Capítulo 40
Desde que empezó su entrenamiento en la Comisión de Seguridad Pública de Héroes para Keigo los hospitales pasaron a ser una segunda casa. Un lugar donde tenía una habitación propia, privacidad y cierta tranquilidad según el grado de sus heridas. Nunca pasaba por ellos mucho tiempo pero siempre los sentía como un lujo, como si estuviera en un hotel de cinco estrellas. Personas que lo trataban amablemente, ya fuera porque ese era su trabajo o simpatizaban con su personalidad, una cama más cómoda que el colchón de ladrillos donde debía dormir habitualmente y nadie que lo fuera a molestar con el entrenamiento nocturno, que consistía en ser atacado durante su descanso para agudizar sus sentidos. Siempre le gustaron los hospitales porque representaban cierta seguridad y cierto cariño —por parte del personal— hacía su persona, hasta que Mitsuki y Masaru le enseñaron lo que era un verdadero hogar, como se sentía ser verdaderamente protegido y Katsuki hacía esas muecas de preocupación cuando le veía en la habitación de paredes blancas con aroma a lavandina mezclado con alcohol etílico.
Desde entonces no es que pasó a odiar los hospitales, les seguía guardando cierto apego emocional debido a que fueron su refugio del maltrato y explotación de la Comisión, pero la verdad es que ansiaba muchísimo más el día en que el médico le diera el alta para ir a casa. Para volver con sus padres y hermano menor, a ser cuidado por ellos hasta que fuera a su departamento a disfrutar de su cama flotante —sí, flotante, colgaba de dos vigas y la amaba con locura— junto con sus dotaciones ilimitadas de pollo frito. Seguramente, siendo visitado por Mirko que pretendería estar despreocupada pero que controlaría que no se estuviera alimentando exclusivamente de pollo y Touya que vería que no estuviera haciendo un esfuerzo innecesario, ni que se la pasará saltando en la cama o que se pasará de largo su medicación por estar acostumbrado al dolor.
El rubio sonrió tristemente, recordando como Dabi apareció al final de la pelea, pese a la escena del villano maquiavélico que supo interpretar perfectamente, él sabía bien que el albino se sentía destrozado por dentro al ver a Enji apenas de pie después de acabar con el Nomu. Que quería correr a ayudarlos a ambos, ofrecerse para conducir el auto que los llevará al hospital y disculparse por algo que no era su culpa. Porque así era el albino, por fuera no expresaba sus emociones y era un actor excelente, pero aquellos ojos fríos como el hielo no podían mentirle, por mucho que sonriera cuál loco, sus ojos aguados por las lágrimas fueron lo único que él pudo ver. Y le hizo desear con todas sus fuerzas que en aquel momento solo fueron ellos dos y que pudiera abrazarlo con libertad para consolarlo.
Todavía no sabía cuando lo vería. Cuando sería oportuno verlo. Su infiltración fue un éxito, así que quería ser optimista y pensar que sería en poco tiempo. Pero la ansiedad lo comía por dentro, quería saber cómo estaba el mayor, quería tenerlo cerca para asegurarle que tomo la decisión adecuada pese al costo, que nadie podría juzgarlo sin estar en sus zapatos antes y pensar con seriedad qué habrían elegido de estar en su lugar.
Quería con desesperación abrazarlo y decirle que Endvador no lo culpaba de nada, que estaba orgulloso de su decisión como héroe. Que Enji estaba orgulloso de que fuera su hijo. Porque a veces el albino necesitaba que se le repitieran las cosas dos veces para tenerlas en claro. Podía ser muy cabeza dura. Llegaba a ser muy resentido y culposo consigo mismo.
— ¿Habrá venido a visitar a Enji-san...? —pensó en voz alta el de alas rojas, con un atisbo de esperanza —Si es así, quizás pueda verlo un momentito.
Eran cerca de las dos de la mañana. Su familia estuvo cuando se despertó y lo abrazaron muy pero muy fuerte, se notaba en sus rostros la preocupación y alivio de verlo despierto. Después de un rato largo, Aizawa llego a su habitación e informo a sus padres de algo —que no llego a entender debido a que seguía tonto por la anestesia— en relación a su hermano menor, que hizo que su madre se lo llevara en que su padre se quedaba con él.
