🔆CAPÍTULO 🔆

Siempre he sido condescendiente hasta el punto de ser lastimada y no importarme. He querido complacer a todos a mi alrededor, principalmente a mi madre, a mi novio y mi mejor amiga. ¿Qué he ganado yo? Una tremenda patada en el culo.
Por meses he sido la burla de todas mis amigas ignorando aquella actuación en mi vida. Duele que las personas a las que más les has entregado todo de ti, te apuñalen. Y estoy harta. Cansada de fingir que estoy bien, cuando no es así, cansada de perdonar a los de mi alrededor, cansada de sentirme perdida.

Estoy recogiendo todas mis cosas en una maleta. Guardo interiores, camisas, pantalones. Todo lo que está a mi alcance y entre en ella, porque no logro pensar ahora, y sé que si paro a hacerlo jamás me iré. Seguiré aparentando algo de lo que ya me he hartado. Recojo mi pasaporte que está en uno de mis cajones, cerca de mi cama. Me sujeto el cabello con pasadores y lo recojo en una trenza muy rápido. Voy por mis botas de campo y me las empaco, abro mi closet y saco mi abrigo negro que me había regalado él y que aún, después de todo, conservaba.

Luego, con un dolor que me invadía a profundidad, grité. Por fin. Estaba sola en este departamento, el que guardaba recuerdos nuestros por todos lados. Miré la sala que estaba llena de portarretratos nuestros. Estábamos comprometidos, habíamos decidido vivir juntos hasta terminar nuestras carreras y cumplir nuestros sueños juntos en el proceso. Creo que me he engañado a mí misma, acepto.

—Soy una mierda. —espeté a las cuatro paredes que me escuchaban—¿Cómo pudiste ser tan imbécil, Phoebe? —sonreí con ironía.

Salí de aquel departamento con maleta en hombro y mis documentos en mano. Mi celular no dejaba de sonar desde hace una hora con insistencia. Imaginaba que era mamá, enojada por sus preparativos. Apagué el celular.

—Un boleto para el primer vuelo a España—le exigí a la chica de piel marrón, cuando llegué al aeropuerto. Ella me regalaba una bella sonrisa. De seguro a ella jamás le harían lo que a mí, pensé.

—Tenemos dos para esta noche. —consultaba con la computadora—¿Tiene su pasaporte?

Le enseñé rápidamente mis documentos, los revisó con mesura y luego me los devolvió. El aeropuerto estaba arrebatado esa noche de personas para viajar.

—Deme el que salga primero. —insistí.

—El de media hora es a Barcelona, y el que está saliendo justo ahora es para Madrid. —informó.

Quería salir lo más pronto, aunque escoger ir a Madrid era demorarme cuatro horas en tren o más en bus, si quería ir a mi destino final. Al final elegí esa trayectoria. La chica hizo lo suyo con la máquina y me entregó el boleto de avión, deseándome buen viaje.

Me tocaba los asientos de pasajeros regulares, nada de comodidad. Un viaje de una hora y media, a lado de personas tosiendo o hablándose entre ellas. Genial.
Caminé hacia la entrada de pasajeros y subí al avión que me tocaba, busque mi asiento. 21B. Me tocaba la ventana, lo único que me hacía feliz era ese pedazo de cristal, ya que los asientos en la orilla me ponen de mal humor.

En los altavoces comunicaban que el avión despegaría en dos minutos. Me sentía aliviada porque viajaría sola en estos asientos, parecía que al final, la vida intentaba consolarme un poco. La azafata comunicaba que se apagaran teléfonos o cualquier cosa tecnológica para emprender el viaje. Pero lo único que escuchaba yo, era mis pensamientos retumbando y aferrándose a mi maleta. Se suponía que no debía traerlos conmigo, pero se habían montado. ¿Al final por eso estaba aquí, no? alejarme de los problemas que me mataban. No había llorado, y no pensaba hacerlo.

Los dos minutos ya habían pasado y el avión aún no despegaba, y cuando yo estaba apunto de desesperarme, un chico se sentó a mi lado. Llevaba una camisa negra con la imagen de un pelícano, una chaqueta blanca. Tenía el cabello castaño, un poco largo y rizado. Parecía la clase de persona que evitaría a toda costa, pero aquí estaba yo. Él sería mi compañero de viaje.

—Perdón, ¿Te he molestado? —me preguntó, tenía un acento algo marcado. Castellano, europeo tal vez, aunque para mí es muy difícil distinguir acentos.
No le contesté, miré por mi ventana y sentí que tomaba asiento a mi lado.

Empezaba a quedarme dormida, pensando en los montones de regalos que había dejado en casa de mi madre, debe de estar sumamente desesperada sin saber nada de mí, pero Bianca la apaciguaría por mí, mi hermana mayor es muy buena con eso al igual a como papá.

—Lindos tacos. —escuché a mi lado—Se parecen mucho a los que le he regalado a mi hermanita, ella tiene diecisiete años y...

No pretendía comenzar una plática. Lo volví a ignorar. Yo no soy así, mi yo anterior lo oiría hasta que se cansara de hablar, pero no tenía ánimos, y pensaba dejar de fingir que me interesa oír a las personas. Comenzó a tamborilear con sus manos. Las tenía llenas de pulseras de artesanía. El sonido empezaba a irritarme más y más...

—¿Podrías, por favor, dejar de hacer eso?—dije furiosa.

—Así que sí hablas.—sonrió. Sus ojos verdes se entrecerraban.—por un momento pensé que eras sorda muda.

Saqué mis audífonos de mi abrigo que había guardado antes y los conecte a mi celular. Él seguía hablando algo sobre que había dado un viaje largo con no sé quién en lugares de yo que sé, que no interesaba. Prendí mi música y lo miré directamente dejando claro mi mensaje. No me interesaba su charla. El tipo se me estaba siendo pesado, y no parecía tener la intención de dejarme tranquila, así que muy consciente de mí falta de respeto, cerré los ojos e intenté dormir.

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