que no les agradaba, pero con su rechazo supe que no era solo desagrado. Ellos me detestaban.

Él sigue avanzando y yo sigo retrocediendo.

—Y en la escuela... se la pasaron haciéndome bromas, fastidiándome y... otras cosas más.

Sin aguantarlo más, le doy la espalda y cierro los ojos con fuerza.

—Solo dos semanas les bastó para dejarme cicatrices tan grandes que hasta el momento las sigo curando —Las lágrimas salen por montones y mis labios tiemblan sin control.

Elevo los ojos al cielo nublado y respiro profundo. Mi nariz queda adolorida por el frío aire que corre cerca de nosotros, y sigo respirando de ese modo hasta calmar mi pecho.

—Lo nuestro no funcionó porque ambos cambiamos, nos convertimos en lo que todos anhelaban. Tú, la estrella de fútbol y yo, la sombra.

Doy media vuelta y lo encuentro a pocos pasos de distancia. Un gesto débil lo acompaña, débil y afligido.

—Quiero volver a como éramos antes, a cuando éramos nosotros mismos. —Suspiro y me encojo de hombros—. Estoy cansada de esto, estoy harta de equivocarme tanto. No quiero seguir siendo así, ser esta persona que empiezo a detestar. Quiero ser yo misma. Y quiero lo mismo para ti.

Acorto nuestra separación e inflo mi pecho.

—Y no te cuento todo esto para que te disculpes, o mucho menos me veas con lástima...

Me abraza.

—Lo siento —se le rompe la voz.

—¿Qué acabo de decir? —se me rompe la voz.

—Te dejé sola cuando más me necesitabas, en serio lo lamento. —Pone más fuerza al abrazo.

—Max, no puedo respirar.

—Lo sé, debió ser muy duro haber pasado por todo eso, no puedo ni imaginármelo...

—No, en serio no puedo. —Intento capturas oxígeno por la boca—. Me estás aplastando los pulmones.

—Lo siento. —Me libera y se seca la cara.

—¿Puedes dejar de disculparte? —También me seco—. Solo aumentas mis ganas de golpearte.

—Hazlo, lo merezco. —Extiende los brazos.

—Lo siento —es mi turno.

Baja los brazos.

—Por tu padre, por mis mentiras, por todo. Sé que lo querías, y a mí también pero un modo muy diferente y para nada extraño, y sé que ambos te lastimamos de maneras muy distintas que no llevan relación alguna. Lo que quiero decir es que...

—Entiendo lo que quieres decir. —Curva los labios en un intento de sonreír—. Gracias.

Consigo sonreír, y no tarda en hacer lo mismo.

Nos miramos las caras, y esa fortaleza de sentirme que lo puedo lograr todo me llena hasta los dedos del pie.

Tal vez, solo tal vez, en un futuro no muy lejano, él y yo podamos ser amigos.

Sí, amigos.

Respiro hondo, lista para hacerlo, y toco el timbre. Un par de minutos después, Rei abre la puerta.

—Am. —Sonríe— ¿Cómo sabías que estaba aquí?

—¿Está Jack? —La miro con confusión.

—Ah sí, está en su habitación. —Me abre camino.

Al entrar encuentro algo diferente. Hay cajas dispersadas en el suelo, algunas llenas de objetos y otras aún vacías.

—Rei, ¿crees que tenga que...? —Jack se detiene a medio camino apenas me ve.

—Hola. —Bajo la mirada hacia la caja que carga— ¿Qué hacen?

—Creo que mejor los dejo solos. —Rei pasa al lado de Jack y le quita la caja—. Yo me hago cargo de esto. —Entra a su habitación.

—Entonces... felicidades por el empleo. —Me quito la bufanda— ¿Cuándo te vas? —intento mantenerme de buen humor.

—En dos días.

—Genial. —Intento sonreír.

—Lo acepté hace unas horas, quise avisarte, pero... no estabas en casa.

—Sí, había salido. —Asiento.

—Me di cuenta. —Asiente.

—¿Quieres que te ayude a empacar? —Le doy un vistazo rápido a las cajas dispersadas.

—Ya estoy por acabar, no es necesario. —Me concentro en mirarlo.

¿Qué le ocurre?

¿Por qué parece tan... distante? ¿Ahora que se va será así nuestra relación?

—Bueno, si necesitas ayuda en algo sabes dónde encontrarme. —Camino a la puerta.

—Claro.

—Adiós.

—Adiós, Amelia.

Cierro la puerta tras mi espalda y suspiro con desgana.

Parece que todos esos años de amistad serán solo un recuerdo más. Que tonta soy por creer que podría intentarlo de nuevo.

Esta es la segunda peor confesión que he hecho, vaya que soy terrible.

