CAPITULO 4

PAOLA

La vida está hecha de primeras veces.

La primera vez que siendo niña, caminas.

Hablas tus primeras palabras.

Comes un delicioso platillo y que se convertirá con el tiempo en tu favorito.

La primera vez que conozcas a alguien.

Tu primer viaje de vacaciones con tu familia.

Tu primer día escolar.

Y hasta tu primer amor.

Siempre, primeras veces.

Que con ello y el tiempo pasando.

Si.

Tu primer beso.

Motivo de charla.

¿Quién, no?

De con amigas por los siglos de los siglos como va ser eso, cual unas solo dirán que un beso o en este caso, el primero es solo un beso.

Contacto de labios y en muchos casos, lenguas.

Que no hay técnica cuando ocurre en un principio, pero a medida que se practica, se construye una técnica y en muchos casos, el hombre se hace experto con ello y enseña.

Dicen.

Y por eso no existe la forma correcta de besar en tu primer beso, ya que no todos podemos disfrutar de ese digamos procedimiento.

Pero, yo disiento en ello.

Si, de nuevo.

Porque si tu primer beso no viene con las ansias de los labios, pero sí, del corazón, haya nervios o no, con técnica experta o sin ella y hasta cierta inquietud de nerviosismo.

Ese primer beso les aseguro, es perfecto.

Por más que no sea como tantas veces hablamos como bien mencioné, que con mis amigas viendo telenovelas y suspirábamos o yo, leyendo un gran como hermoso libro de romance, cual estos eran húmedos, con lengua y hasta famosamente acoplado a ello, mordiendo su labio inferior.

Porque el encanto de tu primer beso deseado, hay que solo dejar que se sienta correcto y que te guíe el momento, sin miedo a errores o lo que sea.

Tu primer beso no determina tu futuro, pero sí, tu corazón.

Como a mí, con mi primer beso.

Suave, despacio y solo nuestros labios tocándose, sin necesidad de esa humedad e intensidad de las escenas de las telenovelas centroaméricanas con sus protagonistas.

Solo sintiendo.

Repito, sintiendo.

Ese momento único de ellos tocándose en un acople perfecto y dejando que la naturaleza de eso, siga su curso.

Cálido, transparente sin miedo a nada y solo, disfrutando de ese dulce contacto suave buscándose y con el toque de cada caricia de ese abrazo, conociéndose.

 Y percibir, ese momento...

BORGES

No quiero dejarla ir.

Pero la gente agolpada, cual un par nos empuja por tanta cantidad como mi cierta perplejidad, que y aunque no me arrepiento de ello, pero sí, asombro de semejante impulso que tuve, me abruma.

No fue mi acto un beso de posesión, tampoco lo llamaría deseo, pese a que tiene mucho que ver ello.

Más bien, necesidad.

Una, de algo que me negaba.

Por las condiciones de como la conocí, por la diferencia de edad siendo una niña y yo, ya un adulto y lejos totalmente de estos sentimientos que ahora siento por ella, pero se fue transformando.

Acostumbrado a que el tiempo siempre corre y no a mi favor, me aparte un poco para encontrarla todavía con sus ojos cerrados, cosa.

Mierda.

Que más ternura me dio y malditamente mi corazón, más golpeó dentro de mí.

Y no lo pensé dos veces acariciando su mejilla, continuo a tomar una de sus manos y mirando toda la jodida catedral por un buen lugar, seguido a un suave tirón, le dije con ese gesto que me siga, cosa que perlita no dudó.

No quería perderla entre el gentío y por eso caminando frente a ella, aferré más mis dedos a los suyos entrelazados pidiendo paso entre la gente.

No conozco la inmensa superficie que todo esto es, pero casi llegando a un lateral sin mucha concurrencia y siempre de fondo, no solo el bullicio de la interminable gente dentro hablando.

También, otro siguiente coro juvenil de vaya saber donde, cantando como cortina de todo esto.

La senté en una banqueta que encontré al lado de una pequeña construcción o cubículo en madera barnizada y me flexioné sobre sus rodillas frente a ella.

