Capítulo 53 | Parte 1.

Capítulo 53.

Me quedé sin palabras. Jamás hubiera pensado en eso. Es cierto que nunca vi a sus padres cuando lo cuidaban en la casa de Jesse, pero entonces, ¿cómo llegó a ellos?

—Andy...

— Conocí a Andrés a través de Marcella Milán, mi madre de crianza. - Me interrumpió, pero él tenía la mirada perdida en alguna parte de esta habitación. — Ella era maestra de música, y en aquel entonces, iba impartir clases al hogar de niños dónde yo vivía. — Suspiró con pesadez y sé que realmente le cuesta decírmelo. — Yo tenía siete años cuando la conocí. Ella era una mujer soltera con un trabajo estable y siempre quiso tener hijos biológicos, pero no pudo. Me adoptó cuando estaba a punto de cumplir los ocho años. Ya debes saber que en los hogares de niños es... cuestión de suerte el encontrar una familia estable. — Me apartó de sus piernas y se levantó con fastidio, sin mirarme a los ojos. — Marcella luchó y pasó mucho trabajo para que yo pudiera irme con ella. ¿Y sabes por qué? Porque no era elegible para una posible opción de adopción por ser una mujer sola. — Tomó una bocanada de aire al continuar. — Después le aprobaron un permiso temporal para observar cómo iban las cosas. Era un niño, pero sentí y vi cada inquietud. — Se giró y me miró fijamente. — Mi madre sufrió mucho en todo el proceso.

—Andy, yo...

—Después Marcella Milán conoció a Andrés cuando él realizaba su residencia en un pequeño hospital de esta región.

Tragué hondo y él se dio cuenta, pero prosiguió:

—Todo eso mientras yo vivía con ella gracias al permiso temporal.

Caminó hacia la mesa de noche que estaba junto mi cama y observó una fotografía que me había hecho con mis padres y mi hermano el año que había entrado a la escuela de medicina.

—Y supongo que más adelante se casaron y te adoptaron oficialmente —asumí con timidez. Mis manos estaban sudando por los nervios.

Aunque me daba la espalda, me di cuenta de que asintió en silencio mientras continuaba observando la fotografía con mi familia. De repente, me sentí incómoda, porque, irónicamente, no quería incomodarlo con eso ni con nada que le hiciera sentir mal.

—¿Viviste en un hogar de niños desde que naciste?

Asiente y noté que comenzó a ponerse más nervioso de lo que estaba. Maldita sea, esto me estaba costando demasiado hasta a mí. ¿Por qué soy tan estúpida y le sigo preguntando?

«Porque quería saber todo de él y porque lo amaba», me respondí a mí misma.

—Mi vida no ha sido como la tuya, Aly —se sentó en el borde de la cama—. Sé asumirlo y acepto que aquello me tocó a mí vivirlo. Es solo que no me gusta hablar de eso.

— ¿Sabes de tus verdaderos padres? — La pregunta se me escapó antes de que pudiera pensarlo.

"Erro, Nere. Grave error."

Adrián se quedó petrificado con esa pregunta. Abrió la boca y la cerró rápidamente, como si intentara mediar palabras. Sus ojos claros se tornaron más verdosos y oscuros. Podía jurar que acababa de joder el momento hasta el fondo.

Me quedé petrificada al instante, tratando de improvisar y manejar la situación, pero nada se me ocurría. Me acerqué con temor y se levantó rápidamente del borde de la cama.

— Creo que tienes razón. Lo mejor será que me vaya. — Me mira seriamente.

Lo abracé desesperada al apoyarme sobre su cuello.

—Lo siento, lo siento. Por favor, quédate —lo abracé más fuerte aún y acurruqué mi cabeza sobre su pecho—. Lo siento, de verdad —cerré los ojos con fuerza y mi corazón latía muy rápido.