Cinco minutos más.

Gerardo, deja de hacer ruido.

No quiero golosinas, déjenme en paz.

—¡Ya voy! —Me quito el cobertor y salgo de la cama.

Uso la mirilla y veo a Alejandro al otro lado de la puerta. Bostezo mientras le abro.

—¿Qué pasa?

—Buenos días, mañanera, acabo de llegar del trabajo y no tengo agua en mi piso, ¿crees que puedas prestarme tu ducha?

—Claro, para eso están los vecinos. —Le hago pasar—. Está al fondo del pasillo, sé libre de asearte cuanto quieras.

—Gracias. —Sonríe y se pierde de mi vista.

Arrastro los pies hasta el sillón, me dejo caer de cara contra un cojín y continúo durmiendo.

—Ey, despierta. —Algo me sacude el hombro, la golpeo y sigo con lo mío—. Amelia, ya terminé de ducharme.

—¿Qué? —Quito el rostro el cojín, y con un solo ojo miro a Alejandro— ¿Llevabas eso antes?

—Fui a cambiarme, tomé tus llaves para poder entrar.

—Si aún necesitas usar el baño no hay problema. —Agito la mano y regreso a la oscuridad.

—En realidad también salí a traer lo necesario para preparar el desayuno, estará listo en unos minutos, si quieres puedes ir a ducharte mientras termino.

—¿Qué? —me pongo tonta cuando me despiertan.

—Ducha, desayuno, huevos fritos y chocolate caliente.

—Claro, claro. —Me incorporo y me seco la baba—. Ahora voy.

En el camino mi cabeza se estrella contra la pared, y con chichón y todo sigo avanzando.

—Vaya, ¿te asaltaron mientras salías de la ducha?

Luego del baño, más consciente y con un... diferente aspecto, me siento en la mesa de la cocina.

El agua se había puesto roja, y supe que el golpe se había convertido en un chichón sangrante.

Mi piel no es de porcelana, es del vidrio más barato jamás creado. Le puse varias curitas encima ya que el sangrado no se detenía, debo lucir igual un maleante. Quisiera creer que luzco sexy pero ya me vi en el espejo.

—Gracias por el desayuno.

—Es lo menos que puedo hacer luego de prestarme tu baño.

—Si quieres te lo presto más seguido, que esto está delicioso. —Hago muecas de placer.

Se ríe y prueba de su chocolate.

—Por cierto, ¿a qué hora sale el vuelo de Jack?

Me atraganto y bebo de mi taza.

—En dos horas —digo al ver el reloj de pared—. Tenemos tiempo.

—Claro —dice con la misma tranquilidad—, seguro que el tráfico no estará tan malo, y el aeropuerto queda solo media hora de aquí. Mientras esperamos quisiera preguntarte algo.

—Copa D.

—¿Qué? —Luce perdido.

—Es la talla de mi sostén —aclaro.

—Ah, no iba a preguntar eso, pero es bueno saberlo. —Asiente, como si fuera un dato interesante.

—¿Ves? Cuando te tengo cerca escupo mis sucios secretos, como si fueras una clase de sacerdote —Me río—. O un psiquiatra.

—Enfoquémonos —me pide.

—Claro. —Me enderezo— ¿Qué quieres preguntar?

—¿Cómo eras antes?

—¿A qué te refieres? —Arrugo la frente confundida.

—Dices que cambiaste al entrar a la preparatoria, ¿cómo fuiste en la secundaria?

—Bueno. —Me remuevo de mi asiento—. No lo sé, solo era... yo. Sin preocupaciones, sin miedos, sin dudas. —Me encojo de hombros—. No lo sé.

—Me hubiera gustado conocerla.

Sonrío y asiento.

—A mí también.

—Lo menciono porque pronto me iré de la ciudad y tal vez no esté aquí para cuando aparezca.

—¿De qué hablas? —Elevo las cejas tan sorprendidas como yo— ¿A dónde vas?

—Aún no estoy seguro, solo quiero irme, cambiar de aire, ya sabes, empezar de nuevo en otra parte.

—¿Lo dices por tu ex? —Entrecierro los ojos, sospechando tener razón.

—En parte. Sabía que no me iba a quedar aquí por siempre, que este es solo otro capítulo de mi vida, y es hora de escribir el siguiente.

—¿Eres escritor?

—Es solo... olvídalo. —Acaricia mi mano—. Te voy a extrañar, vecina.

Yo extrañaré su comida. Y a él también, claro.

Pero sobre todo su comida.

