Compromiso anulado 🔓

-Explícame esto.-lanza el periódico a la mesa de la pelirroja.-¿Por qué?

-Es muy pronto. Apenas nos conocemos. El matrimonio es muy arriesgado.

-Ahora dilo de tal forma que me lo crea.-la acorrala.-Dime la verdad.

-¿Por qué?-se cruza de brazos apoyándose en la puerta.-¿No tengo razón?-ríe.

-No mucha desde mi punto de vista.-arquea una ceja.-¿Por qué?-vuelve a preguntar.

-Aquí no.

Nami dejó que Zoro se inclinase hacia ella. Con la mano buscó el picaporte de la puerta, la abrió y se apartó y Zoro cayó al suelo del pasillo llamando la atención de todos los presentes. Los murmullos no tardaron en hacerse presentes y las risas también. Zoro seguía impactado. Se sentó sobándose el golpe que se había dado en la cabeza. Quitó la mano rápidamente al sentir el chichón. Se giró y vio a Nami sonriente apoyada en el marco de la puerta.

-Mejor hablamos en casa, aquí las paredes tienen oídos.

Nami volvió a encerrarse en su despacho, dejando a Zoro confuso. Usopp, uno de sus mejores amigos, se acercaba a él riendo. Le tendió una mano, la cual Zoro aceptó gustosamente, ayudándole a levantarse. Usopp seguía riendo por la escena que se había encontrado, poniendo a Zoro de morros. Usopp suspiró y apoyó una mano en el hombro de su amigo.

-¿Sabes que día es hoy?-le pregunta dejando al peliverde más confuso de lo que ya estaba.-Es el día de los inocentes.-le muestra el calendario de su móvil.

Zoro suspiró aliviado tirándose al suelo. Bufó echándose a reír hasta el punto de llorar. Esa risa contagió a todo el departamento, a todos menos a una mujer.

Dentro del despacho, Nami estaba apoyada en la puerta escuchando con detalle todo lo que ocurría fuera. Oyó toda la conversación y, en ese momento, se acordó de lo que había soñado aquella noche. Zoro riéndose al percatarse que todo era un broma de mal gusto.

-Es como...si hubiese tenido un sueño premonitorio.-susurra la pelirroja al borde del llanto.

Sus pies resbalaban por el suelo. Su espalda bajaba por la puerta hasta que sus piernas tocaron el frío suelo provocando que un escalofrío recorriese su cuerpo. Llevó una mano a su boca para ahogar los sollozos mientras notaba como las puntas de sus dedos acababan mojadas por las amargas lágrimas que escapaban de sus ojos color miel. Con su mano derecha, se tapó el hombro izquierdo. Esa cicatriz le empezaba a escocer a la par que recordaba el como había acabado así su hombro. Marcado con un tatuaje que puede que se fuese de su piel, pero no de su alma.

-Buen trabajo Nami.-oye la nombrada.

Nami cerró los ojos con rabia. Se secó las lágrimas y se acercó al ordenador de mesa que había en su escritorio. Encendió la pantalla y ahí lo vio. Un hombre de unos 50 años de piel blanquecina, dientes afilados y numerosos tatuajes rojos visibles. Se reía de la cruel acción que acababa de contemplar.

-Ya he anulado mi compromiso Arlong. Ahora prométeme que no le harás nada.

-Mientras te mantengas alejada de él no habrá problema. ¿Te importaba?

El corazón de Nami dio un vuelco. Le había dolido tener que haberle hecho eso a Zoro, al hombre que le había pedido un gran favor que cada vez se le hacía más difícil de cumplir. Muy en el fondo, la pelirroja se estaba enamorando del joven empresario, pero no quería reconocerlo. Le resultaría más dolorosa la separación. Se había prometido no enamorarse. Solo sería un año y el divorcio estaría en marcha.

-Dentro de dos días te quiero ver en el puerto a las 6:00 de la mañana. Nos iremos muy lejos. Te daré el placer de volver a tatuarte.

