Epílogo | Parte 2.

Epílogo.

(Adrián)

Varias horas después...

La Capital - Calle Ashford Avenue, Condado, San Juan, Puerto Rico.

10:25 pm

Aún repasaba en mi cabeza la dolorosa situación de hoy. Qué se aleje de mí no es lo que realmente quiero, pero tampoco puedo atarla a esto, al mal que le causo.

Llevaba horas dándole vueltas en mi cabeza una y otra vez, pensando y recreando el momento en el que Alysha se atrevió a decirme aquellas simples palabras que para mí podían ser totalmente desconcertantes.

— ¡Te amo, Adrián! — Me gritó a los cuatro vientos. Como si escucharlo no me hubiera afectado. Pero lo hizo, me afectó profundamente. — Te amo sinceramente...

Un miedo inexplicable me invadió y me traicionó al escuchar lo que intentaba ignorar.

"Me amaba sinceramente..."

"No. No, Aly. No puedes amar a un monstruo como yo." Mi oscuro ángel se negó a aceptar algo que había necesitado escuchar de ella todos estos malditos años.

Ella tenía razón, toda la maldita razón. Mis resentimientos no me dejan avanzar.

Giré mi cabeza un poco y fijé mi vista hacia el exterior desde mi posición. Por un momento, recordé la razón más importante por la cuál ella no debería amarme.

Mi mayor secreto...

Aunque le había hablado de mi discreta medicación, no tuve el valor para confesarle lo peor; la verdadera razón por la cuál llegamos hasta aquí con estos detalles y discusiones, la verdadera razón por la cuál yo intentaba hacer que ella se alejara de mí.

Con impotencia, y al recordar un hecho que me tendría marcado por el resto de mi vida, intenté negarme a las palabras que siempre soñé escuchar de su linda boquita.

Presioné con fuerza la mano que tenía apoyada sobre el frío cristal de la ventana con vistas hacia la avenida principal. La presioné tanto que mis dedos dolieron al cerrarlos en un puño.

Estaba seguro de que si ella no se marchaba, volvería a caer como el imbécil que soy y la haría mía una vez más.

Mi oscuro ángel estaba alterado, sofocado, y con un humor hijo de perra. Me estaba sintiendo totalmente perdido. No sabía que más podía hacer para demostrarle que de verdad quiero lo mejor para ella, y que yo no era ese ejemplo.

— Pero entiendo lo que sucede contigo. — Volvió a traerme de vuelta a la Tierra. — No estoy en tu piel para sentir todo eso, pero al menos puedo imaginarme un poco el daño que te han causado durante el trayecto de tu vida, como también puedo entender que estés trastornado con asimilar éste tipo de sentimientos que aún desconoces.

Era más que obvio, que, en sus palabras, podía sentir la compresión de mis daños. Sin embargo, percibí como reajustó su mochila y se removió con fastidio a mis espaldas. Estaba malditamente lista para irse y acatar mis intenciones.

Pero algo estuvo sucediendo dentro de mí. Algo comenzó a andar mal cuando sentí que se iría y se alejaría de mi lado de forma definitiva. La desesperación comenzó a azotarme en mi interior como un potente huracán.

— Está claro que si no accedes y no te dejas ayudar en el camino, nadie más podrá hacerlo si no es por ti mismo. — Se marchaba. Se estaba malditamente yendo. Mientras sentí sus pasos alejarse, fruncí el ceño con el pecho ardido. Del bolsillo de mi traje, saqué el estuche con el anillo. Lo presioné con fuerzas mientras las dudas me consumían. — Y por lo que veo, lamentablemente, éste es nuestro caso... — Escuché el portazo. Salió de la maldita oficina.

Definitivamente, algo no estaba bien en mí. Pensé que esto me haría sentir mejor como persona al darle la oportunidad de encontrar a alguien mejor que yo en el camino. Pero, conmigo, no estaba malditamente funcionando la tranquilidad.

Al contrario, estaba sintiendo como me ahogaba en la frustración. Me quedé estático, en estado de puro shock al sentir que volvía a dejarla ir como hace años.

Las ganas de gritar y de tirar cosas fueron inmensas. Sentía como mi sien latía con insistencia. Podía escuchar mi corazón latir en mis oídos.

No sabía cuántos segundo y minutos me había quedado justo en mi posición lleno de desolación. No podía creer que me estaba faltando el aire y que estaba a punto de llorar como un niño perdido.

