Capítulo 37: "No es divertido"
«¿Amax, crees que más adelante nos casemos?»
«Es posible, si juegas bien tus cartas».
«¿Crees que más adelante sigamos juntos?»
La pared, que antes era de acero y ahora es de adobe, tiembla a causa del terremoto que siento en mi interior.
Aquella pared que ha escondido cualquier recuerdo en el que Max estuviera involucrado se tambalea, advirtiendo con caerse. Hasta el momento no he tenido que hablar del tema en voz alta, de la manera directa que el innombrable desea, y es solo por eso que sigo de pie.
Sé que todo lo que sentí, padecí, sobreviví en esa época está al otro lado, tan fresco como un cuadro recién pintado. Y si el muro que me ha estado protegiendo se desmorona, yo también lo haré.
—Amelia.
Voz misteriosa, eso no es divertido, no me hagas imaginar cosas que no son, ni tampoco escuchar voces imaginarias aparte de la tuya.
Al momento en que el brazo de Jack se abalanza hacia el rostro de Max confirmo que no lo aluciné, y que esto se ha convertido en un deja vú.
—Así que todo este tiempo has sido tú. —Mi caballeroso amigo se posiciona encima del otro, lo agarra de la camisa, y prepara el segundo golpe, que no tarda en entregarlo—. Tú fuiste el que le rompió el corazón a Amelia. —Otro golpe—. Por tu culpa ella sufrió tanto en la universidad. —Y otro golpe más—. Tú ocasionaste que ella quisiera lastimarse, que no deseara seguir viviendo.
—Jack, ya es suficiente —digo con rudeza.
—Yo diré cuando es suficiente.
—¡Jack, no te metas!
La golpiza se detiene y él se levanta para acercarse a mí.
—¿Cómo puedes defenderlo aún con todo lo que sufriste por él? —Lo señala.
—No lo estoy defendiendo, solo no quiero que lo lastimes, no tiene sentido que lo hagas ahora.
—Pero él...
—Lo sé. —Acaricio sus brazos, buscando calmarlo.
Baja la mirada y retrocede, sin permitir que lo siga tocando.
—Tú lo sabías y no me lo dijiste. Quién era realmente, quien fue en el pasado. —Me dedica una mirada nueva para mí, y descifro bien lo que significa. Me está juzgando—. Y tú solo me lo ocultaste.
—Él fue el pasado y yo solo quería seguir adelante. —Entrelazo mis dedos al sentirse solos por su repentina lejanía.
—Aún no estabas lista para decírmelo, ¿cierto? —dice con resentimiento, dolido a causa mía.
—No, si lo...
—Significa que nosotros aún no estamos listos.
—Jack...
—Creo que solo sobro aquí. —Se da la vuelta y se marcha.
No me muevo, me mantengo quieta, mirando a Max en el suelo, sangrando, y a Jack, alejándose de mí. Max se apoya de los codos como puede y verlo una vez más me ayuda a tomar la decisión: correr hacia Jack.
—¡Jack!
Cruza la autopista y trato de hacer lo mismo pero varios autos se interponen en mi camino. Lo sigo con la vista, avanzando y tropezando con la gente que pasa por mi lado.
—¡Jack, espera!
No voltea, y quiero creer que es porque no me oye debido al ruido de la calle.
Entonces tropiezo.
Termino echada en el suelo, y si no fuera por mis manos rápidas me habría golpeado la cabeza. Me siento y miro con dolor los raspones de las manos y las gotitas de sangre que se escapan de ellas.
Lo he perdido, y esta vez es para siempre.
Perdí a Jack.
Empiezo a llorar, las lágrimas fluyen tan fácilmente como cuando era tan solo una niña, mi cuerpo castañea por la intensidad, por el descontrol que padezco. Y lo peor es que se me está congelando el trasero.
Después de todo, solo yo tengo la culpa de esto, yo y mis malditas elecciones erróneas.
Debí decírselo desde el principio, contarle lo que fingí que nunca pasó y aclararle que ese tipo estuvo involucrado.