Tenía miedo de haber jodido esto después de lo que le costó abrirse conmigo. Había venido hasta aquí sólo para arreglar las cosas conmigo y no lo dudó. No sé qué pensar, no sé si estoy siendo exigente o si él está siendo muy discreto y reservado. Siento un nudo en la garganta, porque en realidad no quiero que se vaya.

—Aly, podemos vernos luego.

— No, no. Quédate. — Mi voz comenzó a apagarse. — No te preguntaré nada más. Sólo quédate.

Agarró mis mejillas y me miró a los ojos.

— No te merezco, pequeña. — Rozó su nariz con la mía. — Pero me gusta tenerte. Me gusta hacerte mía. Lo que estoy sintiendo por ti me está matando, me jode.

Lo callé con un beso y sintió mi necesidad. De verdad quería que se quedara. Luego respondió a mi beso, el cual se convirtió en uno doloroso y furioso, pero no me importaba. Si necesitaba que lo entendiera, haría lo que estuviese a mi alcance para que se sintiera bien conmigo. Nuestros labios se difundieron a la par y sentí cómo su respiración se entrecortaba al igual que la mía.

—Te necesito —le dije entre cada pausa al respirar con dificultad.

Volvió a besarme con más insistencia y gruñó con excitación. Me quité el cubre batas como pude, pero él no me daba ni un momento, ya que me comía la boca a besos.

—Andy, un segundo.

Él no me escuchó, pero volví a acercarme a su cuerpo para desabotonar su camisa. Sin embargo, sujetó mi cintura con ímpetu y me hizo girar sobre mis pies, dándole la espalda.

— Quiero que me obedezcas al igual que lo hiciste en el quirófano. — Me susurra al oído con seriedad y me relamo. — Quiero hacerte disfrutar a mi antojo.

Cierro los ojos, perdida por sus palabras. Apoyo mi brazo en su nuca como puedo, y siento como sus suaves manos de dedos largos acarician la piel de mi vientre que se había expuesto al elevarse la tela de mi pijama. En ese dulce proceso, sentí sobre mis nalgas su dureza que insistía ser liberada. Comenzó a quitar mi pijama. Sentía mis mejillas ardiendo de rubor y deseo de ser tocada por éste espécimen. Cuando las piezas cayeron al suelo, me pegó a su cuerpo en la misma posición. Rozó su nariz por mi nuca y mi cuello, aspirando mi olor. Sus manos se paseaban por mis pechos y mis pezones, los cuales se endurecieron por sus expertos dedos.

— ¿Esto te gusta? — Me susurra al besar mi nuca y presionar mis pezones.

Gemí al disfrutar del placer que sus manos estaban causando en todo mi cuerpo. Luego tiró de algunos mechones de mi largo cabello, haciéndome inclinar la cabeza sobre su hombro para asomar sus labios sobre el lóbulo de mi oreja.

— Te hice una pregunta. — Gruñe.

—Me gusta —gemí.

Sonrió satisfecho.

— ¿Harás lo qué yo diga? — Volvió a preguntar con arrogancia y su mano derecha se dirigió a la tela de mis blancas braguitas.

—S-Sí... —cerré los ojos y abrí la boca levemente al sentir que su mano se coló por un lado de mi ropa interior.

— Sé cuanto te gusta que mis manos jueguen con delicioso coñito, pero tengo una mejor idea. — Me susurra al besar mi hombro repetidas veces.

Luego se agachó a la altura de mis caderas y me cargó en sus brazos hacia la cama. Me recostó sobre las arrugadas sábanas y lo miré expectante y con excitación. Tomó el control subiéndose sobre mí, pero me di cuenta de que aún seguía vestido. Me levanté un poco para quitarle la camisa, pero me detuvo.

— Quieta, mi niña. — Me sonríe y coloca mis manos por encima de mi cabeza.

Entonces, comenzó con su dulce y tentador juego. Su boca se dirigió hacia la mía para luego descender sobre mi barbilla y detenerse en mi cuello. Chupó y mordió mi hombro sin permitirme movilidad. Luego sus labios se dirigieron hacia mis pechos y volvió a chuparlos y morderlos sin piedad. Solté un gemido ensordecedor y...

