CAPITULO 6


PAOLA

Una explosión.

Dos.

Y una tercera, hace el escape ruidosamente de mi motoneta cuando llego, sumando otro día de viaje a la entrada de Kabala, districto de Koinadugu.

Tuve que hacer a mitad de viaje, otra parada que también, hospitalariamente una familia me dio techo y comida, después de ver que no era un ataque terrorista los estallidos que desataba mi moto, mientras descendía y lograba calmarlos tanto a ellos como su ganado de cabras espantadas por mí.

Muchas montañas.

Parece un valle  por estar construida sobre sierras y las hermanas gigantes, coronando estas.

Grande en población con construcciones algunas en material concreto con techo de chapa, pero mucho a medida que me sumerjo, lo que parece bloques hechas de lodo forjado y techo de paja.

La calle principal me recibe con asfalto descubriendo otras laterales a medida que ruedo, para luego solo tierra.

Mucha tierra.

Pobladores curiosos que transitan y comercian, miran mi circulación por llamar su atención.

Y creo también, por las detonaciones que insiste en toser mi motoneta.

Hasta algunos montados en motos, pasan por mi lado mirando asombrado.

Agrego que a lo mejor, tampoco vieron una novicia americana en moto, con tres kilos de tierra encima por el viaje, bastante hambre y que les sonríe y saluda como una vecina más con cada metro que avanzo.

Detengo mi travesía y sacándome mi casco, en una tienda al aire libre que protege del sol calcino e instalada sobre la acera, mujeres africanas con hermosos colores en sus túnicas y grandes turbantes en sus cabezas, parecen vender lo que cocina.

Una enorme olla popular de una especie de estofado de verduras y carne que despide un sabroso aroma, no deja de revolver una, mientras la otra sirve grandes cucharadas en viejos platos de chapa y como guarnición, una mazorca completa de choclo hervido en su costado que va llevando a otra tienda armada a pulmón, cual por caballetes y tablones, cumplen la función de comedor del lugar ambulante.

Más de una docena en ellos degustando sus platos, que al acercarme, saludo ligeramente con un gesto.

Diviso pobladores, tal vez trabajadores de campo o minería por sus atuendos algo sucios propio de esa actividad.

Como también, lugareños al pasar y unos militares extranjeros en la punta opuestas, espalda a todo.

Pero todos, siendo mi garantía de buena opción para comer.

Sonrío.

Comiendo con ganas ese potage.

La big mama de más edad, me saluda sonriente al verme mientras le señalo por una porción de comida.

Y más, cuando le pido que me sirva el doble.

Negocio para ambas, ya que, más dinero para ella que se lo pago al momento.

Y más comida para mí, porque muero de hambre.

Me quiere ofrecer un lugar, pero niego, limitándome a despachar mi sabroso guiso de pie y cerca del puesto, bajo la sombra del árbol que ayuda a sostener la tienda con sogas.

Siendo suficiente y descubriendo que habla muy bien mi idioma, para preguntarle por un hospedaje para pasar la noche.

Estoy a fecha.

Mañana, recién mi encuentro con la ONG que me postulé y una buena ducha, muda de ropa limpia y un lugar para dormir previamente, me seduce y hace falta, al igual que la idea de disfrutar lo que queda del día antes de presentarme.

- Colchón y sábanas limpias... - Me dice, señalando cuadra adelante un albergue. - ...muchos extranjeros y viajantes, se hospedan ahí. - Prosigue, sirviendo otro suculento plato a un nuevo cliente.

Mantenemos una charla agradable describiéndome Kabala, mientras saboreo mi choclo y le explico que voy a pertenecer a una ONG.

Al escucharlo, sonríe más y mientras me regala una fruta que saca de un viejo costal a modo merienda, que niega rotunda a que se lo pague, agradecida por ello.

Ya que, me relata lo que tanto sé y por eso mi motivo de estar acá, como el mismo y que vemos ambas, cuando se ponen de pie por terminar su almuerzo tardío, se ponen de pie los tres soldados extranjeros para marcharse.

Contener como ayudar con mi vocación, las consecuencias devastadoras, gracias a su interminable guerra civil.

El más joven y por su uniforme parece el de mayor rango, viene hasta donde estamos para pagar lo consumido a la big mama, mientras los otros dos y a su distancia, uno pareciendo ayudar a otro con apoyo de su hombro, caminan dirección opuesta a un Jepp que descansa en un lateral a la vista de todos y bajo una sombra de un tupido árbol.