Pero ya es tarde.
Ahora ya ni sé con exactitud la razón por la que estuve ocultándolo, solo pienso en cuánto he lastimado a la única persona que estuvo conmigo en los peores momentos.
¿Por qué no le conté de Max? ¿Por qué no le conté de mi pasado?
¿Por qué no le confesé mis sentimientos?
Perdí mi oportunidad y desde ahora tendré que cargar con el arrepentimiento.
—Amelia, ¿estás bien? —Jack se arrodilla frente a mí.
Limpio el agua salada que sigue brotando de mis ojos para asegurarme que estoy viendo bien.
—Jack, creí que te habías ido, que me habías dejado. —Y chillo con más fuerza.
—No llores, Amelia, por favor. —Su suave caricia trata de secar la cascada de lágrimas.
—Estoy enamorada de ti, Jack, y no quiero perderte. Por favor no me dejes. —Seco mi nariz cuando los penosos fluidos comienzan a escaparse por ese par de orificios.
—Amelia...
—Lo he estado por más de un año, he querido decírtelo incontables veces, pero no me atrevía a hacerlo por miedo. —Para rematarla, me ataca el hipo.
—Amelia, cálmate, respira un poco. —Me coge de los brazos y me levanta—. Vamos a un lugar caliente, no quiero que te resfríes.
—De acu-erdo —digo entre hipidos.
—¿Qué tal está el chocolate caliente?
Trato de beber la taza ardiente con mucho cuidado y sin derramar nada a causa del hipo que me agita de manera descontrolada.
Encontramos una cafetería no muy lejos de donde hice tremenda escena, y el local está lo suficiente vacío para no tener oyentes chismosos que se inmiscuyan en nuestra charla.
—Está muy rico —digo al dejar la taza sobre la mesa.
—Bien. —Levanta la suya mientras se concentra en la vista de la calle.
—Lo siento, por no decírtelo —digo con pena.
Dirige la mirada hacia mí.
—Te perdono, pero solo si tú también me perdonas. —Vuelve a mirarme con esos ojos cálidos.
Presiono los labios, tratando de contenerme a hacer la siguiente pregunta.
—No debí explotar así, tampoco debí ser tan duro contigo. —Suspira en frustración—. Lo siento.
—No, tenías razón. —Tomo su mano, aunque la curita que cubre el dorso de su mano no me permite sentir su calor—. Debí contarte.
—Entiendo que aún hay cosas de nosotros a la que todavía no estamos listos de hablar, lo entiendo perfectamente, por eso sé que hice mal a reclamarte por no decirme algo a lo que aún no estabas preparada a contar. —Entrelaza sus dedos con los míos—. No voy a presionarte, puedes tomarte el tiempo que necesites —se muestra tan comprensivo que la culpa me vuelve a invadir.
—Ya para qué. —Me encojo de hombros—. Digo... si pude ser capaz de sobrevivir a la escena que ocurrió en mi casa, puedo hacer esto. —Sacudo la cabeza—. Más lista no puedo estar.
Quito mi mano para rodear la tibia taza y respiro hondo.
—Max fue mi primer amor, lo conocí desde el kínder, a la larga nos hicimos amigos, luego fuimos novios. Él fue mi primer rival, mi primer amigo del sexo opuesto, con él tuve mi primera cita y mi primer beso. Básicamente compartí varias experiencias a su lado, buenas y malas. Hacíamos todo juntos, desde hacer las tareas hasta competir en gimnasia, desde ir al baile de graduación hasta perder la virginidad.
Las diminutas ondas del delicioso líquido chocolatoso me ayudan a proyectar cada uno de los bellos recuerdos, solo los buenos por supuesto, y fueron tantos que tardaría en contarlos.
—Y siguiendo la tradición en experimentar primeras veces, fue el primero en romperme el corazón.
Aparto la vista de la taza, asegurándome de no ser capaz en rememorar lo último, solo así podría decirlo de la manera más objetiva posible.
