Capítulo 59 | Parte 1.
Capítulo 59.
Por alguna razón más allá de lo razonable, podría decir que me sentía un poco cohibida con el trayecto. No porque desconociera el lugar dónde Adrián me llevaría a cenar, sino por todos los acontecimientos que seguían surgiendo. Era como si todo pasara desapercibido, porque así era como sentía los momentos que vivía con él, como una estrella fugaz que se presentaba en un cielo lleno de estrellas para de pronto desaparecer.
Cada vez que Adrián y yo nos acercábamos profundamente, los momentos terminaban rápido. Últimamente, me había jugado la discreción, mis ideales y mis más sinceros sentimientos por él, por lo enamorada que me sentía.
Era frustrante tenerlo y no tenerlo. Por eso lo comparaba con una estrella fugaz. Eso sin contar cuando dijo que el tiempo se nos acababa, lo que hacía mi comparación más lógica, pero yo no quería que el tiempo se nos acabara. No cuando estaba tratando de ganarme su absoluta confianza.
— ¿Qué sucede, Aly? — Me habla en un susurro, lo que me trae de vuelta de mi ensoñación para escrutarme con su mirada. — Tengo capacidad para muchas cosas, pero no para meterme en tus pensamientos. — Sus ojos estaban tan claros que aún en la oscuridad podían resaltar. — Espero que te sientas comoda.
Miré de reojo a Frankie, pero este conducía sumido en sus pensamientos, como yo lo estaba hacía unos segundos. Se escuchaba una suave y clásica melodía de fondo en un bajo volumen.
«Eso quizá podría darnos un poco de privacidad al hablar», pensé.
—Me siento bien contigo —le dije con timidez—. Es solo que no estoy acostumbrada a estas cosas. Es decir, me conoces desde siempre y, para ser sincera, esta cuestión de los lujos es un poco raro para mí.
— Deberías acostumbrarte. Será algo cotidiano en tu vida cuando seas médico, y más si anhelas una especialidad.
—Es probable, pero tu cambio fue paso a paso. No me gusta disfrutar del esfuerzo ni del sudor de los demás. Es horrible lucrarse de esa manera. Además, tú más que nadie sabes que ahora mismo solo soy una estudiante con un préstamo hasta el cuello. Aunque también es bien cierto que eso no me molesta.
Su mirada se mostraba encantada y me observaba como si yo fuera un experimento sin estudiar. Miré hacia el frente, porque sus ojos empezaban a intimidarme. Su delicioso aroma me invitaba a encaramarme sobre su cuerpo y besarlo por todas partes, pero necesitaba mantener mi autocontrol.
Él acercó su rostro hacia mi mejilla, y aunque lo hacía de manera elegante, estaba muy cerca de mi oreja. De hecho, sentí que sonrió con arrogancia al acercar su boca sobre el lóbulo.
— Últimamente usted me pone en un estado muy sensible al decirme ese tipo de tonterías que me tienen fascinado. — Mantengo mi mirada fija hacia el frente y trago hondo con sus palabras y su cercanía. — El dinero viene y va, pero no lo disfruto tanto como esta exquisitez. — Posa su mano en mi pierna, dónde se hacía visible mi piel por la tela elevada de mi vestido al estar sentada.
Al girar mi rostro con discreción para mirarlo, vi que miró levemente a un chófer que seguía haciendo su trabajo, y al acariciar mi muslo, me dio un lento y suave beso en la mejilla. En todo el trayecto restante mantuvo su mano sobre mi muslo y eso me torturó en todo el viaje, porque me mantuve espectante de la dirección de su mano y de sus acciones.
Me había dado cuenta que estábamos en la ciudad de San Juan, la capital. Por la dirección y el rumbo que estábamos tomando, percibí que nos metíamos en territorio de gente de mucho dinero. La noche era preciosa y el ambiente en el exterior de las calles dónde pasábamos era tranquilo. Mientras la guagua nos paseaba por las calles en ladrillo se podían percibir edificios, apartamentos lujosos, hoteles, pequeños comercios para turistas; y todo eso observábamos por la ventana, mientras él seguía con su mano en el mismo lugar. Habíamos viajado casi media hora desde mi hogar hasta aquí, pero claro, tampoco puedo olvidar que su consultorio se encuentra aquí en la capital. San Juan era un lugar de mucho comercio y turismo, y si alguien quisiera vivir o tener propiedades en estos lugares es porque realmente es pudiente, y esto era algo que yo de momento no me podía permitir.
—Estamos cerca de tu consultorio —le avisé.
