CAPITULO 8


PAOLA

Y si.

Todavía nos reímos con Rocío, porque resultó ser que el supuesto y desvalido pollito entre esta jauría de sanguinarios y hambrientos perros abandonados en el basural, pertenecía a la manada.

Como tampoco estos pobrecitos, tan asesinos.

Solo carentes de cariño y necesidad.

Y por eso toda esa semana y las siguientes con sus 4km de ida y ese tanto de vuelta, con mi amiga y tras terminar nuestras obligaciones en el poblado, cargando lo necesario en un bolsito con medicinas para hacer las curas correspondientes a los animalitos y en una mediana caja, llevando un guisado que cosa que encontraba le metía y gentilmente los habitantes del pueblito me donaban. 

íbamos al lugar donde vivían, lloviera o el sol calsino africano en sus crudas tardes nos siguiera.

Dándoles de comer, cual agradecidos y obedientes con el tiempo, esperaban sus turnos.

Hasta el pollito, su turno.

- Creo, que si le damos el guisado con restos de huesos de pollos del gallinero del pueblo, sería raro... - Una vez le dije, viendo el potage y al pollito entre sus amigos, festejando la aromática comida para ellos en la vieja olla entre mis manos.

Ya que la dieta se basaba de nuestra gente, en carne seca de sus propios animales del corral.

Sea cabras o gallinas con la propia vegetación de sus cultivos y arroz, más lo que nuestra ONG le suministraba proveniente del occidente.

Rocío cruzada de brazos, asintió y yo también, acercándome a su oído.

No quería que el pollito escuchara.

- Me suena a canibalismo y traición a su propia raza... - Mi teoría, la hizo reír.

- Solo separa las verduras en el guisado para que coma y el resto a los chicos... - Señaló a los perritos.

Y eso hice e hicimos en los días consecutivos.

Mientras la doc curaba y verificaba la salud de cada can, yo repartía la comida a todos y al pollito que iba creciendo de a poco, solo con verduras y caldo.

Y otra veces con restos de mazorcas de maíz, que gentilmente también me obsequiaba la gente.

Otra vez fuimos en mi motoneta, porque habíamos conseguido viejas frazadas que cargamos y dedicándoles varías horas después de alimentarlos, en armarles lo más parecido y reparador con ayuda de ramas que cortamos y cuerdas, en un refugio para que sea su hogar y protegiera de cualquier eventualidad como el clima.

Cosa que orgullosas, sudorosas, pero como si fuéramos las mejores arquitectas del mundo con nuestras manos en la cintura y jadeantes al culminar, mirábamos bajo el gran árbol que elegimos para montarlo, nuestra construcción y haciéndonos feliz que al momento los perritos como el pollito comprendieron que era para ellos.

Emocionada y con el borde del delantal de mi vestido, limpié mis lágrimas y mi floja nariz.

No solo, porque los muchachos desde que los conocimos se habían puesto gorditos y sanos, teniendo también, ahora su hogar constituido.

Como el pollito que resultó ser pollita, ya que se había convertido en una bonita y esponjosa gallina.

También, porque nuestra estadía en Utopía estaba llegando a su fin.

Ya era hora y por mando de la ONG en los primeros días de Octubre, debíamos partir en breve a otro nuevo destino, para continuar con nuestra ayuda humanitaria.

A Sierra Leona por otro largo tiempo.

Rocío, acarició mi hombro.

- Vamos...estarán bien... - Me consoló. - ...las mujeres del pueblo y hasta los mismos niños, prometieron venir en la semana para traerles alimentos y verificar su bienestar. - Me recordó y eso era cierto.

Sabía que lo iban hacer, ya que nos encargamos de que se conociese la historia de estos perrritos y el pollo, cual en muchas de las tardes, algunas madres nos acompañaron y los mismos niños del pueblo, para ayudar en lo que su precaria vida como misma situación de nosotras, nos permitía.

Suspiré convencida.

- Lo sé... - Limpié el sudor de mi frente y miré todo con cariño, lugar como a cada animal.

Porque esta, iba ser nuestra última vez acá, ya que esta misma noche empezando y todo el día de mañana, comenzaba nuestro levantamiento de campamento.

Me flexioné sobre mis rodillas para acariciar la gallina ya lejos de ser el pollito e hizo un sonido extraño a modo cariño por mi gesto de caricia feliz.

- Nunca la escuché cloquear... - Digo, sin dejar de mimarla.

- Es verdad...yo tampoco... - Rocío me dio la razón, inclinándose también para acariciar su bonito plumaje, seguido de ver ambas como la gallina al ver jugar entre sí a sus amigos, ella no quiso ser menos y corrió hacia ellos.

- Creo, que se cree perro... - Suelto de la nada.

Es mi análisis.

Rocío, ríe.

- ¿Y esa conclusión?

Levanto un índice a modo presta atención y tomando una ramita cerca de mis pies lo agarro.

Seguido de silbar llamando la atención de los perros como la gallina, cual esta última viendo la tentadora y poderosa ramita entre mis manos, hace carrera de vuelta a donde estamos ganando a sus amigos.

Lo lanzo a pocos metros y sin dudar, ella corre a su encuentro como el resto, pero ganadora y muy alfa, orgullosa me lo trae en su piquito hasta mí, continuo a con aleteos, incentivar como el resto de los perritos a que vuelva a lanzarlo.

Le entrego la ramita a la doc.

