Capítulo 61 | Parte 2.

Capítulo 61.

Al tomar el ascensor junto a Adrián, trago saliva. Intento mantener la distancia mientras nos dirigimos hacia el octavo piso de éste hospital.

Lo miro a los ojos desde el otro lado del ascensor mientras descendíamos en el mismo. Él se encontraba apoyado sobre la pared con naturalidad. Sus fibrosos brazos estaban cruzados y no apartaba su mirada de la mía.

— ¿Cómo es que puedes afirmar que hoy mismo te has convertido en el director de cirugía general? — Decido aminorar la fuerte tensión sexual entre ambos.

Me sonríe inteligentemente, pero se limita a responder.

— En el pasado, ya había discutido esto con el Doctor Jaime Bachéeles. De hecho, tuvimos muchas reuniones al respecto. Habíamos llegado al acuerdo de que él estipularía en el contrato laboral que me concierne con éste hospital, que cuando yo terminara de realizar mi sub-especialidad, adjudicaría una fecha cercana en la que estuviera apto para ejercer dicho cargo.

— Surge la casualidad de que ese día es hoy. — Prosigue de manera eficiente. Se muestra seguro ante ésta situación de jefe-estudiante. — Siempre he sido sincero contigo en cuánto a esto. — Suspira tranquilamente y se encoge de hombros desde su posición. — Cuando te dije que en unos meses más sería el director del departamento de cirugía, no mentía. Me refería a que se publicaría de manera oficial en unos cuántos meses, Aly.

— O sea qué, ¿se supone que aún yo no lo tenía que saber?

— Exacto. — Acepta. — Se supone que tenías que saberlo en su momento, junto con las masas de éste hospital y con el dominio público de las revistas médicas.

— Entiendo.

— ¿Sí? — Achica los ojos por unos segundos. Se muestra bastante curioso ante mi afirmación.

— Sí, ¿cómo no voy a comprender dicha situación? No me molesta, Andy. — Niego con una sonrisa irónica. — Es lo que sucede cuándo explicas y yo escucho. — Me encojo de hombros desde mi posición. Bromeo con un sarcasmo realista. — Los problemas mentales podrían disolverse de tu mentecita tan especial si cooperas, como lo estás haciendo justamente en éste momento.

— Aunque no lo creas, siempre intento cooperar. — Confiesa tranquilamente mientras lo reflexiona con cierta comprensión. — Creo que desde que te conozco, puedo ser bastante flexible y comprensivo conmigo mismo en cuánto a mi mal genio. — Frunce el ceño al asentir, mirándome a los ojos.

— Sólo a veces, Ojitos Bonitos.

— ¿A qué te refieres? — Pregunta con evidente curiosidad.

— Todavía hay muchísimas cosas que intento comprender de ti. Por ejemplo, el hecho de que detestes hablar de...

— La mujer que me dio la vida. — Me interrumpe deliberadamente. — Lo sé. — Mira hacia otra dirección. Intenta esquivar mi mirada con su ceño fruncido. Quiere intentar demostrarme que no le afecta, pero no logra convencerme. — Dicen que cada ser cosecha lo que siembra, ¿no?

— Sí. — Mascullo, porque sé por dónde quiere ir con su ironía.

— Entonces, digamos que esa persona hoy recibe lo que ha cosechado. — Se encoge de hombros y vuelve a mirarme a los ojos, alzando la mirada con dureza. — Si sembró indiferencia, abandono, y desinterés... es lo mismo que recibirá de mi parte.

Trago saliva, por su forma tan fría y dura de decirlo, como si realmente no le afectara. En el fondo, yo sabía que esto le afectaba fuerte mente. Más de lo que ni siquiera puedo imaginar.

Sin embargo, esto me hace recordar que debo decirle lo que sucedió el otro día en el multipisos, cuando me encontré a la señora Johanna Jiménez, su madre biológica. No quería arruinar el momento ni la sorpresa, por lo que tendría que esperar un poco más.

— ¿No crees qué, devolviéndole todo ese desprecio, estás poniéndote en el nivel que una vez estuvo ella? — Solté de repente.

Ni siquiera había medido mis palabras, pero sé que no había sido adrede, sino que me impresionaba como él podía ser tan radical en ese aspecto de su vida, siendo uno de los médicos mas queridos por los pacientes de éste hospital.

