Capítulo 55 | Parte 1.

Capítulo 55.

Era ridículo que me sintiera cohibida y en tensión con Bárbara en el elevador. No le debía ninguna explicación y tampoco tenía que verme obligada a soportar el veneno que estaba a punto de soltar con sus palabras.

Volví a recomponer mi postura. Su fastidio era dirigido a mí y yo lo sabía, porque me observaba sin ninguna discreción.

Evadí la presencia de Bárbara Bosch y comencé a mirar casi hacia el techo, observando los números cambiar. De verdad quería llegar al laboratorio general. Toqué mi brazo izquierdo con la mano derecha, la cual tenía la pulsera que brillaba. Me aferraba a mí misma, como si tuviera escalofríos, pero la verdad era que me sentía incómoda con su presencia.

Sin verlo venir, Bárbara sujeta mi mano con brusquedad y mira la pulsera con una expresión desesperada en sus ojos. Por su repentina acción, me quedé petrificada en el momento. Sus ojos azules parecían deslumbrados por el obsequio que rodeaba mi muñeca.

— Es... es imposible. — Espetó con rotundidad y aparté mi mano con una mueca de disgusto. — Él no es así. No entiendo porque actúa de esta manera contigo. — Niega con los ojos engrandecidos, parecía muy molesta.

—Oye, estamos en el trabajo —me aparté un poco, dándole un espacio considerable—. ¿Cuál es tu problema?

Sonrió con malicia.

—No tengo ningún problema, pero al parecer él sí lo está teniendo, y no me gusta que lo confundas así.

— Yo no estoy confundiendo a nadie, y mucho menos a él. — La sangre me estaba hirviendo. — Yo lo quiero, ¿entiendes?

— Yo también lo quiero, igual que todas las que hemos pasado por sus manos.

De repente, sentí unas ganas horribles de gritarle que se callara.

— ¿¡No te cansas de querer joderme con tus comentarios inoportunos!? — Subí mi tono de voz. — Entiendo que te fastidie el hecho de que tú tengas que recurrir con desesperación a buscarlo, pero yo no soy así. — Le sonreí con desprecio. — Pregúntate que asuntos importantes tuvo que hacer anoche.

Su mirada me estaba asesinando.

— Sí, Bárbara. — Le di la espalda y me acerqué a las puertas del ascensor. — Mientras ayer tuviste que recrear un teatrito para retenerlo, él pensaba en el asunto importante. — Terminé de decir en un tono más bajo y acaricié mi pulsera con ternura.

— Estás metiéndote en aguas oscuras, niña. — Volvió a decir a mis espaldas. — Y cuando te des cuenta, será demasiado tarde. Aunque... para ti ya lo parece.

Las puertas del ascensor se abrieron en el piso del laboratorio general y ella se apresuró a salir primero que yo. Cuando salí del elevador, achiqué mis ojos al verla dirigirse hacia uno de los cuartos de laboratorio.

Posiblemente él tenga un pasado no muy agradable que digamos, pero estamos avanzando, y él está confiando en mí.

🔹

Hice lo que Damián me había ordenado y estaba de regreso con él y el particular caso clínico. Damián leía atentamente los pertinentes y repentinos análisis que había prescrito que se hicieran. Apartó un poco su estetoscopio hacia un lado, debido al estrés que se reflejaba en su rostro. Pero, ¿a quién le gustaría atender un caso clínico de esta índole? Estaba segura que no ha muchos si nos basamos en hombres.

—Deduzco que ingirió una cantidad aleatoria de pastillas para la estimulación sexual —le informó Damián al paciente, enarcando  las cejas con arrogancia.

— Yo... No, doc. ¿Por qué haría eso? — Comentó el paciente con timidez y supe que estaba mintiendo.

Damián suspiró exasperado y puso los ojos en blanco al sentarse en una silla que había junto a la camilla.

—Escuche, si no somos sinceros aquí, no podré mover mis fichas para conseguir directamente un urólogo —se recostó sobre el respaldo de la silla con una expresión neutral y prepotente.

Damián era muy seguro de sí mismo y de sus conocimientos, y no había ninguna duda de eso. Pero, ¿tenía qué ser tan frío y pedante?

—Doctor, yo...

— Entiendo perfectamente que es vergonzoso tener que aclararlo y ser más específico con los detalles. — Lo miró con superioridad. — Pero piénselo, en el momento que ingirió los estimulantes y realizó el coito no se avergonzó.

—Doctor Del Valle, no creo que...

Alzó una mano, interrumpiendo lo que yo iba a decirle.

— Quizá con eso entienda que si no se avergonzó en ese momento, mucho menos debe hacerlo cuando es cuestión de salud y su vida puede estar en riesgo.

