CAPITULO 11
PAOLA
Imposible al entrar en las duchas, no ganarnos con Rocío exclamaciones de júbilos que nos hacen reír estando cada una en un cubículo al lado del otro, cuando la lluvia de la ducha hace contacto con nosotras.
Y aunque no nos demoramos, más bien fue lo justo y necesario de utilización de agua por más gigantes tanques que abastecen la base, nos acostumbramos con la doc a ello, ya que esta como la buena barra de jabón que encontramos, en tiempos como lugares como esto, se podría considerar que es oro puro y se conserva.
- ¿Crees, que se molestará? - Ya de vuelta en al tienda, le pregunto tras secarme bien el pelo y hurgando en un bolso que encuentro en el piso y al lado de uno de los catres, un pantalón deportivo con colores militares, cual mido su talle acercándolo a mi cintura.
- Dijo que nos sirviéramos a gusto ¿no? - Me responde, eligiendo uno tipo cargo y camuflados también.
Veo como se los pone y con ayuda de un cinturón que localiza en un cajón, lo aferra una vez puesto, seguido de una camiseta.
La imito, siendo suficiente un bonito moño de las tiras del frente y del mismo, para que se sostengan, continuo y ya sin preocuparme, en elegir del mismo bolso otra camiseta mangas cortas en tono oscuro.
Me dedico a desenredar mi pelo húmedo mientras veo como Rocío con una coleta improvisada con el suyo, toma su ropa como bata médica y hasta me vestido con delantal con aire de marcharse e intención de salir afuera para lavarlos.
Cosa sincera, que les hace falta una buena sacudida de agua y jabón.
- ¿Vas a salir? - Curiosa digo, optando en dejar mi pelo suelto por no estar seco, pero procurando ponerme la cofia igualmente. - ¿No estamos arrestadas y como que, tenemos que esperar o algo así? - Le digo, con mi vista en una de las ventanas abiertas de la tienda.
- Yo... - Me recuerda. - Tú, no. Ve por algo de comida que muero de hambre mientras lavo nuestra ropa, así podemos devolver lo que llevamos puesto en la noche. - Murmura, saliendo de la tienda y yendo otra vez a los baños.
- Ok... - Solo digo para mi misma, sentándome en uno de los catres prolijamente tendido para ponerme mis calzados.
Miro todo antes y es verdad.
El chico Camilo, tenía razón.
Bastante ordenado limpio para lo que puede ser, no solo en el lugar y la situación que todos ellos viven, si no además, para ser una habitación de hombres.
Sin mucho motivo aparente, toco la cobija no muy gruesa pero sí, de tejido fuerte y color arena, que cubre la sábana blanca.
- ¿Se dormirá bien, en esto? - Me pregunto, probando la estabilidad del catre con algo de fuerza e impulso de mi trasero, notando una buena suspensión y una mueca que hago, lo aprueba.
Pero, poco conforme y ante un vistazo ligero que nadie entre, me acuesto a placer en el catre de quién sea a placer extendiendo el largo de mi cuerpo y boca arriba cruzando mis manos sobre mi pecho y cerrando breves segundo mis ojos.
Me muevo un poco y el catre, responde bien.
Abro mis ojos, satisfecha y mirando el techo de lona.
Sip.
Sonrío.
Es bastante cómoda y se debe dormir de muerte, decreto poniéndome de pie sin muchas ganas y con un bostezo.
Ya que y por más que en ese momento, mi estómago gruñe de hambre y lo acaricio a modo consuelo, la idea de dormir un poco me tienta más de lo agotada que me siento, que ir por un plato de comida.
Pero me aliento y notando que la nochecita va llegando al salir de la tienda, que pronto caeré rendida ante ello y más, al elevar mi vista al cielo mientras camino y ver ciertas nubes grises con su azul noche como gruesas acercándose, anuncian lo que parece y siendo escaso, es su temporada.
La lluvia.
BORGES
Me siento intranquilo y con culpa.
Dejando en manos del cabo la motoneta de Perla, vi a Camilo.
Y cosa que, hace mucho no le pasaba.
Lo encontré apoyado de una columna satelital por un ataque de pánico.
Una de muchas condiciones que le quedó como secuela el día del acometida terrorista años atrás y consecuencia, una balacera que él como Mirko, recibieron y salvándose solo el muchacho.
