CAPITULO 12
PAOLA
La palma de mi mano extendida y hacia arriba, de a poco se va humedeciendo por pequeñas gotas de agua que comienzan a caer del cielo por el inicio de la lluvia.
Lo siento reconfortante, porque es cálida y a su vez, su tacto mojado me da placer bajo su impacto, para luego con cada una de ellas, ver como se acumula y escurre en mi mano.
No fui a la tienda que nos designaron y aunque tiene sus temporadas África de precipitaciones, cuando llega, no deja de sentirse como un milagro su llegada por la escasez de las mismas en este continente.
Me refugié bajo un alero de lo que parece el levantamiento principal de la base, cuando comenzaron las primeras gotas, mientras veía como Fer y Cornelio jugaban correteando por la zona.
Y no me preocupé al comienzo de ella y los chicos.
Sonrío.
O más bien, Fernanda.
Siguió al perrito por un refugio.
Ya que, comprendo eso muy puntualmente y sería hipócrita reprocharle a mi mascota.
Si yo también, sigo desde hace años al chico de mis sueños.
El techo de chapa golpetea insistente, por un ahora, inminente llovizna que se desata y me limito a adentrarme más y tomar asiento contra la pared y el piso, elevando mis rodillas y descansar mis brazos sobre ellas.
No tiene ánimo de amainar y mis zapattillitas, no es buena opción en el suelo formándose redondos y uniformes charcos de agua como el fangoso lodo ahora en el suelo de toda la base.
Mi cabeza pica y me rasco por sobre la toga.
Y con eso, las docenas de pensamientos de momentos antes de las tres cosas que cargo como hice, pero tontamente, no lo analicé, pero van de la mano juntas.
Buscar a Juan.
Mi noviciado.
Y el hoy, con todo esto.
Juan que dice que no es Juan, me niega.
Creo.
Por lo que soy.
Y si es así, comprensible.
Tiempo y hasta siglos, siento que pasó desde que me decidí por los hábitos y siendo lejos de un uniforme religioso, una coraza de amor para mí.
Por Dios, aunque lo hago renegar con ciertas acciones no propias de sus chicas.
A la religión que profeso con mi causa y vocación.
Y comprendiendo sobre estos años pasando, también.
Como una protección o armadura debo reconocer, hacia ninguna oportunidad con otros hombres por mi siempre propósito.
Llegar a él.
Cosa que, se dio.
Y entrelazo mis manos sobre mis rodillas y apoyando mi mejilla en una, pensando en lo que pronto llegará, pero definitivamente ya, aparte de las cartas de mi madre y que muchas recibí por correo en todos estos años y la madre superiora con su santa paciencia en una última me pidió.
Porque, ya es hora.
La confirmación de mi situación religiosa, después de tantos años.
Y un escalofrío, llega desde mi espina dorsal y se acopla al rejunte de mis reflexiones.
Por la decisión que tengo que tomar.
Una gotita cae.
Y por...
Otra y otra gotita, sigue cayendo.
Y fresco húmedo, siento sobre mi cabeza.
Elevo mi vista.
Por una gotera que se filtra del alero de chapa, que comienza a ser consecutiva y me encuentro justo bajo ella, mojando mi cabeza como cofia.
- ¡Maldición! - Reniego, seguido a hacer la señal de la cruz y poner mi mano a modo techito.
Para luego, estornudar y volver a hacerlo mientras me pongo de pie y me alejo unos centímetros, lejos de la filtración que aumenta con su goteo y por la intensa lluvia.
Otro estornudo me acompaña, al sentir mi cuello descubierto y expuesto por sacarme la cofia estando todavía mi pelo húmedo de mi ducha, para procurar secar la zona mojada con mi puño y hasta con el borde de mi camiseta.
Necesito un reparo de calor para que seque y con la humedad exterior.
Miro la base.
Va ser imposible.
Siendo mi única solución, llegar a nuestra tienda y mis hombros se desinflan.
Ya que.
Señal de la cruz con otro estornudo.
Jodida y condenadamente, llueve como si fuera la última vez.
Pero no me importa y decidida como limpiando mi nariz con mi brazo, en el momento que voy a lanzarme al vacío de la tormenta cayendo sin piedad por toda la base, algo pesado cae sobre mí, y veo oscuro.