En serio, me encantaba la lógica de éste hombre, pero no todas las personas entenderían su sarcasmo y su pedante sentido del humor.

— Bu... bueno... Yo... — El paciente tragó hondo y al cerrar los ojos se rindió a las palabras del doctor diablo. — Yo conocí a una chica y... — Damián lo observaba con curiosidad. — Y... me gustaba. Le dije que era enorme y que...

Damián volvió a alzar la mano para que se detuviera.

— Por favor, sólo quiero los detalles de las pastillas que lo trajeron hasta emergencias.

— Oh, claro, claro. Lo siento, doc.

El paciente le comentó a Damián que había ingerido al menos seis pastillas de estimulantes. Le explicó el porqué se las había tomado, la hora, y qué síntomas sentía en el momento. Luego de unos cuantos minutos conversando con el paciente; Gloria, Kenneth, y la enfermera Holán, abren las cortinas del cuarto.

— Doctor, hay una uróloga disponible y viene en camino. — Le informa la enfermera Holán, ahora con más profesionalismo.

—Bien. Escuchen atentamente, internos —Damián se dirigió a nosotros—. Debido a que ingirió una cantidad absurda de estimulantes, probablemente, la presión de la sangre en el miembro esté latente debido a...

— Debido a la acumulación de la sangre en el torrente sanguíneo del miembro, sí. — Lo interrumpí. — Creo que eso puede causarle serio problemas si no logramos controlar esa acumulación de sangre. Puede hasta causarle una severa infección, las venas y las cavidades del miembro pueden deteriorarse si...

— ¿¡Qué!? ¿¡Qué está diciendo ella, doctor!? ¿¡De qué está hablando!? — Preguntaba el paciente muy nervioso.

«¿Es que nadie entendía lo que estaba diciendo?».

Damián sí parecía entender, pero se limitaba a ser neutral.

—¿Ya llegó la uróloga? —preguntó Damián entre dientes.

La enfermera Holán estaba muy nerviosa y era obvio que las expresiones temerarias y serias del doctor diablo la intimidaban.

—Iré nuevamente a verificar —fue lo único que dijo y salió disparada.

—Doctor, ¿cuál es su problema? —preguntó Gloria y parecía preocupada por el rumbo que estaba tomando el caso—. ¿Acaso no escuchó lo que dijo Nere? ¡Ella tiene razón!

—Novata, hasta que no llegue la uróloga no puedo proceder...

—Sabe cuál es el procedimiento —lo interrumpió mi compañera—. Estoy suponiendo las razones del por qué quiere esperar a la uróloga.

— ¿¡Podrían todos calmarse, por favor!? — Espetó Damián. — ¡Estoy tratando de tener el control de la situación!

— ¿En serio? — Bufó Kenneth y se cruzó de brazos. — Tenemos un emergenciólogo, tres estudiantes de medicina, y una enfermera muy buena en su trabajo. Pero claro, todos perdemos los estribos por un pene erecto.

—¡Kenneth! —le advertimos, pero el paciente nos miraba como si realmente nosotros fuéramos los locos.

Pero eso no podía ser posible, ¿cierto? ¿A quién se le ocurre en su santo juicio tomarse seis pastillas para recrear una erección?

De repente, la enfermera Holán vuelve con mucha prisa y detrás de ella viene la uróloga. Era una señora mayor, así que suponía que ha trabajado todo el tiempo con esto. Ella se acerca al paciente y todos los que estábamos allí le dimos un espacio prudente a la uróloga, mientras observábamos. Volvió a verificar los signos vitales y la presión del paciente, y como si esto se viera todos los días en cualquier cuarto de emergencias, le quitó la manta desechable que cubría su erección. Todos nos quedamos petrificados, incluyendo el doctor diablo. La uróloga sujetó el miembro con sus manos, y Damián le dio la espalda al caso clínico que observábamos con atención.

Él carraspeó y acomodó su estetoscopio de manera insignificante, disimulando que no le estaba afectando.

— Tranquilo. — Le dije al poner una mano en su hombro con cariño y sonriéndole con diversión. — Saldremos de esta y podremos resolver este... duro caso.

Gloria nos sonrió con diversión al escuchar mi comentario.

— ¿Crees qué es muy gracioso, Nere? — Damián me dice en un susurro y aprieta sus dientes, lo cual me causa más gracia. — Porque a mí no se me hace nada gracioso que, irónicamente, nosotros últimamente tengamos que trabajar con lesiones en los miembros.

Mis mejillas se inflan y trato de soportar las carcajadas que quiero soltar desde hace un rato.

—Primero, un miembro amputado. Luego uno erecto —volvió a susurrar con fastidio—. Lo siento si te ofenden mis expresiones por esto —se lamentó con todo el sarcasmo del mundo.

