Capítulo 20: "Fácil, ¿no?"
«Amax, esa muñeca era un regalo de mi mamá, ¿y dices que lo perdiste? ¿Por qué lo agarraste si no es tuyo?»
«No sabía que te lo había dado tu mamá».
«¿Esa es tu excusa? ¿Y entonces quién pensaste que me lo había dado?»
«Ese niño me dijo que te lo dio porque le gustas y yo... solo no quiero que recibas nada de ningún otro niño que no sea yo, y espero respetes esa condición».
—Tal vez para ti el pasado fue algo extraordinario, pero para mí fue una absoluta pesadilla que prefiero no volver a recordar —aseguro con una confianza inexistente.
Lo siento, Susana, pero no voy a seguir tu consejo. No tengo ningún interés en seguir relacionándome con él. Quiero volver a mi vida en la que su existencia se encontraba muy pero muy lejos de mi vista.
—Acepto que cometí un error con el rumor que solté de ti. —Frunce el ceño, disgustado con lo que estoy diciendo. Se aleja y prosigo—: No tengo excusas, hice mal y si debes usarlo para despedirme lo acepto.
Consigo sentarme y me sacudo las manos por estar tocando el suelo. Max se ha quedado ahí, lelo mientras mira un punto cualquiera.
—Pero sí lo haces, te advierto que no me quedaré tranquila. —Me presta atención y me levanto.
Bajo un escalón.
—Les contaré a los dueños de la revista que el abogado que contrataron no solo me ha esposado una, sino dos veces. —Enseño la cantidad con los dedos mientras sigo bajando lo que la mano esposada me lo permite—. Y tengo testigos que lo puedan corroboraAAaa- —Y caigo de cara sobre el pecho de Max.
Malditos tacones.
—¿Estás bien? —Me sujeta de los brazos mientras pestañeo repetidas veces ya que algo se me ha metido en el ojo.
—¡No lo estoy! —Me restriego el globo visual derecho—. Ya quítame esto. —Agito el brazo izquierdo.
Al fin me libera y sacudo la mano para estirar la muñeca.
—Si me deja marca te patearé en tus partes —reclamo con un ojo cerrado, ya que la basurita sigue dentro.
—Lo siento.
—Sí, sí. —Sigo mi camino, con poco interés para seguir charlando—. Adiós.
He llegado al trabajo sin tener consciencia del tiempo, sin pensar o poder recordar la manera en la que me levanté, qué tomé de desayuno, cómo subí al auto. Nada. Porque ya no lo siento tan importante como para prestarle atención.
Mi objetivo del día es dar un buen desempeño en el trabajo y, tal vez, más adelante, conseguir un ascenso.
Entro en un estado automático mientras trabajo con la computadora, ni siquiera tengo que prestar atención a lo que hago.
Pienso en mi padre, su cumpleaños está cada vez más cerca y debo buscar qué regalarle.
Saber que podré verlo muy pronto me anima.
Hace tanto que no nos vemos que ya extraño sus abrazos. Hasta lo escucharía por horas hablando de sus anécdotas de arquitectos, mientras pueda oírlo en persona es perfecto para mí.
—Am, ¿quieres ir por un café? —reconozco la voz de Susana.
No volteo a verla, ni para averiguar si se encuentra sola o si está en compañía de Isabela y Beatriz.
—Tal vez después —rechazo con gentileza—, quiero terminar con esto lo más pronto posible.
No dejo de teclear, de mantener la mirada fija en la pantalla, pero sin meterme de lleno en ello, simplemente como un reflejo ya que es la dirección que se supone debo estar mirando.
—Claro. Solo no olvides pestañear de vez en cuando.
No oigo nada más y continúo sumergiéndome en la neutralidad del momento.
—Am, ¿te sientes bien? —pregunta Beatriz, realmente preocupada.
Como si hubiera dado un salto en el tiempo que me hizo llegar al restaurante en el que nos encontramos, intento percibir la situación actual para dejarme llevar por ella. En mi plato solo queda un pedazo de filete, una pequeña porción de arroz y unas cuantas verduras de acompañamiento.
