Capítulo 58 | Parte 2.

Capítulo 58. 

Eran las 8:00 de la noche. No podía evitar sentirme aún más desanimada. Todavía no sabía nada de Adrián. Desde ayer, para ser exacta.

Aunque en la tarde había tenido un nuevo percance con Amanda y un encuentro con Jesse de lo más tedioso, eso no era un problema para que mi nueva felicidad se mantuviera en todo mi ser.

Por suerte, Kenneth y Gloria pudieron marcharse más tranquilos. Mis padres los recibieron con gusto, y hasta comida le ofrecieron, la cuál no rechazaron. Mi mamá cocinaba delicioso y sabía que ni siquiera ellos podrían resistirse.

Debo admitir que mis padres estuvieron encantados con ellos al conocerlos personalmente. Les había hablado de ellos tantas veces, que ya no veían el momento de hacerlo.

Sin embargo, el hecho de que Adrián no me mostrara ni una señal de comunicación me hacía sentir indicios de un mal presentimiento. Es raro para mí, puesto que su forma de comportarse conmigo era sumamente exagerada al momento de ser un obsesivo protector.

Me encontraba en mi cama. Me había recostado de la misma al mirar el techo con las lucecitas que colgaban de forma armoniosa. Pensaba en todo lo que había sucedido desde el momento en que volví a ver a Adrián en el hospital, el día que comenzó a convertirse en Mi Cura Prohibida...

Sonrío para mí misma. Me resultan increíbles todas las situaciones que hemos vivido desde que no pudimos evitar estar distanciados ni un poco. 

— Nere. — Mi hermano abre la puerta de mi habitación con la mala costumbre de nunca tocar. — Ya me dijeron lo que pasó.

— ¿Debería sorprenderme? — Yo sabía que mi padre no se aguantaba nada en ésta casa. Rio por ese hecho.

— Obviando a papá... ¿Qué pasó con las ratas de alcantarillas?

— ¿No que te habías enterado?

— Bueno, sí... Pero los detalles cuentan. — Sonríe emocionado al tirarse en mi cama con despreocupación y con todos los libros que me rodeaban.

— Lo más importante, y que papá te debe haber omitido, es que le dije a Amy que era una hija de puta. — Me encojo de hombros e intento apartar un poco los libros de medicina. También oculto los documentos impresos que he estudiado sobre Adrián dentro de uno de ellos.

— Agh, ¿por qué papá siempre me omite lo mejor? — Masculla con diversión. — Al menos, ¿le quedó claro a ella que sí?

— No lo sé. — Me encojo de hombros. Tiro de su ondulado y lacio cabello, como si le estuviera sacando piojos. — Cada vez que ella muestra la verdadera y horrible persona que es, me doy cuenta que he sido una estúpida.

— Estúpida es ella por darse el lujo de perder una amistad como la tuya. — Recalca.

— Aww, Jim... — Lo abrazo y él pone los ojos en blanco al sonreír. — Te amo, loquito.

— Y yo, pero eso no me hará cambiar de tema. — Jimmy pilla mi intención. Siempre es muy listo y avispado. — ¿Y qué pasó con el gusarapo de Jesse? ¿Se quedó tranquilo así sin más después que le dijiste todo lo que... "según me contaron"? — Pone los dedos entrecomillas.

— Pues, sí. Creo... — Lo miro insegura. — No lo sé muy bien.

— ¿Por qué?

Lo miro un poco pensativa al recordar la manera tan extraña en la que comenzó a observar mis expresiones.

— Creo que comienza a sospechar. — Admito.

— Bueno, pues... Apuesto por el contrincante alto y blanco de ojos de tigre. — Se encoge de hombros.

— Jim...

— Bueno, bueno... — Suspira despreocupado. — En cualquier momento sucederá, ¿no? Estoy seguro que al Doc no le importará eso.

— No es por eso. Es que... me preocupa que Jesse pueda hacerle daño. ¿Entiendes? — Mis ojos se achican con preocupación.

— Nere, él ya no es aquel niño indefenso. Tranquila, ¿sí? Las personas cambian con el tiempo. Y él, lo ha hecho con todas las de dar. — Se levanta de la cama. — Yo ni siquiera pude imaginar que el Doc era el mismísimo tímido amigo de la basura viviente. Por esa misma razón, porque ha cambiado y es una persona más segura. Ya no tienes que protegerlo de esa manera. Mi cuñado es todo un hombre. — Levanta la cabeza con orgullo. — Y uno muy poderoso.

— Sueñas con eso, con que sea "tu cuñado." — Bromeo con sarcasmo. — Seguramente, él diría que "su cuñado" es un chico interesado.

— Y lo más probable es, que en cuánto a eso, piense que soy inteligente. — Enarca las cejas con seguridad.

Irónicamente, Adrián me lo había comentado en algún momento. No puedo evitar sonreír ante Jimmy.

— No me equivoco. — Espeta con suficiencia al confirmar con mi expresión que Adrián ya lo ha dicho.

Camina hacia mi armario y lo abre,  con la intención de buscar uno de mis viejos libros de la universidad, los cuáles se encontraban en una pequeña estantería dentro del mismo.

— Necesito el manual de biología. Por suerte, de momento no tengo que comprar más libros. Me ha tocado tomar clases con la mayoría de los profesores que te educaron a ti en la universidad. — Jimmy continúa sacando libros y desordenando a su paso. — Por cierto, casi todos te mandan saludos...

— ¿Casi todos?

— A excepción de los que jamás conociste. — Corrije muy bromista.

— Ya se me hacía raro. — Bromeo. — Siempre fui la primera de mis clases. Mantén el apellido Doménech en alto. — Rio.

