Me enamoré de ti por tus bailes.

Eras un ridículo, pero aún así me encantaba verte bailar.

Me enamoraron tus tontas coreografías a las canciones más pegajosas.

Me enamoraron tus intentos de clases de baile. Debo admitir que el día que me dijiste que querías enseñarme a bailar salsa, todo mi mundo se iluminó.
Aunque después me haya caído de la nube cuando descubrí que sólo querías practicar conmigo para luego invitarla a ella...

Aún así, me enamoraron tus bailes. Tus pasos sencillos, los complicados, los románticos, las cargadas, los imposibles de hacer.

Tenías un ritmo impresionante y no te importó que yo fuera una pésima alumna. Te quedaste conmigo hasta que entendí cómo se hacía.

No te importaba bailar en las fiestas. Pasabas de largo las críticas y burlas de tus amigos, porque sabías que al final eras el rey de la pista.

Me enamoré hasta de aquella vez que te resbalaste porque intentaste bailar bajo la lluvia. Y me enamoró más el hecho de que me pidieras que te ayudara a curar el raspón en tu rodilla.

Todo era más bonito cuando bailabas.

Me enamoré de ti por tus bailes.