El chico no repara en mi presencia, aunque sí, espera algo por entretener a la dueña.

Pero yo, sí, en él.

Castaño y piel dorada.

Alto y cuerpo esculpido.

Muy guapo, acusando dos cosas su porte.

Que es de origen latino, como también, pese a que le sonríe de forma muy agradable y única a la big mama.

Una muy bonita y simpática sonrisa de varios voltios, podría decir.

Y lo segundo, que está sumergido en sus pensamientos.

Unos profundos y con dejos de tristezas.

Fugazmente lo noto en esta realidad, por más que saluda a todos en general dejando los billetes sin pedir el cambio, para voltear y caminar a sus compañeros, cual el que parecía ayudar al otro, presto abre la puerta del coche militar para que suba el chico, ya que parece dolido también por tomar su pecho al montarse y con ayuda de la puerta.

¿Herido de bala? 

No lo sé.

Solo polvo en suspensión de mucha tierra, deja el Jeep al barrer por el piso y salir con rapidez.

Una cortina que va soltando a su espalda, mientras se va y yo miro con cierto aire de nostalgia comiendo el último granito de mi maíz hervido.

Y por solo un momento.

Uno de muchos y de siempre, pero un pequeño momento.

Viendo estos hombres en sus uniformes militares, me pregunto por Juan.

Increíblemente, ya soy una adulta.

Indescriptiblemente, ya pasaron poco más de diez años de la última vez que nos vimos.

Pero, lejos de ese tiempo y como si fuera ayer, mi corazón sigue golpeando en solo pensar en él.

Agradezco a la mujer como amiga por tanto, despidiéndome y guardando la fruta en mi bolso que me lo cruzo sobre mi pecho para montarme nuevamente en mi moto.

Su explosión de escape siendo ya un clásico, resuena causando que los de la tienda admiren mi máquina y yo orgullosa, los calme mientras acomodo sobre mi cabeza y toca, mi casco.

Bueno, admiración y algo de susto, lo reconozco.

BORGES

En la mayoría de los discursos que normalmente escuchamos para hacer alusión a las causas de las guerras en el continente africano, dos o más temas suelen estar siempre presentes, cuando se intenta explicar la conflictividad o los motivos.

Guerras étnicas.

Mismas por el acceso y control de los recursos naturales, cual entrarían en ello la explotación de diamante o petróleo.

Y no muy lejos también, las debidas al fracaso de estado y al caos por tal.

En una palabra, la fusión de un trío infundado por la indentidad, la avaricia y una muy mala gobernación, llevando a conflictos armados y dar pie a la criminalización de las rebeliones del país en una constante guerra civil incluyéndose la historia, política, cultura, necesidades por tal como las creencias, aumentando cada vez más la violencia.

Y por ello día antes, cuando con el convoy militar nos dirigíamos a Sumbaria para volver una parte del pelotón y yo a la base.

Una nueva orden me esperaba del Teniente para quedarnos un día más, ya que una nueva promesa de subversivos, amenazaban ese distrito.

Cosa que se cumplió, pero en una aldea cercana por un grupo de jóvenes al acecho de hurto de comida y cosas de valor, desatando el incendio de un granero de frutas y gallinas, como descontrol y pánico a las familias que vivían allí.

Dominando a la agrupación de revoltosos, pero, tanto algunos compañeros como yo, lesionados.

Contusiones por la lucha y obligando a quedarnos un día más en nuestro campamento, donde el testarudo de Camilo odiando cada parte de la base principal por su reposo obligado y con la pataleta de que era un jodido basurero todo, pidió por lo menos hacerlo con nosotros permaneciendo en el mismo.

- Apestas viejo... - Gruñe divertido, mientras come el guiso y ve como busco una mejor postura en la silla.

Todas mis condenadas costillas, me duelen como la mierda.

Sonrío.

- Tú, apestas... - Respondo y Camilo ríe, causando una queja de dolor que lo obliga a dejar su cuchara como también a retener su vientre con ambas manos sobre el uniforme para apaciguar el movimiento.

Y sonrío más.

Porque, aunque es una sonrisa triste y que no llega a sus ojos.

Lo hace con humor, sin dejar de ser él.

Recientemente fue ascendido pese a su corta edad, por promocionar y sumar las especialidades específicas que cursó y formó desde adolescente en lo militar.

Mención aparte, destacándose con honores, cual la última casi le cuesta su vida esta última.