— Bien, debemos proceder. — La uróloga llama nuestra atención. — En seguida vuelvo. — Nos dice y sale disparada del cuarto de emergencias.

Todos nos quedamos petrificados y sorprendidos por la repentina acción de la especialista. El paciente elevó un poco su cabeza, y más asustado aún.

— ¿Qué... qué pasa? ¿A dónde fue? — Preguntó con los ojos engrandecidos.

De repente, vuelve a entrar con una enorme jeringuilla, y podría decir, que era más grande que mis dos manos juntas. Nuestras caras seguían igual de sorprendidas por todo lo que ocurría en cuestión de minutos. Damián parecía conmocionado, y aunque quería resolver esto, no estaba en sus manos hasta que la especialista actuara.

En ese momento y sin pensarlo, la uróloga prepara la jeringuilla, la cual tenía un tubo para extraer sangre.

— ¿¡Qué es eso!? ¡Oh, claro qué no! ¡Claro qué no me tocaran nada de ahí! ¡Por Dios! — El paciente estaba a punto de levantarse de la camilla.

— ¿¡Qué hacen ustedes ahí!? ¡Sujeten al paciente! — Gritó la uróloga.

Todos procedimos a sujetarlo. Kenneth sujetaba su pierna derecha, mientras que yo sujetaba su mano derecha. Damián sujetaba su mano izquierda y Gloria su otra pierna. Y, sin pensarlo, la uróloga inyectó la jeringuilla con rapidez y como si nada.

— ¡AHHHHHH! ¡NOOOO, POR DIOOOOOOOS! — El paciente gritaba sin control y, probablemente, sus gritos hayan llegado hacia los pasillos del piso de emergencias.

Damián puso los ojos en blanco y soltó un suspiro asimilado mientras continuaba sujetando al paciente. La uróloga le extraía la sangre acumulada, pero debido a su expresión, algo no andaba bien.

— Bien, esto no está funcionando. — Nos informó al terminar de extraer sangre. — Tendremos que preparar el quirófano.

—¿¡Qué!? ¡No! —chilló el paciente.

— Necesito que mantengan la presión y la estimulación del miembro, vuelvo en seguida.

— ¿¡Qué!? — Todos preguntamos a la vez.

— Sí, lo que he pedido. — Nos mira con extrañeza y como si no entendiéramos nuestro trabajo. — Tienen que sujetarlo así. — Nos dio una breve explicación con las manos. — Y tiene que ser con ambas manos.

«Oh, por el amor de Dios».

Ella volvió a irse del cuarto.

— Bien, yo lo haré. — Dijo Kenneth muy servicial.

— ¡No! — Volvimos a decir los cuatro.

Sin embargo, carraspeé cuando la enfermera Holán se acercó a mi lado con una caja de guantes elásticos.

«Dios, no. Por favor, que alguien que no sea yo sea valiente. ¡Por favor, por favor!».

— Bueno, yo los dejo por un rato. — Dijo la enfermera Holán, queriendo salir de la situación. — Debo atender y estar pendiente de las personas que llegan a la recepción de este piso.

Vi a Gloria muy pensativa. Parecía lidiar mentalmente con la situación. De hecho, yo tenía razón.

— Yo lo haré. — Ella nos dijo al ponerse los guantes elásticos, y sin mirar a su dirigente a los ojos.

A Damián se le iba a caer la mandíbula y los ojos... Metafóricamente, claro.

Gloria acomodó la silla mucho mejor junto a la camilla y se sentó, dispuesta a hacer lo que la uróloga había pedido.

— De ninguna manera. — Explotó Damián y caminó hacia su dirección. — No te he ordenado a realizar tal cosa. — Espetó.

—Cierto, lo ordenó una superior —lo retó.

— Apártate. — Inquirió el doctor diablo.

—¿Qué? —Gloria lo miró confundida.

— Me escuchó, novata. Apártate. Yo lo haré.

Gloria se apartó de la silla y Damián se sentó al ponerse los guantes con seriedad. Kenneth y yo lo observamos con sorpresa, mientras que Gloria parecía bastante confundida.

Carajo, ¿por qué los hombres son tan complicados? Y después dicen que las complicadas somos las mujeres.

— Nere, puedes volver con el Doctor Santiago. — Me dijo Damián en un tono más pacífico. — Yo me encargo de mis internos. Gracias por realizar lo que te ordené, pero no te preocupes. La uróloga hará una breve cirugía y éste hombre volverá a no tener un miembro sobrehumano.

Asentí con una sonrisa gracias a su último comentario. Luego me despedí de Kenneth y Gloria con una mirada de lamento y procedí a marcharme.