Algo voluminoso que contrarresta el fresco de la noche con el aguacero y me protege con su calor, por estar encima mío y tengo que hacer a un lado sus solapas para salir de la oscuridad, ya que cubre la totalidad de mi cabeza también.
Y pestañeo al ver un grueso abrigo militar lo que cargo, como a Juan que dice que no es Juan a metro de mí.
De pie y como si fuera magia vudú, de pronto a mi lado.
Nuestros ojos se conectan, pero otro estornudo de mi parte no me deja seguir mirándolo y él a su vez mira hacia afuera del alero.
- Enfermaras... - Habla y como toda explicación, mirando muy concentrado a un charco de agua que se llena cada vez más por la lluvia.
Y miro la longitud como tamaño del predio, de lo que es esta inmensa base militar.
Mi caminata reflexiva como punto de juego de Fer y Cornelio, lo hice lejos de la tienda de lo que es el comedor.
Como igualmente, contraria a nuestra tienda.
Lo miro, bajo su abrigo.
- ¿Me buscabas? - Y se me dibuja una sonrisa muy idiota en solo pensarlo.
No niega, pero tampoco me lo afirma.
Su postura sigue en el charco y sin un gramo de frío, llevando solo camiseta y observando que mucha parte de ella está mojada en su travesía caminando.
Parece.
Bajo la tormenta.
Lo delatan sus hombros como el género humedecido, al igual que sus brazos desnudos y pelo totalmente mojado, cual hilos de agua, todavía gotean sobre su rostro calado.
¿Cargó el abrigo, solo para mí?
Y no puedo pensar mucho en todo esto.
Ya que acto seguido y sin decir más nada, camina hasta quedar frente a mí, dándome la espalda.
Su, para variar y ya como dije varias veces, familiar parte trasera me cubre y se posiciona delante.
Y su mano golpea un hombro, con ademán que no entiendo.
Lo miro de lado.
- ¿Qué? - Pregunto.
BORGES
La lluvia que se larga de golpe, me alerta dentro del comedor con el intermitente repiquetear de las gotas que, una tras otra cae y se escucha su impacto desde el techo de la enorme tienda.
Si.
Permanecí allí, por más que no probé bocado, pero proporcionándome una taza cargada de café negro que eso sí, dejaba mi estómago cerrado, mientras no solo vi como Perla siendo la primera en irse.
Extraño y por más que disimulé, no llamar mi atención eso.
Para luego Camilo con la doctora.
A dormir uno y el otro, su turno de ronda.
Y estiré una vez solo y con cierto agotamiento mental como lo que aprieta mi pecho desde que la vi, mis piernas una sobre otra con postura relajada en la banqueta y ya fuera de la vista de ellos, mirando mi mano libre de la taza con el humeante café por aún, la agradable sensación del contacto de la suya y la mía, momentos antes.
Y me permití, sonreír por eso y ante el viejo recuerdo que así, ella una niña seguido a un adolescente y yo de joven a adulto, nos despedíamos hasta el próximo verano.
Pero la tormenta desatándose me sacó de mi actitud y salí afuera preocupado, bebiendo de mi taza.
Y lo hice más, cuando a la distancia y pese a la oscuridad, pero con la iluminación de unos reflectores.
Carajo.
Vi corriendo por reparo a Cornelio y la gallina siguiéndolo a su par, solos.
Dándome cierta gracia, la dupla que parece que se armó entre ellos.
Pero a su vez, eclipsando esta, porque si la gallina esta fuera, solo quiere decir también.
Que Perla igual.
Y dejando mi taza y sin importarme el aguacero que cae sobre mí, apuro mis pasos a la tienda, verificando, que no solo está vacía de presencia humana.
Ya que, ni la doctora está.
Tampoco Perla.
Y gruño, buscando entre mis cosas mi abrigo más grueso dentro de la tienda y apto para situaciones como esta en clima, para salir en su búsqueda otra vez afuera.
Para luego de minutos, sorteando los charcos y otros duramente pisando mis botas, sin importarme mojarme bajo la lluvia, encontrarla al resguardo de un alero que sobresale de la oficina principal del Teniente.