Jimmy saca un viejo libro que llama mi atención por completo. "Anna Karenina," relucía por el nombre bajo la capa de polvo. Achico mis ojos y lo sujeto con impresión. Había olvidado que lo tenía guardado junto a tantos libros.

De repente, mi corazón se hace trizas al caer en la cuenta de quién me lo había obsequiado. Siento como mi garganta se cierra mientras sacudo el polvo y abro la portada.

Lo que veo me deja aún más atonita. Una letra cursiva y no entendible que data de largos años atrás, se me hace totalmente reconocible...

Para: Aly, la pequeña más hermosa que mis ojos han visto.

De: Andy, tu amigo y narrador de historias.

Mi hermano aún seguía rebuscando y concentrado en conseguir el manual de biología. Mientras él me hablaba sobre algún tema que comencé a escuchar como un eco a lo lejos, rocé mis dedos por las letras grabadas en tinta negra y desteñida.

Automáticamente, mis ojos se humedecen. Cierro el libro y lo presiono contra mi pecho, con un dolor de impotencia que antes no podía ver ni saber que existía por la corta edad en la que Adrián me lo había regalado.

— Lo encontré. — Dice Jimmy entusiasmado al girarse con el manual. Se impresiona al instante cuando se percata de mi reacción. — ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Por qué lloras? — Se asusta al acercarse y sentarse a mi lado.

— Jim... — Lo miro con impotencia y se da cuenta de cómo presiono el antigüo libro con insistencia.

— ¿Qué? ¿Qué diablos te pasa con ese antigüo y aburrido libro? — Me lo quita con calma y lo abre, viendo las letras grabadas. — Digo, un clásico... — Carraspea al corregir. Me mira de reojo, queriendo arreglar la situación.

— Me lo regaló hace muchos años atrás. — Chillo con sentimiento. Apoyo mi frente en su hombro. — Diría que en ese momento yo tenía unos catorce años, si no me equivoco. — Más lágrimas descienden por mis pómulos.

— ¿Pero por qué lloras? — Acarica mi suelto cabello.

Luego, recuerdo que mi hermano no entendería la situación cronológica de Adrián conmigo.

— A él ya lo tienes, ¿no? — Intenta calmarme.

Sabía que sólo Adrián me entendería en cuánto a esto. Por éste tipo de detalles que nunca pude apreciar es que aborrece el sentimentalismo en una relación. Siempre que pudo, me mostró su lado frío y un cierto grado de desprecio hacia las relaciones amorosas.

— Sí, sí... Es que soy una tonta sentimental. Discúlpa...

— Ay, hermanita... — Besa mi coronilla. — Lo sé, lo sé... Eres una llorona amorosa. Es una lástima que no pueda parecerme a ti en eso. — Su comentario me hace sonreír entre lágrimas. — Te pareces tanto a papá en éstas cursilerías.

"Así que Adrián tuvo un lado cursi..." Pienso con el corazón a mil.

Jimmy comienza a pasar las páginas con desinterés del viejo libro.

— ¿Y qué tiene éste libro de especial? — Lo mira sin entender. — Digo, en su época fue un regalado demasiado de maduro para una niñita. Sin ofender... — Niega.

Entonces, cuando Jimmy llega al final del libro, ambos observamos un hueco en el interior de la contraportada con una carta dentro de un sobre. Estaba desteñido por el largo tiempo que ha pasado.

Mi hermano y yo nos quedamos estupefactos, pero no puedo evitar comentarle...

— Es un... genio... — Trago saliva.

— Lo sé... — Se queda estático al dejar su fija vista en la carta.

— No. En serio es un genio. — Corrijo. — Un prodigio por naturaleza. Eso explica algunas extrañas cosas y detalles por su parte.

— ¡Puta vida! ¿¡Cuando pensabas decírmelo!? — Está impresionado.

— Pues... hace poco que me entero.

— ¿Quién serías tú sin tu despiste? No serías Nere, definitivamente. — Sonríe al poner los ojos en blanco.

Jimmy me entrega el libro, pero justo cuando estaba a punto de sacar el sobre del hueco de la contraportada, mi teléfono comienza a dar toques de alarma.

Mi hermano y yo saltamos a la vez por el pequeño susto. Luego, lo miro burlona.

— Mmm... Es la tensión del momento. Ya sabes... — Se hace el fuerte y vuelve a levantarse de la cama.

Cuando veo los toques de alarma, que yo había programado para las emergencias en el hospital, me sobresalto un poco.

Los mensajes indicaban en códigos que había una emergencia en el piso de cirugía, y que necesitaban personal que estaba faltando ante la situación.

Achico los ojos y suspiro con pesadez, porque tendré que ir cuánto antes, ya que cumplía mis horas de turno en cirugía general. Tenía que obedecer ante cualquier emergencia. Es lo que le toca a los internos como yo.

— Tengo que ir al hospital. — Coloco el viejo libro bajo mi almohada. Luego, me quito el pijama de Hello Kitty y me quedo en ropa interior al buscar un uniforme limpio en mi armario ya abierto y desordenado.

— Te llevo. — Me dice Jimmy de forma decidida.

— No, tranquilo. — Comienzo a vestirme. — Quédate. Estudia, cena, y luego descansa. ¿Sí? Es una emergencia, y no sé cuánto pueda durar la misma. No sé lo que me pueda encontrar, si te soy sincera.

— Todo el tiempo es una aventura, ¿verdad?

Asiento mientras aliso el uniforme ya puesto sobre mi cuerpo. Comienzo a colocarme las moradas Converse que Adrián me había regalado. Mientras me pongo una, Jimmy comienza a atar los cordones de la otra.

— A la carga, cerebrito... — Me da un beso en la frente una vez que termina de atar mis Converse.

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