Capítulo 28: "Es un regalo, no un soborno"
«Papá, te presento a Max».
«Pero si ya lo conocía».
«Tú solo sígueme la corriente».
El mercado de pulgas, convenientemente abierto en esta época. Un lugar donde venden todo tipo de cosas usadas, algunas más antiguas que otras, nada demasiado lujoso, y por eso es el sitio perfecto para el estado de mi cartera.
El Sol había sido un buen acompañante al principio, pero ahora se está tornando molesto. Tengo encima varias prendas porque se supone que seguimos en otoño.
Lo peor es que hasta ahora no he podido encontrar algo bueno como regalo. Mejor le digo que mi presencia es su presente, puedo ponerme un moño, colgarme una tarjeta de cumpleaños y gritar ¡Sorpresa!
Seh... hasta yo lo devolvería.
¿Qué tal si le regalo unos zapatos usados más un reloj sin cucú? Le gustan los zapatos y... ser puntual. Mejor seguiré buscando.
—¿Cuánto cuesta este reloj de bolsillo? —le pregunto a la señora de largos cabellos canosos, señalando el reloj que tiene sobre la mesa, al lado de otros objetos antiguos.
—Quince dólares.
—Le doy diez.
—Hecho.
No está mal, aparte de que se ha salido el oro que lo bañaba parece que funciona bien. Seguro que le gustará.
Rememorando una de las historias que me contaba de niña, recuerdo una sobre mi abuelo y ese hermoso reloj de bolsillo que pulía a diario. Dijo que nunca le permitió tocarlo, que hasta lo enterraron con el objeto porque fue su última voluntad. Desde entonces él siempre ha querido un reloj igual.
Puedo mandarlo a pintar, abrillantarlo un poco y quedará como nuevo...
—¿Me estás siguiendo? —oigo una voz masculina demasiado cerca para atraer de inmediato mi atención.
Toso al atorarme por la presencia de Max.
Puede que gran parte de mi sorpresa sea notar lo que trae puesto. Un jean azul oscuro, una camisa a cuadros roja y un blazer negro encima. No recuerdo haberlo visto tan a la moda, con la ropa que le combine tan... bien.
—¿Qué haces aquí, me estás siguiendo? —le reclamo.
Sonríe. ¿Acaso dije un chiste?
—Yo pregunté primero. —Mete las manos en los bolsillos del pantalón, de paso que fisgonea por los alrededores como si buscara algo—. Lindo reloj.
Lo guardo en el bolsillo del jean, en estos momentos la cartera gris no me resulta segura.
—Así que tuviste suerte buscándole algo a tu padre.
—¿Cómo...? —Mi labio se curva por el disgusto—. Ella te lo dijo, ¿cierto?
—Creo que mencionó algo al respecto. —Rasca su mejilla izquierda, más interesado en ver el alrededor.
Le daré la opción de la duda a la de la sonrisa de comercial únicamente porque ninguna podría haber sospechado que usaría el dato para venir hasta aquí.
—¿Y qué haces aquí? —sigo reclamante.
—Estoy paseando, ¿qué no puedo hacerlo?
—¿Y tiene que ser justo en el lugar que le dije a ella que vendría?
—En realidad tengo reservada una mesa en un restaurante cerca de aquí y decidí ir a pie —responde con relajo, y si estuviera siendo maniática diría que ya lo ha practicado. Pero le daré la opción de la duda.
—Bueno, que disfrutes de tu cena, yo me iré a casa antes que oscurezca.
—Amelí, espera. —Me sujeta del brazo y suspiro por creer que no lo haría—. ¿Quieres cenar conmigo?
Me vuelvo hacia él, lo miro directo a los ojos y digo:
—No.
—¿Por qué no? —No aparta la vista— ¿Tienes planeado hacer algo con Jack?
Podría decirle que sí, él no sabe que Jack está fuera de la ciudad por trabajo. A menos que la de la sonrisa de comercial lo sepa y también se lo haya contado. Demonios, no puedo correr el riesgo de verme ridícula.
—Aún si no fuera así no aceptaría comer contigo.
—Oh, ¿en serio? —Da unos pasos hacia mí—. Tal vez podría convencerte.
«Solo tengo a Max, pero a él no lo veo tanto como un amigo».
—No quiero. —Me deshago de su agarre y sigo caminando.
Mierda. ¿Por qué tiene que molestarme la idea de que estén juntos?