«Mierda, estaba olvidando que estaba en la casa de mis padres, pero, carajo, se sentía tan bien».

—¿Estabas ansiosa de que volviera a joderte toda? —sonrió al rozar su nariz sobre todo mi abdomen.

Me estremecí, al punto de que mi espalda se elevó un poco de la cama, pidiendo más de sus besos y su lengua.

—Andy, por Dios...

— Voy a hacerte venir de esta manera. — Susurra con excitación al asomar su rostro en mi sexo. — ¿Sabes porqué lo haré así? — Rodó mis bragas hacia un lado y beso mis delicados pliegues. — Porque... eres... una... niña... muy... deliciosa. — Acompañó cada frase con sus ardientes besos que succionaban la piel expuesta de mi sexo.

Gimo, y con brusquedad, enredo mis dedos en su cabello. Su boca comenzó a torturarme de placer. Al sentir su cálida lengua jugar con mi sensible clítoris, comencé a ver las estrellas.

«Amaba a este hombre y entregarle mi placer era un sentir inexplicable en mi interior».

Rodé mi cabeza de un lado a otro al sentir que su lengua no tendría piedad con mi sexo. Nuestras siluetas se reflejaban en la pared junto a mi cama por las tenues luces que colgaban en el techo. Estar así de expuesta para él me estaba enloqueciendo, porque yo también quería tenerlo, quería sentir su piel con la mía. Cuando sentí que detuvo su lengua aniquiladora, ascendió hasta mi rostro y me miró a los ojos con dureza.

— Elévate y date la vuelta. — Me ordena y se aleja un poco de mi.

Le obedecí, y al darme la vuelta sobre la cama, se adhirió a mi cuerpo y me erizó la piel. Temblaba de deseo y de nervios, pero lo estaba disfrutando.

Sentí un camino de besos sobre mi columna vertebral, y al estremecerme, sujetó mi cintura, pegando mis nalgas sobre la erección que cubría su pantalón. Sus manos recorrieron mis pechos y mi abdomen, como si no se pudiera saciar de mí. Recosté mi cabeza sobre su hombro, disfrutando de sus perfectas y talentosas manos.

— Bebé... — Me dice al oído, mientras continúa acariciándome. — No te imaginas como me haces sentir. — Besó mi mejilla derecha, y en la misma posición que nos encontrábamos, me pegó contra la pared encima de la cama.

Con desesperación, me apoyé en la pared, mientras que él continuaba sujetando mi cuerpo. De repente, sentí cómo una de sus manos descendió sobre mi vientre y se coló en el interior de mi tanga. Tocó mi excitación y sentí que gruñó cuando comencé a moverme sobre su indiscreta mano.

— Sí... — Susurré muy jodida de placer.

— ¿Sí? — Me mordió el hombro con suavidad y sentí como sus mechones de la frente rozaban mi mejilla.

Gimoteé cuando comenzó a acariciar mi sexo de abajo hacia arriba, en movimientos lentos y constantes. Me mordí los labios y apoyé mi rostro contra la pared muerta de deseo.

— Nadie te hará sentir como yo. Nadie. — Toca mi clítoris y hace movimientos circulares que me deparan a una perdición catártica de lo consciente. — Lo sabes.

Grité descontroladamente de placer y más rápido movió sus dedos en la misma dirección. Se dio cuenta de que estaba a punto de llegar al orgasmo cuando sintió mi cuerpo temblar. Un escalofrío recorrió todo mi sistema y mi vientre empezó a contraerse fuertemente.

— ¡Andy! — Chillé más fuerte y tiró de mi cabello. — ¡Maldición, Adrián! — Mi grito de placer fue interrumpido cuando me comió la boca con frenesí, mientras mi orgasmo estalló en sus dedos.

