Capítulo 45.
Capítulo 45.
Mientras Amanda continuaba apuntándome y amenazándome con el afilado bisturí, comencé a subir las escaleras a la par que ella lo hacía. En mi cabeza ideaba formas de detenerla y salir corriendo. Sin embargo, mi misión era intentar dejarla encerrada en la azotea, ya que si huía hacia la salida del apartamento, la puerta corrediza en forma de estantería tardaría varios segundos en abrir, segundos significativos para que ella no terminara de hacerme daño a mí o al bebé.
—Amanda, todavía estás a tiempo para detenerte de hacer esto —le dije con las manos elevadas, mientras que ella estiró uno de sus brazos para extender más la puerta que ya se encontraba entreabierta.
—No sabes lo que es estar en la cárcel, Nere, así que deja de decir estupideces —me dijo al colocar el bisturí sobre mi garganta y sonreír con sorna—. Ya maté a mi madre, a mi padrastro y al infeliz de Jesse. Qué lo haga contigo, que estás siendo un estorbo para yo estar con Andy, no es nada.
«Sí, definitivamente, Amanda había perdido la cordura, pero no podía ponerme a insultarla. Al menos de momento».
—Ya te dije que si quieres, puedes esperar a Andy aquí y hablar con él. Seguro que él querrá verte.
—Eso no sería suficiente para los dos contigo viva —me dijo al presionar el bisturí sobre mi garganta—. Muy dentro de mí siempre supe que me traerías problemas con él, y mientras estés viva, él no podrá olvidarse de ti.
—Eso no lo puedes asegurar.
—Claro que sí —insistió al presionar sus dientes—. ¿Sabes lo humillante que fue para mí y para todas tener que actuar como si fuéramos tú y que nos llamara por tu nombre?
—Bueno, cuando ambas partes se sinceran, está en uno aceptar o no lo que proponen —le dije por lo bajo—. Y ustedes aceptaron.
—Sí, tienes razón —afirmó al enarcar las cejas—. Pero a diferencia de las demás y de ti, yo no me conformaré, porque yo sí tengo las agallas para sacar de mi camino lo que estorba, y es precisamente lo que haré contigo.
Tragué saliva cuando sujetó uno de mis brazos mientras continuaba presionando el bisturí sobre mi garganta con ferocidad.
—Camina —gruñó—. Ya estamos llegando.
—¿A dónde me llevas? —mi corazón se aceleró mucho peor.
—A escoger cómo quieres morir, amiga —se rio—. Pero no te preocupes. Como todavía soy una buena amiga que se preocupa por ti, te daré tres opciones.
«Ay, no...».
—La primera opción... —señaló el borde de la azotea que se dirigía hacia la otra calle, por la parte delantera del edificio donde se accedía al consultorio independiente de Adrián—. Saltas y la muerte de ese bastardo y tuya será momentánea —se rio—. Sería un problema resuelto sin hacer mucho ruido y listo.
—Bu-Bueno, es que...
—Segunda opción... —me interrumpió—. Tomas un chapuzón en la maravillosa piscina climatizada de Andy y dejas que te ahogue con mis propias manos —me propuso con normalidad—. Es más dolorosa que la primera opción, pero, créeme, menos dramática y sangrienta que la última.
Presioné los párpados por un momento al sentir que rozó el bisturí sobre mi cuello.
—¿Y cu-cuál es la tercera opción? —me atreví a preguntar.
—La que más me gusta, pero odio los desastres y que todo se manche —se carcajeó—. Terminar degollada por mis manos, así como le sucedió a tu exnovio. La verdad es que lo maté de esa manera porque se lo merecía. Era un abusivo de siete suelas y una mierda de persona —soltó un pesado suspiro—. Y, bueno, mi madre y mi padrastro murieron apuñalados, pero era porque también se merecían una muerte similar. Él por maltratante y ella por permitir que nos maltratara toda nuestra perra vida. Así que como ella dependía y estaba aferrada a él, los mandé juntos para el infierno.
Escucharla satisfecha por los asesinatos que había hecho hicieron que mi estómago se me revolviera por completo. Los nervios en mi sistema me alertaron y no podía evitar temblar por la situación y por sus palabras que no me alentaban en lo absoluto a salir corriendo.
«Tal vez debería enfrentarla y forcejear con ella», pensé desesperadamente. «Pero, ¿y si le hacía daño a mi bebé?».
—Y dime, Nere —soltó mi brazo, pero continuó presionando el bisturí sobre mi cuello—. ¿En cuál de las tres formas escoges morir?
—A-Amanda...
—Debes admitir que estoy siendo misericordiosa contigo, porque yo hubiera preferido cortarte la garganta de una vez, pero preferiría no hacer un desastre en el apartamento del hombre que amo —suspiró y sonrió al mencionar al ojiverde—. Pero si no pones de tu parte, no dudes que te haré lo mismo que a Jesse. No sabes cómo lo disfrutaría.
Sonreí con sorna y no pude evitar soltar algunas carcajadas por los nervios que me traicionaban.
—¿De qué coño te ríes, jodida perra? —gruñó.
—De que tendrás que quedarte con las ganas de verme muerta —escupí—. ¿Sabes, Amanda? Eres una perra envidiosa, una puta barata y asesina que ha sido cegada por la lujuria de un hombre que jamás te dio tu lugar. De hecho, ahora que lo pienso —volví a reír con sorna—, ni Jesse ni Adrián jamás te dieron tu lugar, pero aquí estás, terminando con tu vida de la peor forma por un hombre.
—¡Cállate, hija de puta! —abofeteó mi mejilla con dureza, mirándome con odio mientras la punta del bisturí rasgó un poco la piel sensible de mi cuello.
Sin embargo, no me aguanté las ganas de continuar desahogándome tal y como ella merecía saber lo que sentía en el momento.
—Diría que Andy te dominó por completo como quizá en algún momento le hubiese agradado, pero más lo hizo el sentimiento de envidia hacia mí que te carcome —le sonreí, aunque sentía que la sangre de la piel rasgada de mi cuello comenzó a manchar la bata—. ¿Y sabes qué? Yo gané, incluso a él.
—¡Eres una maldita perra! ¡Una perra desgraciada! —elevó su mano con el bisturí con la intención de agredirme—. ¡Pero ahora te tragarás tus palabras, porque voy a disfrutar mutilar tu boca por estúpida y habladora!
—¡No te atrevas! —sujeté su brazo con fuerza y comenzamos a forcejear. Sin embargo, tenía mucho miedo de que me agrediera en la zona del abdomen—. ¡Basta! ¡Basta de hacer esto! ¡No ganarás nada con esto! —le dije con la respiración entrecortada.
—¡Claro que sí! ¡Acabar contigo es más que una ganancia! ¡Sea de la forma que sea! —más presionaba el bisturí hacia mi dirección, a punto de rasgar mi rostro mientras presionaba sus dientes con desenfreno.
—¡Aunque me mates, sabes que gané! —logré sujetar sus muñecas, pero comenzó a patear mis piernas con fuerza, intentando hacerme caer—. ¡Gané sin tan siquiera estar en esta guerra contigo!
—¡Veremos si dices eso cuando tu bastardo se muera contigo, perra malnacida! —cuando pateó mi entrepierna, caí al suelo junto ella y continué forcejeando con ella a pesar de que chillé por el dolor que me había provocado de repente.
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