Perlita no hablaba, se limitó a obedecer tan sorprendida como yo de esta dulce casualidad, hasta que una risita juguetona jugó en sus labios, mezcla de niña del pasado que tanto vi, como también, la mujercita que se estaba convirtiendo y empezaba a descubrir.

Y me gustó.

Miró lo que nos rodeaba, apenas elevando un dedo entre tímida por la situación y divertida.

- ¿Un confesionario?

Pestañee.

¿Qué?

PAOLA

Me había sentado en un confesionario.

De todos los lugares, ahí.

Y no pude reprimir una risita, cosa que lo descolocó más al ver bien los que nos rodeaba.

Donde uno a papito Dios le habla y cuenta sus fechorias.

- Maldición... - Soltó y al momento, sus mejillas se pusieron púrpura por darse cuenta que en semejante lugar, semejante blasfema. - ...lo siento... - Pidió disculpas, ocultando sus ojos con una mano y yo, apoyé una mía en su hombro.

- Tranquilo... - Hice la señal de a cruz. - ...las monjitas siempre dicen que si te arrepientes de corazón y le rezas por ello, él te perdona... - Sonrío.

- No sé, rezar. - Su mano baja.

Y vuelvo a palmearlo.

- No te preocupes, yo lo haré por ti... - Pienso. - ...creo que con un padre nuestro será suficiente por el tamaño del juramento...

Sonríe, lo que no sé, si por mi respuesta o por esta casualidad.

Una bendita y hermosa casualidad que desearía con mi alma que nunca termine, pero el silencio que nos invade por unos segundos me confirma lo contrario, como la aparición repentina de dos chicos de su edad más o menos que parecen buscarlo, cual al verlo y notando en mi compañía, entre curiosos como apurados le hacen gestos desde su distancia.

Los mira, pero se vuelve a mí.

- ...perlita... - Me dice.

Pero como adulta que creo que ya soy y exhalando un fuerte aire que contiene mis pulmones no lo dejo continuar, reprimiendo mis posibles lágrimas que siento que acumulan mis ojos, y procuro sonreírle por más que mis labios tiemblan en el proceso y Juan lo nota, porque al instante su pulgar acaricia mi barbilla.

Niego.

- Lo sé...y yo también debo irme...

- Esto, no fue casualidad...

- ...destino... - Nuevamente, interrumpo. - ...eres mi primer amor... - Felicidad dentro de mucha tristeza por lo que se avecina. - ...pero ahora, siendo yo también el tuyo. - Murmuro y asiente.

Otra vez voltea a sus compañeros y observamos como uno señala su reloj.

El tiempo termina y por eso, me pongo de pie.

- Te voy a encontrar... - Le prometo, limpiando con mi puño la nariz, pero ya no, por otro estornudo.

Más bien, aflojarse al intentar no llorar, por más que empiezo a ver húmedo.

Y se sonríe tomando mis hombros para abrazarme.

Ya no hay fuerza como momentos antes, solo con ello una intensidad y como queriendo que, con sus fuertes brazos, trasmitirme la energía que nunca me faltó para saber de él y buscarlo.

Y me atrevo también a rodearlo por abajo de los suyos con los míos.

Apenas le llego a su pecho, uno que irradia mucho calor y tanto amor como yo.

Besa largamente sobre mi pelo, sin abandonar nuestro abrazo.

- Aunque la situación cambie... - Susurra sin despegar sus labios de mi frente. - ...lo que está destinado a ser, será. - Prosigue. - Tendremos diferentes historias, pero aún, acabaremos juntos cuando llegue el momento... - Nos separa para mirarme, retrocediendo unos pasos a sus amigos testigo de todo esto, mientras eleva su mano para mostrarme su palma totalmente abierta, como gesto a nuestras siempre despedidas cada final de verano y vacaciones.

Moqueo mis lágrimas, pero no impide que yo lo imite con mi mano en alto, mientras lo veo marcharse sin dejar de mirarme por sobre sus hombros.

Es un hasta luego, ya que no existe y ahora lo sé bien, únicamente un adiós entre nosotros.

No existe nuestros nombres o apellidos, tampoco dirección.

Solo, somos perlita y Juan.

Él cumpliendo su sueño ya, que años atrás sobre las orillas de playa sentados en la arena y mirando el mar me lo dijo.