Ahora Camilo es mi superior, legando el cargo de Mirko en el batallón.

En nuestro escuadrón.

Nuestra familia ahora y donde, no quiero moverme.

Perder a nadie más y voy a seguir siendo el Capitán.

Y por ello, con el cabo y Camilo alzando nuestros vasos con gaseosa de limón y este almuerzo en la tienda de camino que encontramos al paso y al atravesar este pueblo.

Brindamos a modo festejo por su promoción.

- Yo, lo hago.  - Su mano en mi brazo, me detiene de ponerme de pie para pagar la guarnición en la tienda.

- Corre por mí, por festejo... - Me niego.

Sacude su cabeza.

- Olvídalo, Borges... - Me ordena poniéndose él de pie y le blanqueo los ojos.

Se sonríe divertido y mostrando sus hombros con el rango alto nuevo de estrellas. 

- El superior paga... - Ríe más. - ...deja para la medicación de tus huesos, viejo... 

Mido su distancia desde el otro lado de la mesa que se encuentra si mi cuchara pegaría en su cabeza, pero me quedo con las ganas, porque no me da tiempo, ya que ágil y pese al dolor de sus heridas recientes, ya rodeo la misma y espalda a mí, camina a la dueña para pagar.

Con cuidado y ayuda del cabo deslizando mi silla, me levanto y caminamos en dirección al Jeep, que dejamos bajo la sombra de un árbol.

Sostiene la puerta por mí, para que suba y una vez dentro, cierro mis ojos buscando nuevamente una mejor postura contra el asiento y pensando, la segunda cosa que ahora ocupa mi mente después de Perla.

El diagnóstico del cuerpo médico de Camilo.

Jodida mierda.

Amnesia y tal vez crónica, selectiva...

El motor vibra bajo mío, por el encendido de la mano del cabo al volante.

Ni siquiera me molesto en abrir los ojos, pero la voz de Camilo se hace presente ya dentro y tomando ruta para volver al campamento y ya sí, levantar para regresar a la base.

- Lo siento. - Siento que voltea sobre un hombro para mirarme y abro mis ojos. - Me demoré por la monja... - Explica.

- ¿Monja? - Digo, curioso.

Asiente, volviendo su vista al frente y encogiéndose de hombros.

- Supongo, no lo sé... - Hace un gesto en su cabeza. - ...tal vez novicia, pero llevaba esa cosa en la cabeza como las religiosas...

Lo dice aburrido, pero a mi me hace sonreír.

Y por inercia, palpo el desgastado y raído panfleto de uno de mis bolsillos del uniforme de los coros de las iglesias de esa vez en Londres.

Años que lo mantengo y tales, que se fue ajando con el tiempo, quedando solo un pedazo de él que el tiempo todavía no se llevó y cuido mucho.

Exhalo aire.

Ya que, es lo único.

Lo que siento.

Que me une a Perlita.

Un pedazo de papel que simboliza, la poca ilusión que aún mantengo...

PAOLA

La ducha.

Una simple ducha de agua y un pedazo de jabón, jamás lo valoré tanto.

Al igual de la sensación, que la misma purificaba mi cuerpo del cansancio agotador del viaje en sus reiteradas paradas a la par de la tierra que acarreaba.

Opté por un vestido holgado al terminar de secarme y con una media cola dejando húmedo mi largo pelo por la agradable sensación y recordando la fruta que me regaló la big mama, lo busqué del interior de mi bolso y abriendo la ventana de mi habitación del hospedaje lo comí mirando con ganas el cielo nocturno y africano.

Sobre el sonido del poblado todavía sin dormir, procuré concentrarme por los que te regala este continente.

Su fauna.

Logrando localizar.

Creo.

El gruñido de algún animal salvaje.

Tal vez, el aullido de un mono o lo que sueño, el barrito de un elefante con su manada.

Con un bostezo y terminando la fruta, cierro la ventana con una última vista a este lugar maravilloso como mi futuro, seguido a minuto después y meterme en al cama, en entregarme a un merecido sueño reparador.

A la mañana siguiente y sobre las propias grietas naturales de la ventana de madera, me despierto con ayuda de los primeros rayos del sol jugando entre ellas.

Entusiasmada y minutos después tomando mi bolso y despidiéndome de la habitación como dueños del hospedaje, salgo hacia afuera y a un lateral por mi moto.

Sus carismáticas explosiones al arrancar y mientras verifico la seguridad de mi casco en mi cabeza, se confunden el cloquear de unas gallinas que se cruzan por la calle.

