Capítulo 71 | Parte 2.

Capítulo 71.  

En el suelo de la ducha, junto mis piernas y las rodeo con mis brazos, arrinconándome en una esquina junto a las baldosas mientras mis lágrimas caen y se mezclan con el agua que cae y me salpica.

— ¿Por qué te comportas así conmigo? — Siento mi cuerpo tenso. Lloro en voz baja al esconder mi rostro entre mis piernas y mis brazos. — Lo único que hago es amarte y lidiar con tus demonios.

A pesar de que soltaba cada aliento con esfuerzo, mi dolor no quería cesar. Sentía como mi corazón se arrugaba cada vez que volvía a recrear en mi cabeza su negación, en su forma tan volátil y radical de pensar en cuánto a su persona.

*****

Me había tomado unos minutos para llorar e intentar sacar la frustración de mi sistema. Sin embargo, en mi interior, sabía que no podría permanecer más tiempo en éste lugar, lamentándome y llorando sin llegar hasta las consecuencias en algún momento.

Además, el día apenas comenzaba para mí. Al menos, debía centrarme un poco y dejar que la situación fluyera. Tenía que dejar que los sumos se calmaran en mí, o quizá podría ser peor de lo que me temo.

Me levanto del suelo con pesadez al lavar mi cara y mi cabello sin ganas. Luego, lavé mi cuerpo, con la mente en otro lugar. Ese sitio era, irónicamente, en la mente de Adrián.

Suspiro con exasperación al continuar lavando mi cuerpo, dejando que el chorro de agua caiga sobre mí.

Al salir, me sequé y envolví la toalla sobre mi cuerpo para dirigirme hacia el cuarto de descanso y buscar mi ropa. Sin embargo, me sorprende encontrarla doblada sobre el mueble.

"Quiere que me marche lo antes posible." Pienso al quitarme la toalla y comenzar a vestirme con la mirada caída y triste.

Mi teléfono suena al instante con insistencia. Al parecer, Adrián o la enfermera Garret lo había colocado sobre la mesita.

Decido responder sin ganas.

— Hola, Jim.

— Hermanita, ¿todo bien? — Pregunta rápidamente, como si estuviera liado. — Es que... Uf, carajo... Realmente, tuviste una emergencia, ¿no? — Se preocupa al instante y caigo en la cuenta de que había perdido la noción del tiempo aquí adentro.

Miro la hora en la pantalla del teléfono y vuelvo a colocar el auricular en mi oreja mientras continúo poniéndome el uniforme azul. Aún no eran ni las 10:00 de la mañana. Prácticamente, mi ropa estaba limpia, puesto que la tuve puesta muy poco tiempo.

De repente, caer en la cuenta de eso, sólo aumenta mi ansiedad y la impotencia de que, al final, Adrián esté tan testarudo después de hacerme pasar una de las mejores noches de mi vida.

— Sí... Eh... ¿Nos vemos en la tarde? — Intento no hablarle mucho para que no sospeche de mi pesar.

— ¿Doblarás turno?

— La verdad es que no. De hecho, debo trabajar hoy también. Al menos, hasta las 3:00 de la tarde.

— Entiendo... — Por su tono de voz, sé que duda.

— ¿Dónde estás? Espero que le hayas avisado a nuestros padres...

— ¡Claro! ¡Ellos fueron los que me mandaron a llamarte!

— Ay, éste niño con la lengua suelta... — Escucho cómo mi padre se queja en murmullos.

— ¡Ya, padre! — Se queja Jimmy. — ¡Ella está bien! ¡El verdadero curioso eres tú queriendo averigüar, por Dios!  — Aunque Jimmy no me convence que se haya creído que trabajé anoche, sí logra convencer a mi padre.

— Están aquí conmigo. — Vuelve a hablarme a través del auricular. — Iremos a comprar algunas cosas que faltan para mi fiesta... — Canturrea muy atrevido. — De verdad espero que vayan los médicos locos amigos tuyos.

— Jim, yo no sé si...

— Y recuérdaselo al Doc. — Me interrumpe sin darse cuenta. — ¡Estamos ansiosos de recibirlo!

— Yo... Veré que puedo hacer.

— ¡Traerlo! ¡Eso debes! — Insiste muy contento y percibo que está manejando.

— ¡Jimmy! ¡Ten más cuidado, por favor! — Escucho como mi madre se queja.

— ¡Ya sé, mamá! — Murmura Jimmy muy despreocupado. — ¡Oigan! ¡Qué sólo voy a setenta millas!

— Nere, hablo en serio, hermanita. — Vuelve a dirigirse a mí con más prisa. — Además, tengo entendido que abuela Anita estará de regreso hoy.

— ¿¡Qué!? — Me sorprendo sinceramente.

— ¡Ya sabes como es esa adorable vieja pícara! ¡Nos ha dado la sopresa hoy avisándonos! — Continúa.

Abuela Anita vivía la vida viajando todo el tiempo con sus amigas del bingo. Realmente, era una señora muy pícara y alcahueta. Había mantenido la segunda planta de nuestra humilde residencia cerrada por un buen tiempo, gracias a esos viajes locos. Desde que el abuelo murió, ha buscado la forma de ocupar su mente. Y vaya que lo ha hecho...

