Capítulo 49.
Capítulo 49.
—¡Oh, doctor Wayne! —lo abrazó repentinamente, haciéndolo sentir extrañado y confundido, al igual que yo—. ¡Qué bueno que se encuentra bien! ¡Supe que tuvo un percance y me preocupé por usted! ¡Últimamente, no deja de pasar por situaciones preocupantes!
—Por suerte, estoy bien. De hecho, estamos bien —se aclaró la voz, luego se apartó de ella de forma discreta y recompuso su compostura—. ¿Cómo se enteró? No me diga que ya los rumores de pasillos comenzaron a oírse por ahí.
—En realidad pasé por su consultorio de la capital para verlo.
Adrián enarcó las cejas y luego intercambió miradas conmigo. Frotó su barbilla y luego suspiró con un aire profesional.
—Bueno, ahora estoy aquí —tomó asiento junto al escritorio como dueño y señor—. ¿Qué se le ofrece?
—Solo quería saber de usted, que estaba bien —dijo un poco nerviosa, situación que me hizo rascar mi nuca.
—Oh, claro, claro —Adrián sacudió levemente la cabeza y luego frunció el ceño—. Por supuesto que estoy bien —afirmó más que seguro—, pero gracias por preguntar y por su preocupación, colega.
La doctora Michelle Santiago asintió y bajó la mirada ante los ojos verdes imponentes del director del departamento de cirugía general.
—Y, bueno... —Adrián carraspeó—. Si eso es todo, hablamos en otro momento, doctora Santiago. Es que ahora estoy en unos asuntos importantes —enarcó las cejas al mirarla con cuidado, ya que estaba diciendo la verdad.
—Oh, sí —ella me miró por leves segundos y luego volvió a mirarlo—. Claro, yo ya me iba —sonrió nerviosa —Discúlpenme...
—No hay de qué —Adrián asintió con una expresión de profesionalidad y ella se marchó de la oficina de inmediato.
Puse los ojos en blanco y resoplé. La forma en que ella lo miraba hacía más evidente lo que él ni siquiera notaba por estar al pendiente de mí.
—No entiendo para qué me buscan aquí, si saben perfectamente que hoy no es un día en el que precisamente me la pase trabajando —se quejó—. De hecho, estamos aquí por lo ocurrido. Si no fuese por las locuras de Amanda, yo estaría de lo más contento dándote castigo en el apartamento.
—¿No es obvio? —bufé.
—¿El qué? —frunció el ceño al mirarme con esos ojos verdes tan llamativos.
—Le gustas —enarqué las cejas—. Y parece que mucho.
—Ah, eso.
—Sí, eso. ¿Acaso no te habías dado cuenta?
—Aly, ¿crees que como están cambiando las cosas en mi vida, tenga tiempo para fijarme en esas cosas? —apoyó la espalda sobre el respaldo de su silla de dueño y señor—. Tengo muchas cosas en las que pensar y atender para fijarme en detalles que no me interesan.
—¿De verdad?
Adrián achicó los ojos y presionó sus manos que se encontraban sobre sus muslos.
—¿Qué clase de pregunta es esa? —hizo un gesto con sus manos, como si las palmas le picaran—. ¿De verdad se te ha pasado por la cabeza la idea de que tan siquiera me interese otra mujer que no seas tú? ¿Crees que tendría ojos para otra cuando estás embarazada y te estás viendo más sensual de lo que ya eres? —puso los ojos en blanco—. Ni siquiera en los mejores momentos a mi lado te has visto tan sexi como ahora lo estás gracias a ese intruso que llevas en tu vientre —refunfuñó casi para sí mismo.
—Lo que quiero decir...
Elevó una de sus manos y presionó los párpados por unos segundos.
—Habré sido muchas cosas en mi pasado, pero no infiel o desleal. ¿Te has vuelto loca?
—Ahora resulta que mi jefe está ofendido.
—La ofendida pareces tú, jovencita.
—No estoy ofendida, sino un poco... —hice silencio cuando me miró atentamente, con una fría seriedad.