- Prueba tú... - Le digo y lo hace, que todos y hasta la gallina vuelven a correr alegres tras la rama.

- Asombroso... - Rocío con la boca abierta mira el espectáculo y a la gallina ganadora nuevamente, traerle ahora a ella el palito.

- Buena chica... - Felicito a la gallina en su cabecita, mientras la doc sin dejar de estar asombrada, toma asiento el piso.

- No soy médica veterinaria, tendría que investigar si en ese campo y en los animales, existe el trastorno de personalidad... 

La imito en sentarme en el suelo arenoso.

Una cálida brisa mece los árboles y nos cubre, siendo una gota de frescura en el agobiante calor.

- Creo que si no existe, este sería el primer caso... - Doy por asentado y Rocío no deja de mirar la gallina que se cree perro.

- Puede ser... - Acota. - ...nunca cloqueó, la conocimos en esta jauría que la adoptó y siendo un pollito, no lo descarto la verdad. - También, lo considera.

Y por unos segundos, las tres nos quedamos en silencio.

Sentadas, llenas de polvo, transpiradas y solo mirando el paisaje que nos rodeaba.

Vegetación que solo África te puede dar y a la distancia, ese basural de escombros sobre lejanos aullidos de una camada de monos y hasta una aves exóticas, levantando vuelo desde la copa de otros árboles.

Sonreí, porque hermoso y quería por carecer de una máquina de fotos y en lo más posible, que mis pupilas grabaran todo antes de mi partida con otro recuerdo en mi corazón, recordando también, que con mi querido cuaderno de Pucca extraviado, ya estaba fuera de liga para otra anotación a modo diario.

Tocando la tardecita y despidiéndonos del lugar como animales, retomamos nuestro regreso al poblado, pero caminando ya poco más de un kilómetro, ambas nos dimos cuenta que alguien nos seguía.

Sin voltear como dejar de caminar, dije.

- Creo, que nos siguen... - Me arrimé a la doc con disimulo.

- Eso parece... - También Rocío, me dijo en un susurro y chequeando sobre su hombro.

- ¿Qué hacemos? - Miré y si, nos estaban siguiendo a pocos metros detrás nuestro y por el caminito.

La doc rió.

- No tengo idea... - Y nos detuvimos, para observar de lleno a nuestra potencial acosadora.

La gallina.

Que al frenarnos y girar a ella, nos imito deteniendo sus patitas y solo mirarnos, sin dejar mover su cabecita.

Ella a Rocío.

Rocío a mí.

Y yo a la gallina.

Largo rato.

Para luego y finalmente las dos sonriendo, la doc y yo sin necesidad de hablar.

No hizo falta, porque estábamos en total acuerdo con nuestra decisión.

Y así fue como esa tarde ya no éramos la doc y yo, las únicas mujeres del equipo o mejores amigas entre nosotras.

Ahora, éramos tres mujeres.

Tres mejores amigas.

Si.

Porque desde ese día Fernanda, que así le pusimos por ser un 30 de Mayo cuando ella nos eligió como compañeras de vida y significando esa fecha como nombre, toda una valiente por valerse sola y por más hambruna, hizo de su familia con quién lidera su cadena alimenticia.

Nuestra querida Fernanda.

Una gallina que se creía perro.

Como dije, fue una más entre nosotras en los años siguientes...

BORGES

Una gota de sudor que como hilo se hace camino, naciendo desde el casco militar que llevo puesto y recorriendo un lado de mi rostro, limpio con mi puño desde uno de muchos escombros de este destruido pueblo que nos encontramos, ocultos y en posición.

Edificaciones deterioradas como el casi %80 de este lugar urbano.

Un pueblo de Sierra Leona.

Casi todo derrumbado.

Estropeado en sus estructuras como fachadas la población y levemente sostenido lo que quedó en pie por buenos cimientos, pero totalmente carentes o faltos de ventanas con su cristales y hasta de alguna paredes muchas.

Una jodida salida sin milagro de escapatoria, por consecuencias devastadoras gracias a las constantes guerras civiles que azotan este país.

Y por ende, en nuestras situaciones y emplazamientos con mi batallón, distribuidos estratégicamente cada uno desde lugares decisivos.

Nerviosos, pero expectantes empuñando nuestras armas y sudorosos bajos nuestros uniformes, por el condenado calor que se mezcla con el polvo y arena pegándose en nuestra piel.

Esperando el momento oportuno.

El crudo sol como péndulo desde el cielo despejado y sin ánimo a aminorar el fuego que es el clima, nos cubre y es testigo de todo.

Uno, cual debemos detener y agolpa este poblado africano, amenazando lo que está a la orden del día.

Una masacre.

Una de muchas que azotan, donde cientos de muertes si no se hace algo y lo detenemos, inocentes y ajenos, rogando solo vivir en paz a sus compatriotas, no vivirán para contarlo.

Como cada maldito año, cual víctimas pagan con sus vidas por culpa de esta contienda política interna y por ello muchos, buscan refugio y exilio en países limítrofes huyendo de esta guerra como el otro genocidio que también es su constante sombra los persigue.

La puta epidemia del Ébola, vigente y tan homicida de almas como el primero y cual luchamos nosotros.

El pánico como gritos de horror, no deja de escucharse desde nuestras posiciones y distancia prudente, al colectivo que centrado y detenido desde una calle abarrotada de escombros y por culpa de un kamikaze suicida dentro, mantiene de rehén a la gente como él mismo en su interior.

