CAPITULO 3
PAOLA
El sol con su horizonte con su temprana hora de la mañana ilumina el cielo y por la nubes, los rayos juegan cuando atraviesan estas.
Varias exclamaciones y me incluyo teniendo la suerte de ir del lado de la ventanilla del avión comercial que nos encontramos, se nos escapa.
Ya que, es un gran espectáculo para la vista como también para muchos, nuestra primera vez arriba de uno.
El pequeño bolso de mano que llevo en mi regazo lo aprieto mucho contra mí, cuando anuncia la voz de una de las aeromoza que estamos por arribar con las precauciones correspondiente del protocolo de la misma.
La presión sobre risitas de sus manos apretando uno de mis brazos, presiona fuertemente por la emoción y más, cuando notamos de lo poco que vemos contra la ventanilla, la inmensidad de la planicie de lo que es parte de Londres y su aeropuerto.
Guau.
Una única pista de aterrizaje y esta, con su rectitud y confianza, rodeada de agua.
Para luego minutos después por su gran tamaño y diseño, encontrarnos mientras nuestros celadores con ayuda de las hermanas religiosas que viajaron con nosotros nos acomodan para no perdernos, ver maravillada el insipiente congestionamiento de gente.
Mucha.
Con su ir y venir llevando bolsos o arrastrando medianos carros, cual llevan maletas una arriba del otra.
Y notando algo, la bolsa que llevo conmigo la elevo para apoyar un lado de mi rostro romántica, decidiendo que de muchos lugares tiernos y románticos como lo es el muelle de mis vacaciones, un sector del río de casa donde el agua corre cristalina y yo sentada en época de las mandarinas me siento siempre ahí cada vez que vamos a comer muchas de ellas como otros lugares.
Ahora decido, que un aeropuerto también lo es, por más atestado de gente que esté.
Suspiro mirando todo, mientras me dejo acomodar y hace el recuento una de las monjas.
Ya que, solo hay puro amor.
Sip.
Notando como la gente, sea arribando o a punto de volar a otro destino.
Solo hay puros abrazos.
Despedidas o bienvenidas, llenas de emoción y anhelo, acompañado de algunas lágrimas.
Sonrisas acompañados de muchos besos a modo despedida o por acogida en el recibimiento de los seres queridos esperando por uno o despidiéndote.
Todo siempre esos abrazos, sonrisas, lágrimas y besos.
De mucho amor.
- Estás apretando tus obsequios, Pao. - Mi amiga me dice, interrumpiendo este poema viviente que veo enamorada.
Ríe mientras noto lo apretado que llevo mi bolsita y rápidamente chequeo el contenido y exhalo aire aliviada que nada se arruinó.
Algunos días pasaron del día dominical de iglesia donde para mi sorpresa feliz, yo también viajaba como todos.
Y entre armado de valija y documentación, cumplí años en pleno viaje con el cambio horario.
Un bonito regalo por parte de mi abuelita y mamá.
Y como ellas, recibí de mis amigos pequeños obsequios siendo muchos, hechos por ellos mismos como pulseritas confeccionadas de piedras, cartas con algún pendiente o como mi amiga, una bonita libreta de notas con papel reciclable y pegatinas de un personaje animé, cosa que no sabía de ella, pero me explicó siendo fans de estos dibujos animados que se llamaba Pucca.
- ¿Quién? - Dije cuando estábamos yendo al aeropuerto día antes.
- Es una niña que me recuerda a ti. - Me dijo, mientras ojeaba las imágenes. - Graciosa y muy romántica que tiene una obsesión con Garu un ninja militar coreano, cual intenta enamorar en cada episodio como robarle un beso, cosa que siempre consigue al final de cada uno por más que él se resiste e intenta con sus habilidades no ser atrapado.
Es de las pocas que conoce mi hermosa y única historia de mi primer amor y me cruzo de brazos con una mueca.
Porque, no sabía si llorar por lo que me dice o abrazarla, siendo una acosadora enamorada y por tan bonito regalo confeccionado por ella y lleno de pegatinas decoradas como para seguir pegando.
Pero lo abrazo con ganas riendo, porque la amo y ahora también amo a Pucca, ya que mientras volábamos me contó más de ella y Garu como resto de personajes adorables y más, sabiendo que llegaron en el capítulo final a sus felices para siempre.
