Aquel fatídico día 🔓
La boda, cuya realización tuvo lugar hace tan solo dos días, no marchó de la manera que se esperaban, tanto los invitados como los novios. Aquella espada, a la cual Zoro le tenía mucha estima, acabó partida en dos. Zoro la llevó en la boda si. La mayor parte de los invitados se reían de él ante su disparatada idea, pero solo las personas más cercanas a él sabían el por qué la llevó en la cintura aquel día.
Esa espada simbolizaba a su hermana fallecida. Si la llevaba encima, Zoro sentía que ella estaba ahí con ellos. Que Kuina compartía su felicidad.
-¡Es mi hermana! ¡Kuina!
Un niño peliverde de unos cinco años, gritaba en la calle el nombre de su hermana. La chica, que no tendría más de siete años, yacía inconsciente en la calzada mientras los policías precintaban la pequeña parcela de acera metiendo el cuerpo de la chica en una bolsa negra.
-Niño, no puedes pasar.
-¡Kuina levántate! ¡Vamos a nuestro nuevo hogar! ¡Kuina!
Zoro se negaba a aceptar lo que sus ojos le mostraban. Ahora que por fin se habían liberado de la custodia de su padre, iban a empezar una nueva vida lejos de Nara.
-Al hospital, Zoro. Primero iremos a que te venden esa herida del pecho.
-¡KUINA!
Zoro se levantó exaltado con la cara empapada de sudor. Se sentó, se llevó las manos a la cabeza y se permitió llorar. No era la primera, ni sería la última vez que soñaría con ese día. El día en que perdió a la única familia que le quedaba.
Una mano se apoyó en su hombro asustándolo más de lo que ya estaba. Saltó de la cama y salió de ahí lo más rápido que pudo. Habían pasado ya casi 17 años desde aquel día, pero el peliverde seguía viviéndolo como si acabase de pasar en frente de él. Bajó al salón sentándose en el sofá intentando recobrar la cordura. La respiración de Zoro iba a más. Los detalles seguían presentes en su mente.
Los oscuros ojos de Zoro se iban cerrando lentamente ante el frío. La temperatura había caído considerablemente debido a las tormentas de verano. Zoro se dejó vencer por el sueño cayendo dormido en el sofá.
El sonido de las sirenas de los coches de policía y ambulancias se iba amontonando junto con la gente de alrededor que se iba acercando para observar que ocurría. Los cuchicheos se oían en cuestión de segundos. El sabor amargo de la sangre que corría por su boca junto con su espeso tacto.
-Si solo hubiese visto el coche...-se dice a si mismo.
-Zoro, abre los ojos.
Nadie se movía, el tiempo no pasaba, el agua de la fuente de delante suyo no caía. Todo se había detenido. Aquella voz de mujer seguía hablándole. El espacio se agrietaba entrando destellos de luz blanca por ellos. Alejándolo de la oscuridad que se había formado en su corazón.
En el dormitorio, Nami había ordenado encender la calefacción. Llevó a Zoro hasta allí, con la ayuda de Dalton. En cuanto le trajeron todo lo que les había pedido a varias sirvientas, cerró la puerta. Se sentó, tumbó la cabeza de Zoro sobre sus rodillas y le refrescó la frente con un paño húmedo mientras le tomaba la fiebre y la tensión.
Zoro ladeó la cabeza levemente antes de poder abrir los ojos y enfocar lo suficiente como para ver a Nami acariciando su frente con un pañuelo. Sus mejillas estaban rojas y las ojeras empezaban a notarse.
-Me has asustado. Te has ido así de repente y no volvías.
Nami miró el termómetro. Suspiró un poco preocupada al ver que su marido había estado incubando algo y que por fin los síntomas se habían manifestado. Dejó el aparato en la mesita de noche y, con un mechero, encendió una pequeña vela para poder ver algo en la oscuridad.
-Estoy...
Zoro se calló de golpe. Se le había ido la voz por completo. Además de no poder respirar no podía hablar. Todo iba de mal en peor para el peliverde. Eso si, sus ojos volvían a cerrarse de nuevo. La fiebre le iba a más y eso se notaba.
-Llevas dos días sin dormir, Zoro. Además de no poder comer, no puedes dormir. Ya te avisé de que acabarías enfermo.
A la mañana siguiente, Nami se levantó antes de tiempo. A la media hora su hermano llamó a la puerta, y a los minutos ya estaba revisando a Zoro. Después de comunicarle a Nami de que solo era un resfriado que le había pillado con las defensas bajas, Nami se permitió volver respirar.