—Se acostó con alguien más. —Miro hacia la calle, hacia aquel árbol quieto y solitario que se mantiene derecho por voluntad propia—. Ocurrió en mi cumpleaños. —Suspiro, convenciéndome que lo peor ya ha sido dicho—. La noche anterior había sido nuestra graduación, teníamos planeado ir juntos a la universidad, rentar un pequeño piso cerca y buscar varios trabajos para pagarlo. Se supone que en mi cumpleaños se lo diríamos a nuestros padres. Pero él nunca llegó.
Pedazos grises proyectan cada terrible momento que ocurrió, cómo todo fue empeorando hasta no poder soportarlo.
—¿Cómo...? —no termina la pregunta, pero sé lo que trató de decir.
—Me enteré al día siguiente. —Exhalo de cansancio—. Mejor dicho, lo encontré al día siguiente. Descubrí el hotel en donde él... —Trago la saliva con sabor a hierro, tan asqueroso que me dan nauseas—. Así que fui para verlo con mis propios ojos y... —Arrugo la nariz y aprieto los dientes—. La puerta estaba y la empujé. Ahí estaba. Aún no terminaba de colocarse la ropa, tenía el cabello despeinado, había pintalabios corrido por su rostro y hombros. Estaba solo, pero daba lo mismo.
Un enorme camión se detiene justo para bloquearme la vista del tronco desnudo. Exhalo y dejo caer la cabeza hacia adelante.
Trago la bola que se ha atorado en mi garganta y relajo el rostro para verme tranquila. Con algo de esfuerzo, levanto la cara y fuerzo una sonrisa.
—¿Sabes lo irónico de esto? Que el día anterior todo había sido perfecto. —Mi labio se tuerce en disgusto—. Luego de la graduación tuve el mejor último baile escolar. Y tal como lo habíamos prometido, esa noche nosotros... esa noche me entregué como no lo haría con ninguna otra persona. Fue torpe al principio, pero eso lo hizo memorable.
Me muerdo una uña, haciendo lo imposible por no llorar. Ya derramé suficientes lágrimas.
—Wow, sí que hace calor aquí dentro. —Agito las manos hacia mi rostro—. Parece que elevaron el aire acondicionado. —Pongo una sonrisa tan tiesa como mis caderas.
Sujeta la mano que no deja de moverse al igual que un tentáculo, y la cubre con sus dos manos.
No dice nada, ni tampoco me mira, solo se enfoca en mis manos y las acaricia como si fueran un cachorro.
No sé cómo lo hace, pero consigue que no me sienta lamentable por todo lo que he dicho.
—En serio, estoy sudando demasiado. —Se me escapan varias risas nerviosas—. Creo que me va a dar la menopausia. Lo cual sería perfecto, así no tendría que sufrir cada mes ni tener estos cambios de humor tan radicales, aunque eso es parte de ser mujer y es probable que no se me quiten hasta que cumpla los noventa o cien —lo digo tan rápido que mi lengua termina cansándose por el ejercicio extra.
Bien, al menos una parte de mi cuerpo debería estar en forma.
—Tus manos son muy suaves, no puedo dejar de tocarlas, creo que me he hecho adicto a ellas.
—¿En serio? —Arrugo la frente de la incredulidad—. Supongo que no están tan mal.
—Y tus dedos son tan largos. —Traza con la yema el largo de cada dedo, lo que me produce cosquillas.
—¿Y mis uñas son tan cortas? —le remedo la voz, divertida por su forma de expresarse.
También sonríe y me da un rápido vistazo con la intención de reprenderme, pero solo me carcajeo por su adorable intento.
Ey, ¿no se te olvida algo?
¿Hablas de mis brazos? Supongo que también son largos, pero...
No de eso, mensa, sino de lo otro.
¿De qué...? ¡Ah!
—Cambiando de tema —empiezo con tranquilidad—, sobre lo que dije allá afuera, de estar enamorada de ti.
