PRÓLOGO 1.5

PAOLA

No quería por más que tanto mamá como mi abuela, mi incentivaban emocionada mi décimo quinto cumpleaños festejarlo.

¿Qué niña en sus 15, no quisiera hacerlo?

Una hermosa fiesta, cual muchas sueñan con un gran vestido estilo princesa que amerita para semejante ocasión, donde das final a la niña que eras y la grata bienvenida a la mujer que vas camino a convertirte y bajo un gran salón, rodeado de tu gente querida.

Ok.

Yo no era ese caso.

Y aunque sí, daba la más que gratificante acogida a mis dulces y quince primaveras, jodidamente después, solo quería que terminase de pasar el desgraciado año de una vez por toda.

Ya no me conformaba con tachar como antes de dormir, ese calendario sobre las últimas palabras de Juan que se grabaron como piedra en mí.

"De un día más, un día menos..."

Donde hubo días que y pese a que pasaron normales y como el reloj manda, otros y en su mayoría, me parecieron eternos.

Eternas sus horas.

Perpetuo sus minutos.

Y hasta llegando a catalogar, sobre todos los últimos meses pisando fin de año, inmortales el de diciembre cuando hasta no muy atrás era mi mes favorito, porque no solo la culminación de las clases y la libertad tan esperada de todo estudiante como adolescente.

También, la víspera de la llegada de una de las fiestas que más amaba.

La navidad.

Pero como expliqué antes, todos los meses me parecían basura.

Ya que, el jodido enero no aparecía para de una vez y por todos los Santos de una vez.

Nos fuéramos de vacaciones a la playa.

La ansiedad me podía y como tal sin jamás abandonarme, así una vez llegando la semana tan esperada de nuestras vacaciones, preparé a la velocidad de la luz mi maleta y mochila.

Hasta ayudé por primera vez con la de mamá y la abuela, que riendo veían mi necesidad imperiosa de que todo esté listo, para partir al lunes siguiente como estaba planeado.

Atrás ya había quedado en este nuevo año entrando en mi adolescencia, mis juego con mis amigas de casar a medio pueblo con muñecos, vecinitos o entre mascotas.

Ya casi todas con la misma edad, este año cambiamos eso por charlas sobre la acera de las tiendas de ropa con prendas que nos gustaría vestir, el galán de alguna novela, artículos o tips femeninos de alguna revista del corazón y lo más importante.

Del chico que a cada una nos gustaba y de este último, horas.

Acá sí, el tiempo transcurría volando.

Y aunque si mencionaba en mi turno de contar de él, que obviamente no conocían por ser de verano.

Escuchaba atenta a ellas.

Pensando mientras me acomodaba mejor sobre la acera, con mi postura tipo indio sentada y alrededor de mis amigas.

Que realmente el tiempo y por más que lo contradecía, pasaba rápido.

El patio trasero de mi casa, ahora con más plantas gracias a las manos de mamá y su amor por la jardinería, ahora acompañado por viejas reposeras con su mesa por tanto uso, cuando no hace mucho tiempo atrás, estaba regado de mis juguetes, mi eterna palita arenera con su balde y sin dejar de mencionar, mi altar de casamiento a toda la vecindad, de colores pasteles y construido con cajones de manzanas que Don Luis el verdulero de la esquina me regaló.

Todas estábamos creciendo y para mi suerte también yo como ellas.

También me había llegado el turno de por fin hacerme señorita.

Había, no solo crecido mis buenos centímetros.

Incluso, mi cuerpo tuvo grandes cambios.

Ahora suaves curvas tornearon mi silueta y ya usaba un pequeño sostén que mi abuela me regaló al enterarse y a modo regalo, por este ciclo de la vida de una mujer.

Mi traje de baño enterizo de Pucca con volados en los lados en tono rosa, pasó a uno de dos piezas.

Ok.

La seguí teniendo, pero todavía me resistía a dejar a Garu, optando por ellos en diminutas estampas en su fondo negro.

