Capítulo 72 | Parte 2.
Capítulo 72.
— ¿Qué haces aquí? — Es lo primero que Amanda pregunta al girarse desde el asiento dónde se encuentra. Aunque me observa con curiosidad, su mirada denota el mismo fastidio que me dedicó Bárbara.
Sin embargo, soy capaz de ignorarla al continuar caminando con lentitud, dirigiéndome hacia el lujoso escritorio de Adrián, quién no despegaba sus fulminantes ojos de mí. No parecía a gusto con la situación, pero se mantenía en su posición.
Él sabía a qué había venido, puesto que mi mochila estaba perfectamente colocada sobre una parte del escritorio.
— ¿Disculpa? — Amanda insiste al ver que para mí ella no existe. — ¿A caso no has visto que estábamos en medio de un asunto?
— ¿Me pasas mi mochila? — Asesino al ojiverde con la mirada, pero no hace ningún gesto o movimiento. — ¿No? — Enarco las cejas al retarlo directamente.
Al ver que decide estar en su testarudo trance, yo misma decido acercarme más y sujetar mi mochila. Al hacerlo y girarme sobre mis pies, se levanta con cierta frustración, pero se mantiene en silencio.
Cuando comienzo a caminar para largarme con la furia y los celos dentro de mí, percibo que se gira, dándonos la espalda a las tres.
— No te vayas. — Espeta al mirar por la ventana.
— Tengo cosas que hacer. Órdenes que acatar en el trabajo.
— Es una orden. — Zanja. — No te... vayas. — Traga saliva.
— Jah, no puedo creerme esto... — Murmuro por lo bajo al girarme un poco.
— ¿¡Qué!? — Amanda se indigna y se levanta del asiento dónde se encontraba. — ¡Pero estábamos en un asunto laboral, Adrián!
— ¿Asunto... laboral? — Pregunto insegura al fruncir el ceño.
— Ya le dije que eso no es asunto mío ni me corresponde, señorita Casanova. — Le habla de manera profesional. — No tengo la posición ni el poder necesario para realizarle un contrato laboral en éste hospital. — Miente mientras continúa observando por la ventana.
— Doctor Wayne... — Ahora es Bárbara quién se indigna. — Pensaba que usted tenía ese poder cuando el Doctor Jaime Bachélees no se encontraba. — Interfiere e intenta imponerse de inmediato. — Si él no se encuentra, usted es el que ésta a cargo. Lo sabe...
Me sorprende la complicidad de ambas mujeres, lo que causa que ponga los ojos en blanco y continúe mi camino.
— Ah, pero miren qué bien... — Asiento con sarcasmo y veo como la espalda de Adrián se tensa una vez que me detengo en la puerta. — Qué lindo... Una petición de trabajo para que las orgías sean más consideradas y estén al alcance del controlador y manipulador Doctor Wayne Milán.
— Jovencita... — Susurra fríamente.
— Sin embargo, mi tiempo es importante y limitado. — Bufo. — Verán, para mí es mucho más importante estar al pendiente de que los pacientes estén saludables, a tener que recibir los desperdicios biomédicos.
— No hables lo que no es. ¿Sí? — Adrián me regaña muy tajante. — Te he dado una orden. — Me recuerda.
— Tengo turno. — Me giro con fastidio.
— Yo más que nadie lo sé. — Gruñe. — Quédate.
— Es injusto. Lo sabe, Doctor Wayne. — Recalco, recordándole sin decir mucho que está utilizando su secreto puesto a su conveniencia.
Ignora mi imposición.
— Enfermera Bosch, dirija a la señorita Casanova fuera de las instalaciones. Seguramente, tendrá que visitar otros hospitales o centros de salud.
— ¿¡Qué!? — Ambas chillan sorprendidas, quéjicas.
— Estoy seguro que a ella podría interesarle otras oportunidades de trabajos más accesibles en otros hospitales de la región. — Adrián vuelve a zanjar con más seguridad.
— ¡A mí me interesa trabajar en éste hospital, Adrián! ¡Es el más prestigioso del país! — Espeta Amanda. — ¡Y si no tienes el poder para tratar dichos asuntos laborales, lo haré con quién esté a cargo de éste lugar!