-Sí, lo que usted ordene. Será un placer volver a llevar su símbolo.-responde con una falsa sonrisa.

-Puedes despedirte de tu familia.-cuelga la videollamada.

Nami apagó el ordenador. Miró por la pared de cristal quedándose absorta contemplando la cuidad de Cerdeña. Se mordió el labio con fuerza, reteniendo las lágrimas. Enfocó la vista en el cristal, viéndose a si misma reflejada en él. Su misma imagen, de hace más de 10 años, se le apareció ante sus ojos asustándola. Una mirada fría que no podía manifestar sentimiento alguno con la cara magullada, el labio roto y cortes superficiales. Las mejillas mojadas por las lágrimas derramadas y los ojos rojos.

-¡Fuera!-exclama la pelirroja golpeando el cristal agrietándolo y cortándose la mano con los trozos que caían al suelo.

Alguien entró de golpe al despacho. Se arrodilló ante ella y tomó su mano para examinarla. El que parecía ser el médico ya había empezado a coserle la mano mientras otra le gritaba zarandeándola. Nami no oía las voces, todo era un borrón de fondo. Hasta que una voz la sacó del trance.

-¡Hermanita, reacciona!-grita Law abofeteándola.

-¡Law!-exclama Zoro mirando mal al que sería su futuro cuñado.-Ya está herida, no hace falta que sufra más.

-Z-Zoro...

-Sí, estoy aquí.-la intenta atraer hasta él, pero Nami se lo impedía haciendo fuerza con sus brazos.

-Lárgate.-susurra por lo bajo.

-¿Qué?

-¡Qué te largues! ¡Ya te he dicho que no me casaré contigo!

-Pero...

-Zoro.-lo llama Law.-Escucha, déjame que hable con ella.

Zoro se levantó temblando. No quería perderla, no quería que se alejará de su lado. Una y otra vez, de camino a su oficina, se preguntaba que había hecho mal para que Nami lo odiase, además de obligarla a casarse con él.

-Sé que es duro.-dice Law abrazando a su hermana.-Pero lo haces por su bien. Papá ya está trabajando en el caso, no te preocupes.

Aquella noche, Nami no apareció en casa de Zoro. En la prensa solo se hablaba del alboroto que se había causado en esa misma mañana en el edificio de la empresa Dracule Saw. Zoro miraba al sol ponerse tomándose ya su cuarta copa de vino. Se odiaba a si mismo.

-Cómo no he podido darme cuenta de que estaba rara.

Era una de las tantas horas de la madrugada. Nami no podía dormir, a diferencia de su prometido. Se sentó en la cama, miró a la ventana y se levantó envolviéndose en una fina manta.

Nami salió a la terraza que había en su dormitorio. Se apoyó en la barandilla y se sobó el tatuaje de su hombro izquierdo. Ese tatuaje que había pedido que le hicieran para intentar olvidar todas las torturas a las que había sido sometida tras haber sido raptada por Arlong Scualo cuando apenas era una niña de 10 años de edad.

Pero esa cicatriz que hay en su omóplato izquierdo, como resultado de haber borrado el tatuaje que Arlong le había grabado en su piel como muestra de que le pertenecía, jamás se iría y nunca le dejará olvidar.

Unos fuertes brazos la rodearon por la cintura desde atrás dejándola apoyada en esa persona. Nami no quería hablar, no quería discutir ya tan temprano. No sabía que quería de ella ahora, pero no estaba con ganas de seguirle el juego en esa obra de teatro.

-¿Me vas a contar qué está sucediendo dentro de esa cabecita tuya?

Ignorando la pregunta del peliverde, volvió a entrar al dormitorio. Hacía caso omiso a todas las preguntas que le lanzaba. Salvo a una, una que le recordó sus terribles días como esclava de ese sádico.

-¿Quién te hizo esa cicatriz?