—Bueno, no podemos seguir posponiéndolo, pero quiero que estés serena, ¿de acuerdo? —Me suelta y se apoya de los codos.
Que rara forma de empezar.
Ni me lo digas.
—¿Te acuerdas que sufrías de pánico escénico en la universidad?
—Creo que sí, vagamente —contesto.
—¿Y te acuerdas que un día, de la nada, lo superaste?
—Sí, me acuerdo. —Asiento, convencida de ese hecho, agradecida de no tener que padecer algo así nunca más.
—Bueno, digamos que es gracias a mí.
Creo que a su chocolate caliente le echaron algo.
—No comprendo. —Sonrío, tratando de no reírme— ¿De qué hablas?
—¿Te acuerdas del aniversario de bodas de Susana?
—Sí, Jack, tengo buena memoria, así que deja de preguntarme si me acuerdo de tal cosa. —Ruedo los ojos.
—Fue ese día, cuando perdiste tu pánico.
Permanezco en silencio, sacando los cálculos, tratando de recordar aquel día ya que solo me viene a la mente pedazos desordenados y vagos.
—No entiendo cómo puedes...
—Esa noche Susana te pidió que dieras un discurso improvisado, yo todavía no había llegado por el trabajo, pero cuando aparecí te encontré a punto de desmayarte.
Sí, no recuerdo eso, pero puedo imaginarlo.
—Entonces, sin que me vieras, subí al estrado, me paré a tu lado y te cogí la mano. Tú estabas tambaleándote, derramando el vino que cargabas.
Sigo sin recordar, y como ha mencionado vino ya no tengo que preguntarme la razón de mi amnesia.
—Cuando me viste sonreíste, y luego empezaste a dar tu discurso.
Debo de haberme tomado una botella entera para estar así de perdida, sin ser capaz de recordar algo de lo que ha mencionado. Solo me acuerdo que... que Jack me llamó para avisar que se tardaría en venir. Y otras cosas no tan importantes.
—Ya sabes lo que me hace el alcohol —digo y me encojo de hombros, sin darle importancia al asunto.
—Lo sé lo suficiente para recordar que aún si hubieras tomado tres botellas enteras no habrías sido capaz de decir algo.
Tiene razón, lo intenté y no funcionó.
—Lo más probable es que empezaras a reírte, o gatearas hasta bajarte del estrado, o te quedaras dormida en pleno acto. El licor nunca pudo ayudarte con tu pánico.
Suspiro con pesadez, reacción que no puedo evitar sentir tras recordar momentos nada agradables.
—Yo creí que nada lo haría —añade en voz baja, alejando la vista—. Pero quedé muy sorprendido con tremendo discurso que hiciste, algo alocado, pero emotivo a la vez —concluye con una animada sonrisa.
—Te voy a ser franca, no recuerdo casi nada de ese día —digo mientras niego—, debo haber tomado bastante para controlar los nervios o qué sé yo. Y digamos que también me ayudaste, pero... ¿qué tiene que ver con el otro asunto?
—Intento explicarte que no estás enamorada de mí.
Un payaso acaba de ser asesinado con un globo en forma de pistola.
—¿Crees que no he notado cómo me has estado viendo este último año? No soy tonto, Amelia, no como tú piensas por lo menos.
Oh cielos, ¡acaba de decir una barbaridad!
—De acuerdo, creo que ya tuve suficiente. —Me levanto—. Esta es la peor manera de rechazar a alguien, así que mejor me voy antes que quieras continuar. Fue un placer ser amigos, adiós.
—Amelia, aguarda. —Sujeta mi brazo, sin levantarse—. No te estoy rechazando, estoy tratando de hacerte entender.
—¿Hacerme entender qué? ¿Qué conoces mejor mis sentimientos que yo misma? —Aparto su mano—. No gracias.
—Solo contéstame una cosa. ¿Desde cuándo estás enamorada de mí? ¿Recuerdas el día en el que dejaste de verme diferente?
—Dije no gracias. —Y me alejo.
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