Capítulo 54 | Parte 1.

Capítulo 54.

Unas suaves caricias se paseaban por los revueltos cabellos de mi frente. Aunque quería abrir los ojos, me sentía agotada y sensible. Sentí cómo un tierno y lento beso se posó sobre los flequillos de mi frente. Luego otro en mis sedientos labios. Me aferré mucho más a la comodidad que me brindaban unos fibrosos brazos y presioné molestamente los ojos.

— Pequeña. — Una voz familiar me suaviza la arrugada expresión de molestia que debo tener en mi rostro. — Mi pequeña... — Vuelvo a oír de fondo y quiero ir a dónde está esa dulce y sensual voz.

Abrí los ojos repentinamente y me quedé congelada, asimilando dónde y con quién estaba. Miré sin ninguna expresión al hombre que me veía despertar, pero yo no decía nada. Luego me percaté de que la alarma de un teléfono sonaba constantemente. El ojiverde que me observaba tranquilamente en sus brazos no decía nada y esperaba que yo dictara alguna palabra o realizara alguna acción.

Y, de repente, volví a aterrizar en la Tierra. Me levanté de golpe de sus brazos y lo miré estupefacta.

—¿Qué hora es? —aún mi cerebro no procesaba bien lo que ocurría.

Miré a mi alrededor y pude percibir que la claridad del día comenzaba a reflejarse en la ventana que estaba junto a mi cama. Aún no concluía el amanecer, pero rápidamente me puse en alerta.

«Mis padres», pensé. «Realmente, me estaba volviendo loca. ¿Cómo pude pensar que no era mala idea el que Adrián se quedara? Mierda, mierda y más mierda. Solo esperaba y para mi propia suerte, que aún durmieran».

Adrián acercó sus labios hacia mi mejilla y depositó un dulce beso.

— Buenos días, interna. ¿Lista para otro arduo día de prácticas? — Bromea en un susurro y me hace cosquillas con su barba de tres días.

—¡Andy, por Dios! ¿Cómo puedes estar tan tranquilo sabiendo que debo sacarte de aquí lo antes posible? —le susurré bastante nerviosa, pero muy en el fondo, estaba feliz de que amaneciera conmigo.

—Bueno, no he escuchado ningún ruido —se encogió de hombros y sus ojos brillaban al mirar mi patética y asustada expresión.

—¡No puedo creer lo que me haces hacer! —me quejé en voz baja, pero él tiró de mi mano hacia su cuerpo.

—Imagina lo que yo te haría hacer con un bisturí. — Me susurró muy cerca de mis labios.

Entonces, la alarma de mi teléfono comenzó a sonar también.

— Usted es un ser muy pero muy tentador, Doctor Wayne. — Esquivo sus labios y me levanto de la cama. — Y mucho, de verdad. — Me mira con diversión. — Pero, ¿ve esa claridad qué se asoma por ahí? — Señalé la ventana. — Significa "hora de que tu acostada sexual se vaya."

Se rio por lo bajo y negó con la cabeza al inclinarla.

— Por eso me gustas tanto. — Se levantó de la cama con toda la normalidad del mundo, mientras su desnudez estaba a mi vista. — Tus tontos comentarios hacen mi día pacífico y ameno.

¿En serio? ¿La palabra "pacífico" y "ameno" en una sola oración cuando habla en pelotas? Si no se cubre de una vez, mi vista se quedará en ese mismo lugar dónde su amigo está despertando.

Él toma su teléfono con normalidad y comienza a verificar sus notificaciones al darme la espalda. Su perfecto trasero lo exhibía como si nada me ocurriera.

—Mierda, olvidé avisar a Garret que debía llegar más temprano —murmuró para sí mismo y comenzó a teclear en su teléfono.

Cuando puso el teléfono sobre su oreja, supe que era el momento perfecto para salir de mi habitación. No podía creer que se tomara las cosas tan normales cuando se trataba de nosotros.

Me vestí rápidamente con mi pijama que yacía en la silla de mi escritorio junto con la ropa suya.

—Oiga, doctor Wayne —bromeé de manera sugerente para aminorar la posible vergüenza que pasaría frente a mis padres.

Adrián se giró con tranquilidad y me dedicó una mirada seria, porque estaba concentrado en que la enfermera Garret respondiera la llamada.

—Vístete, no estamos en una sesión de fotos nudistas para adultos. Estamos en la casa de mis padres —le tiré su jean y asintió, pero continuó dándole atención a la llamada que al parecer no respondían.

