Capítulo 75 | Parte 2.
Capítulo 75.
— Lo siento... Lo siento... — Intento contener mi llanto, pero era casi imposible para mi sistema cuando me sentía impotente e inútil. A pesar de que pude desahogar parte de mi enojo con las personas que se lo habían buscado, no era mi manera de actuar. Ni siquiera podía contenerme frente al dueño del hospital. — Doctor, realmente lo siento...
— Primero cálmese, hija. — Continúa palmeando mi espalda con calidez. — Ya luego puede disculparse todo lo que desee. — Enarca las cejas muy expresivo e irónico.
Lo observo levemente con los ojos en lágrimas, con cierto temor de que me regañara. Era bastante canoso. Podría decir que tenía mucha más edad que mi padre. Aún así, parecía una persona cálida y cercana. Tenía una altura muy impresionante, similar a la de Adrián. Portaba su impecable bata médica sobre su traje gris, haciéndolo lucir más impecable e intachable. Ver su reconocido nombre con sus apellidos grabados en bordados junto a las iniciales de su especialidad, me hacía entender que no estaba viendo visiones ni eran ideas mías.
— Es broma, hija... — Se agacha un poco para observarme con más comprensión. — Supongo que está teniendo un mal día, ¿no? — Parece analizarlo. — En éste hospital, ya estamos en la temporada final del internado de la mayoría de mis internos. ¿Puedo pensar que sus exámenes finales la han puesto en ésta tesitura?
— ¿Qué? — Me quedo ojiplática al sorber por mi nariz. — No... Bueno, eso creo...
"Nere, no jodas esto más de lo que está. Su niño bonito es el secreto director de cirugía, Adrián Wayne Milán."
Sin embargo, saca un fino y pequeño pañuelo del bolsillo de su elegante traje gris.
— Tenga... — Me lo entrega de inmediato y lo acepto humildemente.
Algunos empleados y cierta gente del personal pasaban por nuestro lado y murmuraban entre ellos, cambiando su tipo de comportamiento a uno más serio al ver al dueño del hospital.
De inmediato, caigo en la cuenta de que no estoy hablando, o mejor dicho, llorando frente a cualquier persona.
— Discúlpeme por quitarle valiosos minutos de su tiempo. Debe estar muy ocupado o a punto de estarlo.
Me sonríe dulcemente, con una familiaridad que me hace sentir un poco mejor.
— Bah, claro que no. Sólo he venido a ver que todo esté en orden en el Puerto Rico General. Suele ser muy aburrido hacer los chequeos preventivos en cada piso.
— ¿En serio? — Mis ojos se engrandecen a pesar de mis húmedos pómulos. — Digo, entiendo... — Bajo un poco la cabeza.
— Sí, sí. Muy en serio, joven. — Me mira atento, de manera paternal. — ¿Sabe? Tengo una hija más o menos de su edad. No estudia lo mismo que usted, pero se estresa demasiado. ¿Sabe cómo ambos lo resolvemos? Con una buena taza de café o un buen te. — Recompone su imponente y elegante postura. — Venga, señorita Doménech, ¿no? Vayamos por un café y eleve esos ánimos.
— Yo... — No podía creer lo que me estaba pidiendo la figura más importante de éste lugar. — ¿Cómo podría? Qué pena, Doctor Bachelées.
— ¿Tendré que sentirme ofendido porque uno de mis hijitos del Puerto Rico General Hospital le rechazó un café a éste viejo desamparado?
— Oh, no... Yo no he dicho eso, Doctor. — Me pongo nerviosa al instante. Jamás hubiera creído que el jefe de éste hospital fuera tan humilde y lleno de mucho sentido del humor.
— Entonces, interna... — Asiente, simulando superioridad. — Acompañe a éste vejestorio.
De inmediato, su comentario me hace reír a través de mis lágrimas.
— Ya eso es una señal positiva. Reír es una de las mejores medicinas. — Hace una leve seña para que lo siga, lo cuál hago al dudar.
— ¿Y cuál cree que es la mejor? — Camino al responderle en voz baja y tímida.
— Obviamente, el amor. — Asiente con certeza. — Al menos, eso siempre le he dicho a mi esposa. El amor todo lo cura.
— Quisiera creerlo... — Digo entre dientes, pero el dueño del hospital se da cuenta al instante de mi comentario. — Oh... Quiero decir... Qué estaría bien creerlo... — Presiono mis labios, gracias a mi lengua viperina que no ayudaba en nada en éste momento.