Y yo a pasos de ser mayor de edad por empezar uno, sin un futuro aparente juntos.

Pero, pareciendo que el universo o el mismo destino.

Miro la gran catedral que me rodea con su gente.

Y hasta el mismo Dios, apuestan a nuestro favor.

Por eso mi mano que sigue elevada, la hago puño con determinación por aliento y recordando parte de sus palabras.

Que tendremos diferentes historias yo buscando la mías y Juan, comenzando la suya.

Aprieto más mi puño, con más gesto de ánimo a mi misma.

Pero si estamos destinados, será...

Y por ello con el tiempo y con sus estaciones pasando, como cubriendo cada paisaje que vi a veces en sus colores ocres y rojos por cada otoño pasando.

Como luego el gris invernal, donde muchas veces su blanco nieve cubría, para luego el verde de la primavera llegando con sus flores renaciendo, seguido al dorado calor del verano.

Los años pasaron, buscando como Juan dijo, mi propia historia.

Meses.

Muchos que ya toda una adulta seguí la carrera de enfermería, recibiéndome con honores en la facultad de la capital, dejando en mi comienzo universitario mi pueblo, amigos y hasta familia.

Bajo la tristeza con el tiempo de despedir a mi abuelita por su avanzada edad, pero prometiéndole siempre a mi gran confidente de ser yo misma, cosa que nunca cambié como de igual manera, perseguir mis ideales que encontré en ayudar a los demás y por ende, mi vocación.

En realidad, dos.

Mi título como devoción a Dios.

No pude con el tiempo, cosa que seguí por un año más en el coro de la iglesia, en convertirme en una gran idol, causa de mi precaria voz.

Pero sí, encontré sobre su techo, aptitud de ayudar al prójimo involucrándome junto a las hermanas en eso, para luego con ayuda de la madre superiora gestionando una carta de recomendación, seguir con ese proyecto a la par de mis estudios en la iglesia de la capital.

Cual al recibirme y seguido a otra, en una parroquia hospitalaria al norte de mi país.

Cosa que me formé en los años consecutivos, aprendiendo mucho de las fuertes necesidades del poblado, siendo donde estábamos de gran índice de pobreza, pero mucha riqueza en su cultura como corazón de cada gente del pueblo.

Y una modesta pero bonita torta hecha casera por unas de las mujeres apareciendo de golpe, sobre más personas con niños detrás custodiándolo para sorprenderme, bajo intermitentes y alegres aplausos cantándome mi feliz cumpleaños número 30, me lo confirma cuando los veo aparecer a todos con hermanas religiosas incluidas, por un lateral de edificación destinada a primeros auxilios, cual por el agobiante calor, estoy atendiendo afuera a uno de mis pacientes.

Un poblador muy viejito como el pueblo mismo sentado a mi lado, mientras verifico su tensión.

Y las primeras lágrimas como cada año que pasé con ellos, invaden mis ojos de emoción al verlos mientras me desean lo mejor y agradezco a cada uno abrazándolos uno por uno, seguido a soplar la velita que decora mi pastel.

Y como siempre, cerrando mis ojos y entrelazando mis manos entre sí.

Con mi único y verdadero deseo.

Siempre...

BORGES

Solo se siente en toda la puta habitación el constante bip y al unísono, de dos jodidas máquinas de oxígeno.

De respiración artificial.

Y aunque somos tres dentro, tanto ellos como yo mismo, no hacemos movimientos alguno.

Solo es interrumpido apenas, por Rocío la hija de nuestro PF-9 Rosemberg, que con cariño toma la mano de su padre inconsciente por el coma inducido a causa del atentado el el pueblo Fulais, para besarlo con suavidad sentada al lado de su cama.

Mientras en la otra cama paralela de una por demás habitación blanca, el muchacho y hermano mayor de Camilo que llegó ayer del extranjero, de pie y a su lado, que solo lo observa reteniendo las lágrimas y como a la espera que en cualquier momento.

Rogando como yo.

Que su hermano despierte y por el carácter que siempre se distinguió.

Alegre y jovial.

Solo sea una de sus condenadas bromas y despierte de una vez.