El jodido hombre está atrincherado con docenas de personas inocentes con él y envuelto como rodeando en todo su pecho y con cinta de metal, de dinamita que no deja de mostrarnos sobre gritos en su idioma y sin dejar de apuntar nervioso a su vez y a punta de un revolver, la frente de una inocente que retiene tomada del cuello.

Amenazando, no solo en matarla.

Si no, además.

En hacer estallar incluyéndose, el jodido camión con todos sus pasajeros dentro.

Diviso desde su ubicación mientras intentamos calmarlo a Camilo, que cuerpo tierra y solo asomado en uno de los pocos edificios.

Que por más gritos de esa gente encerrada en el colectivo de mala muerte, como el desquiciado kamikaze con sus exclamaciones lunáticas y sin abandonar a su rehén, no lo sacan de su concentración, mimetizado al mugroso rincón y sin movimiento desde esa altura, recostado y siendo el más cercano de nosotros por ser el francotirador.

Su ojo está totalmente en la mira de su arma de largo alcance, que apoyado a su base contra el piso al igual que todo el largo de su cuerpo, solo espera el momento justo que la precisión de sus dedo en el gatillo, dispare certero y sin dudar contra el secuestrador.

Pero todavía no hay oportunidad, ya que el maldito no deja de recorrer con la mujer a modo escudo y esa siempre amenaza de hacer detonar todo como disparar en la cabeza a ella, el pasillo interior del colectivo con todos dentro.

Y se lo hago saber por el sintonizador que llevo en una de mis orejas y bajo mi casco al igual que él, mientras solo hago señas con mi mano en alto al resto del escuadrón cumpliendo mi orden, que rodeen más el bus sigilosamente y sin dejar de preservar sus vidas mismas.

Lo hacen cautelosos, distribuyéndose más, mientras Camilo desde su postura, sigue cada milímetro desplazamiento del destino de su mira.

El kamikaze.

- Francotirador F- 8 mantenga posición... - Mi voz demandante, vuelve a sonar por el aparato de mi oreja a Camilo, sobre mis muchachos cubriéndolo.

Cual ellos y bajo una rápida mirada de reojo a él, también están en postura y más desplazamientos ya algunos, en los techos linderos y apuntando con sus armas listos.

Mientras el resto del batallón y yo, colocados y posicionados tras paredes como laterales rodeando los derrumbados edificios, estamos expectantes al autobús colmado de pasajeros y la rehén de este militante genocida.

Todo está preparado.

Solo falta que Camilo en su concentración y paciencia, busque una situación oportuna de letargo y que sea fuera del alcance como peligro para la mujer y que el nervioso captor deje de caminar de un lado a otros por el corredor del autobús, como gritar en su dialecto al resto de los pasajeros para que callen por sus lamentos y exclamaciones de pánico desde sus asientos, al igual que a nosotros, apuntando a ellos para luego a la mujer que retiene nuevamente.

- No dispares, hasta que la orden sea dada... - Vuelvo a sonar por mi intercomunicador, ordenándole y sin dejar de apuntar como el resto con mi arma. - Repito... - Retomo. - ...no dispares, sin recibir mi orden... - Le digo, sobre movimientos que veo desde mi lugar como el escuadrón, que sigilosos en tierra y guarecidos entre escombros de cimientos con propia mugre de la guerra y coches destruidos que ambientan este triste poblado, se acercan más al objetivo sin dejar también, de apuntar con sus armas con sus pasos sigilosos. - Mantengan su posición. - Mi voz no los abandona, en el instante que todos vemos como el asesino abre más su camisa para que sepamos que no bromea y  veamos el artefacto de explosión que rodea parte de su cintura como la totalidad de su pecho y con intenciones de hacerlo activar, al observar aproximarse más a mis hombres.

Y con ello, más griterío de horror y descontrol, de la rehén como resto de los pasajeros.

Intuimos que en su idioma amenazante que no pide que, no nos acerquemos mientras aprieta más con el hierro de su arma en la frente de la mujer, bajo sus llantos.

Nos vocifera sobre una de las ventanillas y pese a su vidrio, que nos detengamos ante esta masacre inminente, sobre una de sus manos que captamos todos, tiembla con toda la intención de tocar el interruptor casero para hacer estallar la bomba.

- Carajo... - Siento que se le escapa a Camilo desde nuestro intercomunicador.

Lo miro y veo como saca su vista de la mira en ese momento, para ver de lleno el colectivo y la situación que se está desencadenando.

Y percibiendo la burrada que puede llegar a hacer, vuelvo a pedirle que mantenga su culo en donde esta, como su ojo en la puta mira manteniéndose tranquilo.

Lo que no le sobra.

 Pero.

Mierda.

No puede, viendo la movida que se está desatando en el colectivo y con el nervioso secuestrador.

Ya que como yo, sabe que en este pueblo con sus precarios edificios y siendo una zona de guerra civil, bañado de derrumbes y abandono total.

Sigue viviendo gente.

Familias.

Imparciales y en su mayoría, ajenas a esta contienda de mundos que solo y pese a vivir en esta miseria espantosa.

Repito.

Lo único que desean y quieren, es hacerlo en paz.

Pueblo lleno de ancianos, mujeres y niños que ahora escondidos en punto remotos de esta lugar, esperan lo inevitable de este kamikaze siendo unos asustados testigos.

Ya que los hombres en su temprana o no edad, fueron obligados a sumarse en esta guerra civil.