-Fue al quitarme un tatuaje, nada más.

-Puede que tus palabras digan una cosa, pero tu tono de voz dice que eso no es todo.

Esa conversación nocturna lo seguía atormentando día y noche. Zoro no se quedó tranquilo ante la respuesta de Nami. A la mañana siguiente, Zoro, decidido, se levantó de su asiento y salió del despacho. Perona lo paró.

-Zoro, alguien está esperando en la sala contigua. Dice que se llama Nojiko.

-Dile que venga.

La peliazul llegó a donde la secretaría acompañada de Perona. Saludó a Zoro estrechándole la mano y sin decir ni una sola palabra se encaminaron al despacho de la pelirroja.

-¿Qué ocurre?-le pregunta Nojiko a su futuro cuñado entrando al ascensor.

-No lo sé. Lleva días sin pegar ojo. No me quiso contar el por qué. Y no era por trabajo.

Ambos salieron del ascensor y entraron al despacho, no sin antes llamar. Nojiko corrió hacia su hermana al ver como quería clavarse un cuchillo en el hombro. Se lo quitó de las manos y la abrazó al ver como de los ojos de la menor las lágrimas asomaban.

-Él ha vuelto.-le dice entre sollozos.

Zoro la miró aun más preocupado y confuso. Nojiko le indicó con las manos que saliese. No dudó en obedecer y esperar sentado fuera. Al rato, Nojiko salió para hablar con Zoro.

-Zoro, no me extraña que actúe así. Ella estuvo fuera de casa por dos años. No por estudios, sino porque la raptaron. Ahora ese tipo ha vuelto y teme por nosotros. Ese tipo debe de estar chantajeándola y ha empezado contigo.

Zoro asintió entendiendo la gravedad del asunto. Mandó a varios de sus guardaespaldas llevarla a casa y volvió a su despacho. A lo largo del día mandó a varios de sus compañeros, en los que tenía confianza, a investigar sobre ese tal Arlong.

En cuanto pudo, dejó el trabajo y salió para ir a su casa. Entró y vio a Nami sentada en el sofá agarrándose las piernas y ocultando la cara entre ellas. Se sentó a su lado y miró al suelo.

-Oye, lo siento. No pretendía recordarte esos días. Entiendo que ya no quieras estar a mi lado.

-Yo tengo la culpa por no contarte nada.-dice la chica secándose las lágrimas.-Pero entiende que no quiero que te pase nada. Ni a tí ni a mi familia.

Zoro se acercó a su prometida. Solo fue capaz de abrazarla y besar su cabeza. A las horas, del cansancio y estrés que la pelirroja llevaba acumulado al no poder contar nada, cayó dormida. Zoro la llevó a su cuarto, la acostó, se acostó y se durmió junto a ella.

-¡Dime cómo se ha enterado de dónde estabas!

-No lo , no dije nada.

Nami lloraba al ser obligada a ver cómo dos de los matones de Arlong se encargaban de romperle todos los huesos de su mano y brazo izquierdos sin dejarse nada de por medio a su madre. Ya tenía un aspecto espantoso. Lleno de marcas rojizas y verdosas convirtiéndose ya en negras, el brazo de Bellemere estaba destruido por completo. Del dolor de los huesos rotos, la pelirrosa apenas si podía mantenerse despierta. Su vista era borrosa, pero no podía dormirse. Su hija todavía estaba en las garras de ese sádico.

-¡Dímelo!-vuelve a gritarle tirando de su pelo para que viese a su madre.

-¡No lo !

-Traed el bisturí. Le haremos una pequeña operación a su madre.

-¡No! ¡Llévame otra vez pero déjala!

Ya no sentía el dolor del pelo. Había cesado. Miró hacia atrás. Arlong con una herida de muerte causada por un disparo de rifle. Scualo respiraba con dificultad mientras veía como el marine se acercaba a él, lo dejaba inconsciente y lo ataba. Éste se dio la vuelta. Las lágrimas afloraban de los ojos de la niña al ver a su padre ir con ella y desatarla de la silla.