—Sí, pero en unas cuantas calles más nos desviaremos. Ya hice una reserva —sujetó mi mano y posó un beso sobre esta, lo que me causó cosquillas en mi vientre.
«¿Quién diría que los jóvenes que llegamos a ser estuviésemos en esta situación?».
Era tan extraño para mí saber que pasamos de ser jóvenes de familias humildes, a lo que nuestras profesiones nos estaban ofreciendo. Al menos a él.
— Me alegra mucho que hayas decidido seguir adelante con tu vida a pesar de lo difícil que fue al principio para ti. — Le solté sin pensar, porque era lo que realmente sentía.
Sin embargo, él cambió su mirada hacia mí. Al principio sus ojos me observaron con dudas, pero luego eso cambió y su mirada se volvió profunda.
Me costaba mantener mis ojos puestos en los suyos, pero permanecí mirándolo. Quería que supiera que lo decía en serio y que me hacía feliz que fuera alguien grande y profesional en la vida.
Adrián dirigió su rostro hacia el mío y nuestras miradas permanecieron en compenetración. Así nos quedamos unos segundos y luego sus labios estuvieron a punto de tocar los míos.
—Doctor Wayne —su chófer nos sacó de nuestra leve burbuja imaginaria y tratamos de recomponernos—. Hemos llegado.
Adrián sonrió muy cerca de mis labios y su mirada era destellante.
—Gracias por traernos, Frank —le agradeció con mucha familiaridad.
Cuando su chófer detuvo el vehículo en una acera a pocos metros del restaurante donde iríamos, mis ojos observaron a nuestro alrededor de manera encantada.
A lo lejos se podía ver el mar mientras algunos cruceros estaban anclados en la bahía que se podía apreciar. Algunos botes y yates también se podían observar desde nuestra distancia.
En cuanto coloqué mis pies sobre las calles de ladrillos, el olor a sal y mar entró por mis fosas nasales. Me encantaba el océano y era lo que exactamente mis ojos reflejaban cuando Adrián me analizó con cuidado.
—Veo que te gustan las vistas, jovencita.
— ¿¡Qué si me gusta!? ¡Me encanta! ¡Es precioso! Además, me encanta el mar, la costa... todo eso.
Me sonrió al enseñar su perfecta dentadura. Hacía tiempo que no admiraba una sonrisa así de él. Cuando me quedé mirando hacia lo lejos y el viento paseó por mi rostro, mi cabello y mi piel, le dije uno de mis sueños:
— ¿Sabes lo qué siempre he querido? — Me mira con interés. — Vivir cerca del mar, aunque sea para poder verlo a lo lejos. No es que desee una lujosa casa y esas cosas, pero con una sencilla y pequeña me conformaría si sé que puedo mirar el amanecer y escuchar las olas.
Asintió lentamente al bajar un poco la cabeza y su sonrisa se fue apagando.
«¿Cómo saber a qué temas atenerme con él cuando simplemente actuaba así?».
— Lo siento. — Me disculpé con cuidado. — ¿Dije algo qué te moleste?
Suspiró pausadamente y me devolvió una sonrisa más complaciente.
—No, claro que no —me extendió su mano, la cual recibí con más naturalidad.
En ese momento, podíamos ser nosotros mismos, sin que nadie se interpusiera o interrumpiera.
Caminamos de la mano y nos detuvimos frente al lujoso restaurante, que por lo visto, era italiano. Miré a Adrián bastante sorprendida por su elección.
—Recuerdo perfectamente que me habías dicho que tus platos favoritos son las pastas. Además, cuando éramos más jóvenes, era lo que siempre me ofrecías —asumió sin más y entramos.
Inmediatamente, nos recibió alguien que reconoció a Adrián.
—Buenas noches, doctor Wayne —saludó educadamente y nos estrechó la mano—. Yo mismo lo guiaré a usted y a su invitada —informó.
—Gracias, señor Lozano —le agradeció por sus próximos servicios y luego me miró.
Sin embargo, yo me sentía un poco cohibida con la situación.
—Alysha, él es el gerente de este restaurante y ha decidido recibirnos personalmente.
"¿Decidió recibirnos? Más bien a ti, Adrián." Mi subconsciente no pudo evitar pensar que sólo estaba interesado en que Adrián estuviera complacido.
No obstante, el ojiverde me ofreció su brazo, el cual recibí con ansias, ya que se dio cuenta de que verdaderamente estaba confiando en él. De hecho, sentí que eso lo estaba haciendo sentir bien.