- Que bonitas... - Me enamoro de ellas, por tan simpáticas, paseando y picoteando bichito que ven.

Ya el sol está en todo su esplendor en el cielo, cuando y según el papel que indica el lugar de encuentro con la ONG, me detengo en el punto.

Un bar.

De material y techo de chapa como casi todas las casas, carente de cartel, pero pintado a mano en la blanca pared y a mano, un diamante con el nombre arriba de Diamond Spot.

Un perro mestizo descansa bajo él y dos niños del pueblo juegan a su alrededor.

Estaciono mi motoneta entre dos vehículos.

Uno civil y el que me hace sonreír, mientras dejo el casco sobre el asiento.

Una camioneta doble cabina, con el logo de la ONG en sus puertas.

Dentro no es muy grande, como una habitación de algunos metros, cuales las pocas mesas se encuentran totalmente llenas.

Algunas por gente propia del lugar y otras dos unidas por un grupo de personas.

Gente acusando varios países y que por su vestimenta como apariencia, revelan Europa y América.

Y muchos, llevando batas médicas.

Entre ellos, la única mujer.

Un poco más grande que yo que al verme ingresar como sus colegas sentados a su lado y bebiendo tazas de café, me sonríe a modo bienvenida.

Seguido y para mi sorpresa mientras me presento, de ponerse de pie y como si hubiera una amistad de toda la vida, abrazarme con cordialidad.

Y supe.

Sentí al presentarse y decirme que era doctora pediatra y su nombre Rocío.

Y le correspondí, de la misma manera en el abrazo.

Que lo nuestro iba ser una gran amistad como la linda sensación, que también, grandes amigas para toda la vida.

BORGES

El Boeing CH-47, despega llevándose parte del pelotón a la base como campaña.

Miro como se aleja llevando el cargamento, para luego y en menos de 12h, regresar por nosotros, dando fin a la misión de acá.

La arena desértica, sobrevuela a mi alrededor obligando a usar mi mano a modo visera y proteger mis ojos de la misma.

Volteo mirando a un lado de nuestro campamento, cual unos soldados en el compartimiento trasero de uno de Jeep, acomodan media docena de bidones de agua vacía.

- Llaves. - Exclamo a uno de ellos, con aire de amagar de montarse.

- ¿Usted, señor? - Dice algo atónito, notando que yo me encargo.

Acomodo mi gorra militar como chaqueta, tomando la llave que me lanza del aire.

Me siento mucho mejor y quiero ir yo, conozco mejor que ellos estos relieves y zona por ser casi parte de mí, ya África.

- Si. - Subo. - Necesitaremos agua...

- Y tabaco... - La puerta abierta del acompañante se abre por Camilo como si nada tomando asiento también.

Lo miro feo.

- Tienes que dejar esa mierda. - Le aclaro.

- Lo haré, pero en su momento... - Busca su gorra del asiento, para ponerse como acomodarse mejor, al igual que colgar su arma. - ...voy contigo. - Me contradice.

- Debes descansar...

- Usted también, Capitán... - Pone los honoríficos entre ambos, para desistir.

- Yo, ya estoy bien, señor. - Le aclaro y se sonríe.

Palmea mi hombro.

- Y yo, amigo... - Mentira, le duele como la mierda, pero comprendo que no aguanta estar quieto y solo. - ...deja que te acompañe, Borges. - Me pide, lejos del rango.

Y solo suspiro encendiendo el motor y dando una directiva a la tropa, antes de partir.

Kilómetros de dunas y vegetación, nos recibe pisando la tardecita y llegando al pueblo.

O como dirían en Asía y aprendí de su cultura, cuando estuve en misiones anteriores.

La llegada de la hora mágica.

La dorada, según me relató un compañero en su momento originario de Japón.

Es el tiempo del día, cual se une o enlaza la proliferación de la vida y el espíritu.

El proceso continuo de la vida y la creación, porque anuncia el término del día, pero a su vez, el nacimiento próximo de otro con la puesta del sol, seguido a la oscuridad de la noche.

Y dice también.

Que la hora mágica tiene una relación con el tiempo, cual algunas personas pueden estar en un mismo tiempo como plano temporal y verse.

Sonrío, casi llegando a un mercado de venta.

Si están destinados a ser.

PAOLA

Mi risa se siente dentro del mercado que ingresamos con Rocío para abastecernos con lo necesario, antes de partir mañana a primera hora rumbo a nuestro destino.

