Espacio
Esta semana han pasado por aquí mi mamá, mi ahijada, mi amiga K, mi prima Olenka y mi primo que vive en el quinto piso; cada uno de ellos ha volteado a ver detrás de mi puerta y luego me han lanzado la misma mirada de "¿qué demonios hacen tantas pesas y aparatos de ejercicios en tu cuarto?". Yo, muy avergonzada y nerviosa, he atinado a mirar el techo y decir, casi en un suspiro, con voz bajita: "No son míos, son del muñeco."
Creo que el principal motivo por el que lo digo en un tono tan silencioso es el mismo motivo por el que ellos me miran tan extrañados; les sorprende que yo, una mujer tan desapegada a muchas personas, que no contesto mensajes, que no converso con mis amistades, que no publico absolutamente nada de mi vida privada en redes sociales; yo, que el único lazo afectivo real que tenía a diario eran mis momentos con mi gato, rascándole la panza; yo, que prefiero pasar un fin de semana en casa de mis papis que salir a la calle o incluso que ir a mi cuarto a verte; les sorprendía que yo hubiese permitido que tú, mi muñeco, dejaras cosas en mi casa.
Y estamos hablando de cosas enormes. Tengo un cuarto pequeño y tus pertenencias están invadiendo mi espacio. Sí, lo digo aquí frente a todos y perdona que te lo reclame en público en lugar de por privado; las pesas, las barras, la banca, el saco, los aros... todo ocupa demasiado espacio. ¡Y eso que no lo has armado aun! Estoy jodida.
Hace unos días apareciste por acá e intestaste armar la banca. Me senté a observarte mientras uno a uno, tus juguetes salían de las cajas. Me pediste música, coloqué AC/DC. Me diste esa mirada y dijiste: "¿Tan bien me conoces?" Sí, demasiado, a veces.
Me pediste ayuda y me negué. "Esos son tus juguetes", te dije, "tú los armarás solo".
"Sólo que me ayudes a sacarlos de las cajas", reclamaste. Te lancé una cuchilla para que rompas los plásticos de la envoltura. Más ayuda de mi parte no ibas a tener.
Tratabas de armar el rompecabezas, viendo una y otra vez las imágenes que sacamos del Google para darle forma a la dichosa banca multiusos. Te seguía mirando en silencio. Mi mente dividida en un "eso no va a caber en el cuarto, cómo se te ocurrió decir que sí" y un "míralo, tan feliz".
Y es que debo aceptarlo. Se te ve feliz. Desde el momento en que apareció la dichosa oferta has tenido un brillo en los ojos porque esto era lo que siempre quisiste tener y al fin podías pero... para tu mala suerte, no podías tenerlo en casa. Le diste mil y un vueltas en la cabeza, pensando en cómo hacer para que sí pudiera entrar bajo tu techo y, no, no entra, no hay forma. Te tragaste los mil sapos, maldijiste al cielo y la tierra e hiciste algo que nunca haces: Me llamaste y me pediste un favor.
Sonará muy raro pero, así somos. Tú no me pides favores grandes, siempre son pequeños como "¿tienes el número de tal?" o "¿me dices cómo se dice maracuyá en inglés?" o "¿sabes dónde arreglan este tipo de celulares?". No eres de pedirme favores. En realidad, ninguno lo hace. Somos tan independientes el uno del otro que nunca hemos tenido la necesidad. No nos gusta fastidiarnos. Sobre todo tú. Sé lo difícil que fue para ti llamarme y pedirme que guardara los juguetes hasta ver cómo los podíamos meter en tu casa. Lo sentí en tu voz.
Yo acepté sin saber qué tan grande serían. Honestamente, no me imaginaba el tamaño. Cuando te vi llegar con ellos... me quedé congelada. Estaba a punto de decirte un no rotundo cuando alcé la vista y esos dos ojos tuyos brillaban cual niño en Navidad. Estabas feliz. Una felicidad absoluta y pura. De esas que te veo en escazas oportunidades, una de esas que valen la pena conservar.
Desde que te conozco, tu apariencia ha sido un tema importante. No por vanidad sino por mero gusto. Tú deseas tener músculos más definidos, deseas mirar tus abdominales bien formados, deseas que tu espalda se vea más ancha. Yo, me sigo deslumbrando cada vez que te quitas la camisa y tus hombros grandes y brazos marcados me dan el espectáculo de mi vida. Te ves infartante tal y como estás. Hay que reconocerlo, eres guapo. Muy guapo. Lo sabes tú, lo saben todas. No te preocupa tanto tu apariencia sino, es más un gusto por verte así. Es lo que siempre has querido.
Yo, con mi abdomen deforme, con esos rollos colgando, la celulitis de mis piernas, mis tres papadas, mis caderas gigantes, mi obesidad; lo mal, mejor dicho, lo pésimo que me veo desnuda... Yo pierdo el aliento cada vez que te quitas la ropa para mí. Nunca dejaré de preguntarme que ves en mí. Nunca.
Digamos entonces las cosas como son. Te ves feliz y esta mujer que ama su independencia, que adora el no tener que darle explicaciones a nadie, que puede pasarse el fin de semana viendo Netflix y que ningún hombre o mujer le esté diciendo que mejor vamos al cine o salgamos a pasear o a beber algo o a lo que sea; que no contesta el teléfono porque está transmitiendo la radio o está escribiendo su última crónica; que no te llama, que te deja mensajes una vez a la semana; yo... yo quiero verte feliz.
Hace unas semanas dijiste algo que nunca me habías dicho antes: "Porque te quiero, te cuido". Fue la primera vez que lo decías. Dijiste que me querías. Lo hiciste. A tu estilo. Fue precioso. Te lo agradezco.
Entonces, mientras terminabas de darte cuenta de que necesitabas más herramientas para armar la banca y que no podrías terminar esa noche, me levanté de la cama, fui hasta ti y te di un beso diciendo:
"Te quiero... muy a mi estilo".
Me di la media vuelta y tú contestabas: "Y yo al mío".
No entendí que fue lo que dijiste después pero, me quedo con eso. No habrá amor, no habrá una relación convencional, pero hay cariño, respeto, confianza y un entendernos que da miedo.
Está bien, busquemos la forma de que todo entre en el cuarto. No quiero pincharte el globo como dices. Te quiero y así lo haremos.
Cerrado.
PD= Voy a subirme a la elíptica, media hora diaria, mirando ese cartel de "Porque te quiero, te cuido" pero ese saco de box... ese sí se tiene que ir.
Ahora sí, "cerrao".
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top