Capítulo 8.

Capítulo 8.

(Adrián).

Abrí los ojos repentinamente. Mi respiración se agitó cuando miré a mi alrededor y me di cuenta de que estaba en el cuarto de descanso de mi oficina de guardia. Fruncí el ceño y froté el puente de mi nariz al intentar recomponerme sobre la camilla en la que me encontraba acostado.

«¿Qué mierda me había sucedido? ¿Y qué hacía aquí?». Fue lo que pensé al sentir que continuaba sintiendo el cuerpo entumecido. «Necesito ver a Aly», me dije a mí mismo al intentar ponerme en pie.

—Ni se le ocurra levantarse todavía, doctor Wayne —la enfermera Garret me riñó cuando cruzó el marco de la puerta y se acercó para examinar un suero que me había administrado—. Todavía se encuentra muy débil y debe guardar reposo.

—"¿Reposo?" —fruncí el ceño—. Reposo mis pelotas. ¿Dónde está Aly? —carraspeé—. Quiero decir, ¿dónde está la doctora Doménech?

—Mucho cuidado como me habla, doctor —volvió a reñirme y no pude evitar sentirme un poco ruborizado—. Sabía que estaría insoportable al despertar, pero no imaginaba que tanto.

—Garret, ahora mismo no estoy de humor y no tengo fuerzas para despedirla —froté el puente de mi nariz y solté un suspiro.

—Despídame y verá cómo se queda solo con todo el mierdero que hay en el hospital por el virus MERS Recov-2. Me pregunto quién lo ayudará a hacerle la vida profesional más llevadera en el trabajo...

—Solo quiero que me brinde información —puse los ojos en blanco—. Eso es todo.

—Y lo haría, pero primero debe calmarse y dejar de mencionar sus pelotas por un momento —enarcó las cejas al servirme un poco de agua desde una botella.

Realmente, tenía sed y sentía mis labios resecos.

—Sufrió un episodio vasovagal por el extremo cansancio y estrés que ha vivido últimamente —añadió al enarcar las cejas—. Es irónico que realmente haya sufrido un síncope cuando alguna vez bromeamos con eso.

—Mierda, lo sé. No me lo recuerde —deslicé mi mano sobre mi pelo que se encontraba desordenado.

—Doctor, yo... —Garret comenzó a tartamudear y sus ojos se humedecieron—. No sabe cuánto me alegra que esté bien a pesar de todo lo que ha ocurrido —se acercó, y en un arranque emocional, no dudó en abrazarme.

—Alba, no se ponga así —le dije en cuanto se apartó un poco, observándola con cariño.

—Es que todos lo creímos muerto.

—Sí, bueno, no me extraña —enarqué las cejas—. Si mi novia y mi familia lo creyeron, entonces, no me sorprende que la mayoría del personal del hospital lo haya creído.

—Aunque no lo crea —se enjugó sus lágrimas discretamente—, en este hospital lo queremos mucho.

—Sin mencionar que los chismes se esparcen como la pólvora por los pasillos de este hospital, sí, comienzo a creer que es así —me sorprendía sentir que estaba aceptando dejarme querer.

—Hablando de "chismes", felicidades.

—Ay, no —me quejé, porque ya sabía qué me diría.

—No puedo creer que será padre. Digo, es cierto, ¿no?

—Dime que medio hospital no se ha enterado del chisme.

—Bueno, doctor Wayne, medio no, pero estoy casi segura de que el hospital entero sí.

—Mierda, estoy severamente jodido —palmeé levemente mi frente—. Ahora todos saben que tengo sexo y que no solo me dedico a ser cirujano.

—Supongo que es sarcasmo, ¿verdad? —se cruzó de brazos, observándome como una madre protectora.

—En realidad, no. La gente puede especular de mí un sinnúmero de veces, pero ahora hablarán de mí con precisión —me encogí de hombros—. Por cierto, ¿me dirá dónde está la doctora Doménech?

—¿La madre de su futuro hijo o hija? —remarcó—. Sí, antes de regresar aquí para atenderlo, fui a verla y estaba dormida. Se encuentra en un cuarto de recuperación junto a su familia —me informó.

—Al menos se encuentra más calmada —un gran alivio reinó en mi sistema, ya que me había disgustado la idea de que haya sufrido por mi supuesta muerte y que eso haya creado complicaciones en su embarazo—. Garret, ¿puedo hacerle una pregunta?

