Capítulo. 5: Paciencia
Abrí los ojos y noté que Jay cayó sobre mí con sus manos a mis costados. Empecé a sentir como mis mejillas ardían por los nervios ya que el chico se encontraba a centímetros de mi cara.
—Yo-o... —el castaño tartamudeó un poco y estaba rojo como tomate.
Un silencio nos inundó y ninguno de los dos se movía de la posición en la que estábamos: ¿Qué demonios nos pasaba? Estaba por hablar, pero el sonido de un trueno terriblemente fuerte me detuvo.
—¡Ah! —solté un gritillo.
Ésta vez me moví por el susto; Jay soltó una risita.
—¿Te dan miedo los rayos? —me interrogó moviéndose de encima mío.
—Sí, mucho. —contesté levemente espantada mientras me enderezaba.
—Eso lo explica. —mencionó comprensivo—. ¡Boo! —imitó a un fantasma y me lanzó pequeños rayos de sus manos.
—¡Para! —musité molesta y asustada.
—¿Por qué te dan miedo? —rió cortamente.
—No lo sé, solo... No lo hagas. —le pedí y me alejé un poco.
—De acuerdo. —dijo para después recostarse en mi cama.
Me sentía algo incomoda de tener a un chico al cual acabo de conocer sobre mi cama. Necesitaba acomodar mis cosas y arreglarme, así que...
—Ehh... Bueno, ya te puedes retirar. —busqué las palabras y al poco tiempo, me arrepentí por haber sonado tan grosera.
—¿Me estás corriendo? —soltó ofendido.
—No, es solo que... —jugué con mis dedos—. Necesito acomodar mi cuarto. —repuse más segura.
—Yo ya lo veo acomodado. —mencionó aún recostado. —Tal vez es porque no has visto mi habitación: es un desorden, siempre me lo dicen. —se paró y empezó a caminar por la habitación—. Sensei dice que soy el más desordenado de los cinco, aunque yo creo que ese es Kai; es decir, su cuarto huele a quemado, ¿a quién le gusta el olor a azufre? ¡Es un asco total! —siguió relatando y yo solo lo miraba de un lado a otro—. Además de que siempre deja regada su ropa por todos lados y, a veces, incluso-... —lo interrumpí.
—Jay. —lo detuve.
Demonios, este chico me vuelve loca.
—¿Sí? —me sonrió inocentemente sin captar.
—Fue un gusto conocerte, pero... —lo tomé de los hombros y lo encaminé a la puerta—. Necesito arreglarme; te veo luego. —continué y cerré la puerta con él afuera.
Cerré los ojos y solté un suspiro de alivio. Por fin sola. En cuanto abrí los ojos, ahí estaba otra vez, parado viéndome con una boba sonrisa infantil.
—¿Qué? ¿Cómo le hiciste para-...? —lo miré incrédula.
—¿Olvidas que soy un ninja?
Este chico me colmó la paciencia en segundos.
—Vamos, Karly, no seas aburrida; hay que conocernos un poco. —sugirió mientras tomaba mi balón de basketball y jugaba con éste—. ¡Ya sé, ya sé! —exclamó ansioso—. Quien tenga el balón, hará una pregunta y el otro responderá. En este caso, yo empiezo. —sonrió como un niño pequeño.
Me rendí y decidí seguirle el juego. Después de todo, se ve como un chico agradable; molestoso y parlanchín, pero agradable.
—De acuerdo, ¿qué quieres saber sobre mí? —lo miré un poco agotada mientras me sentaba en la silla de mi escritorio.
—¿Tienes familiares además de Lloyd y de tus tíos? —su gesto cambió a uno más serio y de curiosidad.
—No, mi única familia que me queda son mis tíos Ben y Cheryl de parte de mi padre y mis tíos Misako y Garmadon de parte de mi madre; y pues, Lloyd, claro.
—Bien, te toca. —me lanzó el balón y lo atrapé en seguida.
Pensé en qué preguntarle. Una imagen de los cinco chicos vino a mi mente: ¿cómo terminaron juntos si parecen no estar relacionados?
—¿Cómo fue que se conocieron todos ustedes?
—Verás, antes de que el tiempo tuviera nombre, el primer maestro spinjitsu creó Ninjago utilizando las cuatro Armas Ele-... —volví a detener su inspiración, al darme cuenta de que iba a alargar la historia.
—Ve al punto, por favor. —pedí.
—Aw, bueno. —exclamó triste por el repentino corte de su historia—. Sensei Wu nos encontró en partes distintas y nos guió para volvernos ninjas. Nos conocimos primero Cole, Zane y yo en el monasterio, y unos días después Kai también. —relató—. No fue hasta nuestra segunda o tercera misión que conocimos a Lloyd, pero pues era un niñato malcriado en esos momentos. —terminó.
—¿Por qué era un niñato malcriado? —me entró la intriga.
—Ah, ah. —movió su dedo índice en señal de "no"—. Mi turno. —hizo un ademán para que le pasara la pelota.
Rodeé los ojos y le di un pase volado el cual atrapó muy a penas.
—¿Me puedes enseñar a hacer magia? —musitó mientras veía mi varita en el escritorio.
En ese momento, instintivamente la tomé.
—No es por ser gacha, pero no creo que puedas controlarla. —contesté seria.
—¿Por qué lo dices? Ni que fuera tan complicado.
—Lo es, al principio. Podrías incluso dañar algo o a alguien por accidente. —expliqué detenidamente.
—A ver. —se levantó y se acercó a mí—. Déjame intentarlo. —intentó tomarla, antes de que yo la alejara.
—No.
—Solo unos segundos, vamos. —insistió haciendo un pequeño berrinche.
Negué con la cabeza.
—¿No crees que pueda hacerlo? —inquirió con voz rota y ojos de perrito.
Lo miré insegura devuelta a su mirada suplicante de perrito triste; se veía adorable. Estaba por decirle algo, pero...
—Hey, ya bajen, la cena está lista. —Cole abrió la puerta y nos informó, haciendo que ambos saltáramos del susto.
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