Masaru le aseguro que no tenía de qué preocuparse y que podía seguir descansando y aunque no quería hacerlo, se terminó durmiendo cuando una enfermera le dio una medicación que lo dejo somnoliento. Cuando volvió a despertarse, estaba solo y tenía el presentimiento de que eso se debía a Katsuki. No tenía idea de qué ese niño pudo haber causado pero posiblemente se enteraría pronto.
De momento, se preocuparía por el albino. Una preocupación a la vez o se quedaría sin plumas del estrés.
Keigo se movió con cuidado de la camilla, apoyo una pierna a la vez en el piso y agradeció no estar conectado a un suero, de lo contrario todo sería más complicado. Al estar completamente de pie, pudo sentir un poco mejor qué tipo de dolores tenía y en dónde. Más que nada, le dolía terriblemente la espalda y podía asegurar que no tenía ninguna pluma todavía sin verlo. En segundo lugar, estaba su brazo derecho y una leve quemadura del lado izquierdo de su hombro que le irritaba la piel.
Había estado en peores condiciones. Tal vez, el desmayo ocurrió por el descuido que tuvo antes de no cuidarse con la dieta y el descanso. A veces eran las cosas más estúpidas las que les jugaban en contra.
—Menos mal que Katsuki es tan disciplinado —murmuro el rubio para sí mismo, dando un paso delante del otro lentamente y rezando por no caerse —No pasará por estos problemas en el futuro. Debería pedirle algún consejo.
Un leve sonido detuvo su caminata de anciano, la puerta abriéndose le hizo asustarse, si se trataba de sus padres su plan se iría al pique. Ellos harían que volviera a la camilla a descansar y lo mismo pasaría con una enfermera. Y con Katsuki le esperaría eso junto con un regaño.
Su boca estaba por abrirse con la excusa que pasará por su mente, la cual no se formuló al ver quién pasaba por su puerta, el hombre a quien deseaba ver aparecía delante de sus ojos, vestido como si fuera un día de verano. Las piernas le fallaron por un segundo y la sonrisa que apareció en su rostro era tan grande como sus alas cuando se extendían, el dolor paso a ser de otra persona y una enorme alegría desbordó de su cuerpo.
— ¡Touya, Touya!
Keigo casi se cayó en el piso debido a que su pierna derecha no soporto su peso y Touya corrió a atraparlo, a abrazarlo y le alzó del suelo con total facilidad. El rubio se abrazo fuertemente de sus hombros, pegó su frente a la suya y sonrió como si no lo hubiera visto en años. Recibiendo a cambio unos ojos azules viéndole con un sentimiento que no podía describir, como si el hielo que a veces los cubría se hubiera derretido por completo y esa sensación de ser visto de esa manera tan intensa le hizo ponerse nervioso de una manera que nunca había experimentado.
Se miraron durante un eterno y efímero minutos, Touya había entrado a esa habitación con una resolución determinante, pero al ver a Keigo las palabras que quería decirle no pasaban por sus labios, únicamente deseaba sostener sus peso para sentirlo lo más cerca posible y tocar sus labios como aquella primera vez robada. Quería decirle todo y al mismo tiempo, deseaba que él ya lo supiera para que así no sea tan vergonzoso.
¿Por qué no podía gritarle que lo amaba cuando lo sentía con tal intensidad?
—Touya...—lo nombró el de cabello rubio rizado, sintiendo un cosquilleo en su garganta al pronunciarlo —Hum, no es que esto no me guste pero, ¿me dejarías en la camilla, por favor? Esto es un poco...umm... incómodo. O, bueno, no para mí pero para ti debe serlo, ¿no? Es decir, soy pesado. No que esté gordo, en realidad, perdí peso. Ah, espera, olvida eso. No he perdido peso, solo que, ahh...no sé que estoy diciendo. Tenerte tan cerca hace mal a mí cabeza...¡q-quiero decir...! ¡no es que me hagas difícil el pensar!
El más bajo quería sus alas devuelta en ese preciso momento, para así poder ocultarse con ellas de los ojos azules que le miraban con cierta burla por su nerviosismo y la sonrisa maliciosa que se formaba en el hombre que amaba. Tenía al corazón a mil por hora y esa frecuencia incremento todavía más cuando el mayor lo llevo hasta la camilla pero no para que se sentará, si no que él mismo se sentó teniéndolo todavía encima.
— ¿Mejor? —preguntó en un tono divertido porque las mejillas del rubio pasaron de rosa a rojo.