Pero sabe tan bien como yo por los pronósticos médicos y estudios, que no va a suceder por ahora y al igual que Mirko, sería un jodido milagro.

Casi una semana pasó de la misión fallida, cual fuimos con el pelotón tendidos en una trampa.

Una pronosticada sin saberlo por los subversivos  en una redada que estábamos ajenos y con las únicas caídas de ellos dos en todo eso.

Del General Rosemberg y Camilo Montero.

El muchachito que años atrás me presentó en la academia secundaria de Londres y que con pocos centímetros llegaba a mi pecho.

Pero con el tiempo y conviertiéndose en todo un hombre para el orgullo de su tutor y un casi padre y ahora lejos de su temperamento incierto, audaz, alegre pero sumamente peligroso para el enemigo por sus arranques kamikaze que pocas veces velando su sombra y solo yo, controlo por la gran amistad que forjamos.

Increíble de creer, que su tamaño fornido por muchas horas de ejercitación militar como Qurash y la elevada altura que adquirió creciendo, en este momento.

Un ahora, incierto.

Permanece inmóvil postrado en su cama y con casi el %80 de su cuerpo vendado a causa de la balacera a quemarropa que padecieron con Mirko.

La entrada de un par de médicos que tanto a Rocío como a su hermano Rodrigo y a mí mismo nos saca de nuestros propios pensamientos, me obligan bajo un asentimiento de barbilla a los dos, de dejarlos solos por ser parientes directos saliendo por la puerta dejada abierta y caminar por el corredor hasta afuera.

Más bien una salida trasera y tomar asiento en los escalones de esta.

Y respirar.

Hacerlo fuerte, con ganas y olvidando cualquier protocolo por llevar el uniforme y hasta tomándome el atrevimiento de sacarme la gorra y pasar de forma pesada mis manos por mi cabeza y solo pensando en lo que me atormenta.

¿Quedarme solo?

¿Otra vez, perder a alguien?

Y del bolsillo de mi pantalón palpo, en realidad busco lo poco que ahora me mantiene en pie o mejor dicho, siempre lo hizo por más años que pasaron y al elevarlo frente a mí, está por el tiempo tan percudido y zonas rotas como mi corazón.

Lo que queda, de lo que fue ese panfleto que la mujer perdió y yo levanté del piso, informando de la convención de coro en Londres.

Y mi mente juega con los años que pasaron.

¿Diez años?

Corrijo.

¿Doce?

- Tal vez... - Me digo para mi mismo, sin dejar de mirar el retazo de hoja y procurando que en una esquina y zona, no se termine de cortar por su estado y pierda.

Como mis recuerdos.

Mucho que ya no nos vimos más, tanto, que apenas mi memoria le hace justicia a su imagen, pero tan vigente toda ella como el primer día que la vi.

Preguntándome como tantas noches de vela y guardia, que fue de su vida.

Su historia que comenzaba como le dije esa vez en Londres.

Como también, que sucedió con mis palabras de volver a encontrarnos, aunque nuestras situaciones por ellas cambie y que si tenía que ser, será.

Y sonrío con tristeza por eso, mirando el cielo africano donde ahora estoy.

Otra, de muchas misiones ya.

Siria el primero, para luego Irak entre otros y poco menos de medio año ya en este continente, cual por sus constantes guerras civiles y una que batallaba en particular Mirko, ahora es nuestra tierra.

- No estamos juntos, al menos la cantidad de tiempo que estuvimos separados... - Reprocho en voz baja a ese supuesto destino como a mi mismo, por no pedirle más a perlita para saber de ella y mantener un contacto.

Pero río con asco, viniendo a mi memoria lo que la puerta tras mío, el corredor que te recibe, para luego con un pasillo llevarte a la habitación, cual Mirko y Camilo yacen, donde algo es inevitable para nosotros y prácticamente una sombra.

La fatalidad y una siempre muerte anunciada en nuestra profesión.

Siendo suficiente para recomponer lo que queda de una buena decisión que tomé con cada despedida.

Me pongo de pie, para volver a mi única familia.

Si.

Hice bien con esa elección, ya que nunca podría ofrecerle a ella algo digno como la tranquilidad de nunca nada malo contra mi integridad.