— No puedo... creerlo. ¿Y la fiesta? ¿Y si no le agrada? — Intento buscar más información, aunque ya la conocía perfectamente.

— Hermana, por favor... Hablamos de abuela Anita.

Niego levemente al poner los ojos en blanco.

— Lo sé, Jim. — Suspiro. — Siempre he dicho que tienes un gran parecido a ella. Tanto en lo vivaz, como en lo pícaro.

— Es irónico, tonta. — Bufa. — Al contrario de eso, siempre he dicho que tú eres la imagen de ella, pero joven.

Aunque me sentía dolida, saber que la tendríamos nuevamente en los altos de nuestra residencia me hacía sentir pizcas de esperanza.

— Será interesante. — Jimmy ríe. — Papá está sufriendo desde ya.

— Y no me lo quiero ni imaginar... — Murmuro al caminar hacia el cuarto de baño y buscar un cepillo para el cabello entre las cosas de Adrián.

Abuela Anita siempre reñía a mi padre. Le gustaba picarlo y hacerle la vida de cuadritos en el buen sentido, como venganza por haberse casado con su hija antes de que terminara de cursar la universidad. Como pago de reconciliación entre suegra y yerno, según la abuela Anita, mi hermano y yo éramos la mejor recompensa que mi padre le pudo obsequiar junto a mi madre.

— ¡Estoy emocionado hasta la puta madre, Nere! — Exclama, sin importarle que mis padres lo estuvieran escuchando.

— ¡Cuida esa boca, muchacho! — Mi padre intenta reñirlo con seriedad, pero ambos no nos creíamos su actuación.

Sonrío vagamente al escucharlos tan felices y unidos. Y aunque en el fondo yo sabía que no era mi culpa, me sentía mal y triste al saber que tengo lo que Adrián no pudo en su momento. 

— ¡Nere! ¡Nere! — Mi hermano no para de parlotear. — ¿¡Te imaginas!? ¡Asistirán todas las personas que más me gustarían que estén! ¡Hasta la abuela Anita!

— Dudo muchísimo que a ella le interese ese tipo de fiesta dónde los pubertos se revolucionan al ver una zona de escape y sentirse lo máximo, sólo porque sienten un poco de libertad.

— Me ofendes, nenita. — Se indigna sin sentirlo. — Tal vez a la abuela no le interese, pero... ¡Ella es lo máximo!

Y bien que sí. Debía tener en cuenta que mi abuela era joven. Había tenido a mi mamá a muy temprana edad. Luego, mi madre me tuvo sin haber culminado la universidad. Así que podría decir que las tres generaciones éramos jóvenes, pero para nuestras distintas etapas.

— Creo que comienzo a tener miedo del día de mañana... — Comento.

— Tenlo, porque te vas a divertir como nunca lo has hecho en tu aburrida vida de cerebrito entre libros.

— Me preocupa que Jesse intente joder o intensificar el ambiente para traer el mal augurio.

— ¡Jesse me puede hacer café en los huevos, mujer! Tranquila, esa basura no interferirá. Estaré pendiente.

— Uf, por Dios... — Me quejo. — Está bien, niño.  — Me doy cuenta que la enfermera Garret entra al cuarto de descanso para organizarlo. Me ruborizo al instante. — Ahora debo dejarte, Jim. — Le aviso al terminar de cepillar mi cabello. — Tengo que prepararme para mi turno. Maneja con cuidado, ¿sí?

Oigo ruidos extraños provenientes del tránsito que se cargan al otro lado del teléfono.

— ¡Jimmy! — Mis padres lo riñen al unísono.

— Perfecto. — Me dice al ignorarlos.

Cuelgo al poner los ojos en blanco. Al sentir que mi cabello aún estaba goteando un poco, decido atarlo en una coleta. Sin embargo, por mis despistes de siempre, me doy cuenta que había dejado mi mochila con mis cosas esenciales en la nueva oficina de Adrián. Es decir, en la nueva oficina del director de cirugía.

— Mier... da... — Presiono mis labios con frustración y me doy cuenta que debo buscarla de inmediato, antes de que ocurra cualquier percance.

— ¡Garret! — La asusto al ver que está recogiendo todo.

— ¡Por Dios, niña! ¡Qué susto me has dado!

— ¡Mi mochila! — Le aviso, pero achica los ojos al colocarse una mano en el pecho, sin comprender mi situación. — ¡La dejé anoche en la oficina de Adrián!

Niega sin entender. Me doy cuenta que cree que me refiero a la que está junto a éste cuarto de descanso.

— ¡En la oficina del director de cirugía!

— ¿¡Qué!? — Mira a nuestro alrededor, como si alguien pudiera espiarnos.

— ¡Sí! — Murmuro en voz baja, algo desesperada. — ¡Debo buscarla de inmediato! ¡Lléveme con usted si no es permitido el paso a estudiantes como yo!