Me lo acusa su postura flexionada sobre sus rodillas e intentando en el proceso tomar fuertes respiraciones y cayendo hasta hacer contacto con el piso.
Me acerqué y lo ayudé a aflojar su chaleco antibalas como luego, los botones de su camisa para que pueda expulsar esa especie de angustia que se adueña de él en lo que dura el ataque.
Lo consolé y una vez más como de muchas, le digo que nada es su culpa.
Tanto, la pérdida de su hermana menor como Rosemberg.
Y su respuesta, siempre la misma.
Sonreír con asco hacia él, para luego largar unas de su burradas graciosas, ya recomponiéndose.
Seguido a palmear mi espalda a modo tranquilidad y marcharse.
Y ahora soy yo el que necesito del apoyo de la columna y lo hago con un hombro, viendo al chico irse.
Intranquilidad y culpa me colma, por no ser completamente sincero con él y con su pasado, que olvidó completamente tras ese accidente.
Pero, según el Teniente Elías como su guía, Cabul.
Su alnnasih (mentor).
Miro, tanto lo que es la totalidad de la base y hasta más allá de esta con sus kilómetros, ya que él siempre está y nadie lo sepa, más que el Teniente y yo.
Todavía, no llegó el momento que despierte Camilo.
Niego por no estar muy de acuerdo, pero sabiendo la razón, volteando a un extremo y mi quijada se desencaja.
Y oh mierda por dos haciendo en el entretanto, algo muy estúpido.
Procurar ilógicamente, esconder todo mi cuerpo detrás del soporte vertical del satelital y como si fuera que tal con sus escasos 10cm de diámetro lo hicieran, mientras veo no solo a Perla saliendo de la tienda de Camilo y mía.
Mi tienda, en fin.
Y lo segundo.
Descanso mi frente sin importarme por el calor africano, que el hierro caliente todavía lo queme.
Prefiero ello y no otras zonas.
Por verla...
Mi Dios.
Vestida con ropa mía.
Gracias a Cristo, ni siquiera nota mi presencia y cual sigo, idiotamente escondido tras el delgado poste de acero, porque va hacia la gallina que la ubica metros más adelante.
Aún lleva su cofia de religiosa, pero como esa noche, también noto que lo dejó suelto, ya que por su largo pasa por abajo de él y comprendo por estar algo húmedo, que deben haberse dado una ducha con su compañera.
Y entrecierro los ojos, ya que por más disciplina y lejos de todo mal con su despistada inocencia, alzando a su mascota con problemas de personalidad, en el hormigueo enorme y pasando entre varios de muchos soldados y estos, se limitan a saludarla con gestos de barbilla o tacándose las viseras de sus gorras como cascos militares con cada paso que da entre ellos.
Capto, pese a lejos de intimidar y con respeto, que Perla no les pasa desapercibido.
Compresible.
Una presencia femenina acá y con escasez de todo, predecible.
Más si toda ella, es bonita.
Ya fuera de su vista, salgo de mi escondite y en el trayecto directo a ellos, recojo dos costales vacíos.
Al llegar se los lanzo a un par que con los torsos desnudos.
- ¡Cúbranse! - Les ordeno y sé que estoy siendo extraño, ya que sus caras perplejas me lo dicen y es algo común en sus pausas de ocio haciendo algo de ejercicio o simplemente contrarrestando el sol calsino.
Mi dedo en alto y extendido, les indica a Perla que ajena a lo que hice, camina a la distancia.
- ¡Es religiosa, Santo Dios! - Y mi perlita.
Y como si hubiera invocado al mismo diablo y creo que mi cara cercano a ello también, se acomodan sobre sus lugares y hasta uno con pudor, se cubre el pecho con una de las bolsas.
- Carajo... - Susurro, recordando otra cosa y bajo sus voces pidiendo disculpas.
Y me quiero matar.
O mejor aún, pedirles a ellos que me fusilen aquí mismo.
Llevo mis manos a mi rostro.
Y es que, si entró a la tienda y usó mi ropa.
Giro sobre mis talones y hago carrera a la tienda.
¿Jodidamente, no vio su cuaderno?
Entro con mis testículos en la garganta y se me atragantan en la boca, notando que mi bolsa y cual estaba en el suelo, ahora junto a mi catre algo despejada por la ropa que sacó.