— Yo decía lo mismo a su edad, joven. — Ríe cómodamente. — Hasta que conocí a mi esposa.
Sonrío con sinceridad, aunque un poco introvertida. Aún no podía creer que esto estaba sucediendo.
Me doy cuenta que nos acercamos a uno de los ascensores y capto al instante hacia dónde quiere dirigirse, puesto que su oficina está en el penúltimo piso. Al menos, eso tengo entendido.
— Yo... — Trago saliva. — Hay un pequeño problema. — Mientras intento excusarme, el elegante señor presiona el botón. Al abrirse las puertas del ascensor, me ofrece pasar primero.
— ¿Cuál? — Pregunta tranquilamente una vez que ambos estamos dentro. Presiona el botón del penúltimo piso muy despreocupado.
— Es que... Verá, Doctor... Tengo un turno que cubrir en estos momentos. De hecho, mis rondas comenzarán en unos minutos, y no creo que sea posible demorarme más de lo estimado. Quiero hacer esto bien, ya que también fueron órdenes recibidas.
— Entiendo, hija. Pero no tiene que preocuparse de eso en estos momentos. Además, ¿cómo comenzará con su nueva aventura médica de hoy con esos ánimos tan tristes? Siempre le digo a mi hija que no hay mejor trabajo que el que se realiza con gusto, encanto, y ánimo.
— Tiene toda la razón, pero lo que sucede es que recibí órdenes de seguir al pie de la letra mis lecciones de hoy en cirugía general. Presiento que la semana próxima tendré un examen muy cargado de material...
Irónicamente, presentía que era casi seguro...
— Oh, tiene órdenes del Doctor Wayne Milán.
— Sí. Exactamente, Doctor. — Asiento con timidez. — Eh... Es quién maneja el departamento de cirugía general si usted no está presente. — Omito el hecho de que ya sé que el ojiverde es el director como tal.
— Por tal motivo, no debe preocuparse de lo que él diga o haga mientras yo esté, joven. — Palmea mi hombro con despreocupación. — Además, Adrián Wayne Milán ha sido mi pupilo desde hace varios años. Si alguien tiene que hacer lo que yo diga, es él. Él sabe que hay muchos motivos para que haga lo que se le diga.
Sabía que se refería al puesto tan importante que muy pronto haría público y que éste señor le había ofrecido.
"Mierda."
— Tranquila, señorita Doménech. Si tanto le preocupa, la dejaré ir tan pronto termine su taza de café. — Mira su reloj de muñeca. — De hecho, ya debe estar recién hecho.
Niego un poco, perdida de sus acciones tan humildes y repentinas.
— Gracias por su... tiempo, Doctor Bachelées. La verdad es que jamás pensé que podría conocerle tan de cerca. Es una persona tan enminente e importante para éste lugar que...
— Tonterías. — Ríe al interrumpirme. — Ya debo imaginar todos los rumores que han dicho de mí... — Niega con diversión. Su sinceridad me hace sentir cómoda de inmediato. — ¿Qué soy un monstruo? ¿Un esclavista de internos y residentes? ¿Cuál rumor es más divertido creer?
— Yo jamás he dicho que lo sea, Doctor. — Toco mi barbilla, pensando que realmente eran los rumores de pasillos. — Pero sí que debe actuar muy bien...
— A veces es necesario para implantar un poco de respeto. Nada más. — Se encoge de hombros. — Es cuestión de medidas laborales. Tenemos que atenernos a eso de vez en cuando, para mantener el orden aquí. Pero si usted es una persona comprometida y responsable, no creo que tenga ningún problema.
Me doy cuenta que estábamos llegando al penúltimo piso de éste gran edificio. El Doctor Bachelées se acerca justamente dónde se encuentran los botones del ascensor, esperando que las puertas se abrieran.
— Igual sucede con mi pupilo. — Me informa, pero trago saliva con disimulo. — Adrián Wayne es un buen muchacho, un buen médico que se desvive por sus pacientes de ser necesario. Así que no le tema si necesita de su ayuda en sus rondas de cirugía. — Enarca las cejas con seguridad. — Es de los mejores en la especialidad, y estoy seguro que podría ayudarla.
Rasco mi nuca, ocultando mi desesperación. Mi corazón estaba a punto de salirse de mi caja torácica. Metafóricamente...
— Mmm, claro...
Cuando las puertas del ascensor se abren en el mismo lugar por el cuál yo me había largado, dudo en salir del mismo.