Y si esa condenada bomba detona, muchos de esos inocentes van a pagar con sus vidas.

- ¡A la mierda! - Lo escucho sincero, viendo como se pone de pie y levantando su fusil francotirador, haciendo a un lado el protocolo a seguir, según dice el parlamento militar en tales circunstancias nos rige, veo como sale Camilo de su zona mientras le pido que mantenga su posición.

Pero no me hace caso y se limita a correr con seguridad por el techo del edificio, para luego saltar a otro sin perder postura y sigilo, para acercarse más al colectivo rehén y poniendo el muy jodido, en riesgo su propia vida sobre la inminente explosión que el asesino amaga con hacer.

- ¡F8 regrese! - Le grito.

Le ordeno.

Pero Camilo hace caso omiso a mi advertencia por mi intercomunicador, sobre sus continuos pasos acelerados, esquivando y saltando escombros de azotea a azotea, seguido a descender con ayuda de desechos de construcción por alguna bomba pasada, continuo a rodar por el suelo y seguir su trayecto, corriendo hasta una muralla próxima.

A escasos, metros de distancia del autobús.

Cosa que, si el condenado activa esa mierda.

Carajo.

No la cuenta.

Lo veo sonreír contra la pared que elije como escudo y para volver a acomodarse con su arma como mira y mirar a través de ella, calibrándola con sus dedos y sin perder de vista nuevamente al genocida, por más que le pido que regrese.

Ya que este hombre está a segundos de hacerlo, porque invoca su amor a Alá como patria.

Pero Camilo, ya no me escucha ni tampoco me mira.

Solo su oído selectivo para escuchar órdenes como vista, está en las personas inocentes que reclaman sollozando piedad al kamikaze y cual solo, no deja de gritarles y mirarlos sin nada de compasión y ya con su mano soltando a la mujer, se acomoda para tomar bien el interruptor frente a ellos y a nosotros con una maldita sonrisa suicida y llena de gozo.

Su dedo se apoya en el botón y trago saliva con fuerza con todo mis sistema activado, propia de adrenalina y la sequedad de mi garganta por el azotante calor.

Y milímetro de segundos luego, todo ocurre.

El kamikaze terrorista queriendo al apretar, detonar la bomba que carga.

Y el kamikaze de mi amigo al mismo tiempo, que gatille sin dudar y su bala surcando el aire a toda velocidad y fuera de todo alcance de la vista humana.

Directo y sin compasión, atravesando por su fuerza y causando el estallido del vidrio de esa ventanilla, para llegar a su cometido.

La frente del terrorista, que se desploma sin vida contra el piso con la muerte súbita de la bala de Camilo.

Y con mis hombres sin dejar de apuntar con nuestras armas, nos acercamos pausados y precavidos al transporte.

Soy el primero en subir y tras buscar el pulso que no existe en el cuello del hombre mientras procuro calmar el caos de pánico de los pasajeros, hago seña a mis hombres que tomen el control, descendiendo.

Los pobladores siendo muchos, solo mujeres, niños y ancianos notando que todo acabó, comienzan a asomarse desde sus escondites.

Y más, cuando notan que mi escuadrón ya tomando el absoluto control, dan positiva la situación en un radio y sacan el cadáver del terrorista.

Me acerco a Camilo enfurecido.

- ¡Diablos hombre! ¿ Qué voy hacer contigo, Camilo? - Le digo. - ¿Sabes que ahora, estarás bajo arresto por insubordinación al no obedecer y mostrarte contrario al protocolo de la milicia?

Me sonríe como respuesta, mientras cuelga su arma de un hombro.

Sabe la que se le viene y se encoje de hombros, sacudiendo su uniforme militar del puto polvo africano.

Nada nuevo para él, desobedecer.

Y niego resoplando.

Mi fuerte mano palmea su espalda, pero me detengo al notar una herida de gravedad que no tenía antes, en uno de sus brazos y cual, la sangre no deja de fluir.

Ni él debe saber como mierda se lo hizo.

Resoplo otra vez resignado y pensando todo.

- Te vendrán bien, tres días de arresto en la base... - Formulo, mientras ordeno a uno de los compañeros y hago señas a un Jepp de los nuestros acercándose. - ...lleven al general de división a enfermería, antes que se le haga una puta gangrena... - Ordeno.

- No hace falta. - Me dice contrariado, mientras veo como él en ese momento como la mujer que fue rehén y envuelta en una cobija mientras es atendida por mi gente, lo mira con agradecimiento. - Valió la pena... - Murmura satisfecho y sonriente, devolviendo su saludo y guiándole un ojo.

Si será pendejo.

Quiero reír, pero me abstengo.

Sería darle con el puto gusto.

Aclaro mi garganta.

- Mi misión, mis órdenes. - Lo obligo. - Te necesito sano y fuerte para la próxima misión, por más locuras que te mandes, Camilo. - Vuelvo a darle palmaditas tipo crío, para que suba obediente al Jeep en dirección a una asistencia médica en una ONG que por lo que tengo entendido, no está lejos, cuando nuestra base principal, sí.

Y me gano su bufido, pero cumple.

Y sonrío satisfecho, mientras lo veo marcharse con el cabo.

PAOLA

Subiendo a mi motoneta y Fernanda ya presta montándose en la parte trasera, solo digo que no es nada al continuo agradecimiento que me da una humilde familia de campo, por acercarles un poco de suministros de primeros auxilios, desde la entrada de su precaria casita no muy lejos del poblado, donde ya hace tiempo y considerándolo, un hogar con Rocío y nuestro equipo.