Al ver que parecía liado y que no respondía a mi sarcástica broma, decidí darle espacio y salí de mi habitación. Caminé sigilosamente por el pasillo y me asomé en la cocina.

«Qué extraño, todo continuaba igual».

Tragué hondo y me acerqué al comedor, observando a mi alrededor. Luego caminé hacia la habitación de mis padres y me di cuenta de que no habían llegado.

Abrí la boca impresionada y preocupada. Mi corazón se aceleró por la extrema preocupación que sentí de golpe y volví con prisa hacia mi habitación. Cuando entré, Adrián comenzaba a ponerse su jean, pero al ver mi expresión frunció el ceño.

—¿Todo bien?

— No, claro que no. — Suelto un suspiro confuso. — Mis padres no están. Más bien, no han llegado.

Adrián no dijo nada. Parecía confuso al igual que yo. No dudé ni un momento más y tomé mi teléfono que reposaba sobre la mesita de noche. Tecleé el número de mi madre y al instante comenzó a sonar al otro lado. Después de unos cuantos tonos, ella respondió con la voz soñolienta.

—Hola, cariño.

—¿Mamá? —mi tono parecía más preocupado que una pregunta—. ¿Dónde diablos estás? ¿Dónde están? ¿Y papá? —mi mandíbula estaba a punto de caerse.

— ¡Ay, mi bebé! ¡Lo sientooo! — Se disculpa tendidamente. — Cariño, me he quedado con tu padre en el parador que estaba junto al restaurante. Lo decidimos muy tarde y pensé que ya dormías. La mañana nos pilló. Pensé que llegaría antes de que te dieras cuenta.

Suspiré con alivio y Adrián se dio cuenta de mis gestos. Él negó con la cabeza y sonrió para sí mismo.

—Mamá, me has dado un jodido susto.

— Tu padre y yo volveremos a la casa en un rato. — Mi madre bostezó al otro lado del teléfono. — Nos sentíamos muy contentos y emocionados por lo de mi nuevo trabajo, y luego de la cena, una cosa llevó a la otra y pues...

Alejé el teléfono de mi oreja, espantada por los detalles que parecían aproximarse a mis tímpanos. Miré el auricular como si fuera un artefacto extraño y alienígena. Adrián me miraba extrañado cuando se ponía la camisa con prisa.

—¡Mamá! —me quejé con gracia.

—¡Bueno, ya, ya! Solo me excusaba —me dijo como si fuera una niña.

«Irónico, ¿no?».

Ambas habíamos estado con los hombres que amábamos. Sin embargo, me guardaría ese detalle para mí.

—Bueno, entonces, nos veremos luego. Debo irme más temprano. Recuerda que las calles estarán muy cargadas y precisamente hoy, que es tu primer día de trabajo, debes estar atenta.

—Lo sé, mi bebé. Quiero que también tengas mucho cuidado.

Veo que Adrián comienza a ponerse sus botas con dificultad y como su lacio cabello estaba revuelto.

Sólo habíamos dormido un par de horas, pero me sentía con energías y con más ánimos que nunca.

«Los efectos de Adrián, Nere». Fue lo que pensé.

—Mamá, debo colgar. Un beso —colgué inmediatamente.

Sin embargo, Adrián me miraba con curiosidad mientras terminaba de prepararse.

—Lo siento —mordí la uña de mi dedo pulgar con timidez—. Debes estar agotado por mi culpa —inflé mis mejillas y las toqué con rubor—. Sé que mi cama no es la más cómoda y que...

— ¿De qué estás hablando? Dormí perfectamente. Además, estoy acostumbrado a madrugar y a trasnochar. Créeme. — Me miró atento.

—Bien —asentí insegura.

—¿Tus padres están bien? —preguntó con sinceridad mientras ataba los cordones de sus botas.

— Mmm, sí. Te evitaré detalles, pero están perfecta... mente. — Reflexioné. — Creo...

Sacudo mi cabeza e ignoro tener que reflexionar sobre aceptar de una jodida vez que mis padres tienen una excelente vida sexual.

— Es natural, Aly. — Me dice de momento. — Tienen sexo y son felices. — Se encogió de hombros con despreocupación. — Al menos, tienes una familia estable y unos padres que se aman el uno al otro. Puedes estar segura que fuiste bienvenida al venir al mundo.

De repente, mi expresión se derrumbó.

«¿Por qué tenía que decirlo de esa manera?».

—¿Estás bien?