Su mirada se congela en la mía. No le estaba haciendo ni una pizca de gracia lo que había dicho. Se acerca lentamente hacia mí. Su boca se abre un poco, como reflexionando por leves instantes lo que me diría, pero sonó el toque de la alarma de uno de sus teléfonos, lo que causa que mantenga el poco espacio entre ambos.

Cuando sacó el teléfono que continuó  sonando en el bolsillo de la chaqueta de su traje, miró la pantalla por unos segundos. Su ceño se frunció con curiosidad.

— No reconozco el número. — Me informa con extrañeza mientras me doy cuenta que es su teléfono personal.

Sin embargo, decidió ignorar el mensaje, guardando el artefacto al instante, volviendo a fijar sus ojos en los míos, con su cuerpo a pocos centímetros de mi presencia.

Me fulmina con el verde de sus ojos, haciéndome pensar mi atrevimiento por aquellas palabras que para él resultan muy personales.

— Lo siento. — Me disculpo atropelladamente, antes de que él pudiera decir cualquier cosa. — Lo siento, lo siento... — Repito, con el miedo de haber jodido el momento. — No lo dije de mala manera, ni con la peor de las intenciones. — Trago saliva con rapidez al ver que no parpadea ni una sola vez. — Es sólo que... pienso que todos merecemos una oportunidad en la vida para enmendar nuestros errores.

— Esto es distinto. — Susurra. — Para esa parte de mi vida y de mí como persona, no hay remedio alguno.

— Siempre hay una solución. — Inquiero en un susurro, parpadeando repetidas veces al mirarlo directamente a sus ojos. — ¿No confías en mí? — Se me entrecorta la voz.

— No confío en ella. — Frunce los labios. — Es una gran diferencia.

— Yo... — Me quedo sin palabras ante su reticencia sobre el tema. Bajo la cabeza al esquivar su mirada. — Está bien... Discúlpa...

Él vuelve a elevar mi cabeza al posar su dedo pulgar bajo mi barbilla, acercándose mucho más a mi cuerpo, quedando totalmente arrinconada y envuelta bajo su imponente altura.

Aunque presiona sus labios con cierta prudencia, rápidamente, acerca su boca a la mía y me besa con frustración, envolviendo su lengua con la mía.

Cuando respiro con cierta dificultad por el exquisito y cálido sabor de su boca, presiona con más insistencia su dedo pulgar bajo mi barbilla, buscando alivio en el ansiado beso que recibía por su parte. Luego, descaradamente, besa mi cuello y mi hombro con voracidad.

— ¿Y tú? ¿Confías en mí? — Vuelve a recalcar por vez no sé cuál bajo el lóbulo de mi oreja.

Estaba serio, y esperaba una respuesta inmediata. Trago saliva, intentando recomponerme. Al darse cuenta de mi intención, lame mi garganta con ansias. Me hace gemir de forma involuntaria.

Con agilidad, presiona el botón que detiene el ascensor.

— Respóndele a papi. — Insiste y muerde mi labio inferior con seriedad.

— Sí, confío en ti. — Intento colocar mis manos sobre su nuca, pero lo impide al escuchar mi afirmación, haciéndome girar sobre mis pies.

Mi parte posterior queda sobre su parte anterior, haciéndome sentir su insistente y firme dureza sobre mis nalgas.

— Estás aprendiendo... — Susurra sobre mi oreja al presionarme contra la pared del ascensor. — ¿Sabes lo que quiero? — Se muerde el labio inferior sobre mi mejilla. — Quiero hablar sobre esto. — Presiona mi ardida nalga por sus azotes pasados. — Quiero decirte lo que pienso de esto...

Baja mi pantalón uniforme hasta mis muslos. Intento girarme al ver que su descaro quería llegar más lejos de lo que pensé en momentos como éste.

Adrián no me permite darme la vuelta. Presiona mi espalda contra la pared. Instintivamente, coloca su mano sobre mi nuca, siendo dominante, queriendo que me quedara quieta en mi avergonzada posición en el jodido ascensor de un prestigioso hospital.

— Si te portas bien, puede que salgamos lo antes posible de aquí. — Me amenaza tranquilamente. Su ronca voz sonaba muy engreída. — Vamos a comprobar cuánto me echabas de menos. — Sonríe con malicia sobre mi oreja, ejerciendo presión sobre mi nuca mientras su mano desocupada eleva un poco la tela de mi tanga de encaje. — Me gusta... — Susurra fascinado. — La nena tiene a papi muy sorprendido. — Roza su dedo índice al elevar la división de la tela sobre mis nalgas, refiriéndose a mi ropa interior de encaje.

