Capítulo 22.
Capítulo 22.
No podía negarlo, los nervios reinaron en mi sistema en el momento que Adrián extrajo las imágenes de la ecografía que guardaba el sobre. Ver cómo fruncía el ceño en silencio al analizar cada imagen, incrementaba mucho más la curiosidad por saber qué pensaba al respecto.
Adrián tomó varias bocanadas de aire y enarcó las cejas al fijar sus ojos claros en mí, sujetando las imágenes con un poco de fuerza.
—¿Estás bien? —tragué saliva, analizando con cuidado las expresiones de su remarcado rostro—. Si crees que mostrarte la ecografía fue muy apresurado...
—No, no es eso —me interrumpió—. Es que estoy algo impresionado. Es todo —tragó saliva y volvió a observar las imágenes con más detenimiento.
—"¿Algo impresionado?" —bufé—. Más bien, parece que sufrirás un síncope o algo así.
—¿Tú crees? —pasó su mano sobre su cabello castaño, apartando algunos mechones que estorbaban su frente.
—No lo creo, Wayne. Es así —solté un par de carcajadas y sujeté su firme brazo, guiándolo hasta el asiento junto al escritorio para que se sentara—. ¿Puedo saber cómo te sientes? —lo miré un poco asustada, aunque no podía evitar sentir una pizca de ilusión.
—No sé cómo explicarlo, pero... —mantuvo sus ojos sobre la ecografía, anonadado. Sin embargo, luego carraspeó y sacudió la cabeza, entregándome las imágenes—. Lo importante es que está bien, según las imágenes —enarcó las cejas.
—Lamento que todo esto haga que te prepares de la nada para ser padre —lo miré un poco apenada, porque realmente también podía entenderlo.
—No, Aly —me acaparó de inmediato, manteniendo su seriedad—. Sabes que no tienes que lamentarte de nada, mi niña. Discúlpame a mí si mis actitudes hacia esta situación no son las correctas. Estoy aprendiendo a asumir esto.
—Lo sé —cerré los ojos al sentir su cálido abrazo lleno de protección.
—Además, son muchas situaciones a la vez, incluyendo el hecho de que debo encontrar la manera de ayudar a tus amigos con lo del embarazo.
—Imagino que no debe ser fácil el hecho de que quieras ayudarlos de la mejor manera con esa situación cuando apenas intentas asimilar la nuestra.
—Aly, creo que no terminas de comprenderlo —sujetó mis mejillas e hizo que lo mirara a sus ojos claros—. Yo asumí mi responsabilidad y estoy consciente de que seré padre. Solo me estoy acostumbrando y adaptando a mi nueva realidad. Sé que no te agradan mis actitudes en cuanto a esta situación, pero tenme un poco de paciencia, ¿sí?
—Wayne, ¿cuándo no la he tenido al tratarse de ti?
Ambos sonreímos con un sentimiento nostálgico, conscientes de que, quizá, nuestras vidas no serían las mismas después de ser padres.
Adrián besó mis labios con suavidad y luego rozó su nariz sobre la mía, abriendo sus claros ojos muy cerca de los míos al mirarme con profundidad.
—Debo admitir que esto de la comunicación me resulta bastante liberador —confesó.
—Bueno, cuando te permites la oportunidad de expresarte, las cosas entre ambos pueden resultar más sencillas de sobrellevar —apoyé mis manos sobre su nuca, aún sujetando la ecografía.
—¿Crees que podrías sobrellevar un polvo rápido ahora mismo? —plasmó besos sobre mi cuello, sujetando mis caderas y colocándome sobre su escritorio.
—Doctor Wayne, ¿pero qué hace? —me reí por lo bajo con una expresión coqueta y llena de complicidad, dejando que sus manos acariciaran mis pechos bajo la bata médica y el uniforme azul.
—Toco lo que es solo mío, doctora Doménech —gruñó en mi oído y con sus dientes tiró del lóbulo de mi oreja mientras frotaba uno de mis pezones—. Lo lamento por mi hija o hijo, pero tus tetas siempre serán mías.
—También tendrás que asumir que deberás compartirlas.
—Compartir lo que es mío no existe en mi diccionario mental —elevó la camisa de mi uniforme y dirigió su boca hacia uno de mis pezones, mientras continuaba frotando el otro.
—Ya existirá —gemí por lo bajo y estiré mi cuerpo hacia atrás para que él tuviera mejor acceso de mis pechos—. Señor director, debería castigarme y ahorcarme con esas ágiles manos.
—Sus deseos son órdenes —agarró mi cuello con vehemencia y me miró fijamente al bajar la cremallera de su pantalón de traje.
Sin dudarlo, descendí el pantalón de mi uniforme para que él tuviera mejor acceso a mi sexo. Sin embargo, el ojiverde me ayudó a quitarlo por completo, posicionándose entre mis piernas e introduciendo su miembro con cierta desesperación.
El frenesí de nuestra excitación se apoderó de nuestros sistemas al comernos a besos, mientras que él me embestía con cierta brusquedad. Ambos intentábamos no gemir, aunque él jadeaba por lo bajo por la frustración de tener que contener su arranque sexual hacia mí.
Cuando Adrián incrementó la rudeza de sus penetraciones, introdujo su dedo índice y corazón en mi boca para acallar mis gemidos. Sin embargo, cuando sintió que yo llegaría al orgasmo, no dudó en llegar al clímax a la par, derramándose en mi interior mientras ambos temblábamos por los espasmos de nuestros sexos.