Abrochando mi casco y con una última mirada a Fernanda si está lista, pateo vigorosa para que mi moto arranque.

Y aunque, casi siempre tose vigorosa. 

Nunca me falla con su motor ya rugiendo, mientras le doy unas constantes aceleradas para que entre en calor.

Gracias a Dios y tiempo ya viviendo acá, ya nadie se asusta por las perseverantes explosiones de mi querida moto. 

Lejos quedó el tiempo, que algunos ancianos de tribus creyendo que estaba poseída por algún demonio milenario, me recibían bañada en ramas medicinales para ahuyentar el espíritu que erradicaba en mi moto o ser partícipe obligada por darme una ofrenda de cariño por cuidarlos y en dos oportunidades, un ritual organizado por ellos mismos, también para sacar los espectros o ánimas que habitaban en mi movilidad. 

Ahora solo ríen y ya saben que esas detonaciones incesantes que parecen que anuncian una tercera guerra mundial sin armas o las trompetas desde los cielos anunciando por sus ancestros el fin del mundo, solo es mi amada moto de escape racing como tronador y por falta a lo mejor, de un poquito de aceite a su motor dos tiempo.

- ¡No te sueltes Fernanda! - Le digo sin dejar de manejar, esquivando con presteza las irregularidades del camino de tierra sinuoso, mientras regresamos al pueblo.

Sigue sin cloquear, pero su especie de sonido que hace queriendo imitar un ladrido, me confirma que mi compañera va bien en la parte trasera.

Sonrío disfrutando el día y saludo gente perdida que voy cruzando en mi trayecto.

Al llegar mi pecho se expande, porque quiero mucho a sus habitantes.

No es un gran poblado.

Más bien de pocos habitantes que como mencioné, considero mi hogar con sus precarias viviendas y gente, pero que, como nosotros a ellos, nos adoptaron con el corazón en estos pocos más de dos años viviendo y a pulmón, tanto en lo sanitario como nuestra misión anterior, construimos e hicimos cosas para que tengan merecidamente una mejor calidad de vida.

Me reciben al sentirme, gran parte de los niños del pueblo africano como siempre.

Pero hoy notando, más alegres que nunca y por eso aminorando la velocidad y yendo a la velocidad de ellos, me dejo conducir hasta llegar a un Jeep.

Cosa que parece militar como las dos personas con sus uniformes y que uno, no deja de hablar con Rocío.

Me mira, pero no logro escuchar lo que me dice el más alto y que no deja de hablar con la doc.

El potente motor de mi moto, más la algarabía de mis nenes, no me lo permiten.

Solo sé, que llegando a ellos y descendiendo de mi motoneta, pisando tierra.

Sonriente y con mis manos en al cintura miro todo muy feliz, luego de una gran y profunda exhalación de satisfacción.

- ¡Gran y maravilloso día! - Auguro mirando a todos.

Cosa, que nadie me corresponde.

Ni Rocío ni los dos militares que entre sí, se miran extrañado.

Ok.

Los tres, ya que parece mientras voy por Fernanda, que la doc y ese militar guapo parece que estaban discutiendo, manteniendo una fría distancia entre ambos.

Me encojo de hombros.

- ¡Llegamos, Fernanda! - Le digo a mi gallina, sacándola de la caja de madera que le anexé para su mayor comodidad en el asiento trasero, mientras la tomo más en mis brazos para besar su cabecita, ganándome otro mirada de extrañeza por parte del joven militar con una ceja enarcada.

Quiero reír mientras la dejo en el suelo para que corretee tranquila con los niños, porque nada nuevo cuando conocen por primera vez a nuestra mascota.

Pero me alarmo al ver y notar, uno de sus brazos muy herido.

- ¡Oh por Dios! - Chillo, yendo a él y sacando mi pañuelo del delantal blanco que cruza mi vestido, para procurar limpiar la hemorragia que emana del corte. - ¡Necesitas, atención urgente! - Prosigo, incitando a que el soldado camine conmigo, porque no abandono en apretar su lesión con mi pañuelo.

Y obedece, siendo para mi asombro mientras lo llevo a nuestro pequeño dispensario, que el militar desafiante, le regala una sonrisa a Rocío llena de burla, ganándose de mi amiga su mejor cara de trasero.

Y comprendo, el tajante ambiente que me encontré minutos antes.

Ya que Rocío, odia las armas y todo lo que venga de ellos, por lo sucedido con su amado padre.

¿Consecuencia? 

Detestar a los militares y por ello, haberse negado a atenderlo parece.

Y niego divertida, notando la actitud pendeja de los dos.

Que infantiles.

Minutos después dentro de nuestro hospitalito y solo siguiéndonos la doc como el otro que lo acompaña, el soldado con gestos que me hacen reír, modula en su rostro al sentir como pica el desinfectante que le paso por su herida.

Silencio total en la estancia, solo el tipo cloqueo de Fernanda entre nosotros, se siente y corta el denso e incómodo ambiente por la doc y este soldado.

- Entonces... - El chico al fin habla, mirando a Fer. - ¿No se come con papas? - Me pregunta como si nada.

Y lo miro horrorizada como si me hubiera dicho, salgamos de acá y vamos a patear cachorritos koalas y monitos bebés.

- Shuu...shuu...calla, que te puede oír... - Mi mano libre del desinfectante, le hace gestos en el aire. - ...no diga eso, Sargento. - Lo titulo, porque lo parece.