—Sí, todo está bien —respondo con letargo, pero sin alguna señal de sentirme cansada.
—¿En serio? —interviene Susana.
—En serio —afirmo con el mismo sentimiento—. Intento adelantar el informe de la última investigación que me entregaron, pero he visto que no podré terminarlo hoy así que creo que primero le entregaré un avance a Diego para que lo revise y me diga si está conforme y si es lo que necesita.
—Ay, hija, pero tú estás bien mal —dice Susana, de repente alterada.
Adhiero la vista en ella para prestarle atención, buscando explicación.
—No sueles mencionar ese tema en nuestras conversaciones —esclarece Isabela de parte suya.
—Ella nunca ha mencionado asuntos del trabajo cuando no estamos en la oficina porque, al igual que a mí, le resulta totalmente aburrido tener que discutirlo —aclara la persona que estaba esperando que lo hiciera en primer lugar—. Ahora no es momento de preocuparse con ser delicada, no cuando Amelia está desvariando.
Lo dice como si esa Amelia no estuviera presente, que se está hablando de alguien que solo tiene el mismo nombre que yo.
—Amelia, ¿qué sucede? —insiste Susana, con toda la atención en mí.
—Ya he dicho que no sucede nada —digo con calma—, mencioné el trabajo porque creí que me preguntaban por eso.
—Tienes razón Susana, Amelia está muy mal, parece que nos la han cambiado —cuestiona Isabela, asegurándose de no ser hiriente.
—¿Está todo bien con Jack? —Beatriz se hace presente en el interrogatorio.
—¿Jack? —repito el nombre, como si no supiera a quien le pertenece.
El teléfono que había dejado al lado del plato empieza un baile vibrador. Lo agarro y leo Príncipe Terminator como la persona que llama.
—¿Aló?
—Ey, Amelia, ¿almorzando? —dice la otra persona, emocionado por algo.
—¿Cómo supiste? —pregunto honestamente.
Escucho risas de su parte.
—Supongo que es porque nuestras mentes están conectadas. ¿Tienes planes para esta noche? Me han obsequiado un par de entradas para la inauguración de una galería.
—¿Se necesitan entradas para eso?
—Eso pregunté cuando me las dieron. —Más risas de su parte—. Dicen que el invitado estrella y creador de todas las obras es un pintor reconocido internacionalmente y que cada una de ellas son sus últimas creaciones. O sea, nada interesante. ¿Qué dices?
—Suena bien, ¿pasas por mí?
—Te espero en la entrada a las siete.
—Okey, adiós.
Cuelgo y dejo el teléfono en el mismo lugar.
—¿Quién era? —consulta Susana, usando su tono de curiosa.
—Jack —respondo de inmediato—. Me invitó a la inauguración de una galería.
Agarro el tenedor para seguir comiendo, con el estado apacible activo.
—¡¿Vas a tener una cita con Jack?! —ataca enérgicamente.
—No es una cita, es una salida de amigos en la que estoy incluida.
—¿Te dijo que alguien más irá con ustedes? —persiste.
—No, pero suele olvidar ese detalle.
—¿Qué es lo que te dijo exactamente? —pregunta ansiosa.
—«Supongo que es porque nuestras mentes están conectadas ¿Tienes planes para esta noche? Me han obsequiado un par de entradas para la inauguración de una galería» —cito a la perfección. No estoy segura de la razón para recordar cada cosa que me ha dicho, como si fuera de suma importancia.
—¿Un par de entradas? —insinúa— Eso significa que solo tiene dos, una para ti y otra para él.
—Cuando digo: me bebí un par de copas nunca me refiero a que solo bebí dos —le explico con el mejor ejemplo que podría usar.
—Pero no puedes negar que cabe la posibilidad de que solo estén ustedes dos —puntualiza sin darse por vencido.
Las grandes esperanzas que ahora ha puesto en mí me dice que es mejor dejarle ganar, simplemente para no romperle las ilusiones. Simplemente por eso.
Otro salto en el tiempo y me encuentro cogiendo mis cosas para irme con las chicas al ascensor.