BORGES
Ya en Londres, capital que no conocía, tanto a mí como mis compañeros, nos sorprende la gran ciudad que es.
La mayor de Inglaterra.
Y aunque de paisajes grises por siempre nubes colmándolas, un espectáculo a la vista por sus diseños medievales, construcciones impecables, siendo muchas de origen antiguo romano y geográficamente situada sobre el río de nombre Támesis.
A día de llegar tras arribar en su aeropuerto, seguido de montarnos todos como el mismo General, en un bus militar ya aguardando por nosotros en un lateral de la pista con el permiso correspondiente.
Nos dirigimos mientras apreciábamos la vista que nos regalaba los enormes y consecutivos ventanales del colectivo de esta metrópolis, a un destacamento militar.
Más bien, un hospedaje pura y exclusivamente para guarda milicia.
Antiguo pero fuerte y agradable edificio de pocos pisos para alojarnos los pocos días restante que estaremos hasta nuestro destino ya final.
Siria.
Tales que el General Rosemberg al llegar y acomodarnos en las habitaciones y degustando una cena sustanciosa como casera, hecha por una mujer que nos dio la bienvenida.
Una de mediana edad, muy bonita y agradable, cual supusimos la casera.
Y supongo, alguna tipo de refugiada o inmigrante acusando su etnia, ya que su piel mezcla de dos culturas, grandes ojos negros delineados de oscuros como su largo pelo en color azabache trenzado y la especie de prenda suelta cubriendo su cuerpo de suave tono, me recordó a los géneros con cortes islámicos.
Sin embargo, dos cosas llamaron mi atención.
Una y por más bonitas prendas que calzaba, toda ella hasta el punto de pensar si era parte de una compañía militar oriental, acusaba presteza en cada movimiento, como acostumbrada y siendo nosotros una masa de un poco más de una docena de hombres en sabernos manejar, presta y con ágiles como silenciosos movimientos.
Y lo demostró ya todos sentados en la larga mesa en madera ya todos sentados y cenando, cuando un compañero al levantarse por una jarra de agua fresca y otro pedirle un condimento de otra pequeña mesa lateral, en su débil equilibrio cargando ello, tres vasos apilados más el frasco de especias amenazaron con caerse por la incomodidad de la enorme jarra con su peso también llevando.
Pero fue suficiente y en forma rápida que estando yo en el lateral de la punta de la mesa salve el primer vaso que caía, para que ella veloz y de un movimiento sincronizado mientras traía el último plato con cena para un compañero, su mano libre golpeara el frasco rauda y este por movimiento calculado, surcara el aire para tomarlo sincronizado el General Rosemberg como si nada frente a mí y del otro lado de la mesa y sin dejar de saborear con su cuchara el sustancioso estofado de verdura y carne de su plato.
Sin, siquiera mirar.
Una cucharada tras otra comiendo.
Quedando los tres sobre las disculpas de nuestro compañero por lo ocurrido en esa punta de la mesa, yo aún con la posición manteniendo el vaso de vidrio que salvé de estrellarse contra el piso.
Ella sobre su postura sin haber derramado la comida que llevaba en su otra mano.
Y el General al fin elevando la vista, llevándome a la segunda cosa o conclusión.
Que no es alguien simple ella como también, ambos se conocen y los une algo.
Repito y concluyendo, algo de base militar o similar.
- Vino hace poco de América. - Al día siguiente y momentos antes, lanzándome por el aire las llaves de un Jeep militar para su movilidad en Londres, me dijo.
En realidad me pidió por más cargo alto de jerarquía posee, siendo que en esta corta estadía nos otorgó licencia de un breve descanso, ya que llegando a Siria, de eso no sabremos por un largo tiempo, cual las festividades como Navidad y cumpleaños o cualquier cosa, no entran en juego por las constantes misiones que tendremos.
No pregunto el motivo de su viaje, pero avala lo que supuse.
Que pertenece a una legión militar extranjera como alguien perteneciente a su mucha confianza.
- ¿Viaja con nosotros, señor? - Pregunto mientras por una seña de su mano, me pide que tome una carretera adicional en dirección al Este.
- Solo hasta Sudan, donde tiene que ir hasta el norte de África y nosotros continuar por medio del Mar Rojo y atravesando Arabia Saudita y Jordania a Siria.