—Ah, ya sé —soltó un par de carcajadas sarcásticas—. Estás "estresada".
Quería decirle que en realidad me sentía celosa y que mi cambio hormonal no ayudaba en nada, por más segura que yo fuese siempre. Sin embargo, su aseveración favorita me funcionaría para que me entendiera.
—Sí, quizá me sienta un poco "estresada" con todo esto del embarazo y con el hecho de que el padre de mi hijo sigue viéndose hermoso y fresco como una lechuga, mientras yo sigo expandiéndome cada día.
—Estaba leyendo uno de tantos libros sobre los cambios hormonales en mujeres embarazadas —me confesó al frotar su barbilla—. No pensé que llegaríamos a este punto tan rápido, pero, sí, estoy casi seguro de que eso se debe a tus cambios hormonales por el embarazo.
—¿Qué? —engrandecí los ojos—. ¿En serio te has puesto a investigar sobre eso?
—Y sobre todo el proceso de gestación —abrió un cajón y extrajo varios libros como pruebas de lo que decía.
—No puedo creerlo —negué con la cabeza y me crucé de brazos, manteniendo una sonrisa de ironía en mi rostro.
—Pues, créelo —enarcó las cejas—. Porque ahora eres tú la que estás celosa por esos cambios hormonales tan repentinos que sufres últimamente —carraspeó—. Quiero decir, "estresada".
—Y más cuando lo único que quiero es estar montada sobre mi hombre todo el tiempo —solté un pesado suspiro—. Tienes razón, quizá debería controlar un poco este "estrés".
—Oh, pero no lo controles —me sonrió con malicia—. Me gusta que te "estreses" por mí. Aunque, claro, yo sí podría controlar esos celos —sacudió la cabeza—. "Estrés", debo decir.
—Acabamos de pasar por un gran disgusto gracias a las locuras de Amanda, pero aquí estamos hablando en doble sentido —le sonreí con sorna.
—Quizá también es una excusa para poder desfogar tu estrés por los celos y mi estrés por el peligro que corriste gracias a esa loca mujer.
—Buen punto, doctor Wayne.
—Lo sé —enarcó las cejas.
Nos quedamos en silencio por unos segundos, mirándonos a los ojos fijamente. Sin embargo, el reto de miradas no duró mucho. Él se levantó rápidamente de su asiento de dueño y señor para acercarse a mí. Yo también hice lo mismo al caminar hacia su dirección con cierta prisa.
Y, en ese momento, nos besamos con extrema pasión mientras las ganas de tenernos nos dominaba. Su boca chocó contra la mía y nuestros labios se movieron en un vaivén de suspiros al manosearnos y acariciarnos sobre nuestras ropas que ya estorbaban.
—¿Estás segura de que no te duele nada? —me preguntó entre nuestros intensos besos, refiriéndose a los esfuerzos que había hecho al luchar contra Amanda.
—Segura —gemí sobre su apetecible boca.
—Bien, porque no aguantaré hasta regresar a nuestro apartamento —me giró sobre mis pies de sopetón e hizo que me doblara boca abajo sobre el escritorio.
Sujetó mi nuca con decisión al presionar mi rostro contra el escritorio, sintiendo el frío sobre una de mis mejillas. Cuando logró su intención de elevar mi bata desechable, rodó mi tanga. Fue cuando escuché que bajó su cremallera y una sonrisa triunfadora se dibujó sobre mis labios, a pesar de que estaba siendo dominada contra su zona de jefe y propietario.
—Últimamente, me gusta mucho esto de paciente y doctor —susurró en mi oído al agacharse detrás de mí, rozando su erección sobre mis nalgas—. Así que te ríes... —desde atrás, presionó su miembro sobre la abertura de mi vagina y cuando me penetró de sopetón, volvió a sujetar mi nuca, ejerciendo presión de mí contra el escritorio.
Comenzó a penetrarme una y otra vez con brusquedad, causando que en mi vientre se formara una tormenta tropical del placer que sentía. Escucharlo jadear por lo bajo y sentirlo tan afectado, era música para mis oídos y me mojaba mucho más de lo que ya estaba.
