Capítulo 59 | Parte 2.

Capítulo 59.

En cuánto me di prisa, llegué al hospital. Al estacionar mi vehículo en el multipisos del mismo, agarro mi mochila y la coloco sobre mi hombro derecho al guardar el teléfono en el bolsillo de la camisa de mi uniforme.

Mientras más rápido caminaba, intentaba arreglar mi alborotado y abundante cabello suelto. Por la adrenalina del momento, me había olvidado hasta de peinarme.

Cuando cruzo la puerta de la entrada principal del Puerto Rico General, una extrañeza se apodera de mí. Al caminar con más prisa de la que ya era evidente, achico los ojos al ver el vestíbulo principal más tranquilo de lo normal. Lourdes, la secretaria, me saluda a lo lejos con un gesto de mano.

"Qué extraño..." Es lo que pienso al tomar el primer ascensor hacia el piso de cirugía.

Mayormente, cuando hay una emergencia de suma importancia o dictaminada por los mensajes que nos llegan en códigos, el ambiente en éste hospital suele estar bastante alborotado. Sin embargo, hoy no parecía ser así...

Cuando estoy dentro del ascensor y presiono el botón con destino hacia el piso de cirugía, comienzo a arquearme un poco de un lado a otro con cierto nerviosismo, pero también muy ansiosa por saber qué era lo que estaba ocurriendo.

Siento que el ascensor tarda más de lo normal, aunque yo sabía que no era así. Rozo mis dedos por mi frente y algunos flequillos que se asoman. Inhalo y luego exhalo el oxígeno que contenía. Estaba intentando mantenerme calmada y apta para cualquier situación.

Cirugía general es mi meta a largo plazo. Era un sueño que ya sentía más cerca de mis pronósticos. No estaba dispuesta a dejar pasar ni siquiera la mínima oportunidad que se me presentara.

Escucho el agudo sonido del ascensor, avisando que ya había llegado a uno de los pisos y departamentos más prestigiosos de éste hospital. Salgo del mismo con cierta prisa y comienzo a caminar con rapidez, observando a mi alrededor. Achico los ojos cuando me doy cuenta que el personal y los demás empleados trabajaban con normalidad. Todos los que se cruzaban en mi camino estaban a gusto con el ambiente, uno que parecía controlado y para nada alterado como pensé.

No obstante, pretendí seguir mi camino hacia la recepción del piso de cirugía. En el camino, pensaba que alguien se detendría para dirigirme o llevarme al lugar del asunto, pero eso nunca paso.

— Hola, enfermera Figueroa. — La saludo con cierto nerviosismo, esperando que me notificara cualquier situación de la emergencia.

— ¿Sí? — Me mira con extrañeza. Su expresión denota lo malvada y estricta que es. Las cosas en éste hospital jamás cambiarían. — ¿En que puedo ayudarle? — La jefa del piso de cirugía frunce el ceño con desdén, esperando una respuesta inmediata.

— Sí, eh... He venido porque me han llamado para que llegara hasta aquí. — Mi respiración se entrecorta un poco.

— ¿De qué habla? No la entiendo, joven.

— Bueno, resulta que recibí varios códigos en mi teléfono. Notificaban que había una emergencia en el piso de cirugía.

— No, no creo que eso sea posible. — Me dice muy segura. — He trabajado todo el día, y hoy no han surgido percances mayores que no sean cirugías programadas para los residentes de ésta área, entre otros trabajos de esa índole.

— Pero es que... — Me quedo en silencio por unos segundos.

El dispositivo en mi teléfono no podría estar fallando. El hospital había pagado para instalar dicha tecnología con el propósito de mantenernos en comunicación por si ocurría alguna emergencia y para avisar que era necesario que aparecieramos en el lugar de la situación, justo como lo que Adrián utiliza en su teléfono.

— Puede ser un error de código. — La enfermera Figueroa insiste. Se encoje de hombros desde el asiento junto al mostrador de la recepción. — En el pasado ya ha sucedido con algunos estudiantes. Por más avanzada que pueda ser esa tecnología, suele ser frágil en la cuestión de códigos. Créame, si hubiese algún tipo de emergencia en éste piso, el personal de aquí no mostrarían las caras de muertos vivientes que tienen, interna. — Intenta bromear con sarcasmo mientras que yo paseo mi vista por el área.