Y me pude ahí, exhalar un aire que contenía, tranquilo como escupiendo y limpiando el agua que se escurría sobre mí, por la tormenta cayendo sin parar.
La negrura de la noche y por iluminación estratégica en sectores y desde su alto, me proporcionan caminar desde mi trecho a Perla y sin que note, aún mi presencia para mirarla mientras veo y que notando una fuga del techo, una gotera la moja, causando que sonría notando como huye de ella graciosamente.
Pero, mi sonrisa cae al ver que consecutivo a eso, comienza a estornudar violentamente una y otra vez, continuo a sacarse su toca religiosa y procurando secarla con su manos.
Y mezcla de belleza alegre con culpa, me inunda.
Belleza alegre por el placer de verla sin ello puesto, regalándome y sin que lo sepa a mi placer, no solo su rostro limpio de su cofia siempre con ella, con el encanto de mirarla entera en los rasgos y por más años que pasaron, siendo la niña para luego mujer que amo.
Ingenua simple en su naturaleza y siempre feliz.
También, el poder apreciar lo que comprendí que idolatré la noche pasada y aún, me niego y no debo.
La belleza de su cabellera oscura abundante y larga, cual por su forma natural y ondulada, cae como cascada negra sobre ella.
Y yerro sin que ella tenga la culpa pero me atormenta por esas putas casualidades de la vida, lo que justamente está secando con sus manos y hasta con ayuda del pliegue de su camiseta.
Mi camiseta.
La cofia.
Y hago lo que mejor se me ocurre, caminando hasta Perla.
Abrigarla y cubrir lo más que puedo, lo que es mi Dios como mi cruz e inclinada ante mi ofrecimiento, evito ver.
Ella.
PAOLA
- Suba, hermana... - Me dice con su vista baja, pero voz firme.
Y levanto un dedo sin animarme a tocarlo.
- ¿Quiere, que me monte... - Toco levemente su espalda. - ...acá?
Y su cuerpo se sacude.
Supongo que por frío, porque Juan que dice no serlo, está completamente empapado.
Asiente y hago una mueca todavía inclinada hacia él, por más que su mirada gris sigue al frente.
- ¿Está seguro? - Prosigo, poco convencida.
Sigue lloviendo y eso me preocupa, ya que puede enfermar y mojarse, más aún.
Y lo segundo.
Nunca fui buena con las dietas y mi lema cuando quise arrancar una, "el lunes que viene la comienzo".
Y por ende, mi saludable fisonomía como curvas, lo avalan.
Pero, nuevamente su cuerpo vuelve a sacudirse.
Y creo, que por una risita.
No lo sé.
El sonido de la lluvia cayendo y golpeando la chapa no me lo permite, como su reiterativo gesto de ahora, ambas manos tocando sus fuertes hombros.
- Las zapatillas que lleva, se enterrarán en en grueso fango... - Me dice. - ...mis botas están para eso. - Acota.
Y en eso, tiene razón.
Son de lona como muy planas y ante el primer contacto, no solo enterraría mis pies varios centímetros, además, quedarían inútiles por más lavada de jabón que luego les daría.
Y resoplo tomando envión, para luego de un salto tras suyo y con la precisión de sus brazos capturando mis piernas y yo enroscarlas al rededor de su cintura como manos en su cuello.
Los dos.
Cristo.
Comenzar una lenta caminata para no caer en el enredo del lodo con charcos de abundante agua y bajo la intermitente lluvia sobre nosotros.
Que la realidad y a ciencia cierta, lo intermitente va mermando, porque parece que, lo que era una tormenta de a poco comienza a ser una llovizna de verano y tal palabra, es lo que abunda en nosotros de forma silenciosa y con cada distancia que el Capitán hace en nuestro trayecto.
No puedo evitar, no afirmar más el agarre de mis brazos de su cuello, para no caer y por la necesidad de este dulce contacto con él, después de tanto tiempo.
Quisiera poder apoyar un lado de mi rostro también sobre su nuca y sentir la calidez como contacto de su piel con la mía, aunque sea por dos pequeños segundos.