Me cruzo de brazos al bufar una carcajada llena de indignación.
— Retírense. — Adrián insiste. — Ambas.
— ¡No es justo, Andy! — Amanda se queja con impaciencia. — ¡No es justo que no le eches la mano a una amiga que siempre ha estado contigo, y más en los momentos difíciles!
— Ay, basta. — Decido seguir mi camino.
— ¿Crees que no estoy hablando en serio? — Las palabras de Adrián van dirigidas a mí con seriedad y enojo. — Trae tu lindo culo aquí y permanece. Tenemos que hablar.
— Ahora quieres hablar...
— ¡Aún no entiendo cómo dejas que te hable así! — Amanda inquiere con desaprobación. — ¿¡Por qué dejas que ella te trate de ésta manera!? ¡No tiene porqué hacerlo!
— ¿Y quién lo dice? ¿Tú? ¿Una desagradecida? — Rio con desprecio al sentir cómo la furia corroe por mi cuerpo. — Realmente, mi amigo Kenneth tenía razón. Debí explotarte una teta cuando me lo pidió.
— ¡Cállate! — Se altera, pero veo en sus ojos como espera que él la defienda. — Calla tu maldita boca y haz lo que mejor sabes hacer... Ser una estúpida ingenua.
— Me resulta muy gracioso que aún creas que la ingenua soy yo. Tan ingenua como para estar parada justo aquí, y no precisamente para suplicar un trabajo, sino porque me he ganado estar en éste lugar. Si no me creen, pueden preguntarle a éste ser. — Hago un gesto de cabeza con la intención de señalarlo.
— Aly. — Adrián me llama entre dientes y presiona sus manos con frustración. — ¿Qué tal si tu lengua viperina y tú se acercan a mí? ¿Ahora? — Me mira casi en una suplica. — ¿Por favor? — Intenta hacer lo que más le cuesta.
Ceder...
— Hace un rato era yo la que te estaba pidiendo que detuvieras tus berrinches. ¿Y qué hiciste? — Me echo mi abundante cabello hacia un lado. — Salir corriendo hasta aquí y rodearte de escorias.
— Estás hablando sin saber, lengua viperina. — Me advierte muy autoritario.
— Así como lo haces tú, sin pedirme una jodida explicación. ¿Cómo se siente? Muy bien, ¿verdad?
— ¡Doctor Wayne! — Bárbara vuelve al ataque. — ¿¡Es que no le dirá nada!? — Le sorprende que se mantenga tranquilo al escucharme.
— ¡Ni que éste hombre fuera mi padre! — Les digo a ambas y me cruzo de brazos al darle la espalda a Adrián. — Pero ya que están acostumbradas a seguir órdenes como mascotas obedientes... ¿Por qué no se retiran de una vez? No queremos que las regañen, ¿verdad? — Sonrío ampliamente.
— Aly... — Escucho como Adrián intenta mantener su respiración relajada. — ¿Ya has acabado? — Pregunta, bastante asimilado de mi actitud revolucionaria.
— Pero que pregunta más estúpida, Wayne. — Rodeo el escritorio al negar con indignación y retarlo con la mirada desde mi baja estatura. — ¿Cómo te atreves a preguntarme si he acabado, cuando eres tú el que no controla ese humor tan hijo de puta?
Amanda intenta acercarse para defenderlo, pero él la mira directamente y niega con la cabeza, indicándole que no se acercara sin decirle ni una sola palabra.
Rio socarrona, molesta, enfada, y muy encabronada.
— Esa pendejada jamás la tendrás de mí, ¿me oyes? — Le hago un gesto de cabeza, refiriéndome a las acciones tan bajas de sus ex-amantes.
Se queda en silencio, recibiendo cada reclamo de mi parte con asimilación y control. Se muerde el labio en un leve gesto y percibo que intenta contener lo que creo como una muy breve sonrisa.
— Tal vez si te sientas y callas esa lengua viperina, pueda hacer mi parte.
— No me interesa hacerte caso en éste momento como hombre, sino como médico. No me sentaré. Y lo que debas decirme, que sea malditamente ahora.
— Soy tu jefe.