—No, no lo estoy. Te dije varias veces que deberías irte conmigo y prefieres llegar sola al hospital.

¿Qué? ¿Y éste hombre tan temperamental?

—Oye, estaré bien —traté de calmarlo—. Nos veremos en el hospital —le recordé con gracia.

Su expresión se había endurecido.

—Andy, no me mires así —le dije con seriedad—. Estoy tratando de proteger tu imagen y de no interferir en tu trabajo.

—Lo sé.

—¿Entonces? —me acerqué a él y acaricié los revueltos mechones sobre su frente.

— Me fastidia verte y no poder tocarte cuando yo quiera. — Esquiva mi mirada, como un niño cuando está enojado.

Lo abrazo con emoción y él se queda inmóvil, aunque sentí que le afectaba de buena manera. Entonces, sus brazos me reconfortan y me besa el pelo.

Mariposas y más mariposas revolotean en mi vientre con fuerza. Me estaba volviendo malditamente adicta a sus brazos y a su aroma.

Sin embargo, su teléfono sonó mientras seguía abrazada por él, pero suspiró con fastidio y respondió la llamada.

—Doctor Wayne —su voz parecía asimilada—. Bien, saldré en un momento —colgó.

Lo miré desde mi baja estatura y, al guardar el teléfono en su bolsillo, me aferró mucho más a su cuerpo.

— Frankie ya vino por mí.

Lo abracé fuertemente y cerré los ojos, sabiendo que quizá no podría disfrutarlo todo el tiempo.

—Te acompaño —le dije.

Además, era obvio que lo acompañaría. Hubiera sido tonto que saliera sólo como si nada. Me puse con rapidez el cubre batas, cubriendo mi pijama.

—Hace unos minutos estabas a punto de echarme de aquí desnudo —bromeó con sarcasmo—. Ahora me acompañas hasta la puerta con esa expresión que me tienta a quedarme contigo.

— Hace unos minutos no me había enterado que mis padres nos estaban haciendo competencia. — Le digo al caminar delante de él

Entonces, volví a traer esa expresión de diversión en su rostro. Me siguió hasta la puerta principal, y al abrirla, aún la mañana estaba muy oscura. Apenas el sol comenzaba a asomar sus destellos.

Alguien salió de una blanca y lujosa camioneta Mercedes-Benz de último modelo. Un hombre joven vestido con un traje negro y una corbata del mismo color, caminó y se detuvo frente a mi hogar. Sorprendida de lo que estaba viendo, no pude evitar abrir la boca con indignación.

—Doctor Wayne, le he traído algunas cosas de la casa —le informó su chófer—. Mi padre le ha enviado ropa limpia, porque creyó que la necesitaría.

— Gracias, Frankie. Tu padre no debió molestarse. Sabe que tengo un guardarropa en mis oficinas, pero bueno... — Agradece amablemente y se encoge de hombros. — Aly, él es Frankie, mi chófer. — Adrián me sonríe con suficiencia y se dirige a él, quién mostraba un comportamiento neutral y muy profesional — Frankie ella es mi... amiga, Alysha Doménech.

Su chófer asintió con una sonrisa sincera y ambos nos estrechamos la mano gentilmente.

—Esperaré en el vehículo, doctor Wayne —le informó y se alejó educadamente.

Era un hombre joven y probablemente se acercaba a la edad de Adrián. Parecía una persona responsable y muy profesional. No obstante, me crucé de brazos y miré a Adrián perpleja.

—No solamente decidiste superarte en la vida —bromeé—. También eres como un príncipe o algo así.

Me miró seriamente.

—Tengo lo necesario para facilitar mi cargada agenda. Es todo.

—Claro, ¿cómo no? —mi voz era más sarcástica de lo debido.

Se acercó a mí, pero di varios pasos hacia atrás, ubicándome en el marco de la puerta principal de mi hogar. Me dio un beso en la frente y pellizcó mi nariz con cariño.

— Tu sarcasmo me impone muchos puntos para calmar esa lengua tan viperina. — Abro la boca con una disimulada expresión de indignación y él procede a marcharse. — No tardes. No me hagas pasar un mal rato preocupado.

Sonreí y negué con la cabeza al verlo entrar en la lujosa camioneta Mercedes-Benz entre la poca claridad del amanecer.

🔹

Me había duchado y vestido con cierta prisa por salir de mi hogar. No quería encontrarme con un cargado tráfico debido a las carreteras bloqueadas por la manifestación.