Pero lo retengo, ya que con solo aferrarme más, capté un leve movimiento brusco de su parte, bajo el esfuerzo exigido que hace con cada pisada por culpa del denso fango.
Y asimismo, lo que comprendí y tal vez, motivo de su comportamiento.
Llegando a la tienda, la descubrimos vacía.
Ni Rocío como Fernanda están y capta mi curiosidad.
- Cuando vine, la doctora no estaba, pero su mascota sí... - Como que duda y dice, todavía encima de él. - ...estaba con la mía...
Abro mis ojos y me bajo, comprendiendo.
No que mi amiga no esté.
Logicamente con Camilo, ya que y muy en su lucha para que no se produzca por su parte.
Algo en ellos, estaba naciendo.
Y locamente por más que se conocieron hace poco, de la misma manera se notaba que se buscaban como si lo hicieran de toda la vida.
Tampoco, de Fer me sorprendía.
Porque otro tanto de amor a primera vista con Cornelio y por ambos.
Parece.
Lo que llamó mi atención, es lo que nos rodea.
La tienda.
Y luego a Juan.
Para nuevamente la tienda y ahora uno de los catres, seguido a él otra vez.
Veo como sobre la salida, se deshace de sus botas militares y en calcetines como hasta con ademán de permiso, entra buscando otro juego limpio en un rincón.
Y llevo mis manos a mi boca.
- ¿Es tu tienda? - Murmuro, sin bajarlos.
- Y de Camilo. - Responde, guardando el resto en ese bolso. - Pero, ahora de ustedes... - Busca un par de toallas, cual me ofrece una, seguido a una camiseta seca.
Y quiero hablar, pero otro estornudo me gana.
- Necesita acostarse y descansar, hermana...
Niego, sorbiendo mi nariz.
- No puedo... - Indico todo. - ...es su cama y... - Señalo lo que llevo puesto. - ...lo que hasta llevo puesto, no?
Creo que se sonríe, no lo sé bien, porque sigue en esa posición flexionada y cerrando ese bolso con demasiada seguridad, haciendo que eleve una ceja.
Se lo indico.
- ¿Ve? - Le digo. - Yo no hurgo, Capitán.
Y ahora sí, noto que se sonríe y disimulo mi alegría.
Porque creo no se dio cuenta de eso, frente mío y también, porque es la misma de años atrás y tanto me regalaba de niña.
Cosa que cual desde que nos vimos a ver.
Una total tacaño.
Se pone de pie y girando a mí como aún con esa sonrisa pequeñita que apenas alza un lado de su boca, se digna a mirarme negando divertido.
- No desconfío de usted. - Me dice y le creo. Suspira. - Solo verifico que no se pierda algo...
- ¿Ropa? - Interrumpo y vuelve a negar.
- Larga historia... - Es solo su respuesta, que le impide si iba a continuar, otro estornudo de mi parte, pero más fuerte.
Y por ello recogiendo sus cosas, abre la cobija de su cama a modo que duerma y terminada la conversación.
No estoy de acuerdo, pero tomo asiento en el catre sacándome su abrigo y extendiéndoselo.
Acomodo mi largo pelo hacia un lado para pasar la toalla, tras luego con la misma, mi cofia religiosa que dejé en mi regazo.
- No veo que tenga un segundo abrigo... - Suelto. - ...también debe abrigarse si no quiere enfermarse...
Escucha lo que digo, tanto mirando como seco toca como aceptando la devolución de su abrigo.
- ...cuando íbamos camino al helicóptero esperando por nosotros para venir a la base... - Prosigo, haciendo que detenga su salida para marcharse.
Estornudo otra vez, haciendo que me detenga de hablar para sonarme la nariz con la misma toalla.
- Lo siento... - Digo por eso y el ruido que hice limpiando mi nariz.
- No se preocupe... - Me dice con una seriedad divertida.
Dios, quiero llorar, porque nada emotivo mi gesto con lo que quiero seguir acontinuación, pero mi nariz picaba mucho.
- ...le prometí algo, pese a que no está enterado... - Continúo y me mira con sus ojos grises, captando totalmente su atención que de niña amo.
Lo miro.