Alejandro conduce mientras intento beber del chocolate que preparó, está tan delicioso que no podía dejarlo. Ya en el aeropuerto, lo llevo del brazo en todo el recorrido, hasta que a lo lejos localizamos a Rei. Me adelanto al ver a Beatriz e Isabela y voy directo a mi ahijada para acariciarla un poco.

—Beatriz, Isabela, Estefani, él es Alejandro, un vecino amigo, antiguo modelo, y actualmente trabaja como bartender, aunque es posible que se cambie de empleo.

—Un placer. —Él las saluda con un beso en la mejilla a ambas, lo que las deja frías.

—Debo ir al baño —dice Beatriz.

—Te acompaño —añade Isabela.

Rei se acerca y me doy cuenta que las dos desconocidas que tiene a su espalda son Sara y Sofía.

—Hola —Sara me saluda emocionada—, nos vemos de nuevo.

¿Qué carajo hacen aquí?

Amelia, cálmate.

—Rei nos comentó que su amigo se va y quisimos venir a acompañarlas —responde Sara.

¿Cómo supo lo que estaba pensando?

—Tus expresiones lo dicen todo, Am, es imposible no saber lo que piensas —aclara Rei.

Entonces debería dejar de pensar menos.

—Inténtalo si puedes —la modela vuelve a leerme la mente.

—Ah, Alejandro. —Lo agarro del brazo—. Ellas son Sara y...

—¿Sofía?

—¿Alejandro?

¿Gerardo? ¿Quién rayos es Gerardo?

—¿Se conocen? —Rei es quien hace la pregunta.

—Fuimos novios —responden al mismo tiempo.

¿Qué cosa?

—¿Tú eres quién se lo propuso en el restaurante? —Sara suena sorprendida.

¿Qué cosa?

—Entonces cuando nos conocimos... —Rei también tarda en entender— ¿Estabas en una cita con Alejandro? Pero qué pequeño es el mundo. —Y sonríe, como si estoy fuera divertido.

Miro a Alejandro, luego a Sofía, luego a Sara, y termino con Rei, ¿qué carajo pasa aquí? ¿Todos están relacionados de alguna retorcida manera?

Espera, un momento, entonces... ¿Alejandro hizo que Sofía se diera cuenta que es gay?

Todos empiezan a hablar al mismo tiempo, y yo ya no entiendo ni jota. Me limito a poner cara de tonta mientras trato de comprender lo que dicen.

—Amelia. —Me giro y encuentro a Jack—. Viniste.

—Sí. —Lo alejo del ruido que ocasionan nuestros amigos y conocidos—. Había tráfico, pero aquí estoy.

—¿Qué sucede ahí?

—No tengo idea. —Los miro discutiendo—. Parece que Rei y Alejandro salieron con la misma chica.

—¿Qué?

—Exacto. —Asiento—. Si descubro algo más me aseguraré de escribírtelo, así no te aburrirás en el avión.

—Amelia, ven conmigo a Milán.

—¿Qué?

—Sé que no tengo oportunidad, que debería darme por vencido, pero no puedo. No quiero irme sin ti.

Tres.

—Jack.

—Tú me dijiste la otra vez que querías que viajemos juntos, ¿por qué no lo hacemos ahora?

Dos.

—Jack.

—Quiero empezar de nuevo, a tu lado, y tal vez como algo más que mejores amigos.

Uno.

—Jack, yo también quiero eso.

Tanto mi corazón como cada partícula de mi cuerpo desean esto, y por eso sé que es la mejor decisión que puedo tomar.

Empezar de nuevo, sí, suena bien. ¡Quiero estar con él!

—Espera, no tengo mi pasaporte.

Nos miramos en silencio.

—¿Ya llegaste?

—Solo unas cuadras más.

Tengo a Jack en el oído mientras conduzco como toda una loca al volante, si sigo así podría hacerse realidad la mentira de que atropellé al perro de alguien importante, y tal vez a su hijo y al resto de su familia.

—Todavía tienes una hora y varios minutos, aunque con el tráfico es posible que tardes, ¿crees que podrás...?

—Por supuesto. —Salgo del auto—. Ya llegué, no me tomará más que diez minutos agarrar todo lo que necesito.

—No puede ser.

—¿Qué? —Me detengo— ¿Qué pasa?

—Me olvidé el contrato, debí dejarlo en la cocina.

—¿Te olvidaste el contrato de Couture?

—Y es el original, me lo enviaron por correo privado.

—Descuida, aún tengo tu llave, lo recogeré en el camino.

—No sé qué haría sin ti.

Me convierto en un tornado humano y meto en una maleta todo lo que vaya a necesitar, y en un bolso guardo los documentos que me permitirán salir del país de manera legal, incluyendo varias fotos de tamaño carnet.

—¡Tengo prisa! ¡Mueva su trasero y acelere!