No entiendo de rangos militares, pero el suyo parece superior al del otro soldado.

Yo solo sé y amo lo militar, porque ver un uniformado me recuerda a Juan.

Y por eso, prosigo con la desinfección de su brazo, suspirando por él y preguntándome como muchas veces en mis días, dónde estará.

Percibo que por más que no lo miro por estar concentrada en su herida, que no comprende y mira a su soldado interrogante por una iluminación.

Vuelve a mí y señala a Fernanda con su barbilla.

- ¿Ella, acaso entiende? - Me pregunta sin poder creer.

Y le afirmo convencida, retomando su herida.

Me mira por eso, como si no tuviera todos mis patitos en línea.

Río.

- O sea, que la gallina comprende... - No puedo evitar, proseguir. - ¿ Lo que hablamos?

Y otra vez, mi mano repite el ademán que guarde silencio, chequeando que Fer no lo escuchó tampoco.

- Shuu...shuu, Sargento... - Exclamo otra vez, con mis ojos en la gallina.

Pero Fernanda como si nada y con su aleteo, sigue sus propias investigaciones por la habitación y arriba de las cosas.

Y sin comprender nada, mira a la doc por alguna explicación.

Y mi amiga con su eterna arruga de su frente, algo se le dilata como el cruce de su tensos brazos sobre su pecho.

Gracias al chico militar que estoy curando.

Y me parece que es, porque quiere reír.

La conozco, pero lo disimula como gran actriz que es frente a él y se limita seria a tomar una tabla con hojas agarrada a ella, de una vieja y pequeña mesa contigua que hace de escritorio, chequear lo escrito y con bolígrafo en mano, escribir en sus laterales.

Tose, para aclarar su garganta.

- Fernanda, se cree perro... - Suelta de golpe y de los más natural, mientras el chico me mira a su vez, que lo avalo bajando como subiendo mi cabeza y sin poder evitar, inflar mi pecho con mucho orgullo, por mi dulce gallina con trastorno de personalidad.

Y nos mira perplejo, costándole comprender eso.

Pero Rocío lo saca enseguida de su reflexión, tal vez pensando que las tres.

Inclusive, Fer.

Sonrío.

Estamos locas.

- Eso, necesita sutura... - Dice, dejando esos papeles y por la herida que no deja de drenar todavía algo de sangre. - ...se debe cerrar el corte... - Se acerca algo. - ...mientras más tiempo permanezca abierta, más alto es su riesgo de infección.

Y sonrío más, ya que por más armazón y dureza que pone, su buen corazón como lo que ama, la supera.

Vocación médica a los necesitados.

La ceja del chico se alza a la doc, divertido y yo oculto mi risa con una mano.

- ¿Le di lástima y me va curar? - La mano de su brazo sano va a su cintura, para palpar la funda donde descansa su automática. - ¿Por más, que cargue lo que odia? - Y una media sonrisa aparece, bajo mi risita que no aguanto.

Rocío en coma vertical y sin gesticular movimiento, pero indicando que corre sangre por su sistema, lleva sus manos a las caderas taladrándolo de forma odiosa con su mirada y él, le sonríe descarado.

Para luego y en una fracción de segundo, ir hasta donde estamos y apoyando ambas manos con brusquedad a los lados de la camilla que se encuentra e invadiendo su espacio personal, al acorralarlo de improvisto y obligando ante la sorpresa de ello, de echarse hacia atrás.

Sus ojos de un castaño extraño, están clavados en los del chico.

Fríos.

Calculadores.

Y sin un gramo de humor.

El índice de la doc, golpea su pecho.

- Escúcheme bien, soldado... - Su voz como su lindo rostro, una piedra. - ...no me agradas, pero jodidamente por el grado de tu lesión, debo curarlo antes de las 6h ya que si se cierra, el nivel de infección puede ser como el tamaño de los lindos elefantes que hay por la zona y corretean alegres con su manada. - Su dedo vuelve a punzar su pecho, bajo el cloqueo de Fernanda ahora en mis brazos, mientras afirmo en silencio y dándole lugar a ella a todo lo que le dice. - Y no quiero en mi conciencia por más que detesto las armas y de saber que por culpa mía, un muchachito perdió su brazo por la fulminante gangrena, que puede en este momento estar formándose en su herida. - Finaliza.

Noto que el chico militar, comprende.

Esto no es juego y lo que estamos acá lo sabemos mejor que nadie en esta parte del continente africano y riesgo constante por años, de guerras civiles interminables y donde, lo que abunda es la falta de buenos tratamientos médicos, el plato de comida en abundancia sobre las precarias mesas y un techo digno.

Como hasta el simple y deseado vaso de agua potable al alcance de sus manos, por carencia de ello.

Cosas simples, pero que todos tenemos derechos a tener.

Como nuestra comunidad y solo habitada, por docenas de pobladores en estado crítico y por lo que batallamos.

La verdadera guerra.

Gente desde su nacimiento, en precarias condiciones.

Ancianos, muchos hombres como mujeres y niñitos de origen y etnia africana.

Ayudando en el plano salud como necesidades básicas a sus demandas y derechos.

Y por eso, bajo una profunda respiración y sin una onza de cordialidad, pero cumpliendo con su vocación, toma el mando de su curación para aligerar las cosas como situación y regrese, donde esté su base con su compañero.