Debería sentirme aliviada ya que no voy a competir contra alguien tan hermosa y conservar a Jack solo para mí. Además, parece ser buena persona, y como buena persona que también quiero ser lo mejor que puedo hacer es desearle lo mejor.
A otro perro con ese hueso.
¡Cállate de una condenada vez!
Me detengo en la acera al sentir que mi teléfono empieza a vibrar por toda la cartera. Rayos, ni que tuviera tantas cosas dentro, ¿por qué no la encuentro?
Y en tan solo un segundo, el bolso desaparece de mis manos.
Lo último que puedo ver es a un hombre corriendo hacia la derecha.
—¡Ey, detente! —Sin pensarlo, empiezo a seguir al hombre que carga mi cartera y se aleja a una gran velocidad.
—¡Amelí, no lo sigas! —oigo los gritos de Max a mi espalda.
—¡Mejor tú deja de seguirme! —Y acelero el paso— ¡Oye, desgraciado, detente o te arrepentirás!
—¡Amelí!
Que terco.
El sujeto entra a un pasaje por la izquierda y lo sigo sin dudarlo. Entramos a un callejón un poco amplio y lo suficientemente sucio para lucir como el escenario de una película de terror. El tipo baja la velocidad hasta detenerse y darse la vuelta hacia mí.
Y como toda ciudadana atenta a las señales, al instante me doy la vuelta para salir de allí e ir en búsqueda de una autoridad encargada de estos asuntos ilícitos.
—¿Max, por qué me seguiste? —digo al caminar hacia él.
—¿Qué no me oíste? Te dije que no lo siguieras —se queja con un excesivo desespero.
—Bien, no lo haré, vámonos. —Lo agarro del brazo para irnos.
—¿Ahora sí me vas a escuchar? —Empuja mi mano, sin permitir que siga tocándolo— ¿Qué tal si el tipo te hacía algo? ¿Qué tal si...?
—Max... —me callo al notar la presencia de otros dos tipos acercándose, tomando el mismo camino por el que nosotros vinimos—. Max, tenemos que irnos. Ahora.
Se da cuenta de lo que trato de indicarle con la vista y mira por encima de su hombro a los sujetos que continúan avanzando.
—Buen trabajo, compañero, esta vez trajiste buenas presas —dice uno de los hombres.
Entonces los tres descubren unas cuchillas del mismo delgado tamaño y me doy cuenta de lo que está pasando.
Mierda. Es por esto que uno nunca debe perseguir a su ladrón a un callejón baldío en donde no pasa gente, apenas y entra la luz, ni siquiera hay ventanas, ni señal alguna de que haya sido limpiada hace siglos.
Claro, en esto si no soy nada cobarde.
¿Y, cerebro, tienes algo para añadir? ¿No? Debí suponerlo.
Max se coloca delante de mí e intercambia miradas con los tres sujetos. Lo miro y descubro su mandíbula tensa. Tal gesto no me inspira nada de confianza, solo provoca que lo vea todo más real y... letal.
El miedo invade mi cuerpo hasta helarme y volverme de piedra. Sostengo la parte de atrás de su blazer y lo presiono hasta que mis nudillos empalidecen.
Estoy por dejarme dominar por el terror y encerrarme para no ser consciente de lo que vaya a ocurrir.
—¿Qué es lo que hacemos con los tipos malos?
Parpadeo al notar que logró callar el pánico, pero sigo paralizada.
—¿Qué es lo que hacemos con los tipos malos? —Max vuelve a susurrarme.
—Darles... —Libero su ropa—. De su propia... —Miro el perfil de Max—. Medicina.
—Espero puedas olvidarte lo de ser pacifista por unos minutos y mostrar la agilidad que sé que aún tienes.
—Yo me encargo del tipo que tiene mi cartera —murmuro, más segura que antes—, cuando termine con él te ayudo con los otros.
—Esa es mi chica.
Me giro hasta estar cara a cara con el tipo y camino con mucho cuidado hacia él.
—¿Qué intentas hacer, preciosa?
Levanto las manos y aporto un rostro más asustado.
—Por favor, llévese todo lo que tiene adentro, pero ¿podría darme la foto de mi perro Orejotas? —mi voz se rompe para hacerla más real— ¿Por favor? Amé mucho a ese perro y esa es la única foto que tengo de él. Se lo suplico, apiádese de mí.