La televisión estaba en el canal de las noticas de la mañana y las escuchaba atentamente, mientras desayunaba cereales con leche. Era el desayuno más rápido de preparar en un día tan cargado como el que tendría, así que con esto me tenía que bastar.

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- Muchos manifestantes ya se están preparando para expresar y disponer sus intranquilidades en cuanto al químico que el gobierno federal ha decidido utilizar para exterminar los mosquitos vectores que trasmiten el virus del zika. Según los informes preliminares, el Naled ha sido utilizado en el estado de Florida en los Estados Unidos debido a la gran cantidad de personas que han adquirido el virus. No obstante, muchas personas de nuestro país no están de acuerdo con que se lleguen a tomar las mismas medidas. Y cabe recalcar, que hay una gran mayoría que se oponen al rociado del Naled por los aires...

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Las noticias seguían su curso. Al mirar la televisión, mostraban ciertos lugares importantes del país donde las personas se preparaban con pancartas y folletos para la protesta contra el químico que aún no llegaba a nuestro país, pero que sí venía en camino, directo de una embarcación. El gobierno federal, el gobierno de mi país, la Organización Mundial de la Salud, entre otros, estaban teniendo un dolor en el culo con ese virus por casi un año. Querían usar cualquier medida contra los vectores que lo propagaban, así como fue el proyecto del cual participé en Miami, Florida en cuanto a la vacuna experimental.

«¿Es que el gobierno ya no pensaba en las jodidas consecuencias?».

A última instancia, yo sabía que lo único que les interesaba era erradicar dicha propagación. Sin embargo, si había una verdad de todo eso, era que de alguna manera yo estaba de acuerdo con todas esas personas que protestarían por la salud de otros.

Con cierta impotencia, me levanté del asiento que estaba junto a la encimera y lavé mi plato antes de tomar mis cosas y marcharme.

🔹

Había llegado al hospital y entré por las puertas principales con más tranquilidad. Por suerte, no había tenido ningún inconveniente cuando conducía. A pesar de todo, era bastante temprano aún y me había dado prisa. En estos últimos días he tenido mucha suerte, incluyendo el hecho de que el futuro director de cirugía había dormido en mi cama y mis padres no se enteraron. Bueno, a excepción de Jimmy... Pero el es otro tema. Qué Jimmy me haya pillado con Adrián es como si me hubiera pillado mi mejor amigo, puesto que mi hermano era eso para mí.

Mientras caminaba hacia uno de los ascensores del hospital, até mi cabello en una coleta. No había llegado al vestidor y ya me sentía presionada con el turno. Quizá se debía a que pasé una noche agradable y sentía que me había perdido de mucho, aunque no era así. Pasaba más horas en el edificio que en mi propio hogar, y al parecer, mis padres también, por el hecho de que mi mamá era la nueva secretaria de la recepción principal del hospital pediátrico.

De cierta forma, la idea me agradaba. Saber que solo tendría que cruzar el puente interno que conectaba ambos hospitales para ver a mi madre, me suponía algo bueno. Como había dicho, eran como mis mejores amigos, aunque teníamos un lazo más fuerte como lo era el de un hijo y sus progenitores.

Presioné el botón para que las puertas del ascensor se abrieran, y al hacerlo, entré con toda la calma posible. Mientras el elevador ascendía hacia el piso de emergencias, me mordí el labio inferior con suavidad y toqué mi cuello, mis labios, mis mejillas; lugares que Adrián había besado. Tomé un mechón de mi coleta y lo acaricié como una joven infantil y enamorada.

Desde que se había marchado muy temprano al amanecer, no había dejado de pensar en él y en las cosas que me hizo. Sonreí como una tonta y sabía que era el efecto de que fuese como mi medicina personal.

Cuando el ascensor llegó a su destino en el piso de emergencias, me encontré a Gloria sentada sobre una camilla en el pasillo principal. Leía un libro de bioquímica, lo cual se me hizo muy raro, puesto que esa era una de las materias que se tomaban en la universidad cuando se realizaba un título en Biología, Química, Física o en primer año de Medicina. Así que, francamente, no entendía el por qué estaba tan concentrada y leyendo en voz baja. Sin embargo, me acerqué a ella y la miré extrañada.

—Buenos días, colega —le sonreí sin entender nada.
Gloria me sonrió y me dijo "buenos días" en voz muy baja, continuando con su lectura.

—Oye... —llamé su atención con cuidado—. ¿Qué estás haciendo? —francamente, le pregunté con muchísima curiosidad.