- ¿Rasgo su uniforme o prefiere desvestirse? - Le habla, mientras abre ambas puertas de un mediano mueble, para comenzar con el tratamiento.

El soldado obedece sacando su chaleco antibalas, para luego su camisa militar, quedando solo en camiseta sin mangas y tomando nuevamente asiento en la camilla, entregando sus cosas a su compañero.

Con la herida despejada, Rocío puede notar la gravedad de ella al igual que el militar que se lo mira sin poder creer el grado.

- La adrenalina. - Le explica, tomando asiento en una silla y deslizándola hasta donde está, respondiendo a su duda como si hubiera leído su mente. - Hormona que incrementa la frecuencia cardíaca, contrayendo los vasos y a su vez dilatando las vías de aire. - Le explica poniéndose unos guantes de látex para terminar de limpiar con mucha atención el corte, mientras yo le voy alcanzando las cosas y antes de empezar con la cura. - Produciendo lo que se entendería como un aumento de reacción de lucha o huida en el sistema nervioso, segregando excitación al momento y por ende, hasta que no vuelva a su calor corporal normal, no se digiere las consecuencias post ella como dolor. - Y con su explicación tipo chica Google, una filosa punzada atraviesa su brazo, que lo delata el gesto de su cara por dolerle.

Es la aguja de una jeringa, que lo toma de sorpresa sin anestesia.

Oculto mi risa.

- Tétanos. - Le aclara, con cierto aire de gozo divertido. - No sabemos la causa de la herida, soldado. - Seguido a la correcta desinfección y otra aguja.

Pero esta vez para suturar su herida, ganándose el chico unos buenos puntos a lo largo de su brazo derecho y terminando con un vendaje tipo manga, cubriendo hasta casi la altura de su codo.

- Cambio de vendas e higiene de la zona... - Rocío se pone de pie, desechando sus guantes para anotar algo en un cuaderno. - ...una vez por día y tapando la lesión por ducha, hasta que los puntos sean sacados. - El troquel con pocas indicaciones y por su arranque, se siente entre nosotros, pero se lo entrega al otro soldado. - Aconsejaría reposo de algunos días, por obvias razones que la costura se abra. - Culmina.

- Los tiene. - El otro soldado habla y lo mira. - Se ganó tres días de suspensión, por desacato en una misión. - Acusa.

La doc lo observa, mientras yo ayudo al chico a ponerse de pie y vestirse, mientras Fernanda lo mira desde piso, tipo perro guardián.

- Por qué, no me extraña... - Murmura con cinismo.

Y él está justo por responder a su descaro, pero el motor de lo que parece unos coches llegando, causa que el chico vaya hasta la ventanita del hospitalito para asomarse a medio vestir.

Cosa que, nosotras también.

Son tres Jeeps como el que llegaron ellos y en uno, parece venir uno de rango alto como el chico, deteniéndose con chirriantes frenadas al lado.

Al chico lo tensa eso.

Supongo que malas noticias, ya que sin tomar reparo de su lesión recién curada y olvidando  creo hasta dónde se encuentra, poniéndose como puede y en el camino su chaleco antibalas, sale al encuentro de ellos, al igual que nuestros compañeros auxiliares de nuestra organización, los niños y parte del poblado entre curiosos y asustados.

Rocío sale con él y yo buscando a Fernanda, también y mirando desde el alerito del dispensario viendo como el chico con saludo militar lo hace al más adulto.

No llega a mis oídos lo que dicen, pero la doc al escucharlo, su rostro se desfigura de preocupación y abrazando más a Fernanda entre mis brazos.

Bajo el pequeño escalón.

Voy a ellos.

Notando como Rocío luego y sin pérdida de tiempo, corre a la parte trasera del hospitalito y campaña médica para subir a la torre de tronco y eso sí, me alerta.

Ya que es una construcción casera con sus dos pisos de altura, cual por los cruces de sus maderas y diseño ágil, se escala a su cúspide y base más alta sin contratiempo y poder mirar en sus 360 grados los que nos rodea ante cualquier eventualidad, ya que vivimos en potenciales zonas de guerra civiles.

El hombre que llegó y habla con el chico está espalda de mí a medida que camino a ellos, mientras no deja autoritariamente con señas y ademanes al pelotón que vino con él, de dar órdenes de que se dispersen por el poblado tomando posiciones.

- Camilo estamos en situación de riesgo por mercenarios en camino, bajo sus armas y sables con el nombre Qurash... - Mira a los pobladores. - ...tenemos que proteger a los civiles... - De a poco me voy acercando a ellos, notando pese al casco militar que lleva, que su vista va a Rocío que desde su altura, busca la posible aparición de ese inminente ataque y la señala. - ¿Quién es? ¡Y dile, que malditamente baje! - Grita la orden, sobre la movida de los hombres acomodándose y demás médicos llevando a las mujeres y niños a resguardo.

Me pongo frente a él y al chico que ahora sé, que se llama Camilo.

- La doctora... - Le respondo a su pregunta, algo tímida y eso hace que se gire a mí.

Nos miramos.

Mucho.

Hay algo en él, que llama mi atención.

Y sé que a él también sin comprender, porque deja de golpe de dar estrepitosas órdenes y organizar para analizarme.

Creo.

Pero al notar la gallina entre mis brazos, eso lo hace volver a sus cabales, porque lo veo sacudir su cabeza y eso recordándole, no solo dónde estamos.

También lo que está por suceder y más, cuando y ante el caso omiso de un poblador llamándola, la doc no deja de mirar todo lo que nos rodea desde la torre y no baja por más que es peligroso.