— Andy...

— Silencio. — Tira de mi suelto cabello al inclinar mi cabeza hacia un lado, ofreciéndole mejor acceso de mi cuello y mi oreja. — Obedéceme. — Zanja. — Nadie te hará vivir todo lo que yo sí logro, ¿entiendes?

Gimo en un susurro al presionar mis ojos. Una extraña fascinación de que él me domine se apodera de mí.

— Confía en mí. — Me advierte al dejar de presionar mi nuca. — No te muevas. — Sonríe sobre mi cuello.

Adrián se agacha mientras eleva un poco la camisa de mi uniforme azul, besando el final de mi columna vertebral hasta llegar a mis expuestas nalgas.

Besa vorazmente mi ardida piel marcada por su mano. Siento que sonríe sobre el rojo de mi piel, lo que causa que me remueva con miedo y excitación.

— ¿Aly? — Me riñe con dulzura, y con la intención de que mantuviera mi posición.

Le obedezco como puedo e intento mantenerme en pie, aunque siento sus manos acariciar mis nalgas y parte de mis muslos.

Me muerdo el labio inferior con fuerza para ahogar mis gemidos al sentir cómo muerde mi ardida nalga mientras presiona la otra, entreabriéndola un poco.

Luego, siento como pasea sus manos desde mis muslos hasta la parte anterior de mi cuerpo, colocándolas en mi vientre con la intención de dirigirlas a mi sexo.

Apoyo mi frente sobre la pared, presionando los ojos con más ímpetu. Su malicioso juego me tenía encantada, pero a la vez muy asustada.

Mi corazón late desbocadamente mientras pienso que él es el único hombre a quién le dejaría hacer todo lo que logra con todo mi ser.

— Claro que soy un descarado sin remordimientos. — Se burla de mí con sensualidad al afirmar lo que le había dicho en la lujosa oficina.

Sus dedos se pasean por el interior de mi tanga, tocando mi clítoris con experticia, como si supiera exactamente lo que debe hacer para lograr joderme en su juego.

Sujeto su cabello con vehemencia desde mi posición, por la impresión y la fuerte excitación que me estaba causando de ésta manera.

Inclino mi cabeza, de manera que los mechones de mi cabello caen sobre su cabeza. Pero eso no impide que maneje mi cuerpo, logrando que me doblara un poco.

— Buena niña... — Plasma un beso sobre mi ardida piel.

Adrián comienza a masajear mi clítoris desde su posición, agachado. Me arqueo sobre sus descaradas manos que juegan con mi excitación.

Gimo dulcemente, torturada por el friolento placer que me estaba causando en un lugar como éste.

— Baja la voz. — Masculla en un dominante susurro.

Sus caricias en movimientos circulares se vuelven más insistentes. Sabía que no me haría esperar por el lugar en el que nos encontrábamos.

Es increíble como me domina a su gusto en un momento tan inoportuno como la posición en la que me encontraba. Sabe que apesar del comportamiento tan posesivo con el que actúa, lo estoy disfrutando de primera.

Su mano derecha comienza a ascender y descender sobre mi sexo, humedeciéndolo aún más. Con su mano izquierda logra introducir dos dedos, el índice y corazón, siendo profundo y manteniéndolos justo ahí, sin moverlos. Su intención era ejercer presión sobre mis pliegues mientras tocaba mi clítoris, frotándolo y endureciéndolo para que perdiera el control de mi cuerpo justo en el momento.

— Se buena conmigo... — Lame mi marcada piel y luego la muerde con fascinación, lo que causa que mi excitación se exalte. — Sabes lo que quiero, jovencita... — Me incita al masturbarme con más vehemencia.

Cuando se dio cuenta de que yo tenía dificultad para contener mis gemidos, recompuso su postura, sin apartar sus manos de mi sexo. Su rostro se dirige hacia el lóbulo de mi oreja, tirando de ella.

— Mmm, papi rico... — Gimo, provocando que se altere con encanto.

Se muerde el labio inferior, siendo insistente con su dedo corazón, introduciéndolo una y otra vez con rapidez.