Solo afirmo bajo la extensa carretera poco congestionada por vehículos civiles, cual en otra intersección, me pide que vire a nuestra derecha.
- Seré breve. - Vuelve a hablar mientras vemos como a lo lejos, ya se nota una amplia y prolongada edificación con su largo, como extenso perímetro terrenal militar.
Lo que es, la famosa academia juvenil militar británica.
Llegando a su entrada a portón cerrado, deteniéndome pero con el motor encendido, nos reciben soldados que al reconocer al General, abren el paso para que sigamos par de kilómetros más ya convertida la calle en una avenida con su mano correspondiente.
Solo campo con algunas casas de menor tamaños en ambos lados y por su planicie como gran expansión, un viento algo fresco recorre esta hasta llegar a un segunda entrada sin portón, pero sí, con un vallado, cual otro par de soldados al vernos abren bajo siempre un saludo militar hacia nosotros hasta perdernos de vista.
El playón frontal del edificio principal como sus lados, está lleno de cadetes estudiantiles cumpliendo sus disciplinas de ejercicios, pidiéndome por eso Rosemberg, que estacione bajo unos árboles en un sector del costado, cosa que cumplo.
Solo se escucha el repiquetear de botas por algunos marchando que con trote al unísono en filas de seis y uno atrás del otro por una camada juvenil, recorren sin perder sus posturas una parte del lugar comandado por un mayor, recordándome cuando yo también a esa edad pasé por lo mismo.
Otro grupo y a la distancia, haciendo ejercicios de cuerpo en tierra, donde pirámides en cemento, cual llamamos así, se adiestran y entrenan sobre estas cada uno esperando su turno a la voz de otro superior a cargo.
Varias compañías de algo más de dos docenas cada uno, con niños según su edad.
Pero el General Mirko, se encamina a la camada de menor edad.
La que no supera sus 15 años y practican en la explanada izquierda nuestra y del edificio principal, bajo el sol que sobre nubes e ilumina para gusto de ellos, contra el viento poco cálido que arremete y se arremolina mostrando sus presencia por jugar y elevar polvo de tierra y suspenderla en el aire.
Su uniforme a medida que nos acercamos, me hace sonreír, ya que también me recuerda a mi época adolescente en todo esto.
Camiseta mangas cortas color blanca con el logo de la academia militar secundaria y pantalones en su verde militar sobre cuerpos en plena pubertad y muy pronta a desarrollarse en hombres.
Como el niño que en una fila al notar la presencia del General, rompe esta y corre a su encuentro sin importarle nada y olvidando que es el próximo en su turno de gimnasia.
Delgadito como algo bajo para su edad y piel dorada, que por sus rasgos a gritos dice origen latino.
Cual el General no duda en recibir contra él, los brazos abiertos del muchachito corriendo hacia él y de la misma manera lo abraza olvidando ambos quienes son y donde se encuentran.
A metro de ellos dos de respetuosa distancia, solo los observo mientras escucho sin el niño jamás soltarlo, lo que Rosemberg chequeando su estado para luego tomando sus mejillas le pregunta si se encuentra bien, come como debe y su aprendizaje.
Cosa que con esto último, el muchachito que apenas nos llega al pecho y frente a él, lo saluda militarmente llevando su diestra a su sien y a la voz de señor, dice la felicidad de estar aquí para ser más adelante lo que me convertí yo.
Parte de su legión de élite, cumpliendo misiones.
Rosemberg ríe y yo también, que ante su gesto me acerco a ellos.
- Borges, te presento a uno de mis hijos. - Nos presenta. - Camilo Montero. - Se vuelve al muchacho. - Hijo, él es Juan Borges, soldado a mi cargo en mi brigada y tu futuro Capitán de destacamento, cuando llegue tu momento.
Y ese augurio pendiente es suficiente para que los ojos castaños llenos de esa promesa, se iluminen, girando hacia mí con otro saludo militar.
- ¡Si, señor! Gracias, señor! - Me dice con su voz algo infantil, pero ya denotando el cambio a adulto.
Sonrío.
- Descanse, soldado. - Lo llamo, lo que a futuro se convertirá haciendo que hinche su pecho de felicidad al escucharme y para poder estrechar su mano, cual lo hacemos.
Minutos después y dejándolos un tiempo solos, en el asiento del conductor del Jepp esperando al General, observo el cielo nublado y aunque no se ve, puedo sentir el sonido sobrevolando con su altura estos, un avión.