- ¿Cómo diablos, se llama? - Se va de golpe a ella, pero el chico Camilo lo detiene con su mano en su hombro.

- Yo, voy. - Le dice sin importarle que está herido de un brazo y antes que él responda, ya acelerando sus pasos, corre a la torre de troncos.

Pero me señala con Fernanda en brazos.

- ¡No te alejes del Capitán! Yo, voy por azotea... - Repite y me grita en su carrera, para trepar también.

Quiero acotar algo y levanto un dedo, pero mi brazo en alto es tomado por el agarre del Capitán que sin sin quiera pedir permiso, me arrastra hasta el hospitalito y corta mi habla.

Y la verdad, todo funcionamiento de mi cerebro deja de funcionar, mientras me dejo llevar rápido con Fer.

Ya que, estoy focalizada en su mano reteniéndome.

Porque algo me sacude con su contacto, haciendo que pestañee con fuerza y elevo mi vista al hombre.

A su espalda, porque camina delante mío con pasos firmes que golpean fuertemente el piso arenoso con sus botas de combate.

Todo ese uniforme en su verde y oscuros camuflados, casco, su chaleco antibalas y una potente arma cruzada en su espalda, no me permite verlo bien.

Solo una pequeña porción de su nuca descubierta y cual por su corte militar, apenas diviso un tono de pelo oscuro con dejos grises.

Abre la puerta de un movimiento y antes que entremos, él chequea el interior.

Sigo sin verlo por parecer con su tamaño, una especie de escudo para mí, tapando toda mi vista al frente, pero siento que al ver la habitación libre y supongo lejos de algún peligro.

Acto seguido, pero ahora tomando mi mano con la suya, pasamos al interior.

Nunca, me mira.

Ni siquiera parece, que me presta atención.

En cambio yo sí, mientras me obliga a tomar asiento en una silla con Fernanda en mi regazo y con un dedo en alto y lleno de preocupación, ese gesto me dice que no me mueva de ahí, soltándome.

Sus constantes movimientos de ir a la ventana para mirar afuera gritando otra orden, seguido a la única y segunda habitación introducirse, para luego sentir que cierra los postigos por seguridad de su ventana y volver, pero caminar hasta la puerta de salida y por más que quiero siguiendo sus movimientos, no puedo ver de lleno su rostro.

Jodido hombre, que no me permite observarlo bien.

Me persigno, por decir esa maldición.

- Quiero estar con mi amiga... - Me atrevo a decir y escucharme, lo detiene de sus movimientos, pero siempre desde la puerta mirando hacia afuera.

- No puede, hermana... - También, se atreve a hablar.

Y ahora solos y por más bullicio como ajetreo fuera, puedo escucharlo bien, provocando que mi piel se erice y eso ante lo imposible que late en mi corazón, colma de algo a mi sistema que repercute en mis piernas poniéndome de pie de golpe hasta el punto de asustar a Fernanda contra mí, tragándome una exclamación.

- Quédese, donde está... - Vuelve a hablar gélido, al sentir que quiero caminar hacia él. - ...por favor... - Y eso, ya no es un acato.

Parece más bien, un ruego.

Nunca se gira.

Siempre, regalándome la imponente estructura de su espalda.

Y jamás, pretende mirarme.

Estoy confundida y mi cuerpo arde, por lo que puede llegar a ser y no me atrevo siquiera, en decirlo en voz alta.

¿Qué, hago? 

¿Qué, hago?

Pienso mientras ya se escucha de fondo, rugientes motores de más Jeeps pisando nuestro terreno.

Acaso, él...?

- ¡Mierda! - Su maldición también al sentirlo y verlos llegar, me saca de mis pensamientos. 

Y camino otro paso hacia el Capitán, pero nuevamente su mano en alto me detiene, pero ahora sí, se digna a mirarme y mis piernas tiemblan al verlo bien y ahogo un llanto.

Pasaron más de 16 años, pero misma porte.

Mismo corte de rostro.

Mismos ojos tonos grises, que me enamoraron con solo 11 años de edad y ahora ese color en las huellas de su pelo, de lo poco que me deja ver su casco militar.

Y mismo hoyuelo en la barbilla que se marca más, cuando reía.

- ...no salga por ninguna situación, hasta que yo le diga! - Prosigue con actitud de dejarnos acá, sacando su arma.

- ¡Espere! - Corro hasta la puerta con Fer, logrando que se detenga a metro mío.

Me apoyo contra la puerta mirando a mi amiguita con plumas y ahora, soy yo la que no me atrevo ante la pregunta que le voy hacer a mirarlo.

- ¿Me puede decir su nombre? - Comiéndome los nervios.

BORGES

Mucho para procesar.

Demasiado.

Y jodidamente, mi corazón estrangulando mi garganta y golpeando fuertemente mi pulso, no me deja averiguar a placer esto.

Pero sí, lo único que repite entre otra cosa, mi cerebro con coherencia.

Que debo protegerla, ante todo.

Me permito detener, ante su llamado para escuchar su pregunta en sus labios temblorosos que amenazan unas lágrimas y eso, hace palpitar más mi pecho.

Y a su vez, me autorizo por solo un momento.

Un pequeño y fugaz momento, sonreírme. 

- Borges. - Respondo. - Capitán Borges... - Le respondo, marchándome y aunque no me ve hacerlo, cuando se lo digo.

Sonreír...


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top