¡No, esto es mil y un veces peor!
Keigo había dejado de sostenerse de los hombros del otro para colocar sus manos en el pecho amplio y fuerte que tenía delante suyo, así podría mantener cierta distancia. Pero no servía de nada cuando el más alto lo seguía sosteniendo de la cintura y parecía tener toda la intención del mundo de seguir contemplado su rostro ruborizado. Haciendo el intento de desviar la mirada e ignorar que tenía toda la atención del hombre que adoraba —lo cual le hacía sentir extremadamente abochornado— presionó su pecho para demostrar indirectamente que quería algo de su espacio personal devuelta.
Inesperadamente, la respuesta del otro fue agarrarlo más fuerte de la cintura pero teniendo cuidado de no lastimar sus heridas, una ligera presión para que supiera que lo queria conservar justo en ese lugar, con sus pechos casi rozandose y con su cabeza alzada un poco más arriba que la del albino.
— ¿Touya? —lo llamo está vez con una mezcla entre la confusión y la vergüenza.
—Tengo algo que decirte, de lo que te hable el día que me metí en Yuei —confesó el de ojos azules antes de que el coraje que sentía se le apagará cual velita de cumpleaños —Es algo importante que no te dije antes por ser cobarde e inmaduro.
—Vale...—titubeó el rubio nervioso por hacía donde se estaba dirigiendo el asunto — ¿Es algo por lo cual podría enfadarme?
—No esta relacionado con el pequeño demonio, así que lo dudo. Bien, aquí va —tomó aire, miro fijamente los ojos amarillos del otro hombre, la barba desprolija, la mueca boba de confusión en su rostro que lo hacía lucir tan lindo, sus cejas gruesas y el cabello rizado despeinado, si le iban a romper el corazón, estaba feliz de haber escogido que fuera él quién se lo rompiera —Te amo, Keigo. Desde que te metías en mí habitación de hospital a parlotear todo el día hasta ahora. Desde que te conocí y empecé a dudar si los angeles de verdad existían, porque juro por mí madre que debes ser uno. Un maldito ángel que cuida de un pequeño demonio con muchísimo amor, que siempre está para sus amigos y sus padres y que jamás deja de sonreír sin importar lo mal que se encuentre. Y sé que mereces a alguien mucho mejor que yo, a alguien que sepa expresar mejor lo mucho que te ama, pero te amo. Te amo muchísimo.
En ocasiones, la felicidad se muestra de maneras curiosas. Algunos ríen, otros lloran, piensan que es un sueño o que no les está pasando a ellos lo que tanto desearon. En el caso de Keigo, es una mezcla de todo eso, sus ojos empezaron a producir lágrimas antes de que su cerebro procesara lo que acababa de escuchar y sus labios intentaron formar sin éxito una sonrisa, ya que se le escapaban quejidos debido al llanto. Lo único que pudo hacer para que el albino no pensará que lo estaba por rechazar —ya que al ver que se puso a llorar entro en pánico— fue abrazarlo fuertemente y buscar calmarse lo más rápido posible, en lo que sentía unas ligeras caricias en su espalda que lo ayudaron en el proceso. Cuando estuvo seguro que el llanto no le impediría el hablarle, se separó de él para mirarlo a los ojos.
Entonces, notó lo muy asustado que estaba de oír su respuesta. La manera en que sus cejas se fruncían y los ojos azules le miraban vacilantes, la forma en que las caricias tan placenteras en su espalda se detuvieron y en cambio, percibió el temblor en sus manos. Con valor, alzó las dos manos para acunar el rostro del mayor y pegó su frente con la suya.
—Yo...bien, por esto quizás tú sí te enojes, ¿recuerdas todas y cada una de las veces que te dije que te quería, me gustabas y que te adoraba? —murmuro nervioso el de alas rojas.
— ¿Hablas de ese tonto e infantil coqueto tuyo? Claro que sí. Siempre sonaba a que estabas jugando y Natsu decía que debía dejarlo pasar, no tomarlo en serio...—murmuro el albino para que después sus ojos se abrieran de par en par ante la revelación de la verdad —No me jodas, Keigo. No puede ser.
—Pues sí —rió con nerviosismo el rubio —Todas esas veces. Iba cien por ciento en serio.