Por su resonancia, capto que es uno comercial y no una militar surcando el cielo, añorando estar en uno, cosa que lo haré a la brevedad y al mando para trasladarnos en tierras asiáticas en Boeing CH-47 Chinook.
Lo que me especialicé.
Bajo mi vista al sentir que alguien llega y pensando que es el General, me acomodo mejor sobre mi asiento, pero solo son cual nos saludamos al toparnos por estar su coche estacionado junto a mi Jepp, otro militar en compañía de su esposa.
Una elegante inglesa que buscándolo, solo escucho a medias en su inglés mientras acomoda la elegante cartera que lleva, habla de todavía llegar a tiempo a lo que se propiciará en una iglesia y lo que parece, uno de sus hijos participará.
No lo sé bien, por el sonido de las puertas del auto abriéndose como acto seguido, cerrándose con ellos dentro.
Pero sí mirando al suelo y ya, sobre la marcha del coche yéndose que, lo que la mujer intentó guardar en su bolso, cayó al suelo, cual intento avisar pero ya es tarde.
Solo veo como se pierden en la avenida que lleva a la salida.
Salto del Jepp para tomarlo y me quedo tranquilo que es solo una especie de panfleto y que invita a concurrir en la catedral Sant's Paul de la capital esta tarde, en la anual convención de coros participantes de varias partes del mundo.
- ¿Olvidó algo, soldado? - La voz del General apareciendo, me sorprende mientras rodea el Jepp para subir de su lado a mi espera.
- En realidad, encontré. - Digo volviendo a montarme y muestro el flyer publicitario.
Lo mira con detención y bajo el motor encendido para marcharnos, me dice.
- ¿Religioso? - Pregunta.
Me encojo de hombros.
- Nunca me lo pregunté. - Lo miro. - ¿Y usted?
El ruido del motor se mezcla con sus profundos pensamientos sin dejar de mirar al frente.
- Lo hay y estamos sus clanes, fieles servidores para detener lo que amenace su pueblo.
- ¿Clan? - Solo repito lo que llamó mi atención, causando sin jamás abandonar su vista al frente, que un lado de la comisura de sus labios se alcen por una media sonrisa.
- Larga historia, soldado. - Es su respuesta, continuo a indicar el papel que sigue en su mano. - Lindo templo para visitar, obligado en una visita a Londres. - Me dice. - Aproveche su estadía libre para ello, ya que por la tarde no precisaré de sus servicios ni de sus compañeros.
Afirmo sin dejar de conducir.
No me seduce mucho la idea si tengo la tarde libre, de perder el tiempo en una iglesia y escuchar niños pertenecientes a coros religiosos cantando.
Preferiría ir a una taberna londinense con los chicos y beber cerveza escuchando buena música.
¿Pero, por qué no?
Solo una breve llegada para capturar fotos y tener de recuerdo de la catedral histórica de Gran Bretaña en mi estadía en este país.
Cosa que lo hacemos convenciendo a un par de compañeros, ya pisando la tardecita con la condición y vestidos de civiles, cual no me opuse, de recorrer primero parte de la ciudad subiendo a esos enormes y de diseño antiguo, colectivos de techo abierto y en color rojo que te llevan con su recorrido a las partes más importantes de la ciudad, cosa que disfrutamos a placer.
Como luego al bajar, en un bar y degustar de frías jarras de cervezas y comer pastel relleno de ternera y riñones, plato típico de acá.
Ya sobre la acera de la catedral, la inmensidad de la misma nos abruma, tanto por su majestuosa construcción, tamaño y jardines, haciendo que nos robe a los tres exclamaciones de asombro.
He inevitable que ya los primeros disparos desde nuestros celulares, capten varias imágenes de la fortaleza religiosa que es y cual, a la distancia y desde su interior, llega a nosotros la voces de un coro juvenil de turno cantando.
Y lo que estábamos algo reticentes a hacer, descubrimos que lo hacemos ahora con ganas.
Adentrarnos, para no solo apreciar su interior en diseño como construcción invitando alguien que lo hagamos, ya que por hoy es totalmente gratis.
También, las melodiosas voces que componen como cantan los niños y descubrir ya dentro, lo atestado de gente que está.
Mierda.
Cientos de personas.