🔹

Entre casos clínicos, sentía que el día transcurría bastante rápido. Eran casi las cuatro de la tarde cuando había terminado mi turno. Me dirigía al vestidor en el piso de emergencias para quitarme el uniforme que estaba manchado de asquerosos fluidos. Estaba consciente que no era agradable, pero era una de las cosas en las que se basa este trabajo, y ya me había acostumbrado a soportar demasiadas cosas en las rondas.

Al entrar al vestidor, tomé mi mochila y busqué entre mis cosas el teléfono y la ropa para cambiarme. Cuando miré la pantalla del celular, me di cuenta de que tenía varias llamadas perdidas de mi padre y todas eran recientes.

Decidí llamarlo con toda la normalidad y calma del mundo, pero cuando respondió, lo hizo agitado y como si estuviera entre la multitud.

—¿Papá? ¿Todo está bien? —achiqué los ojos y esperé su respuesta con atención.

—Sí, cariño. Te llamé para pedirte un favor.

—Claro —acepté sin preámbulos—. Dime qué necesitas.

—Hija, no sé si puedas venir a ayudarme con una pequeña complicación.

—"¿Pequeña?" —pregunté con ironía—. Papá, cuando usas adjetivos así, los dos sabemos que es para empobrecer una situación.

Escuché que parecía meditar la situación por un momento.

—Hija, salí de trabajar hace unos minutos y ya sabes que ahora espero a tu madre —decía entre dientes—. La esperaba en el exterior del hospital pediátrico, pero...

—¿Qué? —lo interrumpí—. ¿Cómo se te ocurre, padre?

— Lo sé, hija. Pero escucha. — Me dijo con seriedad. — Me di cuenta que estaba haciendo algo completamente estúpido, y hasta dudé de mi intelecto por un cuarto de dos segundos.

Puse los ojos en blanco.

—Papá... —llamé su atención—. Al grano.

—Está bien, hija —aceptó rendido—. Me di cuenta de que lo mejor era esperar a tu madre en el estacionamiento de ambos hospitales.

—¿Y?

—Qué estoy con una persona que fue herida en la manifestación.

—¿¡Qué!?

— ¿Crees qué puedas echarme una mano, mi cielo? — Me preguntó con desespero. — Soy un científico retirado, no un médico. Y claramente, mis probabilidades apuntan a que no estoy apto para suturar a una persona que pierde eritrocitos y...

—Papá, voy enseguida —lo interrumpí antes de colgar la llamada.

Cuando mi padre comenzó a hablar mucho, era porque estaba nervioso. Al parecer eso le estaba ocurriendo. Tenía que averiguar qué estaba pasando con la persona herida y si era necesario trasladarla rápidamente al piso de emergencias.

Sin pensarlo ni un momento más, decidí dirigirme con prisa hacia el estacionamiento del hospital. Aún no entendía por qué mi padre estaba con alguien herido en el estacionamiento de ambos hospitales. Era una maldita locura.

Presioné el botón del ascensor más de la cuenta y me moví de un lado a otro. Cuando al fin el elevador abrió sus puertas, entré con la misma prisa con la que había salido del vestidor del piso de emergencias. Una vez que llegué al primer piso y caminé con rapidez hacia el vestíbulo, estaba dispuesta a salir hacia el exterior del hospital. La secretaria de la recepción principal me observó totalmente impresionada, puesto que afuera era un caos total, pero necesitaba hacerlo. Tenía que llegar al estacionamiento.

Me detuve por un momento frente a las acristaladas puertas principales del hospital. Me impresionaba la cantidad de personas que se encontraban en la avenida principal que se localizaba en las afueras, un poco lejos del territorio del hospital. Las personas con pancartas y expresiones de disgusto y enojo no faltaban en la imagen que estaba observando, pero no podía hacer más.

—Señorita —me llamó Lourdes, la secretaria principal de la recepción.

La miré por unos segundos con atención y con cierto disgusto por la cantidad de personas que estaban bloqueando la avenida que nos permitía el paso con los vehículos hacia la entrada del hospital y el estacionamiento.

— Tenga mucho cuidado, por favor. Le recomiendo tener total precaución. — Volvió a decir al levantarse levemente de su asiento detrás de su escritorio.

— S... sí. — Asentí con cuidado. — No se preocupe. Volveré de inmediato.

El bullicio y los gritos no faltaban. La policía y la fuerza de choque estaban deteniendo la violencia y tratando de abrir paso para las personas que intentaban llegar al hospital. Especialmente, los que trabajábamos en el mismo, ya que el jefe del hospital había decidido activar un protocolo para recibir a los pacientes por otras entradas alternas. Al menos eso era un beneficio de que el «Hospital General de Puerto Rico» fuera tan grande y extenso.