—Vamos Am, Jack ya te debe estar esperando —llama Susana al darse cuenta que me estoy quedando atrás.
Veo la hora del reloj pegado en la pared de la entrada, y confirmo que son las siete en punto, justo a tiempo para el encuentro.
Pongo el bolso sobre el hombro derecho y me apresuro en alcanzarles.
Las cuatro entramos al ascensor y sus puertas se van cerrando mientras la charla da inicio. Los resúmenes de lo que cada una hará el resto de la noche se van pasando cuando una mano infiltrada se interpone entre las puertas justo a tiempo para detener su cierre completo.
—Eso estuvo cerca —comenta Max, sonriendo tranquilo, dando pasos dentro del cubo.
Esta vez las puertas consiguen unirse.
Al momento de querer irme para atrás y dejar que él se quede adelante y solo, noto la barricada que las chicas han creado, sin espacio para una más. Le hago sutiles caras a Susana, persona quien se supone debería ayudarme ya que sabe más de la situación, pero ella solo vocaliza no seas cobarde sin emitir sonido. Le respondo vocalizando: esta me la vas a pagar, bien claro para que lo entienda. Sonríe divertida.
Exhalo y me apoyo de una pierna en tanto esperamos.
—¿De camino a algún compromiso? —pregunta de repente.
Me enderezo como quien no comprende la interrogante. Doy una breve mirada a las chicas, ellas están tan sorprendidas como yo, claro que por diferentes razones.
Le noto voltear la cabeza hacia atrás para mirarlas. Las miro de nuevo y ellas se tensan al darse cuenta de que esa no era una pregunta retórica.
—Ah ¡sí! —responde Susana, la valiente del trío—. Cena familiar.
Max asiente con la cabeza, como si el dato realmente fuera interesante.
Esta podría ser la primera charla después del trabajo que él ha iniciado, mejor dicho, que se ha atrevido a iniciar con otro trabajador.
¿Por qué nos está hablando? ¿No estará al tanto que los abogados no son bien recibidos por nosotros? Por más que nos hayan repetido que ellos vienen para defendernos, sabemos muy bien que en realidad han venido a defender a la compañía, y que no les importa culpar a algún trabajador con tal de conseguirlo.
—¿Y usted tiene algún compromiso previo, señorita Thompson?
Lo miro para confirmar que esa pregunta de verdad va dirigida hacia mí.
Las chicas parecen aguantar la respiración mientras observan en silencio, atentas a lo que haré. Supongo que saben muy bien de lo que soy capaz cuando un abogado intenta hacer algún acercamiento conmigo.
—Sí —respondo a secas y fijo de nuevo la mirada hacia el frente.
—¿Será una cita tal vez?
Esta vez solo lo miro por el rabillo del ojo, disconforme de su insistencia.
—Tal vez.
—Me alegro por usted —añade, con una sonrisa que, aún sin verlo, consigo notarla—. Es bueno tener una vida social con la que entretenerse luego de tanto trabajar.
—Gracias... supongo —lo último lo digo susurrando, como un comentario aparte que no debería ser escuchado.
—Amelia tiene una estupenda vida social al lado del perfecto Jack, un reconocido modelo con quien mantiene una relación muy íntima —declara Susana, orgullosa de echarle en cara tal información
Le miro con el ceño fruncido para callarla y que se abstenga de hablar. Los nervios de Isabela y Beatriz van en aumento, incomodándose por el perturbador camino que está tomando la conversación.
—Bueno, yo no consideraría una salida de amigos como una cita —agrega seguro, mostrando una sonrisa desdeñosa.
Me quedo en pausa.
Algo dentro de mí se chamusca y afecta todo lo demás, causando que se dé un apagón en el sistema entero. El reinicio no tarda en llegar y con ella el conjunto de emociones que al parecer tenía desactivado.
Giro mi cuerpo para verle la cara a la persona que seguramente ha sido quien oprimió el botón de reinicio.
—Así usted lo considere o no le puedo decir que de igual manera lo disfrutaré con ganas, le doy mi palabra en que no desaprovecharé la oportunidad de pasar un magnífico rato con el mejor hombre que he conocido —se lo anuncio con una enorme seguridad puesta en mí.
