Capítulo 9 | Parte 1.

Capítulo 9.

Tomar una ducha después de una mañana y tarde tan larga, era lo que necesitaba. Aún no podía creer que me daba un relajante y refrescante baño en la oficina de guardia del doctor Adrián Wayne Milán. Prefería aceptar este favor antes que oler a orina las últimas horas restantes.

Mientras el chorro de agua fresca caía por mi larga cabellera negra y recorría todo mi cuerpo, pensaba en la última conversación que había tenido con él. Después de todo, no parecía tener malas intenciones para aprovecharse de la situación de que yo necesitara un baño urgente.

Después de que le había agradecido por última vez el gesto del uniforme limpio, no volvió más a su oficina de guardia. Fue gentil desde el principio, mientras que yo había reaccionado con carácter.

Había terminado de ducharme cuando crucé hacia el vestidor para ponerme el uniforme limpio y peinarme el cabello con un cepillo que había encontrado entre las cosas de Adrián.

«Como siempre, un hombre preparado».

Al salir del baño y del vestidor, veo a una enfermera sentada justamente donde yo estuve hace un rato. Tenía aspecto de ser una mujer con más de treinta años, pero se notaba a leguas que se conservaba muy bien. Era rubia, de cabello corto y lacio, el cual le quedaba justamente por encima de los hombros.

Al verme, se levantó con gesto curioso, sin sonreír.

—Hola. Estoy buscando al doctor Wayne Milán —me observaba de arriba hacia abajo, como si estuviera estudiándome—. Lo siento, es que es raro —se disculpó sin realmente sentirlo—. El doctor Wayne no acostumbra a... Bueno, a traer estudiantes aquí. Soy la enfermera Bosch... Bárbara Bosch. Una de las enfermeras del doctor —me estrechó la mano.

—Ah, hola. Sí, soy Alysha Doménech. Hubo un percance en el piso de ginecología y el doctor Wayne solo me hizo un favor.

«¿Por qué le estaba dando explicaciones? No quería entrar en detalles con alguien que me miraba de forma pesada».

—Entiendo. ¿Lo ha visto? —preguntó con evidente angustia y molestia.

—Eh, no. Hablamos un poco, pero luego tuvo que irse —le informé con la mayor sinceridad.

—Muy bien —se acercó al escritorio de Adrián con pasos sigilosos—. Si ya ha acabado aquí, cerraré la oficina de guardia —me informó de manera cortante mientras tomaba las llaves que yo había puesto sobre el escritorio, como Adrián me había dicho.

—Sí, bueno... —comenté, sin esperar que la enfermera del niño bonito tratara de echarme con elegancia—. Ya me iba, enfermera Bosch. Gracias.

Me sonreía sin ganas de hacerlo

«No te preocupes. Yo no te quitaré al doctorcito niño bonito».

🔹

Me encontraba con Gloria en la sala de espera de cirugías ambulatorias, esperando que pasaran las últimas horas de rondas.

Nos habíamos sentado en unos sillones que se ubicaban cerca del televisor que colgaba sobre la parte superior de la pared. En la sala de espera había varios pacientes esperando sus turnos para las cirugías que les correspondían. El ambiente era tranquilo y ameno. No nos habían llamado para algún caso, pero estaba segura de que con el señor Olmeda bastó para mí.

—En serio, Nere... Me ha encantado trabajar en el área neonatal. Sin contar que hay unos pediatras que están... Uf, de muerte —me contaba Gloria mientras le daba un sorbo a un vaso de café cargado.

—¿Sí? No sé cómo, pero supuse que te encantaría esa área. Sé cuánto te encantan los niños. Al menos tu día fue mejor que el mío —le dije mientras me comía unas galletitas de chocolate.

—¿Por qué dices eso? Sabes que cada día es fructífero e importante —dijo al darle otro sorbo a su café.

—Créeme, cuando se trata de un día en el que un abuelo con problemas urinales se escapa, te orina, y el doctor Wayne Milán lo percibe, no sé si opinarías que fuese importantemente fructífero —continué comiendo galletas con una expresión despreocupada.

—Sí, tienes mala racha con el doctorcito niño bonito —se rio exageradamente.

—Gloria, que no te escuchen decirlo en voz alta. Si le digo de esa forma es con la intención de no mencionar nombres.

—Por supuesto —aceptó con sarcasmo—. Sé que solamente lo haces por eso, y no porque es un médico con esa belleza sexual y elegante que altera las hormonas de medio pasillo de cirugía —lo decía como si estuviese recitando unas alabanzas—. No te preocupes, Nere. Sé que es por eso —elevó las cejas mientras le daba otro sorbo a su café.