Presiona su cuerpo contra el mío y muerde mi hombro fuertemente. Sabe que estaba a punto de llegar a un clímax liberador.

Papi está encantado... — Susurra muy controlador. — Pórtate bien y dame lo que quiero. — Palmea mi culo con su mano desocupada. — Ahora, Aly.

— Sí... — Gimoteo, casi sin voz.

— ¿Sí? — Mientras me masturba con ímpetu, posa su dedo pulgar sobre mi clítoris.

— Sí, Andy...

— Sin tanta habladuría, Aly... — Con su mano desocupada, vuelve a azotarme con más firmeza. — Me lo das...

Su mano es como una torturante espiral sobre mi entrepierna, presionando mi ansiado orgasmo un par de minutos más.

Mi cuerpo comienza a temblar con una mezcla de adrenalina por el miedo a demorar un minuto más, y por lo deliciosamente vergonzoso que está siendo ésta íntima situación para mí.

Es fascinante como éste espécimen me hace sentir vergüenza a la vez que un disfrute ansiado.

Apoyo mis manos sobre la pared del ascensor, frustrada por no poder gemir y liberar tranquilamente las endorfinas de mi sistema con éste prohibido placer.

Cuando comencé a gemir casi en un chillido doloroso, Adrián tira fuertemente de mi cabello, causando cierto grado de dolor que estaba siendo agradable para mí en el momento.

— Te aguantas. — Me ordena. Quería que me mantuviera callada mientras llegaba al orgasmo con descaro sobre sus expertos dedos.

Y lo intento. Intento calmar los gemidos que escapaban de mi boca automáticamente. Me remuevo con la presión de su cuerpo. Sin embargo, como puedo, intento buscar su boca como alivio.

Cuando mi perdida mirada encuentra la suya, se dio cuenta de mi ansiado deseo por un beso suyo, el cuál me dio con fascinación y sin rechistar en el acto, absorbiendo mi boca al desvanecer mis gemidos en el sabor de sus labios.

Tira de mi cabello con más firmeza para manejar mi boca a su gusto, controlando el vaivén de mis labios y de su lengua jugando con la mía.

Cuando siente que mi respiración se estaba acompasando con serenidad sobre su exquisita boca, abre sus ojos, aún besándome, mirándome con seriedad.

— Mía. — Zanja sobre mi boca.

— Tuya...

Sonríe de forma dominante ante mi afirmación. Luego, me suelta con rapidez y vuelve a agacharse con descaro. Presiona mi espalda, haciendo que mi cuerpo vuelva a chocar levemente contra la pared del ascensor. Sus manos se dirigen hacia mis nalgas, siendo firme en su acción desvergonzada. Palmea la marcada y ahora mordida piel.

— Dóblate un poco. — Ordena con decisión.

Por la adrenalina que reinaba en mi sistema, soy capaz de obedecerle casi al instante.

— Obedece. — Vuelve a palmear mi nalga con fuerza, lo que causa que me muestre más expuesta para él tanto como desea.

El ojiverde separa un poco mis piernas. Sin esperarlo, siento como su boca se posa sobre mi húmedo sexo desde la incómoda posición en la que me encontraba. Chillo en un bajo susurro por la impresión y por su evidente descaro.

No había dejado que recuperara totalmente el aliento cuando su lengua comenzó a ser aniquiladora, haciéndome sentir la calidez de sus movimientos juguetones y en espirales.

Presiono la tela sobre hombro con frustración, haciéndole entender que volvería a estar perdida en cualquier momento en un placentero éxtasis.

Sin embargo, tiro de la tela de su traje sobre su hombro con más ímpetu mientras siento mis piernas como gelatinas. Me arqueo sobre su boca, siendo descarada y dándole mejor acceso a su lengua.

Suelto la tela de su traje y busco su cabello con desesperación. Siento como los cálidos suspiros de su boca me llenan. Su rostro se introduce mucho más profundo bajo mi entrepierna desde mi posición, sintiendo como su lengua ascendía y descendía sobre mi apertura con alevosía y experticia.

Me aferro a mi destino y recibo el placer que su lengua causa en mi sexo. Gimo en susurros al posar mi mejilla sobre la pared, moviendo mi cintura y mis nalgas sin poder evitarlo. Presiona mis muslos con sus manos, intentando que yo no me moviera.