Era cierto. Nadie estaba alarmado. Ni siquiera estaban ansiosos. Los turnos en las noches siempre suelen ser más pesados y cansinos. Suspiro con pesadez y pienso que había perdido mi tiempo en llegar hasta aquí.

— Supongo... — Comento insegura al encoger mis hombros. Aún me resulta un poco extraño.

La jefa del piso de cirugía me observa desde su posición con más curiosidad al fruncir el ceño con detenimiento y seguridad, lo cuál me resulta más extraño aún.

— ¿No será que viene buscando al director de cirugía? — Me pregunta de repente, lo cuál me hace achicar los ojos.

— ¿¡Qué!? No. — Niego con la cabeza, sin entender nada. — Digo... ¿Por qué razón tendría que verlo en éste momento? — Tartamudeo.

No estaba segura de querer conocer personalmente al director de cirugía. Aún recuerdo la vergüenza que experimenté por querer complacer a la niña que fue operada por Adrián. No me arrepiento, pero en mis expectativas profesionales no estaba bailar y mover el culo delante de los médicos más importantes del Puerto Rico General.

— ¿Segura? — Enarca las cejas. — Estoy comenzando a creer que es por eso. — Masculla y luego suspira al negar con la cabeza. — Siempre inventan excusas para querer verle.

— Para nada, enfermera Figueroa. Se lo aseguro. — Vuelvo a afirmar con más seguridad, pero ella no parece muy convencida.

"¿Qué le sucede?" Pensé, sin entender sus expresiones y sus gestos.

— Está bien. — Afirma con cierto recelo.

Le muestro una vaga sonrisa y reajusto la mochila en mi hombro con más decisión.

— Discúlpe. — Le digo tímidamente para retirarme.

La enfermera Figueroa asiente con seriedad y esquiva mi mirada con despreocupación, volviéndo a los papeles que llenaba con eficiencia.

Al iniciar mi paso para regresar por dónde vine, me percato que la oficina de guardia de Adrián continúa cerrada, pero era de esperarse, así que continué mi paso hacia el ascensor que se encontraba más cerca.

Presiono el botón y espero, ya que el mismo iba descendiendo. Suspiro con pesadez y saco mi teléfono para volver a mirar la pantalla por enésima vez. Pero nada. Ni un sólo mensaje el día de hoy.

— Ya basta, Nere... — Me regaño entre dientes y en un susurro. — Entiende que su vida no gira en base a ti. — Mascullo y presiono los labios con impotencia. Extrañarlo me estaba carcomiendo por dentro.

El ascensor avisaba que las puertas se abriría en cualquier momento, y justo cuando sucede, me encuentro con una de las enfermeras que trabaja para Adrián. La señora mayor con un buen y animado aspecto sale de inmediato y se dirige hacia mí, como si me conociera de toda la vida.

— ¡Hasta que la encuentro! — Exclama la enfermera Garret. — Niña, ¿¡dónde estaba metida!? — Parece sorprendida, y también estaba con la respiración agitada, como si hubiera caminado por cada rincón de éste hospital.

— Yo... ¿A mí? — Me quedo ojiplática.

— No, buscaba al amargado emergenciólogo de la sala de emergencias de éste hospital. — Bromea con su divertido sarcasmo tan espontáneo, justo de la misma manera con la que trata al ojiverde. — ¡Claro que a ti, niña! — Sujeta mi mano con ímpetu y tira de ella, metiéndome al ascensor con exigencia. — Usted llegó más rápido de lo que creí. Creo que por eso le he perdido el paso. Lo siento, era la única manera en la que pude hacerlo.

— ¿Cómo? Espere... — Me fijo que marca el botón del penúltimo piso de éste edificio. — ¿Usted es la responsable de que yo recibiera los mensajes para que viniera hasta aquí?

— Sí. — Acepta con normalidad e intenta calmar su agitada respiración.

— Creí que era urgente.

— Es urgente. — Recalca con seguridad. — Ya lo entenderá.

— Está bien, ¿pero por qué tenía que utilizar ese medio? ¿Por qué no llamarme directamente?

— Lo que debe saber es que yo sólo recibo órdenes de arriba. — Dice, refiriéndose al alto rango del personal.

Achico los ojos y me pongo en alerta al instante.

— ¿A dónde me lleva?

— Iremos a la oficina del dueño de éste hospital. Allí la espera el director de cirugía.

Mis nervios comienzan a aflorar. No estaba lista para una charla con el Doctor Jaime Bachéeles. Ni siquiera sabía para qué demonios me solicita. Tampoco sabría cómo dirigirme a él.