Realmente, podía sentir el disgusto y la molestia de las personas, pero a veces ese tipo de situaciones podría perjudicar a otros y se nos escapaba de nuestras manos.

Caminé sigilosamente por la calle en forma de vuelta redonda del hospital. Parecía un sitio fantasmagórico por el hecho de que no había nadie por los alrededores. Ni siquiera había vehículos estacionados en los aparcamientos delanteros, así que supuse que el estacionamiento donde se encontraba mi padre estaba abarrotado de vehículos.

Miré hacia diferentes lados una vez que me encontraba en el estacionamiento que él me había indicado. Estaba sintiendo hasta un sofocante calor y sabía que se debía a la adrenalina y los nervios. El ambiente era opaco y nublado, pero aun así sentía el calor asfixiante.

Después de caminar minutos que me parecieron eternos, vi que mi padre a lo lejos elevó su mano y me hizo señas con una nerviosa emoción en su rostro.

«Mierda, esto no me parecía nada divertido».

Al dirigirme hacia él, sentí que mi teléfono vibró en uno de los bolsillos de mi uniforme azul. Al sujetarlo y mirar la pantalla con prisa, la inquietud se agolpaba más en mi interior:

"Terminé una cirugía que tenía programada a primera hora del día de hoy. Estoy de guardia, pero aún no se presenta ningún caso severo en el que tenga que estar presente. ¿Dónde estás, jovencita? Te he buscado en el piso de emergencias y pregunté por ti en la recepción de emergencias.
P.D. Ya estoy enterado de que tu turno acabó, así que espero que seas convincente cuando me digas dónde estás.
Dr. AWM".

«¿Qué carajo?».

Algunas veces Adrián era muy dulce y otras era muy persuasivo, intuitivo y serio. Con ese mensaje, realmente parecía estar serio. Me extrañaba sus repentinos comportamientos temperamentales.

«Tendría que esperar», pensé.

Inconscientemente, trataba de tranquilizarme hasta resolver lo que estuviera sucediendo.

Volví a guardar el teléfono en el mismo lugar. Sin embargo, cuando al fin mi padre y yo nos encontramos, lo abracé como si no nos hubiéramos visto en mucho tiempo. Lo cierto era que estaba preocupada por él.

—Hija, que bueno que has llegado —me dijo con una sonrisa, pero yo sabía que quería aminorar la situación.

—¿Cómo no voy a venir a ayudarte? —engrandecí los ojos al mirarlo con preocupación.

Me fijé en que mi padre estaba solo y que tenía la camisa de su uniforme de trabajo manchada de sangre. Tragué hondo, porque la situación de verdad parecía complicada con la manifestación. La gente perdía los estribos y la paciencia, y no me extrañaría para nada que las personas se lastimaran intencionalmente o sin intención.

No obstante, suspiré para tratar de no perder la calma.

—Papá, ¿dónde está la persona?

—Oh, sí. Ven... —me dijo nervioso.

Caminamos unos cuantos metros más y me di cuenta de que nos dirigimos hacia el vehículo de mi padre. En ese momento, mis ojos se dirigieron hacia una señora mayor de unos cincuenta y cinco a sesenta años que estaba sentada en el suelo con su espalda recostada sobre la puerta del copiloto.

Obviamente, me sorprendí, pero disimulé mis gestos, porque no quería poner a mi padre más nervioso de lo que ya estaba. Me acerqué a la señora y me agaché a su altura, observándola y examinándola. Tenía una herida abierta en la cabeza que se cubría con un paño de un color pálido, pero, claro, ya no era tan pálido cuando prácticamente estaba lleno de sangre. En el momento que la observaba con detenimiento, me sentía un poco perdida y preocupada por lo que sus gestos mostraban.

—Papá, ¿qué fue lo que sucedió? —le pregunté con sorpresa e impresión.

—Cuando estuve cerca de la entrada del hospital pediátrico y me di cuenta de que era peligroso, decidí alejarme del área y caminé hasta aquí —me informaba, mientras que yo tocaba la frente de la señora que parecía mostrar síntomas de fiebre—. Me la encontré caminando con una herida en la cabeza y, pues... ¡Cariño, no podía dejarla así como si nada!

—Papá, lo sé. Tranquilo, ¿sí? —le dije con naturalidad al sacar del bolsillo de mi pantalón una pequeña linterna para revisar las pupilas de la señora y la herida que tenía en la cabeza—. Yo hubiera hecho lo mismo, pero ¿por qué no la llevaste directamente a emergencias?

La señora parecía cansada y sedienta.

—Siento mucho las molestias, señorita —me dijo ella en un susurro, pero su voz parecía ronca.

«Probablemente, era una manifestante o alguien que caminaba por la avenida».