— No creo que sea buena idea... — Me informa con cuidado. Sus ojos me advierten lo que comienzo a creer.

— ¿Lo... sabe? — Trago saliva.

— Jovencita Doménech, yo jamás sé qué es lo que ocurre exactamente con mi jefe, pero le aseguro que conozco cuando no está de buen humor. — Suspira preocupada. — Y hoy no es un buen día para él.

— Puedo... — Bajo la cabeza, un poco desganada. — Puedo suponerlo. Pero sólo recogeré mi mochila y me iré. No pienso... molestarlo. — Me cuesta decirlo.

Realmente, no quiero que Adrián piense que lo quiero asfixiar ni nada por el estilo. Y mucho menos ahora que decidió darme la espalda después de que hicimos el amor anoche y hoy.

La enfermera Garret se acerca un poco más y posa sus manos sobre mis hombros.

— Él es toda una dulzura y a la vez un persistente dolor de cabeza, ¿verdad? — Presiona mis hombros calidamente, comprendiendo mi situación. — Está bien. La llevaré... — Me mira con un dulce recelo. — Pero no me hago responsable de cómo mi jefe actúe o haga lo que quiera en su ambiente de trabajo, ¿bien? Recuerde que yo sólo soy una más que recibe órdenes al igual que usted.

— Lo sé... — Le digo preocupada al guardar mi teléfono en el bolsillo de mi uniforme. Compruebo que mi collar y mi pulsera estén seguros en mi cuello y en mi muñeca para seguirle el paso.

— Entonces, sígame...

*****

Al salir hacia el mundo laboral clínico, me doy cuenta que el ambiente se tornaba cargado y pesado. Sin embargo, sabía que los jueves podrían ser muy tediosos.

Cuando tomamos el ascensor hacia el penúltimo piso del moderno edificio, vuelve a dirigirme por la misma dirección de ayer.

Al detenernos frente a la oficina del director de cirugía, me pongo nerviosa. Más de lo habitual. No puedo evitarlo. El amor de mi vida estaba detrás de la enorme y ancha puerta de doble ala y no se encontraba de buen humor conmigo.

Me sentía totalmente estúpida, porque ni siquiera sabía cuál era verdaderamente el problema para que reaccionara como lo hizo.

La enfermera Garret toca la puerta varias veces. Al cabo de unos segundos, alguien la abre.

La enfermera Bosch sale de inmediato. Me mira de arriba hacia abajo al sonreír maliciosamente y a la vez con un fastidio evidente.

— ¿Qué haces aquí? — Me pregunta con frescura.

— No creo que eso le interese. — Le dedico una mirada llena de desprecio.

— Creo que ésta vez me interesa, niña. — Espeta.

— Enfermera Bosch, no se busque una sanción por puro chiste. — Le dice tranquilamente. — Déjela pasar. Si el Doctor Wayne Milán no desea recibir a nadie, él mismo se lo hará saber.

— Y bien que sí. — Alza la mirada, fastidiada de verme en sus horas laborables. — No sabes lo que has hecho, niñita. — Inquiere, asesinándome con la mirada. — Con tus tonterías y con la estupidez haberte enamorado de un hombre como Adrián, has traído una de las peores consecuencias a éste lugar. Y créeme, ni yo misma me siento tan feliz de lo que has causado. — Se acerca más hacia mí y achica los ojos en advertencia. — Has traído al diablo hasta aquí. Y es lo peor que puede suceder, porque ni siquiera tú podrás hacer nada para sacarlo. — Termina susurrando cerca de mi presencia.

Bufo con fastidio ante sus ojos azules y su rubia cabellera sobre sus hombros.

— ¿De qué estás hablando? No tengo tiempo para pendejases. Permiso... — Esquivo su presencia y abro la puerta de inmediato.

Sin embargo, lo que veo me deja más helada. Adrián estaba junto a su lujoso escritorio, sentado con una postura profesional y con las manos levemente cruzadas. Vestía con su habitual estilo; traje azul marino, corbata negra al igual que sus zapatos, camisa blanca de seda ajustada a sus muñecas con los gemelos en diamantes con la inicial de su nombre. Su cabello aún estaba húmedo, pero algunos mechones rondaban por su frente, gracias al largo no habitual del mismo.

Y para acabar de rematar, Amanda se encontraba al otro lado del escritorio, sentada en uno de los asientos de visitas con un vestido provocativo que dejaba percibir sus piernas cruzadas. Parecía firme y cómoda en su postura.

Percibo detrás de mí como Bárbara también entra a la oficina, queriendo presenciar justo lo que me estaba advirtiendo antes de entrar.

Y aquí estaba yo, en un momento extremadamente incómodo,  entremedio de dos mujeres que harían cualquier cosa con una sola mirada del hombre más manipulador que había conocido, el cuál se había robado mi corazón y mis sentimientos.

Pero ese no era el caso de Adrián, quién no esperaba mi presencia justo en éste momento. Sus verdes ojos se muestran engrandecidos al notar que comienzo a estudiar el ambiente e intento descubrir qué demonios está sucediendo.

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