Sin embargo, el Doctor Jaime Bachelées es el primero que se toma la tarea de salir del mismo al extender su mano, invitándome a adelantarme un poco para guiarme hacia la lujosa oficina.
Él ni siquiera sabía que ya había estado en éste lugar. Sin embargo, lo sigo con pesadez y con los nervios a flor de piel. Rogaba para mis adentros que Adrián ya no estuviera en la maldita oficina.
Al pasar por el largo e inmaculado pasillo de paredes blancas junto a los cuadros y diplomas médicos de reconocidos especialistas, presiono mis manos con impotencia, queriendo liberal la ansiedad.
— Es aquí. — Me avisa tranquilamente al abrir una de las enormes alas de la puerta y extenderla, dejándome pasar primero.
De repente, me congelo.
— Mi padre me avisó en una llamada que lo tendríamos aquí hoy. — Es lo primero que Adrián comenta mientras percibo que está escribiendo en una postura sumamente profesional. Ésta vez, portaba su bata médica sobre su ajustado traje azul marino. — Bienvenido nuevamente a su hospital. — Ni siquiera había elevado la cabeza ante tal situación que sería tan vergonzosa para ambos.
Me giro rápidamente, dándole la espalda y presionando mis ojos. Necesitaba salir de aquí cuánto antes.
— ¿Qué hace, joven? — El Doctor Jaime Bachelées hace un gesto de mano para que termine de pasar a la oficina. — Es aquí. Venga... — Presiona mis hombros con calidez, haciéndome pasar.
Adrián engrandece sus ojos al instante mientras me doy cuenta que se le caen ciertos papeles junto al bolígrafo que estaba usando. Los recoge al instante al volver a organizarlos sobre el escritorio. Sin embargo, soy capaz de bajar la cabeza con timidez y muy ruborizada.
— Creo que... tiene visita aquí adentro. — Mi voz se ahoga casi en un susurro.
— No se preocupe. Ahora mismo el Doctor Adrián Wayne Milán pasa a ser mi pupilo. — Me guiña el ojo.
— No quiero interrumpirles su reunión. Estoy segura que debe ser importante. — Insisto muy nerviosa.
— Relájese, joven. — El humilde y viejo canoso sonríe con naturalidad. — Las reuniones las tenemos todo el tiempo, así que no hay nada de malo querer sentarse a tomar una taza de café con alguien que se preocupa por el personal del hospital. ¿Qué sería de mi hospital sin ustedes?
— Claro... — Digo entre dientes.
— Hola, hijo. ¿Cómo has estado? — El dueño del hospital lo saluda con suma familiaridad. Se acerca con comodidad y Adrián se levanta del asiento, ruborizado del mismo modo que yo. — Tengo que felicitarte. — Se abrazan calidamente. — Para ser muy joven y manejar mi cargo mientras no estoy, debo admitir que lo haces de maravilla. Me habían informado que ya estabas de vuelta, así que aproveché y vine a verte haciéndote cargo de todo esto.
Adrián se mantiene en silencio, pero asiente educadamente. Intenta parecer tranquilo, pero me conozco tanto sus actitudes que sé lo nervioso que se encuentra en éste momento.
— Espero que no te importe que haya venido acompañado hasta aquí con ésta joven. Casualmente, me la he encontrado camino a sus rondas. — Me dedica una mirada acogedora y llena de calma. — Pero le he insistido a que se tome una taza de café conmigo. He escuchado hablar tanto de ella que no vi mejor momento para conocerla un poco más.
— Creo que le había dado una orden a ella bastante consistente, Doctor Bachelées... — Carraspea levemente. — Pero claro, es su hospital... — Adrián esquiva mi mirada, algo sonrojado.
"Por Dios, que tortura..."
— Y espero que algún día sea tuyo, hijo. Pero debes dejar de ser tan protocolario un rato, por el amor de Dios...
— ¿¡Qué!? — Miro a Adrián con sorpresa. Sus ojos se fijan en los míos, pero frunce sus labios. — Es decir... — Dudo en preguntarle al dueño del hospital, pero no puedo evitarlo. — ¿Él será el sucesor después de... usted? — Trago saliva.
— Eso espero, hija. — Me sonríe y se dirige hacia una mesita dónde se encontraba la cafetera con varias tazas. — Difícil se me ha hecho convencerle para que tome el puesto como director del departamento de cirugía, así que podrá imaginar lo tedioso que será convencerle de que sea mi sucesor en todo aspecto. — Mientras continuaba informándome con suma normalidad, Adrián no despegaba sus serios ojos de los míos.
