Capítulo 9.

Capítulo 9.

—Nere, no sabes cuánto me alegra que estés bien y que estés aquí con nosotros —Gloria me abrazaba con fuerzas. Podía sentir la calidez y su sinceridad por cada poro de su piel.

Damián, Gloria y Kenneth habían venido a la habitación a verme. Por suerte, el doctor Andrés Wayne los había vacunado para continuar creando inmunidad entre el personal del hospital.

—Estábamos muy preocupados —añadió Damián con los brazos cruzados, observando cómo Gloria no se despegaba de mí ni un momento.

—Así es, mi reina —continuó Kenneth—. Ha sido un verdadero caos en este hospital mientras estuvieron en Francia. Por suerte, el doctor diablo... —miró de reojo a Damián cuando este carraspeó—. Quiero decir, por suerte, el doctor Del Valle ha respondido muy bien como sustituto a cargo.

—Estoy segura de que sí —sonreí—. Me alegra comprobar que ustedes están bien. Los extrañé muchísimo, en serio.

—Bueno, he hecho todo lo que ha estado a mi alcance para que todo marche bien en el hospital y las pérdidas sean mínimas —Damián suspiró exhausto—. Pero aun así hemos perdido personas.

—Lo sé, pero no ha sido tu culpa —le dije—. Me he enterado de que la recepcionista principal del vestíbulo del hospital ha fallecido a causa del virus.

—Así es, Nere —expresó Damián muy a su pesar e intercambió miradas con Gloria y Kenneth—. Hicimos lo que pudimos para salvar a la señora Lourdes López, pero al final no pudo soportarlo.

Mis amigos bajaron la cabeza, como si estuviesen recordando tal evento. Mis padres y mi hermano también se acercaron para escuchar la noticia.

—Llegué a conocerla en cuanto comencé a trabajar en el hospital pediátrico —añadió mi madre, lamentando su pérdida—. Algunas veces solíamos ir juntas a la cafetería. Era una gran persona. Definitivamente, es una pérdida tanto para este hospital como para sus allegados.

—Sí, su pérdida es lamentable —presioné los labios al recordar cuando la conocí la primera vez que entré por las puertas principales del «Hospital General de Puerto Rico».

Leves recuerdos que vagaban por mi mente volvieron hasta ese momento, ya que fue una de las primeras personas que conocí cuando era una interna. Realmente, para muchos del personal del hospital había sido una triste noticia.

—De hecho, esta noche y en los siguientes días se espera que haya más pérdidas que lamentar —recalcó Damián muy apesadumbrado.

—¿A qué te refieres? —fruncí el ceño.

Mis amigos volvieron a intercambiar miradas, así que insistí, ya que no podía evitar sentir curiosidad por las situaciones que estaban sucediendo en el hospital.

—Bueno, lo que sucede es que... —Gloria tragó saliva—. Lo que sucede es que la enfermera Bárbara Bosch también ha muerto, Nere.

—¿¡Qué!? —me tensé y una sensación extraña me invadió.

Es decir, Bárbara no había sido la mejor persona del mundo conmigo y siempre habíamos estado en discusiones por Adrián, pero tampoco podía alegrarme de lo que me enteraba en el momento. Mi lado más humano afloraba sobre mí, además de mis ideales como médica.

—Pero... —negué con la cabeza al mantener los ojos engrandecidos por el shock—. No lo entiendo —dije por lo bajo, intentando no perder mi tono de voz—. Tenía entendido que la habían removido del hospital.

—Y así fue, Nere —me explicó Damián—. El doctor Wayne Milán la había removido hacia otro hospital por "conflictos de intereses" —puso los dedos entrecomillas—. Aunque la mayoría sabemos que ella lo hostigaba hasta la saciedad —soltó un pesado suspiro—. Aun así la trajeron hasta aquí prácticamente agonizando, ya que no había cabida en otros hospitales por la crisis sanitaria.

—Hicimos lo que pudimos, pero ya era muy tarde —añadió Gloria.

—N-No puedo creerlo —balbuceé y volví a tragar saliva al sentir un grado de impotencia—. Realmente, hemos hecho todo lo posible por agilizar la expansión de la cura.