Mis espasmos y movimientos nerviosos eran recibidos por sus expertos dedos. Mi respiración era casi nula y mi visión estaba completamente nublada cuando seguía saboreando mi boca.

Me giró nuevamente, haciéndome quedar frente a él. Me quitó la tanga con prisa y sus ojos me miraban con lujuria y excitación. Cuando me adhirió con dureza contra la pared junto a mi cama, besó mi cuello con deseo. En el proceso, desabotonó con dificultad su camisa y no me dio la oportunidad de ayudarle, porque se la quitó bruscamente.

Besé su blanquecina piel y sentí cómo sus fibrosos brazos me rodearon al apoyarse contra la pared. No tenía escapatoria, pero tampoco deseaba salir.

Mis manos acariciaban su suave piel y su delicioso aroma me enloquecía completamente. Cuando mis manos se pasearon sobre su duro y formado abdomen, me di cuenta de que me estaba permitiendo desabotonar su jean, y así lo hice.

Con dificultad, buscó en uno de sus bolsillos un condón y terminó de quitárselo para tirarlo en alguna parte de mi habitación. Luego sujetó mi cintura y me adhirió a su cuerpo. Sobre la cama, abrió mis piernas con dureza al colocarlas en sus caderas.

Mi cama no era la más grande ni la más cómoda para dos personas, pero en el momento todo era perfecto para mí y para él.

Se quitó el bóxer, mientras que yo lo miraba expectante. Con agilidad, rasgó el envoltorio y se puso el condón. Con desesperación, tiró de mis piernas, haciendo que nuestros sexos tuviesen un contacto cosquilloso y doloroso.

Al desesperarme, traté de elevar mi espalda, pero una de sus manos me detuvo al colocarla sobre mis pechos. Volví a recostarme y él se posicionó de manera que se arrodilló sobre el colchón y me penetró lentamente.

Solté un gemido y él se mordió el labio inferior, conteniendo sus quejidos de placer. Sus manos se apoyaron en mis caderas y yo las sujeté con fuerza por las placenteras penetraciones que volvían a llevarme al éxtasis.

— Mi... niña... — Gruñe y percibí como abrió levemente su boca.

Me desesperé por completo y elevé mi cuerpo para acercar el suyo mucho más al mío. Luego apoyé mis manos sobre su cuello, pero más duro me embistió. Mientras sus penetraciones eran más dulces y dolorosas, gemí sobre su boca y me miró con intensidad.

—Te necesito tanto —susurré sobre su boca, mientras que él continuaba llenándome con sus crudas embestidas.

— Ah, ¿sí? — Empuja más fuerte.

—Andy...

— ¿Andy, qué? — Me sigue torturando con sus fuertes penetraciones y yo estoy a punto de volver a perder la consciencia.

Presioné su espalda con desesperación y mis dedos resbalaron con el sudor de su piel.

— ¡Mierda, me voy a venir! — Chillé al sentir un mareo catártico.

Mis quejidos encendieron mucho más las chispas y Adrián no pensaba parar ahora que estaba consiguiendo sacarme otro orgasmo. Sus movimientos eran más contundentes. Me estaba penetrando a su antojo y nuestros labios se unen en un desesperado y doloroso beso, pero eso no impedía que él detuviera sus placenteros movimientos.

— Maldición, bebé... — Gruñe y gime desesperadamente y apoya su frente en mi hombro.

Entonces, estallo junto a él y siento como nuestros orgasmos nos llevan a la perdición. Siento como sus últimas estocadas manifiestan las fuertes palpitaciones que ambos teníamos.

🔹

Cuando nuestras respiraciones se calmaron, volvió a mirarme a los ojos, aún estando adentro de mí. Nuevamente, me sonrojé, porque tenía una mirada traviesa y juguetona. Cubrí mi rostro con mis manos y él besó mis dedos dulcemente.

— ¿Qué? — Ríe al darme besos en el cuello. — Ya volvió mi niña pudorosa y bien portada.