¡Te amo, Adrián!Su voz volvió a resonar en mi cabeza, alertándome de que se estaba yendo.

Te amo sinceramente...Mi sentido ilógico e inexplicable me dijo que no la dejara ir, que le pidiera que volviera a gritos.

Sin embargo, no fue hasta que la vi a través del cristal desde mi poderosa posición, cuando exploté y me rompí por dentro. Verla perdida y alejándose a pasos rápidos, me hizo querer buscarla muy cegado.

Guardé el estuche en mi bolsillo. Y con el humor más hijo de puta, me moví de mi posición.

"Toda ésta mierda no es lo mismo sin ella." Fue lo que pensé al entrar en estado de desesperación.

Cuando estuve a punto de salir corriendo y traerla de vuelta a mis brazos, recibí una llamada de mi padre.

— Padre, ahora mismo no puedo atenderte. — Le respondí desesperado.

— ¿Por qué carajo no respondes mis llamadas? — Me contestó enojado al otro lado del teléfono. — Llevo toda la maldita mañana intentando comunicarme contigo, Adrián. ¿Qué carajo sucede contigo? ¿Dónde demonios tienes la cabeza? Estamos en una situación precaria y te tomas los lujos de no responder llamadas que son de importancia.

— Mi vida privada también amerita importancia. — Presioné mis labios al ver como Alysha desaparecía de mi vista hacia el multipisos. — ¡Carajo! — Me quejé con enojo cuando más frustración sentí.

— ¿Sí? No lo sabía, hijo. — Me dijo con un sarcasmo impresionante. — Eso es evidente, pero ahora mismo no podemos darnos el lujo de responder llamadas cuando nos dé la gana.

— Ya lo sé, pero también tengo situaciones que se han presentado mientras toda ésta situación del virus se sale de control. No puedo dividirme en partes.

— No me hables así, muchacho. — Me regañó, pero puse los ojos en blanco. — Si eres la segunda persona más importante en ésta investigación, es porque yo lo he querido y creo en ti. En tu brillante capacidad.

— Lo sé. — Respondí cortante y miré la hora en mi reloj de muñeca. — ¿Qué pasa? Si me estás llamando con tanta urgencia, es que las malditas malas noticias siguen reluciendo.

— Sí, Andy. Lamentablemente, es así. Ya sabes lo que significa que el virus haya llegado a Francia. Una vez que eso sucede, el protocolo será el control de vuelos a diferentes naciones, especialmente la estadounidense. Así que no dudes que muy pronto tomen las medidas en Puerto Rico por ser parte de su territorio.

— ¿Has logrado algún avances en la última reunión que has tenido? — Le pregunté fastidiado.

— No del todo, Adrián. — Confesó apesadumbrado. — Sin esos anticuerpos diseñados, no podemos probar la vacuna más certera para esto. La realidad es que, lo mejor que hiciste, fue volver antes que yo...

— ¿Qué quieres decir?

— Mañana mismo volveré a casa. Todo esto no está bien. Lo más factible que nos queda como opción será hablar con el señor Doménech.

Tragué saliva.

— Hablaré personalmente con él e intentaré convencerlo. — Continúa. — Es la única manera de que esto sea fructífero. Es demasiado ya, hijo. Muchas personas han muerto y no podemos permitir que eso siga sucediendo y propagándose. Y tú me acompañaras cuando deba hablar con él.

— ¿Qué? No... puedo... — Me pongo nervioso.

— Sí, sí puedes. Operaste a la esposa del señor Doménech ¿Y qué mejor forma de agradecértelo con que nos acompañe a Francia y presente sus anticuerpos diseñados?

— Eso no es justo, padre. Lo hice por... ética moral y laboral.

"Lo hice por amor a su hija..."

— Eso lo sabemos tú y yo, pero a veces debemos dejar la ética hacia un lado y actuar de forma radical por un bien común.

— Entonces, ¿tendremos que lograr convencerlo con esa patraña? ¿Cómo si fuera un favor que me debe? — Bufo indignado.

— Sé que no somos ese tipo de personas. Si tomamos ese tipo de medidas tan egoístas, es para convencerlo.

— Por el amor de Dios, padre...

— Sé que eso no está en tu ética moral como médico, pero son millones de vidas que podemos salvar. Además, estoy seguro que él lo entenderá.