Me abalanzo a su interior, palpando todos sus lados.
Y mis pelotas vuelven a su lugar de origen, al tocar el fondo y bajo otro pantalón con calcetines, descansa su diario íntimo de Pucca.
Respiro un aire profundo que no sabía que retenía y con voluntad propia del pánico que ahora yo que pasé, me recuesto en mi cama y con el cuaderno contra mí.
No lo miro, mis ojos están en el techo.
Pero mis dedos, juegan con el relieve de los stickers que tiene por estar acariciándolos.
Y no me atrevo siquiera a pensar y por más solo que me encuentro, la pregunta que palpita en mi corazón.
¿Si se hizo religiosa, por qué vino?
Saco de mi chaleco mi amuleto.
Lo que queda, del folleto de la convención de coros de Londres.
¿Por qué entonces, vino a cumplir su promesa?
Y no puedo analizarlo, ya que y ante ello, viene a mi memoria el recuerdo de ella sin soltar mi mano mientras caminábamos por nuestra vecindad muchos años atrás, siendo castigada con miradas severa de la gente, como lejos de algún tipo de afecto.
Me incorporo sobre mi catre, sacudiendo mi cabeza para alejar eso de mi mente.
Basta me digo, poniéndome de pie para buscar algo de ropa y toalla, como saliendo de la tienda y notando las nubes grises ya sobre nosotros y por lo que parece de acuerdo a la época.
Lluvia.
También la necesito, pero fría para que me ilumine ademas de higienizarme.
PAOLA
Aroma a estofado rico, nos conducen a Fer y a mí, a lo que parece la tienda más grande.
Y para nuestro gozo entrando, es la del comedor.
Largos como extensos tablones con sus caballetes hacen de mesa con banquetas de igual largo para sentarse.
Muchos lugares ya están siendo ocupados por soldados y otro tanto, por más acercándose.
- Creo que la hora de la cena, Fer... - Le digo a mi gallina siendo su respuesta su siempre gruñidito intentando ladrar.
Tomo unas de las bandejas como cubiertos de un lateral, imitando a los soldados que a su vez luego, de forma tranquila forman una fila esperando su turno de que les sirvan la cena.
Siendo mi turno, babeo.
Ya que una gran olla popular de estofado sustancioso, nos recibe y con generosas cucharadas un cabo con delantal y ayuda de otro llenan mi bandeja, continuo después de trozos de pan y lo que parece ensalada de fruta enlatada.
Notando a Fernanda, el soldado nos regala una porción extra con anillos cortados de mazorca.
Pero yo señalo un huesito de carne de un lado.
- ¿Quiere más carne, hermana? - Me pregunta y niego.
- Para ella, ama la carne... - Le digo por Fer y me mira asombrado.
- ¿Es carnívora?
Asiento.
- Como todo perro... - Mi explicación.
La señala con el cucharón.
- ¿ Ella, es perro?
- Perra. - En realidad por su género.
Quiere acotar algo como su par de cocina, pero sus compañeros detrás mío, tienen hambre y solo agradezco, porque cueste creer o no, el chico me da ese trocito de carne que pedí para Fernanda.
Busco con la mirada a Rocío como a al chico Camilo o a Juan que no es Juan entre el gentío.
Pero ninguno de los tres están.
- Busquemos mientras lugar... - Le digo a Fer, pasando entre las mesas y ellos, localizando al fondo una casi vacía.
Tomo asiento contra la tienda comenzando a racionar la porción del estofado con verduras y el cuadradito de carne a Fer.
Comiendo una cucharada de mi plato, pongo el suyo sobre el piso que no duda en comer con tantas ganas como yo.
Dando un mordisco a mi pan, seguido de sopar el jugo del estofado con el sobrante, estoy a dos segundos de bailar de felicidad por su rico sabor en el momento que dos soldados con sus respectivas bandejas como porciones humeantes amagan en tomar asiento en la mesa que estoy.
Les sonrío dándoles la bienvenida, pero en el movimiento de depositar sus bandejas, dos manos sobre el hombro de cada uno los detiene de continuar y como el agua a Moisés ellos, se abren para mostrar tras suyo al Capitán pidiendo paso.