Por eso emocionada viajé con él puesto bajo mi ropa y abrazando mi mochila por encima del cinturón de seguridad en la parte trasera del coche, cuando mamá dio marcha con la abuela a nuestras y mi desesperada como ansiadas ganas a nuestro regreso a la playa y de veraneo.

Y como siempre y por más horas de carretera, también ese año sin pérdida de tiempo y con todas las ganas y fuerzas del mundo, descendí sin casi esperar que mamá detenga el motor.

Y corrí playa dentro y en dirección al muelle, en busca de Juan.

https://youtu.be/RiUNB0mRwk8

Misma gente atestada como todos los veranos.

Misma arena picando algo mis pies con cada zancada que daba, por su calor sobre el sol iluminando del cielo despejado.

Iguales olas yendo y viniendo en su mar cálido,embriagándote con su salinidad con cada respiro de oxígeno que daba en mi carrera.

Y misma sensación.

Tal vez más.

De los golpeteos de mi corazón hasta sentir que se atragantaría en mi garganta, por latir tan apresurado como de la emoción que toda yo era y en solo pensar que luego de otro año, lo volvería a ver.

Era un manojo de nervios como expectativa y con esa misma adrenalina, una vez llegando sin verlo cuando se sentaba sobre el barandal de madera a mi espera, subí los escalones para buscarlo entre el gentío, tanto de turistas como poblado vendiendo y exhibiendo sus productos.

Ya no hacía falta que usara parte de la madera del muelle para subirme y tener una mejor visión de todo su largo por sobre las cabezas de las personas paseando en él.

Mi altura promedio, ya me permitía con cada paso lento que ahora hacía y por demás, con mis manos entrelazadas de los nervios, buscarlo entre la gente.

Pidiendo disculpas como permiso a cada uno, pero siempre mirando  a todos lados y hasta por sobre mi espalda ante cualquier duda.

Pero, no lo veía.

Negué a un alegre vendedor ambulante, que me ofrecía bebidas enlatadas y dulces frescas, al pasar por mi lado.

Tenía sed.

Mucha.

Pero en mi entusiasmo, no traje conmigo mi monederito de corazones.

Y tímida agradecí, siguiendo mi camino por el muelle, haciendo su extensión dos veces y hasta con la vehemente esperanza como la última vez regresando al descanso de abajo y pisando la arena de verlo aparecer arriba y sentado, mirándome desde su altura y esa sonrisa tan él, marcando el hoyuelo de su barbilla y con esa aura reflejándolo por detrás como siempre lo hizo el sol, causando que pareciera algo un halo celestial.

Pero, no.

Y por más que incontables veces di la espalda e infantil, voltee para ver si por una magia divina aparecía.

Nada.

Y entonces mis ojos comenzaron a ver nublado.

El muelle con su gente encima paseando y ese sol ya casi ocultándose tras ellos por su ocaso y sin iluminar a Juan, se distorsionó de a poquito y cada vez más, por culpa de unas lágrimas que empezaron a asomar.

Y mis rodillas se flexionaron como mi cuerpo, recibiéndola la arena picando estas, por llevar puesto un short con unos viejos jeans que hice cortándolos.

Pero, no me importaba que me ardiera como cada granito de arena me raspara.

Me dejé llevar por esas lágrimas silenciosas que se deslizaban por mis mejillas y con mi mirada en mis manos enterradas en la arena.

Así me quedé ya sí, estuve mucho tiempo.

No sé cuanto, pero notando que bastante, porque casi el sol se ocultaba y sentía sin elevar mi vista, que la gente en la playa de a poco y por la próxima noche llegando, comenzaba a levantar sus cosas como irse.

Y la arena que antes quemaba por su calor, ahora cierto fresco me daba por el sol no dando con ella y profundicé más mis manos apretándola.

Era húmeda y salina como mi rostro, por mi llanto silencioso.

Y con la última lágrima saboreando en mis labios, me puse de pie.

Necesitaba regresar, porque mamá como la abuela se preocuparían por mí.