—Ya la está haciendo —enarcó las cejas al organizar un poco la camilla donde yo me encontraba descansando. Realmente, estaba insistente con mi reposo.

—Bueno... —carraspeé, ya que no sabía cómo actuar respecto a la situación que me referiría, pero un extraño instinto me incitaba a preguntar—. ¿De casualidad sabe si han examinado a la doctora Doménech?

«Eso, Adrián. Tú podías. Eras quien siempre controlaba las situaciones».

—Sí, la doctora Doménech y su familia están estables y pronto podrán irse a casa a descansar y mantener la cuarentena mientras las cosas mejoran para todos.

«Mierda, no me entendió».

—Me alegra escuchar eso, pero en realidad me refería a... —rasqué mi nuca.

—Yo le haré una pregunta, doctor Wayne —frunció el ceño, extrañada—. ¿Podría expresarse con claridad?

—Solo quería preguntar si un obstetra ha examinado al intruso —me aclaré la voz y sacudí la cabeza—. Quiero decir, al bebé.

—Ah, su bebé —la enfermera Garret me sonrió maliciosamente y volvió a cruzarse de brazos—. Se refiere a su hijo, a su retoño, a su primogénito.

—Sí, Garret. Me refiero a eso —presioné mi mandíbula y puse los ojos en blanco.

—Pero miren qué ironía...

—No empiece, Garret.

—El doctor malhumorado que derrite a mujeres y hombres en este hospital está despertando su instinto paternal.

—Ay, por favor —esquivé sus ojos y resoplé con fastidio—. Por supuesto que no, pero es mi deber saberlo, ¿no?

—Si usted lo dice... —enarcó las cejas y volvió a examinar el suero que estaba conectado a mi brazo—. Pero, sí, doctor Wayne. Me han informado que la doctora Doménech ha sido examinada por un obstetra que le asignó su padre, el doctor Andrés Wayne.

Asentí lentamente y tragué saliva, intentando asimilar que un hijo o hija sería una realidad para mi vida.

—Así que mi padre ya lo sabe —asumí por lo bajo, aunque Garret me escuchó—. Supongo que nuestra familia ya se ha enterado.

—De hecho, ha sido el doctor Andrés Wayne quien me ha informado sobre el embarazo de la doctora Doménech. Me ha brindado detalles para informárselo a usted en cuanto despertara. Al parecer su padre lo conoce muy bien, porque sabía que se despertaría ansioso y estresado.

—Sí que suele conocerme muy bien —solté un largo suspiro y volví a acostarme sobre la camilla, dejando que mi respiración y mi corazón se calmaran—. Garret, no debería trabajar hasta que le administren la vacuna. No se arriesgue a contagiarse del virus.

—No se preocupe, doctor Wayne. Hace un rato que él mismo doctor Andrés Wayne me administró la vacuna. Aproveché la oportunidad, ya que él estaba administrándole unas dosis a su madre y una tal señora Jiménez en el momento que me presenté para ver a la doctora Doménech —me sonrió en agradecimiento—. Nunca tendré cómo pagarles el hecho de que me hayan salvado de un posible contagio aquí en el hospital.

—Sí hay una forma de pagarlo —bostecé y me cobijé con una manta desechable—. Y es que me tiene que soportar como jefe cada vez que me dé la gana de despedirla para luego reincorporarla en segundos.

La enfermera Garret puso los ojos en blanco y cuando caminó hacia la puerta que se dirigía hasta la oficina de guardia para dejarme descansar, se giró cuando escuchó que la llamé.

—En cuanto despierte, me gustaría hablar con el médico obstetra que atendió a la doctora Doménech. Me gustaría que me brindara información respecto al embarazo. ¿Cree que luego podría localizarlo y decirle que quiero hablar con él?

—¿Qué si creo? —bufó—. Usted será el dueño de este hospital, así que sabe que haré lo que pida. No sé haga el desentendido.

—Intento ser un poco modesto, pero usted no ayuda en nada.

—La modestia no va con usted, así que déjese de cosas y descanse un rato más. En unas horas podrá ver al médico obstetra y reunirse con la doctora Doménech y su familia —cuando cerró la puerta con las cejas enarcadas, no tuve más remedio que seguir las órdenes de mi empleada.

Solo quería ver a Alysha y pasar horas y horas a su lado. A pesar de que ese intruso me hincharía las pelotas, no quería dejarla sola con todo el proceso de gestación. Sabía que era muy probable que no sería un padre perfecto, pero sentía que no podía fallarle a la mujer que amaba con todas mis fuerzas.

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