Razón 5. Por tus labios
Me enamoré de ti por tus labios.
Por tus carnosos y rosados labios. Por tus labios llenos de vida.
Me enamoré de la manera en la que mordías tu labio inferior mientras te concentrabas en algo.
Me enamoré de la forma en la que se movían cada vez que pronunciabas tu nombre. Como la primera vez que me lo dijiste, aquél primer día que te presentaste y me pediste mis apuntes de geometría. "Arlo Hasting" murmuraste. Y me enamoré de cómo se curvearon mientras hacías la "o".
Me enamoré de las muecas y sonrisas que hacías. Siempre alegre, optimista, siempre amable.
Me perdí en tus labios resecos los días fríos, y en los pequeños lengüetazos que les dabas para humedecerlos.
Pero luego los vi en la boca de Abby. Y mi corazón se estrujó hasta formar una grieta que casi pude oír.
Y no entendí por qué. Te lo juro. Siempre supe mi lugar. Era la mejor amiga en tu vida. Además, no tenía derecho de reclamar nada, se suponía que estaba con Tim.
Lamentablemente, nunca dejé de sentirme especial cuando tus labios se movían para articular mi nombre. Lo pronunciabas como si fuera la persona más importante del mundo. Cada vez que me decías "Farrah, ¿cómo amaneciste hoy?", alargando el sonido de la "a", yo sentía que así era como quería que mi nombre fuera pronunciado.
Me enamoré de los suspiros y los silbidos que emanaban de tu boca. Sólo tú sabías como juntar los labios para hacer esos sonidos que erizaban la piel.
Esos labios que casi no se despegaban cuando querías susurrar para contarme algo importante. Como cuando me confesaste que habías hecho trampa en el examen de cálculo. Pero entonces tus labios se tornaron en una sonrisa cuando viste que no te iba a juzgar. Y nunca lo hice. Tú eras un artista, un dibujante. Ese fue tu destino desde un principio.
Y entonces, mariposas se anidaron en mi estómago cuando me dijiste que también querías ir a Stanford. Conmigo...
Pero yo todavía no había captado que...
Me enamoré de ti por tus labios.
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