Esto no me podía seguir pasando a mí. Y menos en momentos como estos en los que su hija y yo terminamos.

— ¿Podemos hablar de esto en tu regreso? Todo esto me está abrumando demasiado.

— Sí, pero no solamente te llamé para eso. Aunque no se publique de manera oficial por un período estimado, quería felicitarte por tu nuevo puesto y cargo.

— Gracias. — Le dije sin ganas.

— ¿Cómo se siente tener en tus manos un cargo con tanto poder y qué has logrado con tus propios méritos? Es lo que siempre has querido, ¿no? — Su voz cambió con orgullo. — Estoy muy orgullos de ti. No sólo eres uno de los médicos más importante y prestigiosos de Puerto Rico y Estados Unidos, sino que también me has superado en el ámbito profesional con creces. Has trabajado duro para tener todo el poder que has logrado. Tienes una determinación increíble.

— Sí. — Suspiro frustrado. — No sé que decir de momento. Todo está siendo una mierda. No estoy de humor. Lo juro. — Con tan sólo decirle esos comentarios, ya él sabía qué preguntar.

— ¿Tomaste tu medicación hoy? — Preguntó preocupado.

— Sí.

— Sabes que me preocupo por ti, hijo mío. Y aunque hace años hayas pasado las pruebas para ejercer como médico por tus fuertes medicaciones, recuerda que debes ser discreto con la cuestión de tus medicamentos. Jaime y yo estamos conscientes de que haces un excelente trabajo y sabes como mantenerte al margen, pero no quiero que eso te perjudique.

— Lo sé. Por nada del mundo tiraría mi carrera a la basura por mis... — Suspiro asimilado. — ¿Podemos hablar de esto luego?

Ignora mi petición.

— Sólo quiero lo mejor para ti. Me interesa tu felicidad. Y ya que tu mayor felicidad es tu carrera médica, quiero que la cuides. Tu madre y yo sólo queremos devolverte la felicidad que tú nos has brindado desde que apareciste en nuestras vidas.

— Gracias por eso, padre. — Achiqué los ojos al ver a través del cristal como el vehículo de Alysha salía del multipisos y se alejaba de la avenida. — Pero te equivocas. — Trago saliva al ver que ya se había ido del hospital. — Mi otra mayor felicidad acabo de dejarla ir... Pero eso ya no importa. — Presioné los labios con fastidio.

— ¿Quieres hablar de eso?

— No, padre. Tengo que colgar, ¿bien? Tengo cosas que hacer. Mucho trabajo que ejercer.

Y la jodida verdad es que tenía mucho trabajo, aunque no hice ni una mierda más desde el momento en el que Alysha y yo terminamos.

Preferí salir del propio imperio que había logrado y me había refugiado en mi apartamento.

11:02 pm

Y aquí estaba yo, con la cabeza baja sobre el rústico escritorio del despacho de mi edificio. Me había quedado casi dormido sobre los mismos documentos que una vez le mostré a Alysha, leyendo y repasando una y otra vez cada página y cada término, creyendo que leyendo mis mierdas haría que me retractara de buscarla.

Sin embargo, y para joder más mi existencia, ni los medicamentos me estaban ayudando a mantenerme calmado.

Recompuse vagamente mi postura sobre el asiento y saqué del bolsillo de mi traje las braguitas que ella había dejado aquí. Las había tomado sin que ella se diera cuenta en una de las veces que intimamos.

— Mientras tú obtuviste como prueba del engaño de Jesse una pieza de ropa interior de Amanda, yo estoy aquí muriendo por las tuyas. — Sonrío vagamente, pero, para mi propia impresión y sorpresa, siento como una lágrima baja por mi pómulo.

Guardo su braguita en uno de los cajones de mi escritorio y decido ducharme en la oscuridad de mi frío apartamento. Ni siquiera tenía la valentía de volver a la mansión, donde estaría rodeado de personas.

Quería estar sólo en estos momentos. Si tenía que hundirme en mi mal y en mi sufrimiento que sea como siempre había sido...

Sólo.

*****

— ¡Eres un bastardo! — Jesse volvió a gritarme. Me empujó hacia el suelo y caí al fango, manchándome la nueva ropa que mis padres adoptivos me habían regalado.

Tenía ganas de llorar, pero no me atrevía a hacerlo mientras él y sus amigos se burlaban de mí. Los miraba a todos desde el suelo, con la esperanza de que alguien me ayudara a levantarme.