Abro la puerta de una patada, claro, luego de usar la llave, y entro al departamento de Jack. Me dirijo a la cocina y no encuentro el sobre. Busco por las encimeras, los cajones, el refrigerador y el horno y no hallo ni el sobre ni alguna pizca de polvo.

¿Cómo puede ser limpio y olvidadizo a la vez? Demonios, me quedan cincuenta minutos.

Me tumbo en el suelo para buscar por debajo cuando escucho el ruido de una puerta cerrándose.

—¿Jack? —Asomo la cabeza— ¿Cómo llegaste tan...?

Oh, esto sí que es mala suerte.

—Frank, qué sorpresa encontrarte por aquí —lo saludo de manera efusiva.

—Tú no eres mi hermano, ¿dónde está?

—Creí que estabas en Europa. —Amplio una sonrisa— ¿Qué haces aquí?

—Estaba de camino al aeropuerto, pero quise venir a despedirme. En menos de dos horas debo tomar un avión a Francia, ¿podrías decirme dónde está mi hermano?

Seis minutos me bastan para resumirlo todo, incluyendo la parte en la que decido acompañarlo a Milán.

—Me alegro por ambos, en especial por Jack, él se lo merece.

—¿No estás molesto de que no te lo haya contado?

—No, yo entiendo, es su vida, su futuro, y confío en que hará lo que crea correcto para él. Soy su hermano, no alguien a quien deba rendirle cuentas.

Oh, esto sí que es extraño. Es tan maduro que podría ser mi mentor.

—En cambio tú...

Sí, duró poco.

—Esperaba algo mejor de la persona que pinté.

—¿Qué quieres decir? —Sacudo una mano al no tener tiempo para esto— ¿Sabes qué? No quiero saber, debo buscar un sobre que es importante para Jack antes que nuestro avión se vaya.

Busco por debajo de los cojines y el sillón.

—Creí ver algo diferente mientras te pintaba, y cuando nos presentaron pude notarlo, no con la misma intensidad que el retrato, pero ahí estaba, oculto en una especie de neblina.

Lo miro como si estuviera viendo a un loco, los pintores son muy extraños.

Voy al baño a seguir buscando y Frank me sigue.

Allí, apoyado en el marco de la puerta, continúa con su monólogo.

—No quiero decir que hice un increíble trabajo contigo para desnudar tu interior porque no sería correcto, y es una habilidad que no muchos pueden realizar sin importar los años de práctica. Supongo que se me da natural.

¿Desnudar? ¿Natural? ¿Qué clase de depravado es este hermano?

La habitación de Jack es la última que me falta y empiezo por los cajones de su armario.

—Eras igual a un ave salvaje.

¡Lo encontré!

—Y fuiste víctima de la mala suerte, quien se aseguró de cortarte las plumas para que no vuelvas a volar.

Lentamente me giro hacia Frank, confundida con sus palabras.

—Pero en tus ojos vi algo muy diferente, a alguien que no se daba por vencido. Vi rebeldía.

Bajo la mirada hacia el sobre que tengo en las manos, y lo sujeto con fuerza.

—Como dije, me alegro por ambos, estoy seguro que es la mejor decisión que han tomado. Conveniente en todos los sentidos. —Se adelanta.

Mis pasos no son tan seguros como los de él, y al salir del pasillo lo encuentro sentado en el sillón.

—Dale mis saludos.

—Eso haré. —Abro la puerta.

—Antes que te vayas, quiero preguntarte algo.

Suspiro y le doy la cara.

—¿Estás segura de esto?

¿Alguien está seguro de algo? ¿Es posible tomar una decisión y estar completamente seguro de qué es lo correcto?

Si fuera así esto sería pura ficción.

Llego a mi auto y estoy por encenderlo, pero mi mano no me obedece. Miro el bolso, con el sobre encima, y mis ojos van a la ventana.

—Tengo tiempo, lo lograré. —Y saco el celular.

Sí llegaré.

Cruzo las puertas de vidrio y corro como si no estuviera cansada, como si mis músculos no dolieran, como si el aire no me faltara, como si... fuera alguien atlética.

Sí, lo sé, qué vergüenza, tan joven y tan vaga, no me haría mal hacer ejercicio de vez en cuando.

Con la cartera en el hombro, y arrastrando la enorme maleta, me apresuro a llegar, que ya debería de estar dentro del avión.

Una sonrisa se me asoma al rostro, asegurándome que estaré bien, que esto es lo que en verdad deseo.

Merezco ser feliz, a pesar de todo, lo merezco.

Aminoro el paso al verlo, está de espaldas, con las manos en los bolsillos del pantalón, y aspiro antes de acercarme.

—Cielos, creí que no llegaría.


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