—Estudio, amiga —me dijo con lamentación—. ¿No lo ves?

— Sí, obvio que lo veo. La cuestión es... — Me senté a su lado. — ¿Por qué demonios tienes un libro básico de bioquímica en una etapa cómo esta? Recuerdo muy bien que aprobamos esta clase tan tediosa y horrible.

Suspiró frustrada.

—Lo sé —colocó el libro sobre sus piernas y me miró, haciendo una mueca de disgusto—. Pero tú aprobaste con un noventa y ocho por ciento y yo no. ¿No recuerdas con cuánto aprobé esta jodida materia? Con un sesenta y nueve punto cinco por ciento, Nere. Te recuerdo que sin ese punto cinco me hubiera fastidiado.

La observé con comprensión. Sé que no es una materia sencilla y no era la única que había pasado por bioquímica con alegría. Pero, ¿quién lo ha hecho? Tampoco me llegó a gustar esa materia.

—Bien, ¿y por qué tienes que volver a una de las materias más odiadas a nivel general en ciencias?

—Porque ya me decanté por la residencia que quiero escoger y uno de los requisitos es tener buena puntuación en bioquímica si quisiera que me tomen en consideración.

De momento, mi cerebro comenzó a trabajar. ¿Por cuál especialidad se había decantado? Siempre pensé que permanecería como médico general.

Como yo seguía mirándola estupefacta y esperando más información, ella prosiguió:

— Quiero una residencia en pediatría. — Me dijo con anhelo y sinceridad.

Mis ojos se engrandecieron, y como me emocioné por ella, la abracé de repente.

—¡Glory, eso está muy bien! ¡No puedo creer que te hayas decidido por ser pediatra! —la abracé más fuerte aún y ambas comenzamos a reír.

— ¡Lo sé, lo sé! — Sus ojos brillan con emoción. — Es una locura total, pero amo los niños. Es mi dirección y es lo que quiero. — Dice con seguridad.

Apreté su mano cálidamente.

—Ahora lo entiendo. En la residencia pediátrica son más exigentes con ese tipo de materia. Entonces, sabes que trabajarás mucho con la cantidad de medicamentos. Sabes que deberás calcular la cantidad exacta de las dosis y entender las reacciones químicas de dichos medicamentos que podrían ser suministrados a un niño.

—Sí, exacto —respondió emocionada—. Por eso hay que tener buena base en bioquímica, Nere. Y voy a comenzar a repetir la materia ahora que comience el verano. Tendré dos meses intensivos para tomar la clase y aprobar con una puntuación más alta.

Asentí al comprender todo.

—¿Qué hay de ti? ¿Cómo vas con tus materias? Aunque no sé por qué pregunto. La verdad es que, desde que te conozco, nunca has tenido problemas con las materias, y por como hablan en los pasillos sobre ti en cuanto a las rondas...

— ¿¡Qué!? ¿¡Qué dicen de mí!? — Pregunté preocupada.

—Tranquila, mujer —sonrió—. Nada malo. Más bien, todo lo contrario. Dicen que eres el cerebrito de los internos.

— ¿¡Qué!? ¿¡Eso dicen!? — Pregunté sin creérmelo, obviamente estaba impresionada.

—Pues, sí —suspiró irónica—. ¿No lo ves? Hasta el doctor diablo te ha llamado para participar en uno de sus casos.

«Sin contar que el príncipe del bisturí me invitó a quedarme en la cirugía que él le realizó a la pequeña paciente del doctor diablo, pero eso lo guardaría para mí».

— Tampoco es para tanto. Últimamente he tenido que darle mano dura a mis libros de medicina interna e histología.

—¿De verdad? —me observó esperanzada, como si se reconfortara de mis palabras.

Pero era cierto, últimamente, las materias para las rondas me estaban costando un poco de trabajo.

—De verdad —le dije con certeza—. También paso mucho trabajo como tú, amiga —apoyé mi brazo sobre sus hombros—. No creas que eres la única con esas cargas.

Nuestra confianza era total y la amistad había crecido demasiado. La quería tanto y siempre tendría mi apoyo y mi ayuda. Mi compañera posó la cabeza entre mi hombro y mi pecho.

— Eres la mejor amiga que he conocido, ¿sabes? Gracias, Nere. — Sonríe al mantenerse recostada de mi. — Eres un ser tan noble, y no se me hace para nada raro que brilles con luz propia.

Bufé con cariño.