—Gloria, es un compañero de trabajo. Mi superior —le dije en un tono convincente.

—Ujum, eso ya lo sé.

—Y sin contar que lo más probable será mi jefe —le dije insegura—. Es cuestión de profesionalismo. Esas cosas no se mezclan.

—Si es así, ¿por qué no le has dicho a Jesse todo lo que es su mejor amigo en tu trabajo?

No sabía cómo responderle.

—Digo, no es que me importe mucho el tema de que sean amigos. Es por lo que piensas tú. No te juzgaría —recalcó.

Y la verdad era que se lo agradecía. Estaba confiando mucho más en la amistad que había obtenido con Gloria. Estaba a punto de contarle lo peligroso que yo sentía el estar cerca de Adrián. También quería contarle los pensamientos involuntarios y retrógrados que él me causaba, hasta que algo distinto captó nuestra atención mucho más que nuestra charla; las noticias en la televisión.

En estas últimas semanas habían estado dándole mucha publicidad a la nueva cepa reforzada del virus MERS.

🦠

Los científicos, investigadores, y especialistas en salud pública, afirman la idea de convocar una reunión de prevención con las diferentes agencias nacionales americanas y europeas para poder enfrentar esta epidemia que ha estado afectando el Medio Oriente desde hace varios años.

»Varios años en los que todavía no se ha obtenido un tratamiento o una vacuna segura para combatir el problema epidemiológico que se ha desencadenado.

»Luego de que las investigaciones más actuales afirmaran que el virus se ha reforzado y mutado, creando una cepa más resistente, los científicos señalan que es necesario encontrar un pronto tratamiento para esta enfermedad respiratoria.

»Además de Arabia Saudita, otras agencias y sistemas de salud como en Turquía y Egipto, ya han tomado sus prontas medidas de seguridad y prevención. Esto ha formado un caos en ambas naciones, ya que se han estado prohibiendo las entradas de los turistas y otros viajantes que han decidido marcharse por la problemática de esta epidemia que sigue creciendo en tasas.

🦠

—No creo que eso nos afecte a nosotros —le comentó una paciente al familiar que la acompañaba en la sala de espera.

—Estamos muy lejos para que ese fenómeno nos afecte —comentó otro paciente.

Aún era muy poco probable que el MERS Recov-2, como le habían nombrado, afectara nuestro país. Aún así, no descartaba la idea de que esas situaciones podrían suceder aquí como en cualquier otro lugar del mundo.

—¿Crees que alguna vez nos enfrentemos a ese tipo de casos? —preguntó Gloria, atrayendo mi atención de vuelta. Siempre ha escuchado y creído en mi criterio.

—No estoy segura, aunque hasta el momento es poco probable.

🔹

Me había despedido de Gloria y esperaba el ascensor en el piso de cirugía. Mi compañera se quedaría un par de horas más, porque tomaría unas clases de reanimación para emergencias médicas. Yo le había aconsejado que obtuviera su licencia propia. Eso también le ayudaría para su carrera médica.

Me percaté de que el ascensor iba descendiendo y suspiré con alivio, ya que quería llegar a casa y celebrar con mi mamá. Llamé a Jesse para avisarle que ya había terminado mis horas.

—Jesse, ¿vienes para mi casa hoy? —le pregunté esperanzada.

—Sí. Traeré champaña para celebrar —se escuchaba ansioso—. Así aprovecho la ocasión para ver a mis padres. Hace más de una semana que no los veo.
Me hacía sentir feliz que me apoyara.

—Gracias... —rechisté un poco para decirle lo que había pensado sobre hacer el amor—. Quería decirte algo. Estaba pensando que quizá... —me petrifico al ver que el doctor Adrián Wayne Milán se dirige hacia mi dirección.

—Jesse, hablamos en mi casa —colgué la llamada.

El doctor de ojos claros me regala una tranquila sonrisa. Se detiene a mi lado, esperando el ascensor con las manos colocadas en los bolsillos de su pantalón. Nos quedamos en silencio por unos segundos que parecieron eternos. Lo único que podía escuchar era el cómo le llegaban interminables notificaciones a su teléfono. Sin embargo, este las ignoraba como si nada estuviese sonando.

—Así que no acostumbra a traer estudiantes a su oficina de guardia —comenté con sarcasmo para romper el incómodo silencio—. Vaya... Eso es halagador. Y muy admirable, por cierto.