—...Carajo, ¿te he gustado desde que teníamos trece años, masó menos? —hizo un rápido cálculo del primer me gustas que le soltó el rubio y el más bajo asintió en confirmación — ¿Y por qué lo hiciste de esa manera? Sabías que no te creería si lo hacías parecer una estúpida broma.
—Porque...éramos muy jóvenes y recién me di cuenta de lo mucho que te quería cuando te estabas por ir de casa. Pensé en lo mucho que extrañaría las peleas por quién usaba el baño primero o las largas caminatas a casa desde la estación y el jugar todo el tiempo contigo e intervenir cuando te ponías a pelear con Katsuki —explicó el rubio sintiéndose muy expuesto —Cuando asimilé todo eso me di cuenta lo mucho que significaba tú existencia en mí vida, eras más que un amigo pero no te sentía como si fueras un hermano o algo parecido. Eras especial y en la única persona en la que pensaba. Por eso, quería que estuvieras bien y creía que, en aquel entonces, lo último que necesitabas era una relación. Seguías yendo a las terapias psicológicas familiares e individuales y recién estabas por volver a lo que fue tu hogar, necesitabas un amigo no un novio. Así que, para que mis sentimientos no fueran descubiertos, los hice parecer una broma para que nunca los creyeras.
Touya aprieta los labios en ese instante y desea una jodida máquina del tiempo. Siempre ha sido bueno en leer a las personas pero con Keigo fallaba todo el tiempo. Cada sonrisa suya ocultaba distintos significados. Podía parecer transparente pero no lo era. La Comisión de Seguridad Pública de Héroes se aseguró de dejar grabado en fuego de que sus emociones debían ser indescifrables para todos a un nivel inconciente. Por ende, podía ocultar su sufrimiento detrás de una máscara de total despreocupación.
Si hubiera sido más valiente, si hubiera podido ver más allá de sus emociones, entonces el rubio no habría tenido que ocultarlas, silenciarlas y hacerlas parecer un chiste. Porque debió dolerle cada palabra fría de rechazo e indiferencia que él le soltaba, cuando en realidad lo hacía ya que pensaba que el coqueto no iba en serio y eso le frustraba en demasía.
Haría todo lo posible por compensarlo a partir de ahora.
—Te diré el último secreto de la noche —anuncio el albino —Pero antes, te quiero asegurar que estaba jodidamente desesperado, ¿okay?
El rubio asintió con curiosidad y vio como al más alto se le ponían levemente rojas las pálidas mejillas.
—Hace tres años, la primera vez que tomamos alcohol en mí casa, te besé antes de que nos quedaremos dormidos en la azotea.
A Keigo se le cayó la mandíbula al piso, se aferró a los hombros del más alto y si no fuera porque estaba consciente de sus heridas, lo habría sacudido con una vigorizante emoción.
— ¡Touya Todoroki! ¡Me robaste mí primer beso! ¡Oh por todos los cielos! ¡Eres un ladrón...!
Antes de que pudiera seguir gritando, lo cual no estaba bien en un hospital en plena madrugada, los labios de Touya atacaron los suyos como si eso fuera lo que ansiaba hacer desde que puso un pie en la habitación y sus manos pasaron de estar en su espalda a descender de manera sensual hacía su trasero. Keigo no podía estar más entusiasmado por esas audaces acciones por parte del albino, le devolvió el beso con anheló y deseo, a la vez que lo abrazaba bien fuerte para sentir su frío cuerpo cerca del suyo y disfrutar de aquel cosquilleo que le causaba esa sensación helada tan placentera. Le hubiera encantando que el mayor lo tirará sobre la camilla, solo para poder sentir todavía más pegados sus cuerpos, pero sabía que no lo haría en consideración a lo lastimaba que estaba su espalda debido a sus alas y que debía conformarse con aquella posición a horcajadas.
La cual, sencillamente, también era fabulosa.
No saben cuánto tiempo pasaron inversos entre los besos y las caricias, ni prestaron atención a que la situación se estaba volviendo peligrosa cuando ambos olvidaron que estaban en un hospital por un motivo grave y que no podían hacer nada de lo que querían en ese momento sin que el rubio saliera herido. Estaban enfrascados en una locura de amor pasional desenfrenado, como una fogata que acababa de ser encendida durante una larga noche de verano.