Cual que por estar muy detrás siendo imposible ver bien, por mucha gente de pie y divisando a lo lejos el grupo de niños cantando, una cierta risa divertida se acopla por casi todos, tras un estornudo de alguien sobre la canción eclesiástica que nunca se detiene, cosa que no entiendo el motivo por personas hablando divertido por la situación y que apenas nos dejan oír al coro.
Pero también río como mis amigos, contagiado por todos los presentes.
PAOLA
Mi nariz pica.
Mucho.
He intento con el mayor disimulo y sin dejar de cantar como mis amigos frente a las cientos de personas que nos escuchan al llegar nuestro turno, de con una mueca aliviar el picazón de mi nariz que amenaza con estornudar.
Pero, no lo consigo.
Y quiero con disimulo fregar la punta con mi mano, pero la hermana superiora por una señal de Cristo y ser bajita.
Maldición, con la pereza de mi organismo de hacerme crecer más.
No se le ocurrió mejor idea, que ponerme casi en el medio y segunda fila.
En una palabra.
Expuesta al cien por cien a todos los presentes y nada más como menos a la vista del cura principal de la catedral y sentado uno junto al otro, mientras nos observan muy orgullosos, obispos y cardenales invitados.
Los suaves acordes de un precioso piano de cola en tono blanco acompañando esta parte a la hermosa voz de mi amiga haciendo como siempre un paso adelante, se hace presente sobre nosotros guardando silencio esperando el final.
Y quiero aprovechar esos precarios segundos para limpiarme la nariz con disimulo con el puño de mi traje.
Una bonita túnica natural con bordes dorados al igual que todos y de paso, pedir mirando ligeramente al gran crucifijo de Jesucito sobre un lado, disculpas silenciosas por maldecir prometiendo que jamás.
Nunca.
Voy a volver a blasfemar como pidiéndole el favor que me saque las ganas que acumulo.
Un frondoso y terrorífico estornudo con la seria posibilidad de asustar a todos en la casa de Dios.
Pero creo que no me cree, ya que elevando mi puño camuflado con la espalda de mi compañera de adelante, su fabuloso y largo como ondulado pelo se enrosca un mechón en las orlas doradas de mi manga y esos ínfimos pelitos en contacto con mi nariz sin haberlos vistos y haciendo cosquillas, provocan lo inevitable.
Ese estruendoso y magistral estornudo que suelto.
Lo intenté, lo juro y hasta lágrimas me salieron por procurar retenerlo.
Pero, fue inevitable.
Y un señor estornudo sobre el final de nuestra canción y hasta al ritmo de la dulce voz de mi amiga, sonó con eco y todo, por toda la catedral.
Seguido, llena de vergüenza sintiendo hervir mis mejillas.
Por la risa de todos.
Cosa por más que morí en el intento, no de burla.
Más bien alegre y divertida por todos y la situación, inclusive por los obispos invitados.
La madre superiora como las hermanitas y hasta mis amigos, quisieron consolarme luego tras bastidores, pero me sentía avergonzada aunque reí como todos bebiendo algo de agua fresca que me ofrecieron y mi amiga un pañuelito para que me sonara como Dios manda y ahora sí, la nariz.
Y ofreciéndome ya que fuimos de los primeros coros en cantar, en recorrer de su mano con la aprobación de la superiora, la hermosa catedral por dentro, caminando con respeto por uno de sus lado y pidiendo permiso entre el gentío.
Ambas maravilladas por cada diseño con su decoración con data de siglos.
Cada imagen religiosa acompañando y donde en muchos, personas arrodilladas o simplemente mirando en silencio le daban algún rezo, bajo las voces y como cortina de todo, del coro siguiente al nuestro en cantar.
Y yo también lo hice en una imagen siguiente, reguardado en una pared.
Un delicado y hermoso niño Jesús en los brazos de su madre María.
Ambos perfectos, coloridos casi real de tamaño natural, conquistándome por completo y causando que pidiendo permiso a la mucha gente que los rodea, logre llegar delante de todo y me quede mirándolos por largo tiempo y hasta olvidando a mi amiga que pasos más adelante y entre la agolpada gente se mezcla.
Y no lo puedo evitar.
Entrelazando mis manos y dedos, cerrando mis ojos y bajando mi rostro, le hago un ruego.
Un pedido silencioso, lleno de fervor.