La tensión y el placer se había liberado de nuestros sistemas una vez que comenzamos a besarnos con amor y pasión.
—¿Sabes? No me conformaré solo con esto mientras continuemos haciendo nuestros deberes aquí en el hospital y cuando tengas al bebé —me dijo una vez que salió de mi sexo y guardó su miembro en su ropa interior, cerrando la cremallera de su pantalón.
—¿A qué te refieres? —cuando me levanté del escritorio, elevé mi ropa interior y me puse el pantalón con la ayuda de Adrián, quien se mostraba atento con cada detalle de mí.
—He pensado en lo que me dijiste —me miró fijamente al colocar las manos en los bolsillos de su pantalón.
Fruncí el ceño, sin entender a qué se estaba refiriendo.
—Más bien, he pensado en lo que me pediste —corrigió al aclararse la voz—. Así que volveré a adaptar la habitación del apartamento en lo que era, en un cuarto de juegos sexuales.
Una chispa de emoción se encendió en mi interior. Realmente, sí recordaba haberlo pedido.
—Así tú y yo podremos usarlo cuando lo deseemos. ¿Te parece? —frotó su barbilla al esperar una respuesta.
—Andy, me parece bien que accedas. Es decir, sé que te gusta usarlo para tu placer. De hecho, yo también lo disfruto, así que, por supuesto.
Me sonrió con ironía.
—Es irónico que hablemos de esto con tanta comodidad cuando hace algún tiempo atrás mis parafilias y trastornos te asustaban.
—Bueno, por eso me mantuve neutral, porque es importante discernir en las situaciones antes de juzgar.
Volvió a sonreírme. Sin embargo, ensanchó su blanca y perfecta dentadura. Era más que evidente que se sentía muy bien al hablar conmigo.
—Y... —me rodeó lentamente, como una fiera acechando a su presa, reflexionando sobre nuestra actual conversación—. ¿Qué te parece si usamos el cuarto de juegos sexuales en algún día de la semana para cumplir con nuestros roles de que yo mando y tú obedeces? Luego, si no quieres quedarte, podremos irnos a la mansión.
—Creo que todavía sientes que me incomoda el hecho de que antes de mí tuviste un pasado en ese apartamento, pero la realidad es que no tengo esa inseguridad, Wayne —le dije, causando que él enarcara las cejas con cierta impresión—. De hecho, ahora que lo pienso, me gustaría que esa parte de nosotros fuese como al inicio y como antes lo hacías, en tu día libre del trabajo, los jueves.
—¿Estás segura? —frunció el ceño, aunque veía cierta ilusión en sus ojos—. Sabes que para mí eres y siempre serás diferente.
—Lo sé, Andy —acaricié su barba de varios días—. Estoy consciente de eso, pero nunca te dije que no me agradaba disfrutar de esa faceta oscura de ti. Al contrario, me fascina que quieras hacerme de todo en el cuarto de juegos sexuales. Además, me gusta que seas dulce y atento conmigo, pero también disfruto muchísimo que me ahorques y me azotes.
Percibí sonrojo en sus mejillas en el momento que bajó un poco la cabeza.
—Y si sigues sonrojándote así, me darán ganas de hacerlo otra vez —sacudí mi cabeza, intentando concentrarme en nuestra conversación.
—Creo que lo más que extrañaré de que estés embarazada son tus hormonas —enarcó las cejas—. Está bien, entonces, los jueves serán sólo nuestros y harás todo lo que yo te diga.
—Espera —balbuceé—. ¿Cuando hablábamos de esto, te referías para comenzar pronto? —la mandíbula casi me llegaba al suelo de la oficina.
Asintió al mirarme seriamente.
—De hecho, mañana mismo llamaré para que adapten la habitación.
—Pero... —tragué saliva—. ¿No esperarás hasta que termine mi embarazo? Pensé que esto sería luego del parto.
—Pues, pensaste mal.
—¿Quieres ahorcarme y atarme con una panza de cinco a nueve meses? —le pregunté con cierta incredulidad.
—¿Hay algún problema del que no me haya enterado? —frunció el ceño extrañado, como si fuese lo más normal del mundo—. No te preocupes, Aly. Tendré mucho cuidado al respecto. Si lo que te preocupa es el bebé...
—¿Qué? No, no es eso —tartamudeé—. Es solo que no sé si vaya a agradarte las nuevas vistas de mí. Ya sabes... —me giré sobre mis pies en sus narices para que entendiera que me refería a mi cuerpo.
Puso los ojos en blanco y volvió al asiento junto a su escritorio.
—¿Qué clase de hombre crees que soy? —se quejó y me asesinó con la mirada desde el otro lado—. ¿Crees que tu estado de embarazo me detendrá? ¿En serio piensas que me dejarás de encantar por tener una panza de nueve meses? Debería castigarte severamente por eso.
—Ya volvió el malhumorado —resoplé, pero mi corazón no dejaba de rebosar con alegría. De hecho, sus palabras me hacían sentir más aliviada y con más seguridad en mí misma en cuanto a tener sexo duro con él.
De repente, tocaron la puerta con fuerza, insistentemente. Adrián y yo fruncimos el ceño al intercambiar miradas de extrañeza.
—¡Doctor Wayne, necesito pasar! —la enfermera Garret entró alarmada.
—¿Qué sucede, Alba?
—¡Es una emergencia! ¡Creo que no podrá resistirlo!
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