No obstante, lo que empiezo a recibir son golpes por parte del hijo de los que me cuidaban. Jesse aprovechaba que sus padres no estaban presentes para hacerme la vida imposible y golpearme cuando quisiera.

— Por favor, Jesse... — Le dije con la voz quebrada. — Ya basta, por favor... ¡Yo no te he hecho daño! ¡Hasta hice todo lo que me pedías para no tener problemas el día de hoy! — Una lágrima se me escapó de mi pómulo enrojecido y manchado de tierra mojada.

— Ay, pobrecito... — Se agacha a mi lado con una sonrisa siniestra mientras sus amigos continuaban en pie, riéndose de mí. — ¿Sabes, bastardito? A veces me caes bien, pero luego la cagas con tu extraña y estúpida personalidad tan cursi y delicada. — Me hace ojitos y vuelve a carcajear. — Me he enterado de una cosa...

— Mmm... — Tragué saliva y mi labio inferior tembló en el acto. — ¿Qué... ¿Qué cosa?

Me agarró del pelo con fuerza y me hizo mirarlo a los ojos mientras yo continuaba tirado en el charco de fango.

— Aquí mis amigos me dieron quejas de ti mientras estuve en la escuela. — Tira más fuerte de mis mechones mojados y sucios. — ¡Qué te entrometiste en su diversión con unas niñas!

— ¡Querían fastidiarlas y hacerles daño! — La voz se me seca.

Tenía mucho miedo de que abusaran de ambas, especialmente de la pequeña Aly, a quién decidí proteger de las manos de Jesse y sus amigos.

— ¿Y qué? — Jesse bufa.

— ¡Son unas niñas! — Me fatigo al hablar. — ¡No permitiré que les hagan daño! ¡Hagan todo lo que quieran conmigo, porque yo sé lo que es esto desde siempre! ¡Pero no les hagan daño a ellas! ¡No las maltraten! ¡No las molesten!

Jesse vuelve a reír a carcajadas.

— ¿No permitirás qué, hijo de puta? ¿¡Y qué se supone que harás!? — Bofeteó mi cara.

Tomo bocanadas de aire por el dolor en mi rostro, pero intento estar consciente y mantenerme.

— Se lo diré a sus padres y luego a los tuyos, sin importar las consecuencias... Lo juro... — Escupí la sangre que provenía de mi boca.

Jesse y los amigos lo analizaron, pero tensaron con la amenaza. De ninguna manera permitiría que le hicieran daño a esas niñas. No entendía porqué necesitaba asegurarme, pero necesitaba proteger a la pequeña Aly.

Jesse asintió, aún agarrando mi pelo con fuerza. Mi respiración estaba entrecortada y cansada de tantos golpes que me había propinado.

Nadie podía vernos, porque estábamos en un lugar desolado en dónde no pasaba nadie.

— ¿¡Y tú qué carajo tienes que ver con esas niñas!? — Vuelve a bufar. — ¿¡Ahora eres el más sentido y agradecido, porque recibiste ayuda de una niñita!? — Se burla de mí al referirse a la pequeña Aly.

— Ya te dije lo que haría si no me haces caso... — Le advertí con la voz raposa y cansada.

Su expresión cambió con seriedad y me observó fijamente a los ojos. Estaba casi seguro que podía ver a través de la claridad de los míos su siniestra personalidad reflejada.

— ¡Qué patético eres! — Acercó su fastidiosa cara a la mía. — ¿Crees que con esa carita y esos ojitos de maricón te ganarás el cariño de las personas? ¿Te crees mejor que yo, hijo de puta? — Soltó mi pelo con violencia, causando que caiga una vez más sobre el fango. — ¡Tu cara bonita no te hará cambiar lo que eres! ¡Nadie puede quererte! Eres un bastardo, ¿cómo piensas que las personas te querrán?

Me quedo en silencio al ver que se apacigüaba su carácter, sabiendo que mi amenaza sobre delatarlo frente a los padres de la pequeña Aly había funcionado.

*****

12:35 am

Las horas habían pasado cuando decidí intentar dormir. Sin embargo, no pude. Al contrario de eso, desperté sobresaltado y alterado. Los narcóticos no estaban causando su efecto completo.