—Tranquila, Nere —Gloria presionó una de mis manos con calidez—. Lo sabemos —recalcó—. Y también sabemos que nada de eso es tu culpa.

—Pero aun así no quería que esto le sucediera —por un momento, mi garganta se atoró—. Es decir, sé perfectamente que teníamos nuestras diferencias, pero mi lado más humano solo me permite sentirme triste por su muerte.

Kenneth, Gloria y Damián asintieron y permanecieron en silencio por unos segundos. Ellos sabían que tenía razón, puesto que tampoco era nada sano alegrarse de la muerte de una persona.

De repente, en ese momento, mi suegro entró en la habitación.

—He venido a informarles que debido a la crisis sanitaria por la que estamos atravesando, y por cuestión de asegurar cupos para los pacientes que estén más graves, estaremos brindándoles el alta a los que ya pueden terminar de recuperarse satisfactoriamente en sus hogares —explicó el doctor Andrés Wayne—. En el caso del señor Doménech, su esposa e hijo, podrán dejar el hospital y regresar mañana mismo a su hogar.

Mis padres sujetaron sus manos con calidez y sonrieron entre ellos de forma esperanzada. Jimmy soltó un suspiro de alivio y dijo:

—Doctor, sé que quizá es mucho pedirle esto, pero... —carraspeó—. ¿Podría preguntar cuándo traerán más vacunas al país? Es que todavía muchos del personal de enfermería no han tenido la oportunidad de administrarse la vacuna y...

—Si se refiere a la enfermera Holán, no se preocupe, joven —mi suegro lo miró con cierta gracia, haciéndole entender que sabía a qué se refería—. Al ella trabajar directamente con el director del departamento de emergencias médicas, tendrá la oportunidad de vacunarse lo antes posible.

—Uf, eso es un alivio —comentó Jimmy y noté cómo su cuerpo se relajó—. La verdad es que ella es muy importante para mí y no veía la hora de que estuviera segura en cuanto al virus.

Mis amigos, mi suegro, mis padres y yo lo observamos enternecidos por lo que había dicho. Estaba más que claro que ella era muy importante en su vida.

—Eh, doctor Wayne... —llamé la atención de mi suegro—. ¿Sabe si Adrián se encuentra más estable? —le pregunté ruborizada, ya que sentía ansias por estar cerca de él y no era capaz de disimularlo.

El doctor Andrés Wayne sonrió ante mi pregunta y asintió.

—Antes de venir aquí, había pasado por su oficina de guardia para comprobar su proceso de recuperación. Apenas se había despertado, pero puedo acompañarla hasta el piso de cirugía general si así lo desea.

Chispas de emoción nacieron en mi interior. Mi corazón comenzó a latir desenfrenadamente. La realidad era que no podía esperar ni un momento más para estar a su lado. Necesitaba que estuviese cerca de mí.

—Sí, sí —afirmé emocionada y me senté sobre el borde de la cama donde había estado descansando hacía unos minutos—. Quiero verlo, suegro. Por favor, necesito estar con él —le dije desesperadamente.

Mis amigos sonrieron entre ellos con sorna, al igual que Jimmy. Luego mis padres y mi suegro intercambiaron miradas y este último asintió.

—Por supuesto —me sonrió con familiaridad desde el marco de la puerta y extendió su mano—. La acompaño, doctora Doménech.

Como ya me habían quitado el suero, coloqué mis pies sobre unas pantuflas y me levanté de la cama con la bata desechable, dirigiéndome hacia el doctor Andrés Wayne. No obstante, cuando me acompañó hasta el piso de cirugía, se detuvo frente a la puerta de la oficina de guardia de Adrián.

—Bueno, creo que es mejor que los deje solos —carraspeó—. Supongo que necesitan un momento para poder hablar —enarcó las cejas, aunque intentaba sonar convincente.

—Gracias, doctor Wayne —asentí.

«Bueno, ¿a quién quería engañar? La mayoría ya sabía que estaba embarazada porque me estaba tirando al director del departamento de cirugía».

Sin más, procedí a entrar a la oficina de guardia y cerré la puerta a mis espaldas, lista para ver al hombre que amaba con todo mi ser.

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