- Otro lugar soldados... - Le dice. - ...están ocupados los asientos. - Prosigue volteando para tomar su bandeja que había depositado en la mesa vecina y rodeando la esquina del tablón como para mi sorpresa, toma asiento de mi lado.
Cuerpo de distancia, pero a mi lado en fin.
Y creo que mi cara es de bastante sorpresa, cual no puedo disimular.
Imposible, no.
Y como idiota, lo sigo mirando de arriba abajo hasta olvidando de seguir comiendo.
Eleva su cuchara cargada de estofado.
- Falta Camilo y su amiga... - Habla y creo que justificando el motivo del por qué, tomó asiento a mi lado.
No contesto, yo no puedo gesticular mis labios y que mi voz salga, pero sí, lo suficiente de aunque sea sacudir mi cabeza negando lentamente y sin aún, poder probar otro bocado.
Aunque sí, comerlo a él con mis ojos de puro asombro con mucha calidez en el corazón.
Noto y por más que sigue con ademán en alto sosteniendo esa cuchara de comida, que no lo hace.
Lo que no sé, si por notar que no dejo de mirarlo muda o porque no tiene apetito.
Deja la cuchara a un lado de su plato lleno.
No me mira.
- ¿Le molesta, que haya tomado lugar a su lado? - Cree, por seguir idiotizada mirándola.
Pero la realidad es que si estoy así, es porque ahora y lejos de su uniforme militar exigente cargado de cosas y hasta con casco.
Lleva tipo hermanito como yo, delatando una ducha también, unos idénticos pantalones deportivos y camiseta, pero esta en él, en tono blanco.
Trago saliva y haciendo la señal de la cruz en mi mente.
Porque condenadamente y que me lleve el diablo, por primera vez desde que nos encontramos, sin casco.
María Santísima.
Su rostro libre como despejado de todo y solo su nuca, apenas cubierta por una toalla de mano que acusa que usó para su pelo.
Uno lejos del que usaba, cuando nos conocimos y fuimos viéndonos cada año.
Ahora riguroso a lo que pide en su corte la milicia, pero, sobre dejos grises por canas que lo hacen machote y adulto.
Hasta tengo ganas de llorar de la emoción.
Todavía, su castaño predominando en ese mar gris.
Y no lo menos importante, que de niña había comenzado a amar y volver a tenerlo como mencioné anteriormente, despejado de todo y ahora, solo a pocos centímetros.
Su rostro.
Su perfil que para variar, jamás se atreve a mirarme de frente.
El mismo que hace 16 años atrás como otros 9 años más, miraba y solo faltándole la brisa marina que bañe su rostro de esa época, por el sol a nuestras espaldas sentados uno junto al otro en al arena o tablas del muelle.
Rostro con más años adulto, pero llevando en cada célula la memoria de un Juan que si es Juan, pero él me lo niega.
Indica mi plato, porque continúo sin comer.
- Se le va a enfriar... - Y hace algo, que me golpea más a mis recuerdos.
Toma la pequeña toalla y lo cubre.
- Evitara que enfríe y pierda su calor... - Me dice, pero aquella vez, lo contrario.
Ahuecando la arena de la playa por fresco y siendo una niñita, cubrió mis pies, seguido a poner la toalla encima para que no quemara con el calor del sol.
Y creo que hasta eso a él, también lo azota en su mente, porque queda estático por breves segundos viendo lo que hizo.
- Perdón... - Saca la toalla y la deja sobre un lado, con actitud de marcharse. - ...puede haberle parecido inace... - Tiene intenciones de irse, ya que procura ponerse de pie.
Pero, interrumpo ambos.
Porque antes que mi cerebro lo analice, mi sistema nervioso lo decide.
Y es en el momento, no solo interrumpo que siga hablando.
También la imprudencia de esa mano tomarla con una mía.
Pero no, para entrelazarla.
Más bien por más recuerdos y el gesto que hizo.
De irse.
Y por tal, solo dejando que su mano y la mía extendida con su contacto y tantas veces en el pasado, Juan lo hacía.
Yo ahora, lo hago a modo despedida, pero como él me lo hacía ver, ahora igual yo.
Que solo era un hasta luego y no, un adiós.
¿Pasan segundos o minutos?
No lo sé.
Pero los dos, miramos nuestras manos como en los viejos tiempos y sorpresivamente, soy yo la que separo, comenzando a comprender todo.