BORGES
Un desnivel paso más arriba e incentivado por mis compañeros a adentrarnos un poco más, me lleva a seguirlos, cuando despiden con aplausos al terminar el coro que cantaba bajo el plus de ese estornudo que se llevó la sonrisa de muchos, para luego el siguiente colmando nuevamente una suave canción interpretada por las voces de todos.
Intento pasar entre la multitud para no perder de vista a mis amigos, pero en una confusión de una familia pasando frente a mí y pidiendo permiso para tomar fotos, los pierdo de vista.
Mis hombros caen por eso sin dejar de mirar todo a mi alrededor y decido caminar sin lograr avistarlos, por la dirección que fueron.
Tal vez metros más adelante, haya un punto de encuentro entre los tres.
Pero mientras lo hago, disfruto de los que atravieso.
Sus diseños como imágenes religiosas.
Y me detengo frente a uno, pero metros atrás por estar atestado de gente en su frente y lo que parece rezando.
Un magnífico niño Jesús en brazos de la Virgen María.
Como mencioné momentos antes al General cuando me preguntó si era religioso, dije que no lo sabía.
Pero la imponente, perfecta y cálida figura de ellos me atrapa completamente y sin poderlo eludir y no sé el motivo.
Me encuentro y olvidando por completo mis compañeros, juntando mis manos como los que están frente mío.
Haciendo un pedido.
Una oración.
https://youtu.be/_KAeaW0mJM4
Cual a nada de irme a mi nuevo hogar y ser por mucho tiempo mi lugar lejos de todos mis seres queridos como familia y ante lo que depare ello.
Yo, solo pido una sola cosa contra mis principios y antes de entregarme por completo al ejército y que siento calidez en mi corazón.
En solo anhelarlo...
PAOLA
Mis manos se aprietan fuerte entre sí, como la intensidad de mi deseo.
Uno por mi cumpleaños.
Nadie me cree.
Nadie tiene fe en ello.
Pero mientras fuerzas y amor no me falte, yo siempre voy a pedir lo mismo, porque lo que me sobra y mamá por eso me tendría que haber puesto ese nombre.
Esperanza.
Le agradezco a ambos por todo.
Por salud tanto a mí, como familia.
Por nunca faltarnos nada, aunque no nos sobra.
Pero con todo mi corazón, mi mejor deseo.
Mi gran y lleno de amor, ruego...
BORGES
- ...por favor, una sola vez más... - Sale de mí, en voz muy baja abriendo mis ojos y con una última imagen de ellos.
Miro mejor.
Como la gente frente mío disipándose por irse y para regalarme a mi vista...
¿Eh?
No solamente la figura completa de ambos.
Pestañeo.
También.
La de una muchachita vestida de coro en su blanco y dorado espalda de mí y tan profundamente como yo, pidiendo algo con fervor al niño Jesús y la Virgen.
No lo puedo creer y me abstengo en moverme cuando la reconozco y que solos sea una jodida visión de mi pedido.
Pero mi vista se empaña de alegría confirmándomelo cuando al terminar de rezar, se gira sobre sus pies y aún, con su vista baja sin notar mi presencia por personas pasando entre nosotros dos.
Es ella, ya casi toda una adulta, pero su misma silueta con algo más de altura.
Mi pequeña.
Mi pequeño, milagro.
Y como puedo, entreabro mis labios para llamarla.
- Perlita... - Apenas puedo decir, pero por más gente atravesando, es suficiente para que elevando su barbilla, mire a mi dirección y con ello creo tan difícil de creer como yo, me mira asombrada con sus ojos nublados de lágrimas.
Siendo suficiente para que los dos hagamos los que nos sobra y tanto me arrepentí de no prolongarlo esa noche en su casa de veraneo.
Abrazarnos.
Mucho.
Fuerte.
Y esa calidez que necesitaba y noto que ella también, nos colma al chocar nuestros cuerpos, besándola sobre su pelo y aspirando su perfume como ella el mío desde mi camiseta.
No hay palabras cuando nos miramos, pero comprendemos perfectamente lo que cada uno pedía a Jesús y su madre.
Y es suficiente frente a ellos por concederlo y entre esta multitud mezclándose entre nosotros algo avergonzado, pero lleno de respeto y amor, tomando con suavidad su rostro y atrayéndola más hacia mí con cariño.
De besarla, tiernamente...
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