Cuando el gerente del restaurante nos guio hasta la mesa, no pude evitar admirar todo a mi alrededor. Era un lugar lujoso, pero muy acogedor y discreto. Nuestra mesa se ubicaba junto a una ventana acristalada con vista hacia la bahía.
—Qué disfruten la estancia y la cena —nos dijo amablemente el señor Lozano—. En un momento tendrán a su disposición a uno de mis mejores empleados —se alejó sigilosamente.
Adrián retiró la silla para que yo pudiera sentarme. Le sonreí al morder mi labio inferior, ya que me sentía intrigada y emocionada. Sin embargo, cuando él se sentó, sus ojos no se despegaron de los míos en ningún momento.
— Bien, jovencita... — Se acomoda elegantemente en la silla y coloca sus manos sobre la mesa al cruzar sus dedos como suele hacerlo cuando está en su escritorio. — Al parecer, hoy usted se saldrá con la suya.
—¿Por querer saber un poco más de tu vida? —le pregunté.
Ambos comenzamos con una competencia de miradas. Realmente, parecía bastante dispuesto a hablar para contarme algunas cosas.
— Se condescendiente conmigo, por favor. — Sus ojos verdes me miraban con profundidad y sinceridad. — Estoy dispuesto a hacer esto por ti, jovencita.
En ese momento, el mesero que nos había enviado el gerente trajo el menú. Mientras Adrián pedía dos copas de vino, yo pensaba formular mis preguntas. Necesitaba recapitular algunas cosas para poder entender mejor algunos embrollos.
—¿Desean algún aperitivo antes de los platos principales? —nos preguntó el mesero.
—Aly —Adrián quería que yo le diera alguna respuesta.
—Mmm, yo... Estaré bien con la decisión que tú tomes al respecto.
Bien, debía aceptar que me encantaba todo lo relacionado con las pastas, pero tampoco era que me sabía los nombres de cada platillo que se preparaban en los restaurantes. Acostumbraba a comer algunos tipos de pastas, sí, pero eran preparadas caseramente o de las que se pedían en algún puesto de comida chatarra.
— Vitello Tonnato de aperitivo, porfavor. — Comienza a ordenar con seguridad y lo miró sorprendida. — Y creo que a la señorita le podrían gustar los ravioli de este lugar. — Termina de decir al mirarme con suficiencia.
—Muy bien, doctor —el mesero se retiró discretamente.
—¿Desde cuándo las pastas están en tu menú principal? —lo miré con los ojos engrandecidos.
— Desde que una niña de ocho años comenzó a matarme el hambre cuando me quitaban el almuerzo al cursar la escuela.
Tragué hondo. Esa respuesta no me la esperaba, como tampoco esperaba que le gustaran las pastas de la misma forma que a mi.
— Siempre adoré la comida de tu madre. — Vuelve a decirme. — Anoche cuando volví a probar la cena que me llevaste a tu habitación, me trajo algunos recuerdos. — Acerca su mano a la mía y acaricia la muñeca que traía la pulsera que me había regalado. — Por alguna razón que aún no comprendo, me sentí muy bien anoche. — Parecía reflexionar y bajó la mirada.
— ¿Cómo fue qué los padres de Jesse se hicieron cargo de tu cuidado? ¿Cómo fue qué terminaste allí? — Le pregunté, pero no pude disimular la impresión en mi rostro por sus palabras.
Él se dio cuenta de que estaba ávida de información, pero decidió continuar con la conversación:
—Mi madre y la mamá de Jesse fueron amigas desde siempre. Cuando Marcella me adoptó, no hubo ningún inconveniente en cuanto a mi cuidado. A fin de cuentas, ella continuó impartiendo clases en el hogar donde me adoptó y no tuvo ningún problema en llevarme con ella —su expresión comenzó a endurecerse y bajó la mirada seriamente—. Después de un tiempo, ella consiguió un mejor trabajo con el cual podía sostenernos a los dos y para que mi adopción cambiara de temporal a permanente de una manera más segura —volvió a mirarme con sinceridad—. Entonces, fue cuando conoció a Andrés Wayne —sonrió vagamente y sus ojos brillaron—. Mi madre se había graduado de enfermería mientras impartía clases, así que cuando al fin consiguió trabajo en un pequeño hospital, se dio la oportunidad de conocer a quien ahora es mi padre.
«Mierda, esto para mí era asombrosamente genial. Y no en el mal sentido, sino en lo interesante que estaba siendo todo lo que me decía».