Su negación en reconocerme y no, gracias a mi torpe corazón que después de mucho tiempo volver a sentir la calidez de su contacto, solo quiere dar saltos de la alegría.
Él no lo advierte, por solo focalizar en nuestras manos, para luego la de él, volviendo a tomar asiento y olvidando completamente que iba a retirarse.
Pero, yo sí.
Y es al mirar gran parte del comedor, muchos nos observan lo que hicimos.
En realidad, yo le hice a él.
Y la respuesta tanto de ellos, se suma lo que refleja mi sombra en la pared de la tienda cercana a mí.
El contorno de mi figura lejos de mi vestido y delantal, pero en mi cabeza no está la forma ondulante de mi cabellera.
Si no.
La cofia religiosa en su simetría perfecta con ella puesta.
Ya que, nunca dejé de ser.
Una religiosa.
Y la alegría que antes y de siempre me colma, ahora cierta tristeza me cubre.
Pero rápidamente la disimulo, notando a Rocío viniendo hacia nosotros y hago lo que mejor sé.
Siempre aparentar que todo está bien, regalando mi mejor humor y sonrisa.
Como comer.
Y ataco sin previo aviso y por primera vez en mi vida sin hambre, mi plato mientras la veo sentarse frente nuestro y cual, no le pasa desapercibido ver a Juan que tipo coma sentado, todavía mira su mano.
Me mira curiosa por eso y solo me limito a forzar una risa, cuando tengo ganas de llorar y llenar mi boca de comida para que reemplace un llanto.
Hasta disimulo, tirando migas de pan a Fernanda para pestañear y airear mis ojos por abajo de la mesa.
Siento que Rocío le habla y Juan le contesta, pero no proceso su conversación.
Y más, cuando al fin aparece Camilo trayendo tanto la bandeja de comida de ella como la suya.
Siguen hablando entre los tres y yo agradeciendo que no reparen en mí, prosigo en solo comer.
Y por primera vez, ocurre y supongo por mi mutismo, que Juan se atreve a mirarme de soslayo por mi repentino rechazo, mientras responde al no tocar su plato, que no es en realidad de cenar.
Siendo suficiente, que su mejor amigo lo mire atónito por eso.
- ¿De qué, mierda habl... - Camilo interviene, pero Juan lo taladra con su mirada gris, causando que el chico suelte una gran carcajada.
- Cornelio, se hará cargo de él. - Prosigue el Capitán, para luego dar un gran silbido.
- ¿Cornelio? - La doc y yo decimos al mismo tiempo, haciendo que olvide mi tristeza.
Y no hace falta que conteste.
Ya que y ante ese llamado, aparece corriendo a la distancia.
Me maravillo.
Gallardo con su porte.
Ágil y extremadamente lindo con su trote, provocando que su largo pelaje dorado como negro, ondulara y brillara más con cada paso que da.
Ya que viene a nuestro encuentro, un precioso ovejero alemán, causando al ser visto por Fernanda sobre la mesa, que quede como Juan momentos antes.
Sin movimiento y hasta olvidando su picoteo a las migas.
Para bajar de un aleteo de la mesa e ir a encontrarse con Cornelio.
Los cuatro miramos esa escena.
Y yo ahora lagrimeo, pero de pura dicha muy emocionada y llevando las manos a mi pecho conmovida por semejante escena tan romántica, porque ambas mascotas se rodean sin miedo y augurando un gran cariño.
- Joder... - Solo Juan, atina a decir sin poder creer y notando el amor instantáneo de Fer como Cornelio entre sí.
- ¿En qué momento, crecieron tanto? - Se me escapa y lo codea emocionada, ganándome su mirada rara.
Sí, lo sé.
Antes estaba mal y captó, que algo me perturbó.
Sigo igual.
Pero esto es, no solo felicidad de ver a Ferchu que parece que encontró su par.
También y por eso me pongo de pie, siendo un gran justificativo para ir afuera con la excusa de que ya terminé de comer y quiero ir a jugar con ellos, por más lluvia que amenaza con caer sin respiro en cualquier momento.
Y para poder deliberar en paz, todo esto...
Capítulo que viene, el motivo del por qué, durmieron juntos en la tienda bajo la lluvia.
CRISTO ;)
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