Varios gemidos se escaparon de mi boca cuando soltó mi cuello y sujetó mis manos al colocarlas hacia atrás, como si estuviera esposada y no tuviera escapatoria. Sus penetraciones fueron más implacables y más rápidas, llenando mi sexo y mi vientre de más cosquillas que pronto me harían llegar al clímax. De hecho, podía sentir que él también llegaría casi conmigo por las ganas y ansias que nos teníamos.
—Doctor Wayne —la doctora Michelle Santiago regresó, tocando la puerta al otro lado—. ¿Puedo pasar?
Adrián cubrió mi boca con cierta brusquedad y continuó penetrándome con rudeza, tragándose sus jadeos y yo mis gemidos.
—Disculpe que lo moleste nuevamente, pero tengo que hablar con usted de un asunto serio en base a protocolos hospitalarios.
—A la mierda los protocolos hospitalarios —gruñó por lo bajo y se mordió el labio cuando llegamos al orgasmo casi al mismo tiempo, él derramándose en mi interior al mantener mi boca cubierta, mientras nuestros cuerpos temblaban y vibraban al compás del arranque que habíamos acabado de cometer.
—¿Podemos dejarlo para otro momento? Estoy algo ocupado —Adrián sujetó mi mano y me sentó sobre el escritorio, besando mis pechos al llevar su cabeza bajo la bata desechable.
—Ojalá pudiera ser así, pero no será posible, ya que se trata sobre la junta directiva del hospital —insistió al otro lado de la puerta y Adrián dejó de besar mis pechos para plasmar un beso sobre mis labios.
—Escucha, bebé —acarició mi mejilla al mirarme embelesado, como si no le importara lo que la doctora Santiago tenía que informarle—. Sabes perfectamente que se supone que no estoy en horas laborales, así que no quiero que te vayas de mi lado. Dúchate en el baño de aquí mientras hablo con ella, y cuando se vaya, iré por algo de ropa para ti en mi oficina de guardia en el piso de cirugía. Debe haber algo tuyo entre mis cosas.
Asentí lentamente y apoyé mis manos sobre su nuca, brindándole un rápido y casto beso sobre sus apetecibles labios.
—Me encantas en modo obediente —me cargó sin ningún esfuerzo y me dejó sobre el marco de la puerta del baño—. Vuelvo en unos minutos —pellizco mi nariz y me dedicó una sonrisa sincera.
Cuando cerré la puerta a mis espaldas, luego de unos segundos de silencio un poco tensos, escuché cuando Adrián la autorizó a pasar. No pude evitar sacar a relucir la Nere ávida de información, así que pegué mi oreja contra la puerta.
—¿Qué sucede? —escuché a Adrián—. La junta directiva del hospital sabe perfectamente que este es mi día libre de trabajo. Si estoy aquí es porque surgió una emergencia personal.
—Lo sé, pero al parecer eso no les está importando en estos momentos.
—¿A qué se refiere, doctora Santiago?
—A que el doctor Del Valle, quien usted quiere nombrar como el segundo al mando del «Hospital General de Puerto Rico», tiene serios problemas de anti ética laboral por un supuesto embarazo.
Adrián suspiró, como si por un momento la información lo hubiese hecho sentir aliviado.
—Ah, es eso —carraspeó—. Bueno, ya estaba enterado del asunto y espero que podamos resolverlo de alguna manera elocuente ante la junta directiva.
—No es solo eso —le dijo muy a su pesar, como si realmente estuviera preocupada—. También se ha comentado sobre usted, doctor Wayne. Sobre que usted se encuentra en una situación similar. ¿Eso es verdad? —su voz sonaba incrédula—. ¿Es cierto que será padre? Ese rumor de pasillo ha llegado hasta los oídos de quienes componen la junta directiva y ellos están por reunirse con el doctor Del Valle y con usted.
«Mierda, eso no se escuchaba nada bien, Nere».
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