— ¡Oh, vamos, Glory! También eres un ser especial, y saldrás adelante con todo esto. Siempre lo has hecho y admiro mucho eso de ti.

Mi compañera siempre había sido una persona emocionalmente fuerte y estable. Eso era algo que yo admiraba de ella. Es decir, criarse sin padres y superarse por sí misma no era nada fácil, así que yo sabía que ella también podía brillar con su propia luz.

Ciertamente necesitaba una charla con mi compañera. Era costumbre que siempre nos alentáramos una a la otra, y esta vez, me tocó a mí alentarla a ella. Siempre lo habíamos realizado como una terapia desde que la conocí y comenzamos nuestro primer año de medicina en la escuela médica, pero ahora que realizábamos el internado, no sería diferente.

🔹

Algunas horas habían pasado y cuando estaba a punto de comenzar mi turno, fui a cambiarme en el vestidor del piso de emergencias. Terminaba de ponerme la camisa azul y ajustar mi pantalón del mismo color cuando Kenneth entró de golpe.

—¡Carajo, me has dado un susto de madre! ¿Qué no ves que estaba poniéndome el uniforme?

—¡Lo siento, mi reina! Ha surgido una emergencia y... —parecía muy emocionado al avisarme—. ¡Tienes que ver esto!

¿¡Cómo puede estar emocionado con la emergencia que sea que esté ocurriendo!?

—Amigo, ¿estás loco? —negué con la cabeza al ajustar mis negras y clásicas Converse—. ¿Desde cuándo te alegras de los padecimientos y las emergencias de un paciente? —bufé al terminar de atar mis cordones para buscar mi estetoscopio Littmann entre las cosas de mi mochila.

Realmente, me sentía extrañada, porque él no era así. De hecho, era una persona muy humanitaria y cariñosa, así que eso me resultaba extraño. No obstante, arreglé mi voluptuoso cabello negro y ajusté mucho mejor mi coleta.

— ¡Estas hermosa cómo siempre, pero necesito que muevas tu sexy culo!

—¡Agh, ya voy! —chillé cuando me sujetó de la mano y tiró de esta, guiándome hacia uno de los cuartos de emergencias cubierto por una cortina azul.

Lo que no entendía era el porqué habían tantas internas y enfermeras alrededor de una camilla. Murmullaban entre ellas y algunas muy sorprendidas. El hecho de que mi amigo se impresionara me preocupaba bastante.

Cuando soltó mi mano, me miró con suficiencia y con los brazos cruzados. Le devolví una mirada confusa y me dirigí lentamente hacia el grupo de internas y enfermeras que estaban alrededor del paciente. Entre tantas mujeres, encontré a Gloria y me acerqué a ella.

—¿Qué sucede? —le pregunté con extrema curiosidad.

—Debes verlo por ti misma —rio en voz baja y se movió para que yo pudiera ver.

El paciente estaba nervioso. Miraba todo a su alrededor, pero ese alrededor se basaba en mujeres y más mujeres. Sudaba excesivamente y tragaba hondo. Parecía sediento.

Continué observando su estado, tratando de analizar sus señales con calma. Su comportamiento no mostraba signos de agresividad, ni nada por el estilo. Tampoco tenía ningún tipo de ataque o crisis. Mis ojos continuaban observando su cuerpo en busca de una posible marca o herida, hasta que...

— ¡Santo Dios! — Chillo en una voz quejica e impresionada.

Las internas y enfermeras comenzaron a reírse por mi comentario, pero era que no podía creer lo que sucedía en el momento.

— ¡Por favooor! — Pidió el paciente con sumo desespero. — ¡Necesito un médico! ¡Tienen que ayudarme! ¡No se me ha bajado en cuatro días y ya le puse hielo!

Gloria bajó la cabeza, tratando de no reírse por la impresionante erección que el paciente tenía. Literalmente, elevaba la insignificante manta desechable con su firmeza muy notable. Más bien, bastante notable.

La enfermera Holán se acercó a nosotras. Al parecer también fue informada y acababa de llegar.

— ¡Oh, Dios mío! — Exclama impresionada y se cubre la boca con sus delicadas manos al ver lo que le sucedía al paciente.

«Uf, al menos no tenía que sentirme mal por mi expresión, ¿no? Si mi posible cuñada se sobresaltó, entonces, no tenía que sentirme mal por ello. Además, era la impresión. Ni modo».

— ¿No se supone qué esto lo trate el urólogo? — Pregunté conmocionada, mientras todas teníamos las miradas en la misma dirección... en la erección.