Movió solo un poco su rostro y sus ojos verdes comenzaron a mirar mi boca.

—"Admirable", con la excepción de sus enfermeras. ¿No es cierto, picarón? —insistí al enarcar las cejas.

Su semblante cambió y sus ojos claros se achicaron.

—Hacen su trabajo. Deben entrar y hacer lo que les corresponde —me informó con suma seriedad.

Se abrieron las puertas del ascensor y entramos.

—Claro —me reí sin gracia.

Él permaneció muy cerca de mí, recostado sobre la pared del ascensor, aún con las manos en los bolsillos de su pantalón. Pude sentir cómo me observaba sin ningún tipo de timidez.

—Todavía no comprendo muy bien su sentido del humor. No soy tan listo como usted —me miraba con curiosidad, como si lo estuviese diciendo en serio.

«¿Qué? ¿Cómo podía decir eso?».

—¿Listo cómo yo? —sonreí con sarcasmo.

—Sí, eres lista. Solo que a veces... —estaba pensando cómo comentarlo—. No sabe como sacarle el mayor provecho.

—Lo estoy haciendo en este lugar, ¿no cree? Por eso hoy estoy dirigiéndome a usted, doctor Wayne.

—No me refiero a lo profesional. Esa brillantez y tenacidad también serían útiles para las situaciones del diario vivir. Para la vida...

—¿Por qué lo dice? ¿Porque no me estoy aprovechando de la hospitalidad de usted? —le pregunté intranquila.

Recobró su postura y se acercó mucho más a mí. Sin embargo, tuve que elevar la cabeza para mirarlo.

—No, jovencita. Es porque esta ciega —me dijo con suavidad mientras me cargaba la mirada.

«¡Maldita sea, su aroma era delicioso! Odiaba lo que me pasaba cuando lo tenía delante de mí».

—¿Estoy ciega porque no me aprovecho de la situación? —le pregunté casi en un susurro. Ya no tenía casi aire al tenerlo tan cerca de mí en un espacio tan pequeño.

—Exactamente, jovencita. Si se aprovechara de mí no estaría ciega —se acercó tanto a mi cuerpo que terminé pegada contra la esquina del ascensor y no me había dado cuenta. Colocó sus manos en la pared, sobre mi cabeza.

Me sentía pequeña y cubierta con su altura.

—Eso es ser creído, doctor Wayne —tragué hondo mientras lo miraba desde mi baja estatura.

«¿No pensaba sacar sus brazos? Necesitaba aire».

—Eso es ser inteligente, Aly —me susurró.

—Doc... Doctor...

—Puedes decirme Adrián o Andy —bajó una de sus manos y la posó en mi mejilla. Podía sentir su tacto, la de una mano fuerte y grande que cubría casi toda la mitad de mi rostro—. Debes ser inteligente con lo que te estoy aconsejando —insistió.

—Es mi supe...

—Ahora no, Aly. Soy solo Adrián —se mordió el labio inferior levemente.

«¿Estaba conteniéndose?»

Mi cuerpo comenzó a temblar. Mi vientre era un mar tropical agitado. Por alguna extraña razón, estaba dejando que tocará mi rostro mientras casi dejaba recostar mi mejilla sobre su palma.

Casi le permito rozar sus labios contra los míos para sentir su perfecta boca. Casi accedí a ser besada por este espécimen que denominé ángel. Hasta que, por obra divina, me percaté de que el ascensor llegaba hasta el final del trayecto.

Entonces, me di cuenta de lo que yo estaba haciendo.

—Doctor... Adrián.

Él me observaba con letanía.

—El ascensor... —le recordé.

Y en ese momento, acabó la magia. Una magia prohibida que me podría causar problemas.

Se recompuso de manera torturante.

«¿Perdió el sentido, casi como lo perdí yo?».

Cuando salimos del ascensor, ambos volvimos a convertirnos en lo que éramos para muchas personas, para la sociedad. Una simple estudiante interna y un médico cirujano de prestigio.

Lo miré directamente, con un poco de distancia.

—Sé inteligente, jovencita —dijo en tono condescendiente mientras me regaló una última mirada llena de profundidad y se giró, dispuesto a marcharse.

Odiaba sentir lo que este hombre me podía provocar. No podía pensar con claridad cuando estaba cerca de mí. Era totalmente prohibido. A pesar de tener un aspecto totalmente angelical y celestial, su masculinidad es imposible de ignorar. Era como un ángel que me quería hacer pecar.

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