-Ya pasó Nami. Os pondréis bien, las dos.

Nami miró donde su madre. Dos marines del cuerpo de medicina ya la estaban atendiendo y tratando sus heridas. Abrazó a su padre escondiendo la cara en su pecho.

Un disparo resonó en la habitación. Un líquido caía sobre su cabeza. Nami alargó la mano. Era espeso al tacto, pero resbalaba rápidamente por su palma. Miró hacia arriba. Su padre escupía sangre mientras su costado sangraba con facilidad a haber recibido dos disparos.

-¡Despierta Nami!

Nami abrió los ojos exaltada y asustada. El pulso le iba a mil y su respiración era entrecortada. Le faltaba el aire. Esa pesadilla le había recordado la tortura que tuvo que soportar su madre al intentar rescatarla, pero su padre nunca había llegado hasta ahí. Las habían encontrado un mes después.

A medida que se iba tranquilizando y recuperaba la serenidad, percibía lo que ocurría a su alrededor. La lluvia de fondo con los truenos habrá provocado que en su sueño estuviesen en medio de una tormenta.

Otro factor que no había estado teniendo en cuenta, era que no estaba sola. Su cara estaba pegada al pecho de un hombre que la tenía pegada a su cuerpo abrazándola y dándole calor. Miró hacia arriba. Zoro la miraba asustado. Ese abrazo que había soñado sería cuando Zoro la abrazó en la realidad para intentar tranquilizarla en sus sueños.

-¿Que soñabas?-le pregunta preocupado.

-No quiero hablar de eso.

-Estoy harto. Ya me estás contando que ocurre con ese tal Arlong. ¿Para qué te quiere?

Nami solo miraba al suelo. No quería que se metiese en sus asuntos y menos en su pasado. Se levantó quedándose de pie mirando por la ventana con las preguntas de Zoro atosigándola.

-¡Solo eres un malcriado que no sabe nada de la vida! ¡25 años de mi vida sin saber quienes son mis padres, dos bajo tortura y ahora me espera un año casada contigo!

-No sigas...

-¡¿Por qué?! ¡Ambos somos adoptados! ¡¿No lo soportas?! ¡¿No soportas tener esa estúpida espada en tu cuarto y no poder ver a tu hermana?! ¡¿Es eso?!

Zoro abrió los ojos como platos. Él era el primero en torturarse por lo de su hermana, y más por su madre. No hacía falta que se lo restregasen.

-¡Mira quién habla! ¡La niña adoptada que cuando algo no sale como quiere se va a buscar la protección de dos personas que crees que son tus hermanos, pero que en el fondo no son nada!

Nami salió de la habitación. Bajó al salón y durmió, como pudo, en el sofá. No pegó ojo en toda la noche. Prefirió aprovechar y trabajar para dejar listo todo lo necesario antes de su partida. Llamaron a la puerta. Nami se levantó con la intención de abrir, pero Zoro se le adelantó.

-Tanto tiempo, hermanito.

Una mujer de unos 30 años, morena de tez blanca y de ojos azules entró a la casa sorprendiéndose de ver a la pelirroja. Nami se sonrojo. Solo iba con el pijama y el pelo recogido en un moño mal hecho. Miró mal a Zoro.

-Podías haberme avisado de que venía tu hermana. ¡Imbécil!

-¡Perdona bruja! ¡Se me olvido!

-¿Llego en mal momento?

-Un poco. Una bronca subida de tono.

Zoro no sabe en qué momento del día, pero Nami se había marchado. Parte de su ropa ya no estaba junto con todos los proyectos de los que era la encargada. Suspiró llevándose una mano a la cara.

-¿Qué os ha pasado?

-Unas palabras subidas de tono. Ella nombro a Kuina y yo la insulté a ella y a su familia.

-Ambos veréis las cosas de otra manera mañana.

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