—Te quiero —acaricié su mejilla con timidez, ya que aún continuaba sonriente—. Eres mi cura.

Frunció el ceño con curiosidad.

—¿Qué?

Elevé mi cuerpo y él se movió hacia un lado de la cama.

—Nada. ¿Ahora sí tienes hambre? —le pregunté con diversión al cubrirme como pude con las sábanas—. Porque yo sí tengo hambre.

—¿No me digas que te pondrás a cocinar ahora? —asumió con gracia.

— No, mi madre dejó la cena preparada. — Sonrío con suficiencia.

—Claro —sus ojos brillaban con diversión.

— Te serviré y lo traeré a mi habitación. ¿Eso le parece bien, Doctor Wayne?

Soltó una carcajada y me dio un rápido y casto beso en los labios. Recogí con rubor el cubre batas que se encontraba en el suelo y volví a cubrir mi cuerpo. Los ojos claros de Adrián seguían cada paso y movimiento que hacía. Le sonreí dulcemente y él me devolvió la sonrisa.

No podía mentir ni negar que tenerlo en mi cama era algo muy tentador. Me sentía bien con el hecho de que estuviera conmigo y se sintiera cómodo. Aunque con las acciones que me había demostrado, estaba casi segura de que se sentía cómodo.

Adrián tenía una belleza tan exquisita y natural, y estoy completamente segura que lo sabe. Y más aún cuando no se cubre absolutamente nada.

Me dirijo hacia él y tomo mis sábanas moradas para cubrir a su amigo que parece seguir estando muy contento de verme.

Sonrió al ver mi acción y se mordió el labio inferior. Sospechaba que lo hacía para no soltar carcajadas.

—¿Hay algún problema con mi desnudez? —preguntó muy picarón.

—No, creo que ya no —dije con obviedad al poner mis manos en mi cintura.

—Me gusta que seas tan pudorosa en momentos como este y caliente en la cama como hace aproximadamente unos cinco minutos.

—No puedo creer que tú también hables de números aproximados como Jimmy.

—Jimmy es un chico muy inteligente.

Sonreí y alcé una de mis cejas.

—Supongo.

Su teléfono comenzó a sonar entre nuestras piezas de ropa que yacían en el suelo. Adrián puso los ojos en blanco y estiró un poco sus brazos, alcanzando su teléfono en el bolsillo de su jean.

—Doctor Wayne —respondió secamente—. Hola, doctor Bachéeles.

Me petrifiqué de momento al escuchar que se trataba del actual director de cirugía. Decidí recoger nuestras piezas de ropa y colocarlas sobre la silla de mi escritorio junto a su chaqueta.

«Lo mejor sería darle un poco de privacidad con asuntos del hospital».

Cuando fui a la cocina preparé dos platos de arroz con pollo guisado y los calenté en el microondas. Luego, para variar, preparé un poco de ensalada que acompañara nuestros platos. No estaba completamente segura si con esto le bastará, pero era lo que había. Una vez que todo estaba listo, coloqué los platos en una bandeja que mi madre suele usar para llevarle el desayuno a mi padre cuando esta perezoso para levantarse de la cama. Irónicamente, yo estaba haciendo lo mismo, con la excepción de que era la cena y de que no quería que se paseara por la casa de mis padres en pelotas.

Al llevar la bandeja con nuestros platos hacia mi habitación, aún hablaba por teléfono.

—Lo entiendo, lo entiendo —se levantó de la cama al verme con las manos ocupadas y puso el teléfono sobre la mesita de noche al activar el altavoz para poder ayudarme.

— Necesito que estés aquí lo más temprano posible, Wayne. Será peligroso después de las siete de la mañana. — Escuché al director de cirugía como le hablaba muy preocupado. — Las personas están tomando la manifestación totalmente en serio. Las calles principales y más accesibles estarán bloqueadas. Sabes lo que significa, hijo.