— Más... — Gimoteo, casi llorosa por el placer abrasador. — Más... Más... Por favor... — Vuelvo a removerme sobre su boca.

Su respuesta fue otro dulce y contundente azote, aún sin dejar de causarme placer con su lengua. Se había mantenido en silencio, concentrado en causarme todo lo que estaba sintiendo.

Una de sus manos se pasea por las curvaturas del lado derecho de mi cuerpo. Sin embargo, aprovecho el momento para sostener su mano y presionarla con fuerza y frustración, sintiendo como otro orgasmo estaba a punto de invadir mi cuerpo y mi consciencia.

Con un potente frenesí, me remuevo bajo su boca, temblando por el placer y sintiendo cómo su lengua saborea los fluidos de mi orgasmo. Mi respiración entrecortada me resulta frustrante al no poder gemir con gusto.

Cuando Adrián logró su cometido, volvió a elevar su postura y recomponerla, manteniéndome en la misma posición.

— ¿Ya ves lo mucho que me echaste de menos? — Me susurra al oído, autoritario. Sujeta mi mandíbula y me hace mirarlo a los ojos desde mi arrinconada posición, impidiéndome el paso. — ¿Ves lo que ocurre cuando te pones en mis manos? ¿Cuándo me confías tu total obediencia? — Sus claros ojos se profundizan, mostrando un color verde más vivo y llamativo. — ¿Quieres saborearte? — Me incita, acercando sus labios a los míos, sedientos de su boca.

Su nariz roza la mía, causando que mi corazón se acelere mucho más al sentir las cosquillas en la boca de mi estómago con más insistencia.

Abro mis labios un poco, haciéndole entender que le doy permiso de cometer su clara intención de besarme con el sabor de mis fluidos.

Su lengua toca la mía lentamente, acariciándola con suavidad. Nuestro beso se profundiza, aunque el vaivén de nuestros labios era calmados y controlado.

No obstante, un leve suspiro de calma se escapó desde lo más profundo de su garganta, como si tenerme a su gusto le llenara totalmente. Siento como su actitud y su carácter tan abrumador e imponente se relaja.

Se agacha un poco al acomodar mi tanga y elevar mi pantalón uniforme. Besa mi nuca e intenta arreglar mi cabello, lográndolo en unos pocos segundos.

Nuevamente, me hace girar sobre mis pies, mirándome directamente a los ojos. Luego, coloca su ancha mano de dedos largos sobre el lado izquierdo de mi cuello, apoyándose del mismo y escondiendo sus ojos justo ahí.

Después de unos segundos que me parecieron eternos mientras él me envolvía y se escondía en los rincones de mi cuello, decide hablar con más paciencia.

Je t'ai menti. Mes sentiments pour toi n'ont jamais changé. Ils ont toujours été les mêmes. — Susurró.

Aún así, no entendía lo que estaba diciendo, más sí me sorprendía cómo lo estaba diciendo. Sea lo que sea...

"¿Qué demonios?" Mi subconsciente y yo nos alertamos.

— ¿Qué? — Me arqueo sobre su cuerpo y él levanta la mirada. — ¿Es uno de los idiomas que puedes hablar? ¿¡Es francés!? ¡Sabes francés! — Mi sorpresa ante sus ojos era evidente.

Sin embargo, mantiene una seria expresión, pero eso no impide que me encarame sobre él y lo bese con más comodidad.

— ¿Qué es lo que ha dicho el brillante Doctor Wayne Milán? — Rio sobre su boca y él se ruboriza en el acto.

— Mmm... Hay que continuar. — Presiona el botón que había detenido el ascensor, para proseguir hacia el piso de cirugía. Está nervioso.

— ¿¡Pero que has dicho!? — Insisto al hacer pucheros. — Te ordeno que me lo digas.

— Nadie me ordena nada. — Enarca las cejas y presiona mi nariz con cariño. Luego, mira la hora en su lujoso reloj de muñeca.

— Debería obedecerme también. No es tan tedioso, fíjese, señor director.

Bufa una sonrisa sarcástica con una expresión de: "Muero con orgullo, pero jamás obedeceré."

— Yo sólo me obedezco a mí mismo. — Espeta. — A que dedicaré mis deseos a hacerte sentir mujer. — Bromea con cierta pizca de seriedad. — Nadie me dice lo que tengo que hacer. — Me fulmina con la mirada. — Nadie.