— Tengo entendido que el urólogo está de vacaciones en Hawaii. — Informó la enfermera Holán con las manos cubriendo su boca. — Además, al ser una emergencia, el emergenciólogo tiene que examinarlo y hacerse cargo primero.

Realmente, parecíamos unas tontas, como si nunca hubiéramos visto algo así, pero vamos, era el primer caso clínico de tal índole que veía.

—¿Y dónde está el emergenciólogo de turno? —volví a preguntarle a la enfermera Holán.

—Pues...

—¿Qué pasa aquí? —escuchamos una voz seria y masculina.

Todas las que estábamos presenciando el caso nos giramos a ver de quién se trataba. Muchas de las enfermeras e internas comienzan a marcharse a sus otras labores, como si nada hubiera ocurrido. En cambio, Kenneth se acercó a mi lado. ¿Pero cómo no lo haría? Me rio mentalmente de esta jodida situación.

—He tardado, lo siento —Damián volvió a decir al ajustar su bata blanca con prisa—. Me han informado de una emergencia en particular y he venido a revisar.

—¿Está de turno? —le preguntó Gloria con la voz baja e impresionada.

—Claro —asintió con prepotencia y puso los ojos en blanco—. Me han avisado que hoy debía estar aquí temprano por el caos que hay afuera. ¿Es que no se informan? ¿Acaso no ven las noticias? Fuera de este edificio es un caos.

"Y creo que aquí también habrá un duro caos, Doctor Del Valle." Mi subconsciencia está para bromas, pero tenía que concentrarme en esto.

— Créame, doctor. — Comenzó a decir la enfermera Holán. — Aquí también hay un... caos.

— ¿¡Es el médico!? ¡Oh, gracias a Dios! — Escuchamos al paciente a nuestras espaldas. — ¡Doctor, ayúdeme! ¡Por favoooor! — El paciente parecía alterarse con su problema de erección.

Damián se alarmó en el momento y caminó con prisa hacia nosotras. Nos quitamos de su camino, dejando a la vista el problema del paciente. Al percatarse, se queda estupefacto y su expresión es escéptica. Damián nos mira rápidamente. Kenneth, Gloria, la enfermera Holán y yo; mirábamos atentamente las complicaciones del paciente. Kenneth realmente parecía mucho más embobado que nosotras.

—¿Qué demonios les sucede? —preguntó Damián con obviedad, pero lo hizo para llamar nuestra atención—. Es hora de movernos a lo que vinimos —ordenó al sacar su estetoscopio negro y acomodarlo sobre su cuello.

Comenzó a verificar los signos vitales y la presión del paciente. Sus ojos parecían querer dirigirse a esa dirección con profesionalismo, pero estaba bastante escéptico.

— Soy el Doctor Del Valle. — Le informa rápidamente. — ¿Qué fue lo qué sucedió para qué tenga... — Carraspea, y mis compañeros y yo bajamos la cabeza aguantando una risotada. — ¿Qué fue lo qué sucedió para qué tenga una severa erección?

Dios, no. No aguantaría esto. Estallaría en cualquier momento si esto no termina. Las extremas cosquillas me torturaban por dentro y mis mejillas estaban reaccionando.

«Respira, Nere. Respira sano y profundo».

— No lo sé, doc. — Negó nervioso. — Me tomé unas pastillas para la estimulación sexual y funcionó, de verdad. — Tartamudeaba y la cara del doctor diablo parecía neutral, o al menos lo intentaba. — Pero después del acto sexual no se ha querido... — El paciente se movió un poco, y entonces, Damián miró fijamente la erección. — No se ha querido bajar. No entiendo porque no está flexible.

—Oh, basta —comentó Gloria—. Doctor, lo dejo trabajar.

Supe que quería irse porque seguramente estaba a punto de orinarse de la risa.

—Usted no irá a ningún lado —espetó con suma seriedad, pero sus mejillas mostraban un tono de rubor.

¡Doctor DD estaba ruborizado!

—Ninguno se irá, claro está —volvió a imponer y luego dirigió su vista hacia mí—. Doménech, necesito que le realice varias muestras de sangre —sacó un recetario médico y comenzó a escribir en este—. Y quiero que las envíes para estos análisis en el laboratorio general.

—Bien —acepté sin preámbulos y porque no tenía opción.

—Ustedes dos —alzó la cabeza y se dirigió a Gloria y Kenneth—. Llamen al urólogo de turno.