— Lo sé, Jaime. — Me hizo señas para que me sentara a su lado. — Estaré lo más temprano posible. Estoy preparado para recibir cualquier caso.

—Lo sé, hijo, pero escucha. No puedo arriesgarme a que el mejor cirujano de mi hospital salga perjudicado y no llegue por el bloqueo de las carreteras.

Adrián puso los ojos en blanco.

— Llegaré temprano y me comunicaré con Frankie. Le diré que me lleve si eso te hace sentir más tranquilo.

—Me parece buena idea. Ya te lo dije, hijo —le advirtió, como si Adrián fuese un niño—. No expondré a los mejores médicos de mi hospital —colgó inmediatamente.

Tragué hondo, pero Adrián se lo tomaba con normalidad.

—Es jodidamente raro escuchar en toda mi habitación al director de cirugía —me senté a su lado, ruborizada—. No parece de buen humor.

— Jovencita, esa lengua. — Me riñó tranquilamente y suspiré rendida a su tonto regaño.

— Hoy no lo está. — Volvió a retomar la conversación. Iba a dar el primer bocado de comida, pero se detiene y me mira con seriedad. — Mañana será un día peligroso. Tanto en el hospital, como en las calles. Deberías irte conmigo antes de que amanezca por completo. Le diré a Frankie que venga a recogerme aquí.

— ¿Quién coño es Frankie? — Pregunté con sinceridad.

— Frankie es mi chófer y el hijo de mi mayordomo, jovencita de lengua viperina. — Dice entre dientes.

— Tienes un put... — Me mira con seriedad y carraspeo. — ¿Tienes chófer y mayordomo? ¿¡Eso existe todavía!? — Lo miré con indignación y el suspiró, frustrado por mi impresión.

—Para personas con mucho dinero, sí. Además, son como mi familia.

Ya comprendía el por qué me comentó que hubiese querido recogerme en el aeropuerto.

— Iré por algo de beber. — Le dije con una expresión actuada de chica ofendida. — ¿Quiere la especialidad de la casa, Doctor "Mucho Dinero" Wayne?

Soltó varias carcajadas y sus ojos brillaban.

—¿Cuál es "la especialidad" de este lugar? —enarcó una de sus cejas, siguiéndome el juego.

—¿Refresco?

Volvió a reírse y luego negó con la cabeza.

— Sólo agua, mi niña.

Asentí y volví hacia la cocina. Sospechaba que era maniático para comer.

«Pero ¿qué podía hacer? Era médico».

Al volver con su vaso de agua con hielo y el mío con refresco, sonrió, negando con la cabeza.

— Prefiero que tomes jugos de frutas, pero bueno... — Comentó cómo que no quiere la cosa, pero ignoré su comentario.

— ¡Bah! No soy tu paciente. — Dije al sentarme a su lado y darle su vaso de agua.

— Eres la primera. — Le da un sorbo a su agua y enarca las cejas con inocencia.

🔹

Eran casi las once de la noche y habíamos terminado de cenar. Mis padres habían estado en lo cierto de que tardarían demasiado, pero mientras estén bien no me preocupo. No me gustaría que al llegar se encuentren con un hombre desnudo en mi habitación. Aunque, probablemente, estén haciendo lo mismo que yo. Sacudo mi cabeza y alejo esos pensamientos tan desastrosos de mi mente.

Lavaba los platos mientras Adrián llamaba a su chófer. Según me había dicho, Frankie vendría muy temprano con el mayordomo, quien se llevaría su vehículo de regreso a su casa, ya que lo llevaría al hospital. De repente, sentí como sus manos sujetaron mi cintura para adherirme a su cuerpo, haciéndome sentir su erección. Luego besó mi hombro y mi mejilla.

—Andy...

— Tienes a tu superior muy contento. — Me susurra.

Sonreí al seguir lavando los platos y mi corazón latió con fuerzas.

—Debería ser yo la que esté doblemente contenta —sacudí mis manos y me giré para mirarlo—. A pesar de lo que sucedió, presencié una de tus sencillas cirugías por primera vez y trabajé a tu lado. Además, estás aquí, conmigo.