Etiopía.

Todo el equipo que ahora me sumé, son agradables y muy compañeros, cosa que sin esfuerzo ya me sentí parte de ellos.

Mientras se encargan de lo pesado como cajas de verduras, agua y comestibles.

Nosotras nos relatamos parte de nuestras vidas, entretanto por conocer y ya haber estado aquí, me ayuda con la compra de algunas cosas personales de higiene.

- Lo siento, mucho... - Susurro al comentarme que no hace mucho, perdió a su padre como su madre de niña.

Niega, tomando una caja con algunos jabones.

- Esta bien, era de suponer... - Solo me dice.

Y quiero abrazarla, por más que hoy nos conocimos.

Pero bien mencioné, que parece que lo hago de toda la vida y aparte llevando cosas en mis manos, tampoco puedo.

- ¿Sabido? - No me aguanto y se detiene en una góndola, donde muchas hierbas aromáticas se exhiben y huele el aroma de una.

Toma una bolsita y llena un poco, parece té.

- Es buena para dormir... - Me explica la razón de esa infusión que compra, pagando al puestero.

- ¿No puedes dormir?  - Curiosa, ya que a mí, no.

Dame un piso y te duermo hasta 12h seguida.

Afirma, guardando el paquetito en la cartera que atraviesa su pecho.

- No y a veces nada... - Mira sus manos vacías. - ...necesito de algo para hacerlo.

- ¿Qué?

Y me mira más curiosa que yo.

- No lo sé.... - Al fin, ríe. - ...pero, daría lo que sea para averiguarlo...

No quiero seguir indagando, presiento que a lo mejor es por la pérdida de su padre y siendo tan reciente como me mencionó, no deseo insistir.

Pero caminando tras ella para ceder paso al resto de gente que concurre por compra por uno de los estrechos corredores de este mercado tipo árabe, le prometo para mis adentros como la Paola de siempre que soy, que voy hacer todo lo posible para que duerma y sea feliz.

Ya que, esto último también noto.

Cierta tristeza por pérdidas como esa cosa que no encuentra, pero tiene que llenar sus manos.

¿O corazón?

Para que vuelva a dormir bien.

Señas por alto nos interrumpe, con hileras de por medio y distancia de productos comestibles.

Uno de nuestros compañeros de la asociación humanitaria que nos dice tiempo de irnos para cenar y dormir bien, así, descansados partimos de viaje.

Uno largo y en camionetas.

Y apuramos nuestros pasos, pidiendo permiso entre la gente de la población.

El ofrecimiento de los puesteros en voz alta vendiendo carne, otros especias entre muchas cosas más, también se interpone en nuestro andar, cual agradecemos mientras negamos.

Una señora de avanzado años llevando una canasta con verduras secas y por la aglomeración, me golpea sin querer, causando que tambalee lo que llevo en mis manos y en el choque, más la gente atravesándonos, caiga los jabones que me recomendó Rocío y con ello, también mi cartera y parte de su interior en el piso.

Sus disculpas en su idioma sobresale de querer ayudarme a recoger, mientras yo lo hago y cual me niego por su edad y por eso Rocío viene a mi auxilio, que sabiendo algo del idioma, la tranquiliza.

Ambas recogemos, entre muchas piernas por personas que pasan en el estrecho pasillo y evitando que pisen nuestros dedos.

- ¿Tienes todo? - Me dice entregando lo último.

Río.

- No es que tenga algo de valor... - Verifico que mi billetera está. - ...solo por la documentación personal... - Vuelvo a guardar. - ...soy bastante pobre. - Un par de billetes mi capital.

La hago sonreír, mientras retomamos la salida.

BORGES

- ¡Listo! - Camilo aparece a mi lado, mostrando con ganas el paquete de tabaco para sus cigarrillos.

Niego, volviendo a observar una caja de dulces, mientras mataba el tiempo y a la espera de Camilo con su compra.

Los bidones de agua ya llenos están en el vehículo.

Convencido por los caramelos surtidos de la caja, lo compro pagando a la mujer del puesto que me agradece con una reverencia y yo la imito.

Algo dulce en la patrulla nocturna y a la espera de Chinook por nosotros, me seduce.

Pero caminando por un pasillo para acortar camino a la salida, la bota que llevo puesta se lleva algo por delante, que causa que el pie de un poblador que nos pasa, también lo empuje sin darse cuenta por estar concentrado en cargar dos cajones de verduras sobre un hombro.