Solo pude mirarlo y asentir sin más. De verdad quería seguir escuchando todo lo que tenía que decir. No obstante, él me observó con curiosidad y sabía que trataba de deducir lo que yo podría estar pensando al respecto. Con valentía, acerqué mi mano hasta la suya para que entendiera que verdaderamente estaba brindándole toda mi atención.
—Y ya sabes todo lo demás —apartó su mano al esquivar mi mirada y le dio un sorbo a su copa de vino.
— Sabes que no sé todo lo demás con alguna exactitud. — Insistí al mirarlo con un poco de desesperación. — Supongo que tu madre te dejó al cuidado de la madre de Jesse cuando comenzó a trabajar en el hospital. — Asintió. — Y también estoy suponiendo que preferiste soportar humillaciones con el hecho de no darle malos ratos a tu madre, ¿cierto?
—Aly, ¿quién era yo realmente? Solo era un niño que se tenía que conformar con la buena suerte que había tenido al encontrar a una madre como Marcella. No quería echarlo a perder. Tenía miedo. Apenas aprendía lo que observaba a mi alrededor. No vengo de un hogar de niños catalogado precisamente por ser un buen lugar para vivir. Fue una de las razones por las que ella decidió adoptarme cuando se encariñó de mí.
Sentí punzadas en mi pecho muy diferentes y extrañas. Él parecía bastante calmado con el asunto, a pesar de lo difícil que debía ser para él. Volvió a darle un sorbo a su copa de vino al mirarme con suma seriedad.
— ¿Qué fue lo qué la impulsó a tomar esa decisión? — Le pregunté, mientras a penas volvía a colocar la copa sobre la mesa, pero su mirada me insistía en su interior que detestaba hablarme de esto. — Confía en mí. Siempre fuimos amigo y ahora no es la diferencia, Andy. — Lo miré con sinceridad.
Suspiró rendido y, entonces, sus palabras me sobresaltaron.
— Le confesé que vi como uno de los principales encargados del hogar violaba algunas niñas que en aquel momento tenían más edad que yo.
Mi cerebro no podía procesar la información de sopetón y mis palabras no salían de mi boca, más si sentía asombro y un apretón en mi pecho que no vi venir. Ni siquiera esperaba ese tipo de respuesta, maldita sea. Pensé que diría algo como que le suplico que lo llevara con ella, o que el hogar no estaba en condiciones para un niño de su edad en aquel momento. Pero jamás se me había cruzado por la mente que haya pasado por ese tipo de experiencia tan horrorosa.
— Cuando se lo confesé ya era muy tarde, porque ya había ocurrido más veces de las que recuerdo. — Vi desprecio en sus ojos, y entonces, me di cuenta que las cosas de verdad se iban a un lado más psicológico. — Así es, Aly... — Asume como si hubiera leído mis pensamientos. — Vi muchas cosas que no puedes imaginarte.
— ¿Y por qué no hacían nada? — Logré articular con la voz temblorosa.
Sonrió con sarcasmo al negar con la cabeza.
— Claro que se hizo algo gracias a lo idiota que fui con mi bocota, pero al final nadie le creyó al pobre idiota que fui, excepto Marcella. — Apoyo sus manos sobre la mesa y cruzó los dedos al acercarse un poco a mi rostro con cautela. — ¿Sabes qué sucedió luego? — Sus ojos verdes me miraban muy dolidos. — Me obligaban a mirar. — Se recostó en la silla y me miraba con cierto fastidio. — ¿Estás contenta con tu curiosidad saciada?
Volvió ese cambio de humor tan temperamental, y en ese momento, no sabía qué hacer o como actuar. Sólo intenté lo que mi corazón me dictó, porque odié que me mirara de esa forma. Nunca lo había hecho y tampoco era mi intención provocarlo. Carajo, no sabía cómo lidiar ni como atenerme a la información que me brindaba, pero es que necesitaba guiarme de algo para comprenderlo mejor, para poder llegar a él.
Sin pensarlo y por obra de la improvisación que siempre tenía que salir a flote, me levanté de la silla y la coloqué junto a él para sentarme a su lado. Mi acción lo sorprendió y era obvio que no estaba dispuesto a recibir mimos de mi parte, pero yo sí necesitaba hacerlo. El amor que sentía por él no me permitía atenerme a las caricias que quería hacerle sentir.
—No me alegro de saciar mi curiosidad —le dije al posar la palma de mi mano sobre su mejilla, y lo cierto era que estaba tenso por mi contacto—. Quiero comprenderte. Es todo.
Me miró con profundidad y misterio.
—¿Puedes entender eso? Además, ¿qué tiene que ver esto con las porquerías de Jesse?
En ese instante, bajó la mirada.
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