Él también se da vuelta para estar ambos cara a cara.
—Aunque no comprendo porque ha tenido la necesidad de darme su palabra de una manera que hasta sonó a amenaza, le doy una forzada buena suerte de que lo consiga, señorita Thompson —responde con la misma seguridad.
—Le informo que no son necesarios sus buenos deseos forzados, señor abogado, porque bien me es suficiente la confianza que tengo, la cual ayudará a que lo consiga —ataco con garras, empinando la barbilla, mostrándome orgullosa.
—Mis buenos deseos no son para usted sino para su acompañante, señorita Thompson, quien espero que sea el indicado para que logre conseguir esa cita que tanto desea tener —contraataca, copiando mi cambio de postura orgullosa.
¿Está insinuando lo que creó que está insinuando? Así que ahora empezamos con los golpes bajos. Bien. Tengo unos cuantos en mente.
—Ahora le aseguro que él tampoco aceptaría esos buenos deseos de su parte, señor abogado, porque no es de las personas que recibe cosas de extraños que tienen un particular gusto a jugar en varios equipos a la vez por la simple razón de sentirse aburridos. A él también le desagradan los abogados —concluyo para camuflar el mensaje encriptado.
Intensifica los ojos al captarlo.
—Pero es seguro que él va a necesitar mucha suerte para que consiga que la persona testaruda que tendrá de compañía se digne en escucharle sin obligarse a usar la fuerza.
—Él es una persona tan agradable que hasta un sordo se detendría a escucharlo, no como esas personas cavernícolas que fuerzan a una mujer con objetos sadomasoquistas que suele usar en un juego para adultos.
—No me vaya a decir que no es de las que no les gusta ese tipo de juegos, bien que parece ser la clase de mujeres que ven a los hombres como objetos para saciar su sed de mujer.
Ahora sí se pasó. Avanzo hacia él, lista para empezar la contienda de puños.
—Las puertas ya se han abierto —dice alguien que sé que no es él, solo que me tardo en deducirlo porque esas palabras también parecen tener doble sentido.
Ambos giramos la cabeza a las puertas abiertas que permiten mostrar el exterior.
—Andando, Am —ordena Susana, empujándome fuera del ascensor—. Abogado —se despide con prisa, sin dejar de llevarme lejos del susodicho.
No pongo lucha porque sé bien que está mal que lo golpee.
—¿Qué ha sido todo eso? —Beatriz me apresa con todo su ser autoritario de madre dura.
Ella e Isabela se muestran rectas, ambas aportando posiciones serías, pero diferentes, la primera de brazos cruzados y la segunda con las manos en la cintura. Susana se queda a mi lado al ver innecesario unirse a ellas, solo aporta un estado paciente para que me explique.
—Lo siento. No debí hacer eso. Estuvo mal y admito toda la culpa —me disculpo con mucha pena, mirando a cada una para que puedan notar mi sinceridad.
—Cuando dijiste todo eso enfrente de ellas ya las hiciste parte de esto, Amelia —se mete Susana cruzándose de brazos, sin reproche ni nada por el estilo—. Solo diles la verdad, así te evitarás más problemas.
Bajo la mirada para ver si es una buena opción.
La verdad. ¿Cuántas veces más la tendré que decir en voz alta?
En parte ya quisiera que todos lo supieran de una vez para que ya no hubiera la necesidad de decirlo, de tener que confesarlo con mis palabras.
Levanto la mirada y veo la única verdad que me importa: Jack y lo que siento por él. Lo que siento estar a su lado, lo que consigue que sienta después de todo. Protección.
—La cuestión es esta... —empiezo con calma, mirándolas —. Aquel abogado, o Max, nombre con el que solía conocerle, es alguien que fue parte de una época remota de mi adolescencia en la que aún era ingenua y creía en el amor, y en la mutua confianza que eso conllevaba. Ese hombre que ha decidido aparecer en esta nueva vida que he forjado con tanto esfuerzo es el mismo que me engañó con otra mujer. Fue quien me rompió el corazón.
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