Mientras analizaba sus señales y síntomas, bajé con mucho cuidado su cabeza para alumbrar la herida. Al hacerlo, ella se quejó de dolor y mi padre se preocupó mucho peor.

—¡Por el amor de Dios, cariño! ¿Sabes manejar esta situación? ¡Dios mío! —escuchaba a mi padre quejarse a mis espaldas, pero continuaba concentrada, observando la herida.

No parecía muy profunda y si una superficial, aunque creía que la herida tomaría más de nueve puntos de sutura por la longitud de esta. Tenía que llevarla a emergencias en el momento.

—Señora, permítame llevarla a emergencias. Soy estudiante del «Hospital General de Puerto Rico» y haré que la atiendan de inmediato.

— E... eso no será posible. — Me dice en voz baja y parecía bastante tranquila. — Yo... yo no tengo tarjeta de salud que cubra los gastos y tampoco tengo el dinero suficiente para que me internen.

Abrí la boca estupefacta y sin saber qué hacer en el momento. Sin embargo, al observarla mucho mejor, me di cuenta de que quizá estaba diciendo la verdad. Su ropa y su fachada demostraban que hablaba con sinceridad, pero yo tenía que hacer algo. Tenía que hacer algo por la pobre señora a como dé lugar. De hecho, tenía dudas, puesto que no sabía qué hacer en el caso de que una persona estuviera herida o tuviera un padecimiento y no tuviese tarjeta de salud ni dinero que sufragara sus gastos al ser internada.

—¿Usted participaba de la manifestación? —le pregunté al achicar los ojos con curiosidad.

Ella asintió.

—Pero no he lastimado a nadie, ¿entiende? En el lugar que estaba, las cosas se salieron de control y terminé así. Siento mucho tener que quitarle de su tiempo, señorita. Lo mejor será que yo me atienda en mi casa.

La miré impresionada.

«¡De ninguna manera podría atenderse sola esa herida! Al menos tenía que ser suturada».

«¡Vamos, Nere! ¡Piensa en algo!», mi subconsciencia comenzó a desesperarme hasta que se me ocurrió una loca idea.

—Escuche —sujeté su mano, tratando de ser comprensible—. No se irá a ningún lado hasta que yo le atienda esa herida. ¿Bien?

—Ya le dije que...

—Sé lo que dijo, pero no he dicho que le vaya a cobrar —la interrumpí—. Solo quiero atender su herida. No me gustaría que se infectara, lo cual sí sería un riesgo y entonces tendría padecimientos de otra índole.

En ese momento, saqué mi teléfono y decidí responderle a Adrián, pero no era lo que él esperaba. Sabía que me lo iba a cuestionar, pero para lo que estaba a punto de hacer, necesitaba que me informara una duda con certeza. Mi corazón latía rápidamente al teclear en mi teléfono:

"Estoy bien. Necesito preguntarte... ¿Qué es lo que sucede cuando hay una persona herida y no tiene ninguna opción para ser tratada?

P.D. Sé que es una pregunta un poco absurda y que tu tiempo es limitado e importante, pero me gustaría que me respondieras en este momento".

«¿Se leería muy desesperada mi pregunta? ¿Y si pensaba que ocurría algo?».

De repente, mi teléfono vibró instantáneamente:

"¿Qué ocurre? ¿A qué te refieres con "ninguna opción para ser tratada"?
Dr. AWM".

—Hija, yo... —mi padre no encontraba las palabras por el momento.

Era complicada la situación, sí, pero era algo que se podía resolver si tenía los materiales e instrumentos necesarios.

—Papá, necesito que te quedes aquí con la señora. Debo regresar al edificio por algunas cosas —le dije al recobrar la compostura—. Escucha, lo que haré creo que no está del todo bien cuando se trata de los protocolos del hospital, y estamos en territorio hospitalario aún. Así que necesito que se queden aquí ocultos en lo que vuelvo.

Mi papá asintió con atención y parecía hacer caso a todo lo que yo estaba diciendo, porque se acercó a la señora y la acomodó mucho mejor al continuar sentada en el suelo, tratando de que no fuera vista por personas que pasaban por la zona.

Me alejé de ambos y caminé más rápido que cuando llegué hasta ellos. Mientras mi respiración era un poco agitada y mis latidos eran rápidos por los nervios, saqué mi teléfono y volví a responderle a Adrián:

"Me refiero a cuando una persona no tiene tarjeta de salud ni el dinero suficiente para cubrir los gastos si se debe internar... ¿Qué es lo que sucede cuando esa situación surge?".