— Quiero que sepas que en ese momento me tomé la situación muy en serio. — Confesó y posó su pulgar en mi labio inferior. — Quiero ser un buen mentor para ti. — Besa mis labios y su boca se queda muy cerca de ellos. — Toda tú me vuelve loco, pero tu cerebro me tiene fascinado.

Me cargó en sus brazos y me llevó de regreso hacia mi habitación. Cerró la puerta con el pestillo y me acostó sobre la cama con delicadeza. Abrió mi cubre batas y besó mi abdomen nuevamente. Gemí, porque ya estaba muy sensible a sus besos y caricias pasadas, y las nuevas, me volverían a llevar a la perdición.

Apagó la luz de la lámpara que estaba sobre la mesita de noche junto a mi cama. Gracias a las tenues lucecitas que colgaban del techo, percibí cuando volvió a quitarse el bóxer para subir a la cama conmigo. Mi vientre era un agitado y furioso mar tropical. Ese sentir parecía ascender hasta mi pecho, porque las cosquillas eran inmensas. Ya encima de mí, nos cobijó a ambos con las sábanas.

— ¿Te gusta estar con Andy? — Preguntó de manera insinuante en mi oído al sentir su piel pegada a la mía.

— Mucho. — Dije sin pensarlo dos veces. — Me gusta mucho.

Nos miramos directamente a través de la poca claridad.

— Convénceme. — Susurró en mis labios, y luego, descendió hacia mi cuerpo bajo las sábanas.

Sentía sus dulces besos, sus suaves mordiscos y sus manos deleitándose de mi piel.

«Por Dios, esto me llevaba muy lejos de la realidad y comenzaba a desear que jamás acabara».

Mis manos se colaron en el interior de las sábanas y acaricié su cabello al sentir sus besos sobre mi vientre.

No tenía que convencerlo de nada, porque mis acciones lo decían todo. Le estaba permitiendo a éste hombre tenerme cuando él lo desee, y yo sé la razón... Lo amo, lo amo con todo mi corazón, y aunque al principio me he negado tantas veces, terminé enamorada.

Me retuerzo de placer bajo las sábanas, mientras el besa mi ombligo, mis caderas, mis muslos... todo. Él estaba deleitándose de todo mi inexperto cuerpo. Gimo en un susurro y elevo mi espalda levemente. Sus labios volvían a crear un camino de besos por todo el centro de mi abdomen hasta cruzarse con mis pechos.

"Díselo, Nere." Mi subconsciencia me estaba presionando. Hasta ella estaba enamorada de él.

— Eres tan... hermosa. — Besa uno de mis pechos y luego lame mi sensible pezón. — Siempre deseé el sabor de tu piel. No me voy a cansar de saborearte, mi niña.

Cuando nuestros ojos se volvieron a encontrar, me di cuenta que su mirada era distinta. A pesar de nuestra intimidad, no percibí lujuria en sus ojos, sino profundidad y seriedad.

Juntó sus manos con las mías y nuestros dedos se entrelazaron. Mi corazón estaba rebosando de emoción y todo mi sentir me costaba asumirlo.

Nuestros sexos se rozaron y sentí unas inmensas ganas de que volviera a poseerme, pero de momento recordé algo importante.

—Andy... —susurré al apoyar mi frente sobre su hombro por las extremas cosquillas que sentía en mi sexo—. La protección.

— Confía en mí, como la vez pasada. No te haré ningún mal. — Besó mi frente con ternura y me penetró lentamente.

Presioné sus manos que continuaban sujetando las mías y me rendí a sus suaves penetraciones. Besaba mis labios al disfrutar de nuestro contacto, con ternura y dolor. Era una mezcla extraña que se me hacía difícil de explicar, pero no quería que terminara.