No escucharon el sonido de la puerta abrirse. Ni el jadeó de sorpresa que soltó cierta persona. Se separaron únicamente al escuchar dos fuertes aplausos, unos que les resultaron familiares y que hicieron que dejarán de prestar atención a sus bocas para mirar hacía quienes habían ingresado al cuarto.
Eran tres en total.
Mitsuki quien abrió la puerta. Katsuki que soltó el jadeó de sorpresa al ver tal escena. Y, por último, Masaru que tenía una sonrisa amable en el rostro pero a la vez mantenía sus manos en la misma posición de aplaudir de antes, como si estuviera listo para llamarles la atención otra vez de ser necesario.
—Touya, espero que no hallas olvidado que mí hijo necesita cierto reposo. Hacer...lo que estaban haciendo no es que este mal pero podrían aguantar unos días, ¿no?
En ese instante, Touya y Keigo quisieron huir del hospital, del país e instalarse en otro continente.
—Necesito cloro para mis ojos —dijo por octava vez el cenizo —Con urgencia.
—No seas exagerado, Katsuki —rodó los ojos la rubia —Que dentro de poco podrías estar haciendo lo mismo.
Masaru carraspeo con fuerza en lo que el menor se sonrojaba y Mitsuki se reía discretamente. Mientras tanto, Keigo seguía oculto entre las sábanas de su camilla, nunca había estado más avergonzado en su vida. Aparte de que, además de ser encontrado besándose con el albino e interrumpido en pleno acto, Touya reaccionó lo más tranquilo y rígido que le hubiera visto nunca. Lo dejo suavemente en la camilla, lo tapo y beso su coronilla, susurrándole que después lo llamaba, para luego dirigirse calmadamente hasta sus padres y despedirse con naturalidad de ellos, aunque le temblaban las piernas bajo la mirada del castaño.
Se fue tranquilamente por la puerta y le abandono con su familia, a la cual no se atrevía a ver desde que se metió debajo de las sábanas.
¡Touya Todoroki, cuando te vea te daré tu merecido por abandonarme de esta forma!
—Kei, ¿cuánto tiempo más piensas permanecer ahí escondido? —pregunto con suavidad el mayor de todos —Lo que paso no se va a borrar porque te escondas debajo de las sábanas.
—Ugh...—murmuro el rubio, bajando la sábana y dejando sus ojos amarillos a la vista de sus familiares —H-Hola papá, mamá, Katsuki.
—Hola tesoro —sonrió la rubia amorosamente —Creo que deberías sentarte, el médico dijo que no tenías que estar apoyado sobre tu espalda demasiado tiempo.
—Y también menciono algo sobre no llevar a cabo actividades agotadoras —se burló el cenizo.
Keigo soltó un chillido agudo y volvió a refugiarse en las sábanas, lo que hizo que Mitsuki le diera un codazo a Katsuki por hacerlo ponerse en ese estado y que Masaru se acercara para bajar la sábana nuevamente.
—No molestes a tu hermano, mocoso —regañó la mayor a su hijo, tirando de su oreja y luego viendo hacía el rubio avergonzado —Y Keigo, no es necesario que estés tan nervioso, ya nos suponíamos que esto pasaría desde que lloraste cuando Touya se fue de casa.
— ¿En serio...? —murmuro el de alas rojas sorprendido.
Pocas veces lloró delante de sus padres. Primero, porque no estaba en su naturaleza. Segundo, debido a que no quería que lo vieran en tal estado. Pero cuando Touya abandono la casa de los Bakugou, con una maleta grande, una mochila de color negro y una gorra cubriendo sus bellos ojos azules, no pudo contenerse. Le sonrió alegremente cuando Enji y Rei vinieron a buscarlo en su coche, le abrazo asegurando lo feliz que estaba por él. Y una vez el auto desapareció de su vista en la calle, se quedó quieto, estático y con la mirada pérdida, deseando egoístamente que volviera.
Entonces, Masaru apoyo una mano sobre su hombro y Mitsuki acaricio su cabello, cuando las primeras lágrimas aparecieron, Katsuki le dijo que podía correr detrás del auto y gritarle a Touya que se quedará porque de lo contrario iría a patearle el trasero. No sabe si logro reírse de eso, solo recuerda derrumbarse en la entrada y ser sostenido por su querida familia. A la mañana siguiente, tenía un delicioso desayuno en su cama y nadie menciono nada de lo que pasó.