Caminé lento y limpiando con un puño la última y hasta con la ilusión dos veces, de voltear espalda a mí, para ver si veía aparecer a Juan, ante la casi ya oscuridad de la noche llegando y notando al mismo tiempo, como pequeñas luces y estilo las de navidad, pero con sus lámparas más grandes pero multicolor, comenzaban a encenderse que adornaban el muelle.

- Guau... - Salió sin mi permiso de mis labios, porque y aunque siempre las vi, jamás en tantos años encendidas en la noche, provocando que el antaño pero pintoresco muelle de generaciones, se viera hermoso y aún, con gente caminando sobre él.

Pero volteando sobre mis talones, reanudé mi regreso triste a casa y con más ganas de llorar.

Lo hice paso sobre otro ayudando mis pocas ganas y mi corazoncito quebrado en dos con tan pocos años y por culpa del amor.

Pero lo intenté.

Me resistí.

Y fue imposible, otro llanto y sin importarme si fue desconsolado e infantil por más que me consideraba una señorita, afloró desde el fondo de mi pecho.

Ya no me interesaba si todo el jodido mundo me escuchaba, lloré con ganas y haciendo el peor de los pucheros del mundo, causando que las últimas personas yéndose de la playa me miren perplejas cargando sus cosas como niños de la mano.

Lloré tan fuerte que hasta mi llanto se confundió y cubrió, la insipiente campanita de esas típicas que se ponen en las bicicletas y que uno, hace sonar una y otra vez, para pedir paso o llamar la atención desde la lejanía.

Elevo una ceja y hasta inclino mi cabeza curiosa por ser testigo de eso, hasta olvidando mi llanto.

Como lo que acompañaba a esta que logro ver entre mis lágrimas, el faro que lleva la vieja bicicleta iluminado la oscuridad de la playa con su arena y titilando, de acuerdo a la fuerza del pedaleo de la persona.

Una que intenta con vigor por la fuerza exigida y complejidad por hacerlo sobre la inestable suelo arenoso, con mucha energía.

Y parpadeo hasta obligada a poner una mano un poco en mis ojos, cuando el faro de la bicicleta me ilumina en mi rostro por más distancia que me encuentro, pero se acerca cada vez más.

En un punto se detiene y desciende jadeante y sin siquiera alarmarlo.

Ya que es un hombre, su silueta lo acusa por más oscuridad.

Que por más patita que le puso a la vieja bicicleta, esta cae por su poco agarre con la arena, quedando la rueda trasera girando y el faro iluminado mis pies.

- Nunca más, subo a algo con dos ruedas... - Murmura en la oscuridad, con ambas manos en sus rodillas e intentando recuperar como no escupir sus pulmones, por lo que parece que fue una gran distancia en ella.

Pero, eso no es lo que me llama la atención.

Sino.

No solo lo que empiezo a ver con más claridad, gracias a la luna llena que hay sobre nosotros, como su vestimenta militar algo transpirada por semejante y repito, bicicleteada.

También.

Llanto, otra vez de mi parte.

Por esa voz...

Cuando acercándose y hasta con una mano ventilando el duro género de su camisa militar en tono igual que la misma arena por algo de aire fresco que lo llene.

Veo cada paso que da hacia donde estoy.

A Juan, pero se detiene a poca distancia y me eleva su mano frente a nosotros.

- Promesa, perlita... - Me dice jadeando todavía, pero procurando recomponerse y sonriente como cada vez que nos vimos.

Y lloro más, sin levantar la mano como él.

No puedo.

Y lo tomo por sorpresa como la última vez que nos vimos y lo despedí.

Lo abracé.

- Siento la demora... - Me dice sobre ese abrazo que no lo suelta, pero devolviendo como removiendo mi pelo con su mano y por sobre mi cabeza como siempre lo hizo. - ...pero se me presentó algo y tenía que cumplir...

Y yo, negué sobre su camisa.

No interesaba ni me importaba que demoró.

Yo era feliz, porque cumplió y vino.

Y ya, eso indicaba que nada nos iba o podía separar.

Eso creí...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top