Entre besos, roces, caricias, latidos al compás, placer y paz, nos envolvimos en uno solo, aunque había sido diferente a las veces anteriores. Yo lo sabía y él también.

Gimo al recostar mi cabeza en la almohada con desespero y él aumenta la presión en sus movimientos. Apoya su frente junto a la mía y su perfecta boca forma una O, para luego morderse el labio. Lo acurruco en mis pechos, mientras sus lentas y crudas embestidas seguían llenándome. Adrián me permite mimarlo mientras me lleva al éxtasis.

— Carajo, bebé. — Gruñe en la piel de mis pechos. — ¿Qué me estás haciendo?

Embiste más rápido, más desesperado y sentía que él estaba a punto de llegar al igual que yo. Estaba cegada por la severa excitación de sus movimientos dentro de mí. Me apoyo con más ímpetu de su cabeza sobre mis pechos y me vengo catárticamente, pero Adrián embiste y embiste. Luego, con mucha dificultad sale de adentro de mí y se derrama en mi vientre.

Respiraba apresuradamente y acaricio los húmedos mechones de su frente cuando me percato que se acomoda a mi lado, pero mantuvo su cabeza acurrucada en mis pechos. Sus fibrosos brazos me cubrían con seguridad, lo cual me hizo sentir plena y llena.

Una vez que recuperamos la serenidad, acaricié su frente. Quería que se relajara y que durmiera tranquilamente. Sabía que aún seguía despierto y que posiblemente tenía su preciosa mirada perdida.

—Insisto —lo escuché hablar y besó uno de mis pechos—. Deberías irte conmigo al amanecer.

—Andy, no puedo —le dije soñolienta—. Mi madre comienza a trabajar en el hospital pediátrico y aunque mi padre y ella ahora se irán juntos en la mañana, debo llevarme mi carro. Ya sabes que mis turnos son variados y las horas laborales de mis padres son fijas.

Presionó sus labios en la piel de mis pechos. Creo que no le agrada la idea, pero era cierto.

—Además, ¿no habías pospuesto conmigo para verte con tu...?

— Aly. — Me abrazó más fuerte. — Basta con eso, ¿sí? Le dije que tenía asuntos más importantes. No iré a ningún lado.

Lo cierto era que no esperaba esa respuesta. Y, como todo de él, volvió a sorprenderme.

—¿No dices nada? —percibí curiosidad en su ronca y suave voz.

— Es que... — Pensé mi respuesta al seguir acariciando los mechones de su frente. — No quiero obligarte a nada, ¿entiendes? No quiero que hagas acciones como estas si eso te hace sentir obligado. No quiero que hagas este tipo de cosas sólo para quedar bien conmigo.

— Es que no es así. No es sólo para quedar bien contigo, también me hace bien a mí. — Restregó su rostro en mis pechos. — No me gusta que discutas conmigo. Eso me hace enloquecer. Si vine hasta aquí, fue por el propio bien de mi sentir y paz.

Ésta vez, ascendió mucho más arriba de mi cuerpo y me acurrucó entre su pecho y sus brazos. Lo miro a los ojos a través de la poca claridad y él me devuelve la mirada con ternura.

— ¿Sabes qué tú me haces sentir en mi cargada vida? — Acaricia mi labio inferior con su pulgar. — Me haces estar vigente a una nueva esperanza llena de paz y armonía. — Sus ojos estaban soñolientos al igual que los míos, pero sus palabras me calmaban de camino a un sueño que estaba a punto de vencernos. — Siempre tienes mi mente revuelta... — Acaricia mi cabello con delicadeza. — Tu pelo... — Su mano desciende a mi rostro. — Tu color en las mejillas... Tus ojos refulgentes... — Ahora desciende hacia mi pecho que latía con fuerza y allí posó su mano. — La presión de la sangre.

Sonreí vagamente y sus labios se acercaron a los míos.

— Aún así, todo esto nos parece poco para saciar esta furiosa sed de besos. — Logré escuchar, mientras me quedaba dormida en sus brazos.

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