25. Problemas.

—Esto me da muy mala espina, Eren —hablaba Jean a su compañero, sentado en el asfalto de la banqueta frente al castillo donde Erwin y Rivaille se habían metido para hablar (o más bien pelear) acerca de por qué rayos querían que Eren se quedara en esa maldita ciudad. Y con la estúpida excusa de que necesitarían hacerle más pruebas. ¿Acaso se pasaría la vida entera probando para nada?

Esa era la causa por la que Rivaille estaba seguro de que la gente en el gobierno de Sina tenía una o más razones muy diferentes a las que les habían dicho para mantener a Eren en la ciudad. Y el sargento estaba seguro de que iba a saberlo. O morir en el intento. No podía irse de Sina sin Eren, ahora que son oficialmente una pareja.

—No seas idiota, Jean —respondió Eren caminando en círculos frente a su compañero con una mano en la barbilla, pensando. Se quedó frente a él y lo miró nervioso aún para decir otra cosa—: Seguramente el sargento hará algo —hizo como si se fuera a morder las uñas de los nervios y Jean rió alto. Eren volteo a verlo otra vez—. ¿Qué es tan malditamente gracioso?

—Nada... —soltó otra risita—. Sólo que te ves gracioso confiando así en tu lindo y bajito sargento (guión) novio.

—No le digas lindo a mi novio, idiota. Y no es bajito, sólo es... ¡Bueno y a ti qué te importa! —gritó sonrojándose y dándole la espalda con los brazos cruzados a Jean mientras reía muy fuerte.

—¿De bolsillo, Eren? —preguntó riendo.

—Ajá, sí. ¿Y qué me dices del tuyo, Jean? —Eren se volteó y se sentó pegado a Jean pasando su brazo por sobre sus hombros y mirándolo con una sonrisa pícara—. ¿Más grande de lo que puedes soportar?

Jean borró esa sonrisa de su cara y palideció. Después se ruborizó tanto que sintió arder su rostro y volteó al lado contrario de donde estaba Eren, tratando de evitar que lo viera.

—N-no sé de qué me estás hablando, Eren.

Ahora Eren era al que le dolía el estómago de tanta risa.

—Sí, claro, Jean. ¿Crees que no me he dado cuenta de lo extraño que caminas? ¿De cómo tardas tanto en sentarte y levantarte? Dios, debe dolerte muchísimo el trasero.

—No seas imbécil, tengo lastimado el tobillo. Por eso camino raro.

—Ajá, como no. Cuéntame, ¿cuándo fue? ¡Qué digo!, está claro que fue ayer.

—¡Eren! —grita el de cabello bicolor—. ¡Cállate de una vez, imbécil!

Y sin que Eren dejara de reírse Jean se puso de pie lentamente y se estiró con cuidado, se tronó los dedos y habló con el recién llegado soldado frente a él, el cual Eren no se había percatado de su presencia.

—¿Qué pasó, sargento? ¿Lograron convencer al rey? —preguntó tratando de regresar a su color normal y mantenerle la mirada a Rivaille.

—¿Está bien, cadete? Parece como si tuviera fiebre... —dijo un indiferente Rivaille ignorando hasta ahora la pregunta del cadete. Hasta que éste se ruborizó un poco más y el sargento suspiró algo cansado y contestó—: Estamos en eso, pero en realidad el gordinflón ese no es un hueso duro de roer como había dicho Erwin, pero aun así parece que piensa mucho las cosas. Especialmente cuando uno de sus malditos lamebotas le susurra al oído cuando está apunto de ceder —suspiró cansado y volteo a ver a Eren, quien aún no se percataba de la presencia del sargento recién llegado por estar envuelto en sus propias carcajadas.

—¡Eren! —le gritó Jean—. ¡Cállate ya, idiota! El sargento está aquí tratando de salvarte el pellejo y tú solo estás de imbécil, como siempre.

Entonces Eren por fin dejó de reír y miró a la persona con que Jean estaba hablando. Al darse cuenta que era el sargento, se sorprendió y después se acercó a él sonriendo.

—¡Sargento! ¿Qué pasó? ¿Ya podemos irnos? —preguntó de pie al lado de Jean, observando con atención a su novio ansiando una respuesta afirmativa, pero al ver la expresión de desagrado de éste, borró por medio segundo su sonrisa.

—Tch... —chasqueó el sargento, mirando hacia abajo con expresión dolida—. Aún no, Eren. Pero ten por seguro que haremos algo. No pienso dejarte aquí solo.

Ambos se miraron perplejamente y callados hasta que a Jean le incomodó un poco y preguntó mirando hacia atrás del sargento, esperando encontrarse con alguien más—: Eh, Y... ¿Dónde está el comandante?

—Uno de los nobles de ahí pidió hablar a solas con él. No sabemos por cuánto tiempo más se vaya a quedar con él, aunque ya llevan bastante... Yo estaría preocupado, cadete —finalizó diciendo eso último a Jean, y este se ruborizó por tercera vez en menos de cinco minutos. No sabía si porque estaba avergonzado, celoso o enojado.

—¿Cómo puede pensar algo así del comandante, sargento?... —preguntó el novio del rubio, apretando los puños.

—Sólo bromeaba —aclaró el sargento, volteando a ver el sitio por donde había llegado.

Se notaba que Rivaille estaba de muy buen humor, el aire a su alrededor no era tenso como solía ser. Ahora más que en cualquier otro momento de su vida, en realidad parecía verdaderamente feliz. Y claro que su felicidad no se iba a quedar en Sina junto con la causa de ésta: Eren.

Aunque la broma acerca de Erwin había sido completamente estúpida no dejaba de voltear repetidamente hacia aquel lugar, por dónde llegaría Erwin si es que sale de ahí en aquel momento. Y por las reacciones de Rivaille, era muy probable que lo hiciera. Jean se dio cuenta de todo esto y también volteaba varias veces hacia aquel lugar, cuando Rivaille no lo hacía, como si estuvieran turnándose para vigilar.

E, ignorando lo que decía Eren, ambos corrieron (o al menos Jean lo intentó) hacia aquella dirección para encontrarse con el recién salido comandante, que también parecía tener prisa por hablar con ellos de alguna noticia.

Cuando Rivaille estuvo un poco más cerca pero sin encontrarse, Erwin tuvo la suficiente desesperación como para gritar una orden que obviamente necesitaba ser ejecutada lo más rápido posible, a toda costa.

—¡Vayan por Ana! —gritó y desvió su rumbo rápidamente, el sargento disminuyó un poco la velocidad, al no entender el porqué, pero decidió que luego habría tiempo para preguntas y lo obedeció dejando a un Eren atrás sin saber qué rayos hacer, tan confundido que decidió quedarse con Jean ahí, esperando y burlándose de la tonta manera en la que Jean intentó correr.

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