— Y yo una interna que desea hacer el trabajo que me corresponde.
— ¡Adrián, ella no te merece! ¿¡A caso no ves el poco respeto que se gana de ti!? ¡No merece ni un milésimo segundo de alguien como tú! ¿¡Cuando te vas a dar cuenta!?
— ¡Fuera! — Gruñe, botándolas de la lujosa oficina. — Precisamente, mi tiempo es limitado. — Recalca fuera de quicio y muy imponente. — No puedo ofrecerte trabajo, Amanda. No está en mis manos. — Insiste con su mentira. — Y tú... — Le advierte a Bárbara con un gesto de cabeza. — Regresa a tu turno. Aún no entiendo porque sigues aquí, cuando sólo te pedí que me trajeras los análisis que se realizaron ésta semana.
Vuelvo a girarme sobre mis pies, dándole la espalda al ojiverde. Alzo la mirada imponente como él lo haría y mis labios se expanden en una sonrisa maliciosa.
— Pero Doctor...
— Pero nada, enfermera Bosch. — La interrumpe al instante, abrumado. — Ya basta de querer hacer lo que le da la gana en el trabajo. — La regaña de manera profesional. — Acate el comportamiento que se debe en éste hospital y deje de tomarse la confianza de disponer o no en mi presencia. ¿Estamos claros en eso? ¿O necesita que se lo demuestre en un documento de sanción firmado por mi puño y letra?
— Mmm... No... No, Doctor... — La voz se le quiebra por los nervios y a la vez por la impresión. Asiente entre dientes y se marcha como un perro con el rabo entre las patas.
— Es increíble a lo que te ha llevado Nere, Andy... — Inquiere Amanda con una expresión de decepción. — Te está quebrando desde adentro, haciendo que pierdas tu verdadera personalidad e identidad... Una que yo acepto y comprendo.
Siento que él se acerca más a mi espalda y lo miro por el rabillo del ojo.
— Mi estudiante y yo tenemos deberes el día de hoy. — Susurra, abrumado por sus palabras. — Si no le importa, el tiempo es oro.
— Ya escuchaste lo que dijo. — Amanda insiste. — Ella jamás te dará todo lo que necesitas. Por eso yo sé que sí te amo de verdad.
— ¡Fuera dije! — Levanta la voz con autoridad.
Sin embargo, a Amanda le costó darnos la espalda. Era como si no pudiera aceptar lo que sea que yo tenga con éste complejo ser.
Al acercarse a la puerta, nos mira con un odio que me resulta extraño y escalofriante. Luego, al abrir una de las alas de la puerta, me doy cuenta que Garret la esperaba para escortarla hasta el ascensor.
— Doctor, ¿necesita algo más? — Pregunta la enfermera Garret muy atenta de su jefe.
— Sí. No quiero que me vuelvan a interrumpir ni que me traigan visitas sin una cita programada. Sabes que no me gustan estos numeritos.
Una vez que Amanda se retira de la puerta, la enfermera Garret entra a la lujosa oficina por unos segundos, mirando en todas las direcciones para, al final, dirigirse a él, dándole las quejas.
— La enfermera Bosch había prescrito en una cita de consulta que usted recibiría hoy a la señorita Casanova. — Niega incrédula. — Es por eso que la hice pasar.
— Comprendo. — Roza sus largos dedos en su mentón y lo entiende al instante.
— Lo siento. — La enfermera Garret se disculpa con sinceridad.
— Tranquila, Garret. No es tu culpa. — La apremia con sinceridad. — Tomaré cartas en el asunto.
— Mi disculpa no es para usted, bombón. — Lo corrige con atrevimiento. — Es para ella... — Me señala. — Por causarle sin querer más dolores de cabeza de los que usted le debe dar. — Lo mira como una madre enojada. — Permiso... — Se retira.
En el momento que nos quedamos sólos, me giro, esperando la primera orden de la mañana de mi turno en cirugía general.
Sin embargo, me da la espalda al girarse para sentarse junto a su escritorio.
— Siéntate. — Solicita al recostarse del respaldar y colocar de mala manera uno de sus teléfonos sobre el escritorio. Luego, coloca una pierna sobre la otra, mirándome a los ojos seriamente.
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