—Nunca te habías mostrado tan triste —aseguró el castaño —Supimos que eso se debía a lo importante que era Touya para ti y desde entonces, he temido que este día llegaría.
—Tu padre llega a ser bastante celoso —señalo la rubia, tomando la mano de su hijo y su esposo —Pero eso no quiere decir que desapruebe su relación. Solo que le cuesta demasiado el comprender que ya no eres un niño pequeño, Kei.
—Es verdad, Keigo. Si tú eres feliz, yo lo soy también —afirmó el castaño para luego mirar hacía el menor de la familia —Lo mismo va para ti, Katsuki. A quien sea que elijas, si te hace feliz y lo amas, por nosotros está bien.
—Así que trae pronto al otro Todoroki a casa —le dio una mirada de reojo la rubia y vio como el menor se sonrojaba hasta las orejas.
— ¿Eh...? ¡Un momento, esperen un segundo! —exclamó abruptamente el de alas rojas — ¡¿A Katsuki le gusta el pequeño Sho...?! ¡Hmmm!
— ¡No lo grites, maldita sea, que esta en la puta habitación de al lado!
Mitsuki estallo en carcajadas al ver cómo sus hijos se ponían a pelear, uno con el rostro rojo y el otro con la incredulidad pintada en la cara. Por otro lado, Masaru intento que no se saliera de control la situación ya que le preocupaban las heridas del rubio y el hecho de que su hijo todavía estaba afectado por el quirk anima —algo que les explico su profesor— por lo cual estaba algo susceptible. Pero también pensó que actuar con cierta "normalidad" les vendría bien a ambos, así que los dejo un rato y luego los hizo separarse.
Una vez ambos se calmaron, Keigo pregunto la razón por la cual Aizawa los llamo cuando vino a su habitación y a Katsuki no le quedó de otra que explicarle lo que sucedió en los dormitorios de Yuei cuando la proyección de almas —una habilidad de su quirk que Dios le explicó se llevaba mucha de su energía y era espontánea del momento— se hizo presente. Como profesor, el mayor estaba en obligación de notificar a sus padres que necesitaba ciertos estudios médicos estándar y como ellos no se enteraron de nada —no se los dijo porque ya estaban demasiado preocupados por el rubio como para sumarles sus problemas— se asustaron bastante al enterarse de lo ocurrido.
Mitsuki decidió ser quien acompañaría al cenizo a hacerse los estudios médicos, ya que le constaba lo incómodo que le ponían y que aunque no lo dijera, le hacía sentirse más a gusto cuando ella estaba con él, hablando de tonterías como los diseños que le encargaron o preguntando por sus notas. Masaru se quedaría con el dormido rubio en lo que volvían.
Los estudios no demoraron mucho, sangre, tomografías y una prueba de audición. No tenía daños severos en el tímpano interno pero debería tener cuidado de que un evento así de traumático para sus oidos no se repitiera y los medicos también sugirieron ciertos artefactos que podría usar para evitar dañarse cuando fuera un héroe. Todo resultó bien pese a llevar mucho tiempo. Lo único que el cenizo podría destacar sería la visita a la psicóloga, que le pregunto cómo se sintió exactamente al tener que llevar en su interior las emociones de tantas personas.
Katsuki no tuvo idea de si sus respuestas le dejaron satisfecha pero ella lo dejo salir del consultorio con tranquilidad y cuando llamo a su madre para contarle como resultó todo, la rubia no le dijo nada. Solo le dio una leve sonrisa y menciono que ya habían terminado. Mando un mensaje a su padre que viniera a tomar un cafe con ellos y luego fueron juntos devuelta a la habitación del rubio, justo para ver tal escena que estaba pasando.
—Entonces...¿es como si hubieras visto la pelea a través de los ojos de todas las personas que estuvieron ahí? —trato de comprender el punto principal el de alas rojas.
—En concreto, sí —respondió el cenizo.
Keigo hizo una mueca y llevo una mano a la cabeza de su hermano menor, dándole una caricia y regalándole al final una sonrisa.
—Ya es mucho cargar con tus propias emociones, debió ser una experiencia terrible Katsuki.
El mencionado no respondió, porque decir que sí sería preocupar aún más a su familia pero tampoco podía negarlo. Así que solo se dejó consolar de esa manera por su hermano mayor y agradeció el hecho de que, de momento, pudieran gozar de cierta tranquilidad.
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