Capítulo 46 | Parte 1.

Capítulo 46.

Había vuelto a mis prácticas comunes en el internado. A pesar de haber estado atareada con mi vida personal y con el viaje a Miami, me sentía contenta de estar nuevamente en el «Hospital General de Puerto Rico». De alguna manera, ya me había acostumbrado al hospital.

Era medio día y había ido a la cafetería por algo de comer. Al parecer, Gloria estaba ocupada con un caso de sarampión en el piso de pediatría. Así que decidí venir sola, y al terminar de comer, llevarle su almuerzo. Era lo menos que podía hacer por ella; ya que muchas veces cuando yo estaba liada con algún caso clínico, ella era la que me compraba el almuerzo.

Luego de almorzar fui al piso de los internos y dejé el almuerzo de mi compañera junto a sus cosas en el vestidor. Después me dirigí hacia el primer ascensor que vi y presioné el botón para ascender hacia el piso de cirugía.

En la mañana había recibido un mensaje que no pude ignorar y que tenía que aceptar. Por suerte, solo yo estaba en el ascensor. Suspiré con algo de nerviosismo mientras mantuve la cabeza baja y miraba las Converse moradas que Adrián me había obsequiado.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron en el piso de cirugía, miré hacia el frente y exhalé suavemente al salir. Al pasar por el área de cirugías ambulatorias, percibí que la sala de espera principal estaba abarrotada de pacientes. Seguramente, Adrián estaba cargado de trabajo.

«No entendía por qué me había hecho venir hasta aquí, cuando era obvio que tenía mucho trabajo por hacer».

Cuando llegué a la recepción de cirugía, pregunté por él al rascarme la cabeza con rubor.

—Hola, enfermera Figueroa —la saludé al apoyar mis brazos sobre el mostrador.

—Interna, ¿cómo está? —preguntó con bastante impresión al verme—. ¿La han enviado desde el piso de los internos?

Me costaba trabajo responder, pero tenía que atreverme.

—El doctor Wayne Milán me ha solicitado.

Alzó una de sus cejas con cierta duda.

—No sé aún qué quiere exactamente, pero creo que tiene que ver con un caso en el cual tuve que trabajar a su lado —le dije bastante convincente.

Carajo, hasta yo misma estoy a punto de creérmelo.

—¿Está en horas de prácticas? —preguntó con suma curiosidad.

Lo cierto era que había terminado mi turno más temprano de lo que creí, pero no sabía si mi respuesta resultaría.

—Sí —tragué hondo con disimulo—. Sí, estoy en mis horas de turno.

—Entiendo —afirmó bastante convencida—. Entonces, déjeme avisarle para que abra la puerta de su oficina de guardia. Está en horas de descanso, aunque dentro de unos minutos volverá al trabajo. Es por eso que pregunté.

Sabía que Adrián estaría encerrado en su oficina, pero no me había dicho que su descanso sería breve.

—Ah, entiendo.

La enfermera Figueroa marcó un número de teléfono con eficiencia y me observó con normalidad mientras esperaba que al otro lado le respondieran.

Una vez que avisé, fui directamente hacia la oficina de guardia. Toqué la puerta un par de veces, pero nadie respondió. Al abrirla sigilosamente, entro y la cierro tras mis espaldas. Al parecer, no había nadie. Sólo una música suave y clásica sonaba de fondo.

«¿A dónde habría ido?».

Decido dirigirme hacia el cuarto de descanso al ver su escritorio desocupado. Al entrar, alguien tira de mi brazo y me arrincona en la esquina que se ubica al lado de la puerta.

Adrián me besa con necesidad y luego yo respondo a su beso de la misma forma. Nuestro beso se intensificó y me apoyé de su cuello. Al despegar sus labios de los míos, roza su nariz con la mía.

— Estaba loco por verte. — Susurra cerca de mis labios y sus ojos claros miran los míos con intensidad.

Le sonreí tiernamente y con suavidad tiré de la tela de su bata blanca para darle otro ansiado beso. Él respondió con una leve sonrisa junto a mis labios y sus castaños mechones rozaban mi frente.

—Pensé que estabas ocupado —le susurré mientras lo miraba a los ojos.

—Estoy desocupado.

—Claro que no —le di un rápido beso en una de sus mejillas y volví a mirarlo—. Las cirugías ambulatorias están abarrotadas.

—Solo un poco —me sonrió y sus labios comenzaron a rozar mi mejilla y mi cuello.

Cerré mis ojos al disfrutar de sus besos y su delicioso aroma.

—¿Un poco? —acaricié su cabello, mientras que él continuaba perdido en la piel de mi cuello—. De todas esas personas, ¿a cuántos pacientes tienes que atender?

— Posiblemente a más de la mitad. — Dijo con normalidad y sentí cómo sonreía con diversión en la piel de mi cuello. — Hoy sólo consultas de seguimientos. ¿Por qué mejor no me dices cuánto me deseas? — Nuevamente comenzó a besarme la boca con necesidad.

—Tienes que trabajar —le dije entre cada beso que me regalaba.

— Mjm...

—Doctor Wayne... —gemí involuntariamente.

— Esta boquita es mía. — Acarició mi mejilla con su pulgar y sus labios estaban muy cerca de los míos. — Eres mi niña, sólo mía. — Sus ojos atravesaban los míos.

En ese momento, escuchamos que alguien abrió la puerta de la oficina.

—Pero ¿dónde se habrá metido? —escuchamos a lo lejos—. Doctor Wayne, lo procuran —espetó una voz que reconocí vagamente.

— Mierda, es Garret. — Adrián susurró y nos separamos.