-¿Estabas preocupada?
-Pues claro. Es mi marido.
-¿Solo por eso?-le interroga.
-Sí.-contesta sin ganas.-Solo por eso. O eso creo yo.
-Estás pálida.
-No he dormido muy bien estos días.
Tras despedirse de su hermano, Nami volvió a la cocina a terminar de prepararle a Zoro el desayuno que le había recomendado Law para estos casos. Dejando todo a un lado, Nami fue a ayudar a Dalton a bajar a Zoro del primer piso.
Tras pasar la mañana más larga de su vida, atendiendo a su marido, Nami por fin se sentó en el sofá con un café en sus manos. Encendió la tele y, sin preocupaciones rondando por su mente, se permitió ver Big Ban Theory.
Ya en la noche, Nami, tras ver que Zoro no había dicho nada en todo el día, subió a su dormitorio. Zoro estaba sentado de espaldas hablando por teléfono. Colgó, suspiró lentamente y lanzó el teléfono contra la pared derrumbándose por completo. Desde la puerta Nami pudo oír los sollozos por parte de Zoro. Corrió hasta él y se arrodilló a su lado. Sorprendida por el abrazo tan repentino de Zoro, Nami tardó pocos segundos en aclarar sus ideas y corresponder la acción.
-No se puede reparar.
En el momento en el que la espada se partió, aquel día, que iba a ser el más feliz de sus vida, se torció para la pareja.
Nami no podía mirar a Zoro a los ojos. En cierto modo, se sentía culpable por lo que había ocurrido. Sentía vergüenza de ser amiga de Vinsmoke Sanji en esos momentos. No podía comprender cómo el rubio no había podido olvidar por un día el asco que le tenía a Zoro y alegrarse por ella. Compartir su felicidad ese día.
-Sanji, ¿qué te ocurre? ¿Sigues molesto por la boda?-le pregunta Nami.-¡Sanji-kun! ¡Al menos contestame!
-¡Sí! ¡Ese tío no te merece!
-Según tú ningún tío me merece. Deja de pretender ser mi hermano mayor.
-No me decías eso hace años.
-¡Eramos unos críos!
-Chicos, bajad la voz. Se os esta oyendo desde la otra punta.-les dice Robin calmada intentando transmitirle ese sentimiento a ambos.
-¿Ocurre algo Nami?-pregunta el novio.
-Nada de tu incumbencia, marimo.
-Lo es. Sobre todo si mi novia está a punto de llorar. ¿Qué le has dicho?
-Nada que te importe. ¿Y qué es eso de casarte con espada?-se la arrebata.
-Oh, oh.-dice Robin.-Hay que pararlos.
-Devuélvemela. Ahora.-dice Zoro empezando a enfadarse.
Nami se sobresalto al darse cuenta de quien era esa espada. La espada que Zoro había recibido de su hermana mayor, fallecida ya hace más de 17 años. Un recuerdo de su infancia con una persona muy importante en su vida.
-No lo voy a repetir. Devuélvemela.-esta vez el tono de Zoro fue amenazador.
-Oblígame.-la lanza al suelo.
Zoro estaba a punto de estallar. Un pequeño temblor zarandeó la zona y la estatua de hielo cayó encima de la espada partiéndola en dos mientras Zoro abría los ojos de par en par sin poder creerlo.
-K-Kuina...
Las lágrimas se escapaban de sus ojos sin darse cuenta. Sus pies ya no le sostenían, cayendo al suelo. El colgante que llevaba por dentro de la camisa salió de entre los botones. La cadena se rompió cuando Zoro tomó el colgante con su mano. Pulsó el botón que había encima y éste se abrió mostrando la foto de una mujer de mediana edad de cabello azul ondulado y largo recogido en una coleta alta con los ojos cerrados sonriendo ampliamente.
-Zoro, Kuina. Despertad. Mis dos dormilones.
-Mamá...lo siento. ¡No la pude proteger!
-Robin, Zoro me está asustando. Dime qué le ocurre.
Zoro miró al rubio. Se levantó y se encaminó hacia él cegado por el odio.
-¡Zoro no!-se interpone Nami entre ellos abrazando a su marido.-Ya, déjalo. No me gusta verte así.