Suelto el papel decidido, que vuela suave hasta llegar al piso por la brisa caliente que recorre esta parte de la zona con su estío calsino y muy propio del verano africano.

Pensando, no solo que ya soy adulto terminando de criarme en todo esto.

También, que perlita lo habrá hecho olvidándose de mí y más que seguro.

Tristeza a mi solitario corazón.

Que debe haber formado ya una familia en alguna parte de este jodido mundo...

PAOLA

- Aha... - Solo digo contra una pared y con casi todo un lado de mi cuerpo en él, para poder escribir algo en mi libretita, así ayudado de mi hombro y mejilla, sostengo el grueso como viejo teléfono encastrado en la misma. - ...aha... - Sigo diciendo, apuntando lo último y acompañado de una sonrisa radiante en el momento que una compañera de turno en el Hospital de la zona se detiene curiosa por mi flamante rostro alegre, cuando cuelgo agradeciendo al otro lado.

- ¿ Conseguiste traslado? - Me pregunta lo que tanto anhelaba mientras acomodo mi cofia de enfermera que había corrido para escuchar mejor, ya que la señal donde estamos se torna a veces escasa.

Todas y cada una que por elección fuimos destinadas a acá con nuestra profesión, sacando las enfermeras lugareñas, cual compartimos el trabajo.

Llevamos una especial, más bien religiosa y parecidas a las que usan las monjas y hermanitas de parroquia, sobre nuestro uniforme.

Un cómodo y lindo vestido en tono claro y solo cubriendo el frente de este, un delantal cruzado con su largo tanto pecho como frente.

Como bien dije, aparte de mi carrera de enfermera que fervientemente amo, también lo hago en la fe católica, cual gracias a ella y por la madre estoy donde estoy dedicando mi historia de vida al servicio de salud y bajo la palabra del señor.

Pero yo no me entregué todavía al noviciado, porque siento que engaño a Dios y todo el cielo si me entrega no es completa como para hacerme monja, aunque sí, reconozco en esta historia de vida que vivo, en una especie de discernimiento, al menos una parte en línea se podría decir asistiendo la ayuda al prójimo y sirviendo a la comunidad que me encomienden para determinar mi futuro.

Como la opción que tanto deseaba y se me dio y por tal, mi compañera me mira lo feliz que estoy.

- ¡Si! - Chillo feliz, sobre mi lugar haciendo ella lo mismo.

- ¿Dónde? - Muy curiosa. - ¿México? ¿Cerca de Cancún? ¿Brasil?¿A pasos de sus playas?

Río golpeando su cabeza con la libretita, para que deje de soñar.

- Kabala de Koinadugu... - Leo fascinada, para decir bien la ciudad.

Y el rostro extrañado de mi compañera, no se hace rogar mientras caminamos a nuestra habitación, ya que es también mi compañera de cuarto.

Se va derecho a lo que empapela la pared de mi cama y mi orgullo, cual señala prolijo con resaltador mis viajes y metas.

Un mapa político con los continente africano y asiático, buscando la ubicación de mi traslado, cosa que subiendo también se lo señalo, porque no lo encuentra.

- Aquí... - Le digo y mira asombrada.

- Paola, esto es África...

Asiento.

- Sip. - Me vuelvo a ella. - ¿No es maravilloso? - Extasiada.

Se sienta sobre mi cama, cruzando una pierna sobre la otra, negando.

- Es Sierra Leona, Pao. - Me explica lo que ya sé. - ¿Sabes en lo que te estás metiendo?

- Mi sueño e historia de vida. - Soy determinante destapando el resaltador para hacer un círculo al rededor de mi nuevo destino y comparando por más años que pasaron, la distancia hasta Siria y bajo una pregunta para mi misma, de dónde estará Juan ahora después de tanto tiempo.

Y lo más importante.

Si me habrá olvidado.

Y sacudo mi cabeza, porque yo no.

Nunca, al igual que sus palabras al despedirnos.

Y sonrío con lo que nunca me abandonó y por más tiempo que pasó.

Esperanza.

Ya que y aunque la situación cambie, lo que está destinado a ser, será y va ser así...




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