Las puertas principales del hospital se abrieron automáticamente al acercarme y la secretaria de la recepción principal me miró con más alivio al ver que volví. En ese momento, mi teléfono volvió a vibrar y leí el nuevo mensaje:

"¿De verdad me harás responder esa pregunta? Lamentablemente, no atienden a la persona. No es que esté de acuerdo, porque no lo estoy, pero el protocolo del hospital se extrae de toda responsabilidad si el paciente no tiene tarjeta de salud o la posibilidad de cubrir los gastos médicos.
Jovencita, ¿por qué me preguntas eso?
Dr. AWM".

«Bien, me había confirmado lo que temía. Estaría haciendo algo antitético por más patético que fuera, pero no dejaría que mis ojos vieran a un herido y mucho menos sin mover un dedo».

Volví a responderle:

[Simple curiosidad. ¿Sabes qué tus ojos son hermosos?]

Accedí con prisa hacia el primer ascensor que vi y entré en este, pensando en dónde podría conseguir con facilidad las cosas que necesitaba para atender la herida de la señora. Miré los botones del elevador y mi mente comenzó a trabajar.

«Nere, era una locura, pero era por una buena causa». Mi subconsciente me lo recordaba, pero yo trataba de apaciguar la adrenalina que sentía en el momento.

Entre el caso que presencié de la erección, mi encuentro con Adrián y Bárbara en el ascensor y la situación actual, tenían mis cinco sentidos en alerta.
Abrí la bandeja de mensajes cuando sentí el teléfono vibrar:

[¿Y usted sabía qué es hermosa y deliciosa?

PD: ¿De verdad duda de mi capacidad? Intenta distraerme.

Dr. AWM]

—¡Agh! ¿Sabes qué, Adrián? —susurré para mí misma al mirar su mensaje—. Tu indudable inteligencia tendrá que esperar —sonreí levemente y decidí presionar el botón del piso de cirugía general.

Cuando el ascensor abrió sus puertas y comencé a caminar por el pasillo principal del piso de cirugía, me di cuenta de que todo estaba tranquilo y despejado. Probablemente, se debía al caos de afuera. Me sorprendía ver que todo estaba tan calmado, pero yo no podía esperar más y tampoco debía distraerme con el niño bonito del piso.

Una vez que estuve frente a la puerta de la oficina de guardia de Adrián, pensé varias veces si debía entrar y hacer lo que iba a hacer, pero, carajo, estaba nerviosa.

Al suspirar con rubor y timidez, decidí hacerlo y justo como lo pensé y esperé, Adrián no se encontraba, ya que estaba de guardia y realizando sus rondas.

«Nere, tenías que darte prisa». Me estaba presionando mentalmente.

Entonces, entré al cuarto de descanso, donde también había un armario con materiales e instrumentos quirúrgicos y hospitalarios. Adrián era muy precavido y perfeccionista, así que sabía que él tendría al menos las cosas necesarias en el lugar en caso de una emergencia.

Rebusqué entre medicamentos de primeros auxilios, agujas, hilos de suturas, instrumentos quirúrgicos, entre otras cosas. Sin embargo, me di cuenta de que necesitaba una bolsa o algo donde pudiera llevar lo que necesitaba.

«Maldita sea, ¿cómo podría olvidarme de eso?».

Caminé sigilosamente por todo el cuarto de descanso, tratando de encontrar una bolsa o una mochila donde guardar las cosas. Entonces, recordé que en el cuarto de baño del lugar encontraría lo que estaba buscando. Al entrar y buscar en el pequeño guardarropa, encontré una mochila pequeña entre todas las carísimas cosas de Adrián.

«Dios, me sentía culpable por hacer esto».

Las cosquillas en mi vientre estaban estallando en mi interior, porque sentía que estaba haciendo algo indebido, pero sabía que nadie me supliría algunos materiales que realmente necesitaba si quería dormir con la consciencia tranquila sabiendo que la señora se recuperaría.

«Yo y mis jodidas ganas de querer ayudar a cualquier persona que se me presentara con algún padecimiento».

Al tomar la pequeña mochila, volví al cuarto de descanso, dándole la espalda a la puerta que se dirigía hacia la oficina de guardia para volver a buscar en el armario.

Comencé a echar algunas cosas: hilo de suturas, vendajes, agujas y algunas sustancias para desinfectar la herida como solución salina, yodo y alcohol. No era que usaría todas las sustancias, pero al menos me llevaría algunas cosas de más para prevenir que faltara algo.

Cuando me levanto y me giro con prisa y rubor, mi cuerpo se exalta al ver al ojiverde asomado en el marco de la puerta con los brazos cruzados. Me miraba atentamente y con seriedad. En ese momento, sólo quería que la maldita tierra me tragara por completo, pero también tenía mis pensamientos en otro lado.

— No se preocupe. — Dice con arrogancia. — Siga rebuscando.

«¡Dios, mis mejillas estaban calientes y no sabía qué decirle en el momento!».

—Eh... Yo iba a decirte que...