Y como la cereza en la torta, me pongo a llorar. Mis lágrimas suelen salir fácilmente para estas ocasiones teatrales.
Me detengo a medio metro de distancia, lo suficiente para lo que tengo planeado hacer, y sigo mirándolo con completa tristeza y desesperación.
—Bien, pero no intentes nada y mantén las manos en donde pueda verlas.
Iluso.
Espero que se enfoque en rebuscar el interior la cartera, y cuando se concentra en la búsqueda actúo. Mi pierna derecha toma impulso y le da una acertada patada a la mano del sujeto, y el cuchillo sale volando.
Ambos miramos en donde aterrizó para luego cruzas las miradas. Le sonrío y lo embisto con una patada en sus partes privadas. Cae de rodillas, cubriéndose la zona herida con ambas manos, y con la boca abierta por la falta de aire. Estoy por volver a golpearlo cuando cae hacia un lado, desmayado.
Inhalo hasta llenarme de aire, un aire que no había respirado hace mucho. Por un momento vuelvo a sentirme una adolescente llena de vida.
—Max, ¿viste lo que...? —digo dándome la vuelta, pero callo al ver a Max colocarse delante de mí y rodearme con sus brazos.
Y todo se pone en cámara lenta mientras escucho en modo repetitivo el sonido del cuchillo atravesándole.
El cuerpo de Max se afloja y trato de evitar que se desplome. Miro al hombre que lo lastimó y él también me mira. Una nueva sacudida me indica que ha sacado el metal, pero no soy capaz de detenerlo al tener las manos ocupadas.
Se aleja riendo, hasta se vanagloria por la supuesta victoria que ha conseguido, y se pierde en la calle junto con los demás maleantes.
No puedo seguir cargándolo y ambos caemos al suelo. El movimiento estrepitoso le causa dolor, no necesita decirlo, su cara lo dice todo.
—Amelí...
—Max, no hables. —Intento presionar la herida, pero el líquido se escapa de entre mis dedos.
Lo suelto para ir por mi cartera. Lo primero que hago es llamar a emergencias.
Regreso con Max, tiro el contenido del bolso en el piso y agarro lo que buscaba. Una toalla higiénica. Lo ayudo a colocarse de lado, le levanto la ropa, y coloco la toalla en la herida.
—¿Q-Qué es lo que me has puesto? —se altera e intenta tocar su espalda.
—Es para detener la hemorragia hasta que llegue la ayuda —le explico.
—Eso no fue lo que pregunté.
—Es lo único que encontré.
—¿Entonces sí es lo que creo que es? Quítalo de inmediato. —Se estira lo suficiente para quejarse de dolor, y regresa su brazo a la posición original.
—No, podrías desangrarte —demando.
—Prefiero hacerlo a que me encuentren con esa cosa que usan las mujeres.
—Es súper absorbente.
—¿Intentas aprovecharte de la situación para avergonzarme?
—No es el momento para que te pongas sarcástico. —Trago saliva al contemplar la sangre, aparto la vista para enfocarme en él— ¡Estás herido!
—Sí, ¿y de quién crees que es la culpa?
Me congelo, no hay nada que pueda decir para refutarlo. Un dolor interno del que no tengo ubicación nace y se duplica con rapidez.
El sonido de la ambulancia avisa que ya llegaron. Dos paramédicos se acercan a nosotros y me alejan de Max para auxiliarle. Lo levantan con cuidado para colocarlo en la camilla. Camino detrás de ellos, tímida, insegura de si estoy invitada para acompañarlos.
Dos policías arrastran al hombre que dejé inconsciente. Sé que no está muerto por lo sollozos que salen de su boca mientras se lo llevan. Por si las dudas lo esposan y luego lo tiran dentro del auto.
Uno de los policías me aborda.
—Señorita, voy a necesitar que nos dé su declaración de lo sucedido.
Las puertas de la ambulancia están por cerrarse.
—Disculpe, pero tengo que ir con ellos, ¿podemos hacerlo luego?
—No hay problema, nosotros le acompañaremos —asegura, amable.
—Gracias.
Antes que el paramédico cierre la puerta que falta, le detengo diciendo:
—Yo también voy.
No se muestran convencidos de que lo haga.
—Lo conozco, estuve con él cuando sucedió.
Ahora sí.
Me acomodo en el espacio libre y suspiro al ver como las dos puertas bloquean la vista de la calle.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top