No puedo ver bien por la gente caminando, pero distingo algo relativamente pequeño y con dibujos, que termina tres puestos más adelante, de donde estoy con Camilo.

Al llegar me inclino bajo este para descubrir que es un cuaderno.

Parece hecho artesanal o ecológico, ya que su portada como hojas, cuales algunas sobresalen, denotan que está fabricada a mano.

Miro por sobre mis hombros buscando algún indicio de alguien buscándolo.

- ¿Se perdió? - Me dice Camilo, mientras caminamos. - ¿Buscas al dueño?

- Una niña. - Digo.

- ¿Por?

Lo supongo y se lo muestro.

- ¿Quién más decoraría con stickers infantiles? - Murmuro.

Los adultos no hacemos eso.

 Camilo toma el cuaderno y lo ojea casi llegando a la salida.

- Pucca...

- ¿Qué?

Eleva el cuaderno, mostrando las pegatinas.

- El personaje se llama Pucca y a mí, me gusta y soy mayor... - Sonríe.

- No hagas eso... - Lo reprendo, al ver que interesado lo abre para ver su interior.

Sea una niña o no, no me parece correcto, puede ser un cuaderno íntimo o un diario.

Se detiene en la entrada y me mira.

- Solo lo hago, para saber si tiene su domicilio u otra información, así se lo devolvemos... - Da vuelta la primer página. - ...mierda... - Acto seguido, maldice sin dejar de leer.

- ¿Qué?

- No es de una chica del pueblo.

Me trago mi risa.

- ¿De un chico, entonces? - Como a él le gusta.

Y su golpe con el mismo cuaderno, no se hace esperar por más que tiene %40 de su cuerpo maltrecho.

Ríe.

- Quise decir... - Me explica. - ...que pertenece a una extranjera... - Lo abre frente a mí, para que vea. - ...y muy enamorada... - Finaliza.

La primer hoja no llama tanto mi atención, parece la caratula diseñada por una de las super chicas poderosas, ya que está tapizado de flores, corazones y muchos colores.

Lo que me hace tambalear, es las siguientes.

Y con desespero y para asombro de Camilo, lo arrebato de sus manos para mirar una hoja tras hoja.

Una vieja foto de un muelle.

Y no cualquier muelle.

Es el mismo de nuestro lugar de vacaciones.

Escritos contando la persona sobre dibujos a manos y más stickers de esa tal Pucca, como conoció a un Juan.

Una playa pintada sobre crayones en diferentes azules con fechas encima y tonos claros, específicas de vacaciones de verano.

Pala de arena, una estrella de mar y un balde también, diciendo que en ese momento y edad, conoció a su primer amor.

Otro dibujo de lo que pretende ser cuatro chicos jugando al voley en la arena y señalando con una flecha pintada en lápiz rojo a uno alto y pelo oscuro, aclarando que es su amor.

Más fechas de calendario marcados rodeado por un corazón.

Un relato sobre lágrimas, de un dibujo de una bicicleta partiendo.

Pestañeo sin poder creer, volteando otra página y sin importarme que gente por obstaculizar el paso, me golpea, obligando a Camilo a orillarme a un lado sin entender.

Porque en la última hoja que retengo, un panfleto prolijamente doblado que me permito abrir.

No solo, relata su primer beso en el lateral de un dibujo de un mapa y que dice Londres entre corazones.

También.

Que al abrir el folleto.

Cierro el cuaderno de golpe y sin perder tiempo corro a la calle, mirando para ambos lado buscando desesperamente.

Es el mismo.

El de publicidad de la convención de coros de iglesias y que tengo yo y guardo como tesoro, raído por el tiempo o no, cuando la vi por última vez.

Corro hasta una esquina, pero los pocos coches que transitan son de pobladores.

Mi corazón aprieta mi garganta, causa de la agitación de la adrenalina de lo que puede ser.

Ser.

Corro más allá de la calle sin dejar de buscarla y con Camilo gritando mi nombre tras mío.

Que ella.

Perla, está aquí...


NOTA:

La leyenda que cuento, de la llegada de la hora mágica o dorada, pertenece a un relato de la cultura japonesa que me narró mi mejor amigo que vive ahí.

Ellos creen en la relación ferviente de vida, entre el humano y los que nos rodea con un antes y un después en el tiempo, que mágicamente nos relaciona y une, en fusión con otras personas y por ende, que las cosas por algo son.

Otro ejemplo, el hilo rojo.

CRISTO.

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