Puso los ojos en blanco y se acercó a mí con un semblante serio.

— Espero que diga que iba a decirme que se le ocurrió atender a alguien fuera de este hospital. — Abro la boca rápidamente por la impresión y vuelvo a cerrarla al tragar hondo. — Digo, estoy suponiendo y asumiendo que es eso cuando te llevas todo eso. — Mira con sus ojos claros la pequeña mochila que cargo en mis manos.

Luego puso sus manos en los bolsillos de su bata blanca y comenzó a caminar lentamente al rodearme.

—Pero...

Soltó una carcajada suave, pero yo me ruboricé.

— Aly, no soy ningún pendejo. — Vuelve a detenerse delante de mí con tranquilidad.

—Es que...

—¿Qué?

—Lo siento, ¿sí? —acepté con desesperación, porque realmente no quería que pensara mal—. De verdad que lo siento, doctorcito niño bonito, pero pensé que podría tomar algunas cosas prestadas, porque... —me estaba poniendo más nerviosa y tartamudeaba—. Porque pensé que no te molestaría. Además, eres como el principito de este lugar —espeté con más actitud—. Unas cuantas cosas de aquí no te harán ninguna falta y supongo que tampoco les darás uso, así que siento mucho tomar prestado lo que no es mío para tratar de curar una herida y aliviar el dolor de una persona que no tiene recursos. ¡Dios!

Me quedé sin aire al soltar todo lo que pensaba y sentía respecto a lo que dedujo. Él solo se quedó en la misma posición y me observaba con curiosidad. De hecho, ya que le había dicho todo eso, su semblante parecía mostrarse más divertido, y la verdad era que me confundía bastante con sus cambios de humor y sus acciones.

—¿Te diviertes? —lo reté.

Se mordió el labio inferior. Al parecer, para no reírse. Sacó las manos de los bolsillos de su bata médica y caminó por mi lado, dejándome con las palabras en la boca. Entonces, vi que se detuvo en donde estuve rebuscando y tomó un maletín negro que estaba en lo más alto del armario, justo al fondo. Ni siquiera lo había visto ni me había dado cuenta.

Cuando lo abre sobre el mismo sillón dónde había perdido mi virginidad con él, saca una pequeña botellita de metal con un nombre y unos códigos grabados. Luego, saca una jeringuilla y vuelve a dirigirse a mí, en la misma posición que antes, solo que ésta vez, me enseñaba la jeringuilla.

— ¿Cómo iba a proceder sin utilizar anestesia local? — Pregunta con seriedad en un susurro.

«Mierda, tenía razón. ¿En qué carajo estaba pensando?».

Presioné los párpados al darme cuenta de mi error, y también porque me percaté de que, si Adrián no se hubiese aparecido, evidentemente, no hubiera conseguido la anestesia local, puesto que nadie en el hospital me la proveería a menos que yo hubiera sido médica o estuviera autorizada.

«Bravo, Nere. Una vez más volvías a meter la pata hasta el fondo».

Adrián me ofreció la jeringuilla y la pequeña botella de metal. Sin embargo, las tomé con rubor y las coloqué en el interior de la mochila junto a las otras cosas. Luego me fijé en que él me permitía el paso para salir. Al cruzar la puerta del cuarto de descanso con timidez, me dirigí hacia la puerta de su oficina de guardia y me di cuenta de que estaba detrás de mí y que me estaba siguiendo.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunté al detenerme en el marco de la puerta de su oficina.

—¿En serio creías que te dejaría ir sola a los exteriores de este edificio con el caos que hay afuera? —espetó sin más. Por sus gestos, no parecía que iba a transar.

—Puedo hacerlo sola.

—Sé que puedes, pero no te dejaré ir sola. Tu seguridad es importante para mí. Además, yo te he dado la jeringuilla y la anestesia local. Lo lógico sería que yo te supervisara en el procedimiento.

— ¡Mi padre estará ahí! — Le susurré entre dientes y él me sonríe con suficiencia.

—¿Y eso qué tiene?

—"¿Qué tiene?" ¡Qué te verá!

— Me comportaré. — Se encogió de hombros.

Negué con la cabeza al mirarlo a sus ojos claros.

— ¿Siempre te sales con la tuya? — Le pregunté al achicar mis ojos con un poco de gracia.

— Sólo cuando salvo la vida de alguien, o cuando esta boquita le gusta retarme. — Roza levemente su pulgar en mis labios y se adelanta unos pasos delante de mí al salir de la oficina de guardia.

Lo miré sorprendida al darme cuenta de que de verdad iba a volver al estacionamiento con él, pero más sorprendida estaba al saber que era la segunda vez que conocería mucho mejor a otro miembro de mi familia, y no solo era un miembro común, sino mi padre.

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