Zoro se sobresalto. No era el único que había notado la voz ahogada de la pelirroja al hablarle. Soltó la chaqueta de Sanji y abrazó a su mujer preocupado por su reacción. Una pequeña mano tiró de su pantalón. Bajó la vista y que sorpresa se llevó al ver al pequeño hijo de Sanji arrastrando la espada partida en dos.
-Lo siento tío Zoro.
-No es culpa tuya pequeño.-mira a Nami.-Estoy calmado, Nami.
-De verdad que lo siento Zoro.
-No importa. De alguna manera...tenía que dejar se aferrarme al pasado.
Desde aquel día, Zoro no volvió a ser el mismo de siempre. Se veía veía a mil leguas que todavía andaba decaído. Ya no sonreía como antes. Ignoraba a todo el mundo. Decidida a ayudar a su hermano, Robin fue a hablar con Nami lo más rápido que pudo. Le mostró una serie papeles que había sacado se su carpeta dejando que la pelirroja sacase sus propias conclusiones.
Nami los leyó varias veces, pero no lo hacia mal. Esos papeles estaban llenos de amenazas, insultos y burlas hacia Zoro haciendo referencia a Kuina y Renji. Algunas estaban escritas con diferentes caligrafías, otras a ordenador y muchas otras a partir de recortes de revistas del corazón. Mosqueada, tanto por las amenazadas e insultos como por la manera de reaccionar de Zoro, Nami rompió las hojas. No tenía pensado hacer ese viaje de momento, pero la situación lo requería.
-Esa sonrisa me gusta.
-Tengo un plan para que Zoro vuelva a ser el mismo. Y no fallará.
Esa misma tarde, apoyada en la limusina, Nami esperaba a que Zoro saliese del edificio. Ahí estaba, leyendo una serie de lo que parecían ser documentos. Los rompió y tiró a la papelera más cercana. Iba a saludar a la pelirroja, pero ella se le adelantó besándolo.
Zoro la miró confundido. Nami jamás se mostraba así en público. Normalmente era él quien la seducía.
-Esta noche nos vamos de viaje. Prepara la maleta.
En una hora, ambas maletas estaban terminadas. Cogieron su vuelo y en la madrugada ya habían llegado a Tokyo. Cogieron un barco para llegar a Nara a las 4:00 a.m. A las 9:30 a.m ya estaban de pie y terminando de arreglarse. Zoro terminaba de anudarse la corbata sin saber el por qué tenía que vestir elegante, a parte de porque Nami se lo había ordenado.
El coche que habían alquilado los dejó en frente de dos tumbas muy conocidas para Zoro. Nami le entregó la espada y moviendo los labios le animó a dejarla ahí.
Pasaron la mañana ahí. Zoro hablaba solo contándoles a sus familiares todo lo que le había sucedido en el último año intentando nombrar a Nami todo lo posible.
Ya en la noche, Zoro miraba sonriente por la ventana de la casa que habían alquilado a las afueras de la ciudad. Nami había tenido un gran detalle con él.
-La próxima vez que los demás niños se metan contigo me los dices.-dice sacándole una risa a Zoro.
Zoro se dio la vuelta contemplando a Nami al ver lo bien que le quedaba el Jinbei de color blanco con matices grises.
-No quería que te preocupases.
-Me preocupo más sino te veo sonreír. Tienes mejor cara, eso si.
-Nara me relaja. Sobre todo viviendo a las afueras. Sin prensa, sin periodistas...
-A mí tampoco me importaría quedarme así un par de días más, pero nos vamos por la mañana y no veo que tu maleta esté hecha.
-Ahora la haré. Te queda bien ese Jinbei.-comenta cambiando de tema.
-Gracias. Resulta muy cómodo. Voy a echarlo de menos cuando volvamos.
Zoro se decidió. Se armó de valor y besó a Nami. Zoro esperó las quejas y los golpes por parte de la pelirroja, pero a cambio, notó como las finas y pequeñas manos de Nami acariciaban su nuca. Él tenía una mano apoyada en su cintura y la otra en su mentón.
Al separarse ambos se sonrieron. Esa sonrisa era lo único que necesitaban en ese momento para entenderse. Ni un gesto ni una palabra. Una sonrisa bastaba para ellos.
~~~~~~~
¡A mis lectores Yandere! Bajad las armas, ahora me explico.
Estoy en segundo de bach!!! Me quiero morir!!!😭😭
Solo llevo un día y tengo un huevo de deberes.
Me será MUY DIFÍCIL actualizar. INTENTARÉ INTENTARÉ ACTUALIZAR LOS VIERNES.
Nos leemos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top