— Ay, por Dios... — Me expreso abiertamente y muy sorprendida al escuchar una información tan importante como esa. Ni siquiera pude disimular mi maldita impresión.
— "¿Ay, por Dios?" — El Doctor Jaime Bachelées ríe con diversión. — ¿Eso es bueno o malo? — Al preparar tres tazas de café, las trae en una bandeja.
— Eso es... ¿Bueno? — Me muerdo la lengua al ver que estaba metiendo la pata hasta el fondo.
— Siéntese... — Vuelve a reír, pero me siento de manera automática junto al escritorio que de momento era de... ¿Ambos? — Ya verá que mi muchacho no es tan malo como cree. — Me avisa, refiriéndose a Adrián.
El ojiverde enarca las cejas al escuchar el cometario del Doctor Jaime Bachelées. Sin embargo, no podía disimular mi shock.
— ¿Eso piensa? — Adrián bufa una sonrisa sin ganas. — ¿Qué soy malo? — Aunque el cometario era para mí, lo dice directamente para el dueño del hospital. — Sólo es apariencia. ¿Verdad, Jaime? — Clava su verde mirada en mí.
— La verdad es que tengo ganas de ese café, Doctor Bachelées... — Evado a Adrián.
— No se diga más... — Me entrega una de las tazas de café que había preparado al sentarse en el otro asiento de visitas junto a mí. Coloca la bandeja con la tazas restantes sobre el escritorio para que Adrián tomara una.
Al probar el café, me doy cuenta que no estaba totalmente a mi gusto. Sin embargo, hago el sumo esfuerzo de beberlo con calma.
Adrián se da cuenta y es capaz de dirigirse hacia la mesita dónde se encontraba la cafetera. Luego, vuelve a nuestra dirección y me entrega tres pequeños sobres de azúcar. Estaba ganando tiempo para disimular la impresión de tenerme aquí junto al dueño del hospital.
— Jaime acostumbra a echarle sólo uno de azúcar al café. — Me dice indirectamente, indicándome una vez más que sabía cada detalle de mí. Se sienta en el mismo lugar de antes, junto a su escritorio y cruzando sus manos de dedos largos. En sus expresiones podía ver lo curioso que se sentía al tenerme de nuevo aquí. — ¿Sucedió algún problema? — Nos pregunta a ambos.
— Claro que no, hijo. ¿Cómo crees? Sólo la he traído para conversar con ella un rato y calmar esa crisis que nos da a todos en algún momento dado de nuestras largas carreras.
Adrián achica los ojos y nos mira a ambos con atención al fruncir el ceño.
— "¿Crisis?" — Ahora dedica su total atención hacia mí, examinándome con más calma. Traga saliva con disimulo.
— Créame, Doctor Bachelées... No es nada del otro mundo. — Me encojo de hombros. — Sólo que hay días más pesados que otros. Y aunque no lo crea, también hay personas que se ponen en ese plan. Ya sabe... Pesadas.
Adrián carraspea muy leve y baja la cabeza un poco.
— A cualquiera puede darle una pequeña crisis de estrés, pero nada que no se pueda arreglar. — Continúo. Le sonrío ampliamente al dueño del hospital, quién me escuchaba con total atención mientras le daba un sorbo a su café y asentía.
— Es curioso. — Se explica. — Siempre me hablan de nuestros estudiantes y de cada personal de éste hospital que amerite importancia. Claro, además de los pacientes. — Asiente, aún con su taza de café sobre sus manos. — Debo decirle, jovencita, que me han hablando maravillas de usted. No sólo por rumores de pasillos, sino por médicos pasantes. Sin embargo, más importancia le di cuando ambos Doctores Wayne, padre e hijo, me hablaron de usted.
— Jaime, ¿no teníamos que reunirnos para hablar de los próximos planes con el hospital? — Adrián nos interrumpe bastante ruborizado. — Podemos pasear por el edificio o desayunar mientras lo discutimos. Mi estudiante debe atender sus deberes en la mañana de hoy.
— Su estudiante, Doctor Wayne, es también mi estudiante. — Zanja. — Y así como me preocupé por usted cuando era un novato que lloraba en silencio por la ansiedad que le causaba querer ser mejor médico cada día, también debo responder por ella y por los demás.
Adrián Wayne Milán baja la cabeza y acepta diligentemente, sin emitir ni una palabra.
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