Presioné mis ojos una y otra vez, fastidiado. Antes de salir de la cama, revuelvo mi pelo y comienzo a maldecir por lo bajo. Echo las sábanas hacia un lado y siento un vacío en el hueco de mi estómago al volver a la realidad...

Alysha ya no estaba conmigo.

Me siento en el borde de la cómoda cama y busco un pantalón pijama de franela en el cajón que se encontraba junto a mi mesa de noche. Me lo pongo de inmediato sobre mis boxer y comienzo a caminar muy cerca de los ventanales acristalados de la habitación.

Pienso en la pesadilla que había tenido. Nada nuevo sabiendo toda mi historia con Jesse...

Aunque ya no me importaba lo que sucediera con él, tampoco me gusta pensar que puede asechar contra Alysha. Y menos con la personalidad de él. Sería capaz de matarlo a golpes si se atreviese a hacerle daño tan siquiera.

Frunzo el ceño muy fastidiado y decido ir por mi teléfono. Ya que la dejé ir, al menos quiero mirarla por un rato. Necesito calmar mi temperamento a éstas horas. Es un jodido fastidio sabiendo que debo trabajar mañana.

Cuando lo tengo en mis manos, busco la misma foto de siempre, dónde aparece dormida sobre mi pecho.

Sonrío.

De repente, recuerdo haber dejado los documentos de mis padecimientos sobre el escritorio.

Decido salir del apartamento e ir al despacho a guardarlos y ordenar el área, antes de que mi ama de llaves pudiese verlos con cierta impertinencia.

Una vez que el área está ordenada y los documentos guardados en uno de los cajones con llave del escritorio, me siento en el mismo y vuelvo a mirar nuestra foto; embelesado, rozando el pulgar una y otra vez, como si ella pudiera sentir mi tonta caricia.

Sin esperarlo, escucho que el ascensor suena, avisando que el mismo ascendía.

"¿Quién demonios estaba aquí?" Pienso al fijarme en la hora que se mostraba en la pantalla de mi iPhone.

Cuando las puertas se abren, mi expresión de sorpresa cambia totalmente a una menos esperada...

La indiferencia.

Me levanto de mi escritorio y me acerco a la única ventana del despacho, mirando como la llovizna caía en un silencio sepulcral.

— ¿Cómo has entrado aquí? — Pregunto en un frío susurro.

— Aún conservo las llaves. ¿Recuerdas? — Escucharla me tensa en lo absoluto.

— Ni siquiera recordaba que aún tenías las llaves. Ya no deberías. Ha sido un error de mi parte haberlo olvidado. — Continúo dándole la espalda.

— Sabía que te encontraría aquí.

— ¿Qué quieres?

— Verte... — Los pasos de Amanda cada vez son más cercanos. — Quería verte.

Me quedo en silencio. Por alguna razón, sentía a mi oscuro ángel muy alterado. Más de lo normal...

— ¿Crees qué no sé lo que has hecho? Sé que fuiste tú la que enviaste las fotos. También sé que Bárbara te ayudó a entrar a la oficina de mi trabajo. No soy estúpido.

— Sólo quería que te dieras cuenta que ella no es buena para ti.

— No. Te equivocas. — La corrijo. — Yo no soy bueno para ella. Además, ¿con qué derecho vienes tú a hablarme de lo que es bueno o no? No prediques en bragas, que no te queda.

— Andy...

— Adrián Wayne para ti. Lo sabes. No me tutees. No me gusta.

— Lo siento, Adrián.

Siento que sonríe con ansias. Sé lo que quiere y busca.

— ¿Ves? — Percibo detrás de mí que se está insinuando, como todas las veces que la había enseñado a hacerlo para mí. — Sigues siendo el mismo hombre dominante y demandante.

Sabía que había llegado en bragas y que se cubría con una extensa y larga chaqueta a juego. Sin embargo, escucho como se la quita y cae sobre el suelo.

Me quedo en silencio.

— Sé lo que necesitas, y cuándo lo necesitas. Por eso sabía que te encontrarías aquí, dónde tantas veces he sido la mejor de todas y la más entregada para ti. Olvídate de ella, ¿sí? De todas formas, Nere no iba a entender tus manías y tu estilo de vida.

Giro un poco mi cabeza, y observo sus intenciones por encima de mi hombro con arrogancia.

"MI CURA PROHIBIDA," CONTINÚA EN:
Mi Cura Prohibida: La Residencia

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