"Maldita sea."

— ¿Qué quiere de mí? Espero que no se trate de ningún problema en cuánto a mis prácticas. — Trago saliva. — Soy muy responsable, y de ningúna manera me atrevería a poner en riesgo la vida de algún paciente. — Intento excusarme inútilmente, como si ella pudiera hacer algo.

— Tranquila. Dudo mucho que el director de cirugía tenga algún inconveniente en cuánto a tus prácticas en éste hospital.

— Eso espero... — Parpadeo repetidas veces y vuelvo a tragar saliva.

Cuando el ascensor llega a nuestro destino, salimos de inmediato. La enfermera Garret se adelanta. Me percato del lugar. Era extenso e inmaculado. Las paredes eran color blanco, la luz que mantenía el lugar alumbrado era muy brillante, y el piso era muy reluciente.

Caminamos por un largo pasillo, dónde resaltaban diplomas, cuadros de honor, e imágenes de importantes médicos de renombre con las respectivas informaciones profesionales. Sin embargo, al terminar de cruzar el pasillo, veo varias puertas. Eran lujosas oficinas.

La enfermera Garret se dirige hacia una en específico. Era la más grande de todas. La puerta era en doble ala, y aunque tenía grandes ventanillas rectangulares, no me acerqué lo suficiente hasta que ella me permitiera el paso.

— Espere unos segundos. — Me dice al girarse, dándole la espalda a la puerta. — Ésta es la oficina del director de cirugía. — Baja su tono de voz e intenta que yo me mantenga tranquila. — Le preguntaré si ya está disponible para recibirla. Es un hombre muy ocupado y nunca se sabe.

— Ya lo... creo... — Siento que mis manos sudan y las uno, presionándolas con nerviosismo.

Cuando la enfermera Garret cierra la puerta tras ella, espero al balancear mis piernas un poco. Los segundos me parecieron largos minutos, aunque volvió casi al instante.

— Puede pasar. — Abre la puerta y la extiende un poco, permitiéndome el paso.

Al entrar, me fijo en la lujosa y escandalosa oficina. Aunque el diseño era muy discreto entre los colores blancos y sólidos, no dejaba de impresionarme. Las paredes tenían extensas y enormes ventanas acristaladas, desde dónde se podía apreciar el tráfico y el exterior de la avenida a una altura más que considerable.

La enfermera Garret continúa su paso, dónde se encontraba el ancho y largo escritorio de cristal.

— Doctor, aquí le traigo a la señorita Doménech. Tal como usted me lo pidió y ordenó.

Aunque parecía estar escribiendo, no dudó en soltar el bolígrafo con tranquilidad. Se recostó del respaldar del acojinado asiento, colocando una pierna sobre la otra con una impoluta elegancia.

Me encuentro con unos impresionantes ojos verdes, unos que tanto conocía y que me ponían nerviosa. Mi Cura Prohibida estaba delante de mis narices, pero por la impresión y el shock, no podía asimilarlo con eficiencia.

Estaba impresionante y radiante con su traje azul marino ajustado a la medida sobre su delgado, tonificado, y fibroso cuerpo. Sin duda, su vestimenta lo hacía realzar su elegante e imponente postura desde el asiento. Su cabello estaba húmedo, por lo cuál sus naturales y castaños mechones se tornaban más largos de lo habitual. Su corbata negra estaba totalmente ajustada sobre su cuello y su blanca camisa de vestir.

Comencé a creer que estaba alucinando por el largo y tedioso día. Sin embargo, no deja de observarme con detenimiento. Sus ojos claros brillan de forma impresionante y es capaz de fruncir el ceño con reticencia al alzar la mirada de forma controladora.

Esquivo su penetrante mirada que me jode por completo y miro la pantalla de mi teléfono, ya que es lo primero que se me ocurre. Quería creer que no era posible. Lo miro de reojo, pero parecía muy apacigüado. Más de lo normal.

Decido hablar e intento romper la tensión con mi intención de ser la primera en hacerlo, así que vuelvo a guardar el teléfono y lo miro fijamente a sus ojazos.

— El director de cirugía me procura. — Trago saliva lentamente. Siento como todo mi cuerpo reacciona internamente mientras que él carga su preciosa mirada sobre la mía. — Creí que hablaría directamente con él.

Sin esperarlo, Mi Cura Prohibida sonríe dulce y sensualmente, mostrando delicadamente su perfecta dentadura.

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