...que me encuentre, porque yo ya lo hice... - Y río, palpando mis mejillas, porque no sé, si es ardor a lo que voy a terminar de decirle o porque el frío como lluvia, hizo un malestar en mí. - Suena tonto, no? - Suspiro reflexiva a Juan que me sigue diciendo que no lo es. - Ya que estamos delante uno del otro, pero... - Y aprieto más la cofia religiosa entre mis manos. - ...voy a esperar que lo haga, Capitán... - Y recordando las cartas de la madre, finalizo. - ...pero por favor, no se demore mucho...
BORGES
Una súplica.
Corrección.
Un ruego tan lleno de cariño con ternura, sale de su labios con sus últimas palabras.
Me limito a salir de la tienda sin decir nada a cambio, pero me detengo metro afuera cargando mis cosas limpias y sin importarme que la lluvia continúe como siga golpeando mi persona.
Mi negación, sigue flotando entre nosotros de quién soy.
Lo que soy para ella y como Perla lo es para mí.
Y aunque en solo analizarlo, sé a que se refiere y puedo llegar a deducir lo que quiso decirme con lo que no demore mucho.
Sea por una cosa o la otra, mi pecho y hasta cuerpo, duele como la mierda.
Soy un mar de vacilaciones y hasta de recelo doloroso colateralmente, por defender y según la gente cuando era niño y hasta adolescente, de lo indefendible.
Y mi pena con ese pasado triste se mezcla con lo que cargo ahora, afianzando más mi todavía dudosa resolución.
Pero algo me saca de esta reyerta de corazón que no se pone de acuerdo con mi cerebro.
Y es la serie de estornudos que siento de Perla dentro de la tienda.
Mierda.
Estoy preocupado.
¿Será, que enfermará?
Y aunque lo deliberé mientras me mudada de ropa por otra seca, de acuerdo o no, fui al comedor por una taza de algo caliente, para luego hasta enfermería en busca de unos analgésicos.
Pero entrando a la tienda con prudencia al notar que no contestaba mi par de llamados, la encuentro en mi catre dormida, aunque con quejas de malestar y para mi sorpresa Cornelio como la gallina en un rincón acurrucados.
- Shuu... - Les digo a ambos al verme. Miro a la gallina sobre todo. - ...no me mires así. - Ya que lo hace desconfiada y con sus ojos fijos en mí. - Solo verificar algo... - Le susurro y no puedo creer lo que le digo a continuación. - ...yo como tú, solo quiero su bienestar, Fernanda... - Y para mi asombro, escuchar su nombre o tal vez que me cree, vuelve acomodarse del lado de mi perro.
Guau, porque su conducta realmente desconcierta.
Y mis sospechas, se hacen ciertas al mirarla.
Síntomas de resfrío.
Y equilibro la taza con la infusión caliente como la medicación, tomando asiento con cuidado en un lado sin molestarla y colocándome fácilmente en una posición para poder apenas despertarla con un suave movimiento sobre la cobija.
- Hermana... - Murmuro. - ...tome esto que le hará bien. - Despierta Perla.
Y suelta un susurro, abriendo lentamente la cabeza.
- Juan... - Dice mi nombre entredormida y con malestar.
Disimulo que no escucho, pero jodidamente mi pulso tiembla al sentir que dice mi nombre en voz alta.
Aclaro mi garganta.
- Beba esto y tome la medicación, hermana... - Le pido y Perla no dice nada, pero mezcla de fatiga, cansancio y resfrío, obedece e incorporándose algo, toma los analgésicos para llevarlos a su boca, seguido de tragarlo con facilidad, mientras la ayudé acercando el borde con la taza del té a sus labios a que beba varios tragos.
Ella no dice nada mientras la sigo ayudando en sostener la infusión, como tampoco cuando no quiere más, en volver a recostarse y yo, la tapo.
Y estoy tan atrapado en el momento, cuando capto, que también me encuentro a medio recostar a su lado y por su mano por encima de ella y de la cobija como mirando hacia la pared de la tienda, reteniendo parte de mis dedos.
Y por ese momento.
Tan solo, ese único instante.
Me permito ser Juan que si es su Juan.
Bostezo.
Y ella, mi Paola.
La perlita del lugar que la conocí...
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