Sostengo su negra corbata y tiro de ella, acercando su boca a la mía.

— Espero que no se trague sus palabras, Doctor Wayne. — Con mi mano desocupada, agarro su duro y grueso miembro sobre la tela de su pantalón. — Eso de que: "nadie me dice lo que tengo que hacer," es porque yo se lo permito. — Susurro sobre sus labios y él se muerde el suyo con una fascinación que sus ojos reflejaban, tragando saliva. — ¿Estamos, papi rico?

Sin esperarlo, me abraza con locura, como un niño mimado. Intenta remover su rostro sobre mis pechos con reverencia y adoración. Besa mis pechos sobre la tela de mi camisa azul, ascendiendo hacia mi cuello, y luego hacia mi mejilla. Me hace cosquillas con su pulcra barbilla.

— Eres una impertinente y malcriada. — Me abraza con protección. — Ma jolie fille... — Ríe discretamente, provocando mi curiosidad con diversión.

— Agh, ya... basta. Si no me vas a decir qué es lo que estás diciendo, no quiero escucharte. — Me cruzo de brazos y él me mira con una dulce sonrisa de niño travieso.

— Las niñerías para después. — Me roba un casto beso. — Escucha... — Vuelve a mirar la hora en su reloj. — Detendremos el ascensor en el piso siete. Saldré, y tomaré otro hasta el piso de cirugía. — Inmediatamente, capto el propósito de sus instrucciones. — Llevamos encerrados aquí más de diez minutos. Estoy bastante seguro de las situaciones que surgen en éste hospital cuando un ascensor en funcionamiento no está disponible para el personal. Verán quiénes salen de éste, pero no les daremos ese gusto de chusmear. — Levanta la mirada, imponente.

— ¿Cómo lo sabes? — Niego con una sonrisa de oreja a oreja

— Lógica. ¿No me crees? — Me reta con la mirada. — Si me dices que no me crees sobre el hecho de que al abrirse estas puertas en el piso de cirugía estará la chusma averigüando quienes saldrán de aquí, te reprobaré en tu primer examen como interna en rotación de mi especialidad. — Bromea cómodamente.

— No puedes hacerme eso.

— Claro que puedo.

— Sí, pero, francamente, eres demasiado justo en las cuestiones laborales.

Levanta la mirada con suficiencia.

— Como siempre, ágil con las respuestas, jovencita.

Las puertas del ascensor se abren en el piso siete y él sale de inmediato con suma tranquilidad y comodidad. Se gira y me observa desde el exterior.

— Cuando llegues a mi piso, intenta tomarte unos minutos antes de llegar a mi oficina de guardia.

— ¿Qué? — Me pongo nerviosa al escuchar y asimilar que realmente es el director del departamento de cirugía general.

— Hazme caso. — Su sonrisa dulce se ensancha y muestra su perfecta dentadura. — La veré en mi consulta. — Me mira de arriba hacia abajo mientras las puertas del ascensor terminan de cerrarse en nuestras narices.

Cuando el mismo se detiene en el piso de cirugía, tal como Adrián había pronosticado, habían internos y residentes frente a las puertas. Algunos disimulaban con que tomarían el ascensor hacia otro piso, mientras que otros me preguntaban si estaba bien o si había tenido problemas con el ascensor, ya que esos percances no podían faltar en un hospital con un edificio tan extenso como éste.

Una vez que logro evadir a las personas que husmeaban frente al ascensor, tomé otro atajo, dónde el paso del personal del hospital era menos, con la intención de ganar tiempo y pasar por desapercibida.

Cuando llego a la oficina de guardia de Adrián, en dónde se reflejan las luces encendidas a través de la ventanilla de la puerta, sonrío con una emoción rebosante al ver que ya estaba dentro.

Miro hacia ambos extremos del inmaculado e impecable pasillo, como una chiquilla traviesa.

Al entrar, me doy cuenta que él no estaba en la oficina. Me percato que el cuarto de descanso estaba abierto.

Cuando decido continuar hacia el mismo, la luz de la oficina de guardia se apaga y unas anchas manos de dedos largos cubren mis ojos. Siento como su rostro se dirige hacia mi mejilla, sonriendo.

— No seas tan ansiosa y ávida antes de tiempo, ma fille. — El ojiverde plasma un dulce beso sobre mi mejilla.

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