—El urólogo de turno no está disponible —le informó la enfermera Holán, quien se encontraba a mi lado.

—Entonces, llamen a uno —espetó fríamente.

Ambos salieron disparados hacia el pasillo y se dirigieron hacia la recepción de emergencias para tratar de contactarse con algún urólogo disponible. Yo también fui hacer lo que se me ordenó y me dirigí hacia el primer ascensor que vi para ir al laboratorio general.

Presiono el botón del ascensor, y cuando al fin las puertas se abren, me congelo de momento cuando veo a Adrián recostado en la pared del ascensor hablando con la enfermera Bosch. Tenía sus manos en los bolsillos de su bata blanca. Rápidamente, noté que estaba fresco y duchado. Su cabello estaba húmedo y sus mechones estaban perfectamente hacia un lado.

Sus ojos dirigieron la vista hacia donde yo estaba. Su expresión seria parecía estorbada al verme y su mirada brillaba con ansias. Su aroma se impregnó en mis fosas nasales cuando entré y le di la espalda. Mi corazón latía fuertemente y mi respiración era corta debido a los nervios.

No sabía cómo actuar exactamente en este preciso momento. Aunque el mostraba una distancia prudente con la enfermera Bosch, no pude evitar sentir algo dentro de mí que me disgustaba en lo absoluto.

Respiré pausadamente mientras le daba la espalda a ambos. Cerré los ojos y comencé a desear que el jodido ascensor llegara a su destino. La enfermera Bosch se había quedado callada y sabía que se debía a mí.

—¿Por qué no me has avisado con un mensaje que llegaste? —Adrián me preguntó y me giré lentamente con timidez.

Él parecía muy normal y tranquilo, que ella estuviera presente no parecía afectarlo.

—Yo...

«¿Por qué no le envié un mensaje?».

Cierto, era una despistada total, pero eso no quitaba que lo amara y que no haya pensado en él.

«¡Dios, si había estado pensando en él todo el tiempo!».

—Lo siento —logré balbucear.

— Te dije que no quería preocupaciones. — Se acerca a mí e inesperadamente me acoge en sus brazos y me abraza.

Siento tensión y preocupación en su abrazo. Mi rostro se acoge en su fibroso y duro brazo, y me cubre prácticamente por completa.

Mis ojos se encontraron con los de Bárbara, mientras él seguía abrazándome. Cuando me estremecí con su aroma y su acción, posó su barbilla en mi cabeza.

— Esta bien. Sé lo despistada que eres. — Él me dice y se aparta un poco de mí para mirarme a los ojos. — Ya estoy más tranquilo.

Le sonreí con timidez y de reojo percibí fastidio en los ojos de Bárbara. Mi corazón estaba desbocado y mis manos comenzaron a sudar.

—Tengo algo para ti —me sonrió y metió su perfecta mano en el bolsillo de su bata blanca.

Me quedé petrificada con su acción tan espontánea frente a Bárbara Bosch. Él saca una pequeña cajita blanca y la abre con chispas brillosas en sus ojos claros.

—Cuando venía hacia acá, no pude evitar decirle a Frankie que se detuviera en la joyería que está a unas cuantas calles de aquí —sacó una delicada pulsera con pequeños diamantes de plata que brillaban—. Lo había visto antes, pero como eres tan infantil para estas cosas...

Sin yo mediar ni una jodida palabra, sujetó mi mano y me puso la pulsera con agilidad. Luego alejó mi mano, aun sujetándola para comprobar que había quedado bien en mi muñeca. Los pequeños diamantes brillaban explícitamente.

—¿Te gusta? —me preguntó con suma atención y curiosidad.

Abrí la boca y volví a cerrarla estupefacta.

—Yo... Yo... Es perfecta —elevé mi mano lentamente y miré su obsequio sin creerlo.

Negó con la cabeza y sonrió.

—Estaba completamente seguro de que te gustaría —asumió, pero vi alivio en sus ojos.

Luego me dio un beso en la frente y se acercó a las puertas del ascensor que estaban a punto de abrirse en el piso de cirugía.

— Enfermera Bosch, necesito esos análisis lo antes posible. Le estaré notificando si necesito alguna prueba que haya que examinar antes de la cirugía.

Mierda. Ésta mujer y yo nos dirigíamos al mismo lugar. No puede ser.

¡Carajo, no!

Las puertas se abrieron y Adrián salió con toda la seguridad y elegancia que lo caracteriza.

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