Él comenzó a arreglarse la tela de su bata blanca y yo estiré cómo pude mi uniforme azul. La enfermera Garret entra de golpe y nos mira con expresión perpleja. Carraspea con cierta incomodidad y Adrián pone las manos en los bolsillos de su bata blanca con normalidad. Trato de parecer normal, pero sentía mis mejillas calientes.

— Hola, joven. — La enfermera Garret me saludó con una sonrisa sincera. — Joven, Wayne...

—Garret, sabes que odio que me llames así —respondió con total normalidad y resopló.

— Sí, bueno... Parece un niño extraviado. Tenemos mucho trabajo. Además, ¿¡quién lo manda a ser tan bueno en lo qué hace!? Mueva su blanquito culo, Wayne.

— Pequ... — Carraspeó. — Interna, déjeme presentarle a mi mano derecha y la que prácticamente me ayuda todo el tiempo; la enfermera Garret. Ya la habrás visto anteriormente. —Trata de sonar profesional, pero no estaba funcionando en el momento.

La enfermera Garret se acercó a mí y me estrechó la mano con calidez para volver a dirigirse a Adrián.

— No soy tonta, Wayne. Deja las formalidades conmigo y los escondites para después. — La enfermera Garret me guiñó un ojo. — Llevo trabajando para usted desde que comenzó a ejercer y todavía quiere verme el pelo de tonta.

Me causó gracia el comentario de la enfermera Garret. Al parecer su edad no determinaba su sentido del humor. Podía recordar cuando me atendió la vez que estuve pasándola mal. Me cayó bien al instante y le sonreí con mucha comodidad.

—"¿Joven?" —le pregunté a Adrián al alzar una de mis cejas—. Eso no me lo esperaba —me reí, pero él puso los ojos en blanco.

— Sí, es un jovencito. — Espetó la enfermera Garret con gracia. — En mis tiempos, los médicos no eran tan jóvenes.

Adrián suspiró con asimilación y nos dedicó una leve sonrisa.

—Garret, hora de trabajar —le ordenó con gracia, tratando de evadirla.

—¿Ahora quiere trabajar? —cruzó los brazos y nos miró con una sonrisa—. Jovencita, que tenga un excelente día —volvió a guiñarme el ojo—. Wayne, diez minutos. No más —le advirtió, como si él fuera un niño.

La enfermera Garret se marchó, mientras que Adrián no apartó la mirada de mí. Luego que nuevamente estábamos a solas, decidí que era el momento para decirle sobre mi rompimiento con Jesse.

—Tengo que decirte algo.

La expresión en sus ojos cambió drásticamente. Como se quedó en silencio, decidí continuar:

— Terminé con Jesse. - Dije sin más.

Se cruzó de brazos y me miró con seriedad. Parecía estar asimilándolo, pero sentía que quería asegurarse.

—¿No dirás nada?

—¿Cuándo?

—Ayer mismo. Cuando mi padre me recogió en el aeropuerto y llegué a mi hogar, Jesse estaba esperándome —le conté—. Todo fue muy rápido y extraño, pero fui lo más tajante posible. Además, cuando le dije que todo había terminado entre nosotros, se comportó de una manera bastante extraña.

Adrián me dio la espalda y dio unos pasos que nos impusieron distancia. Bajó la cabeza y suspiró levemente.

—¿Te ha hecho algo? Espero que no —vi cómo presionaba sus puños.

— No, claro que no. — Afirmé con despreocupación. — Bueno... intento besarme a la fuerza y arreglar las cosas a base de coqueteos que de verdad no pude tolerar. Lo empujé y lo aparté, entonces, fue cuando comenzó a comportarse extraño. En fin, parecía una amenaza. El caso es, que no le tengo miedo y no me interesa en lo absoluto que suceda con él.

Me acerqué al ojiverde y toqué su espalda.

Su cuerpo parecía tenso, pero en realidad no quería disgustarlo de tal manera.

—Pensé que te encantaría la noticia. De hecho, creí que lo sabías.

—Claro que estoy feliz —se giró de golpe y agarró mis mejillas—. No me ha dicho nada, lo cual es extraño, porque, precisamente, acudiría a mí.

Nos miramos en silencio un par de segundos y decidí continuar hablando.

— Andy, no quiero ser un problema entre ustedes. Lo sabes. — Bajé la mirada.

— No eres un problema. Al menos para mi no lo eres. — Acariciaba con delicadeza la piel de mis mejillas. — Te debo una promesa. ¿Recuerdas? — Me susurró y yo asentí.

Adrián posó su pulgar sobre mi barbilla y elevó mi cabeza para que lo mirara a los ojos. Me dio un suave y dulce beso en los labios antes de proseguir.

—¿A qué hora es tu turno el miércoles? —preguntó interesado.

—Comienza a la 1:00 de la tarde y posiblemente termine antes de las 10:00 de la noche.

Parecía pensativo al informarle mi horario.

—¿Por qué?

— Te invitaré a cenar y cumpliré mi promesa. — Sonrió y me dio un casto beso en la parte superior de mi mano. — ¿Confías en mi? — Volvió a preguntar por vez no sé cuál.

—Confío en ti, Andy.

Su teléfono comenzó a sonar por los avisos de la alarma.

—Entonces, estás aceptando cenar conmigo —afirmó con suficiencia.

Puse los ojos en blanco y me dirigí hacia su oficina de guardia. Él me siguió con una sonrisa maliciosa de sus labios.

—Es muy creído, doctor Wayne.

— ¿Usted cree, interna?

Abrí la boca y me giré con una expresión exagerada de indignación, pero solo estaba bromeando con él. Me guiñó el ojo y me dirigí hacia la puerta, a punto de salir de su oficina.

—Qué tenga buen día, doctor —alcé una de mis cejas y salí de ahí con una sonrisa plasmada en mi labios.

Sabía que otra salida con Adrián suponía más información y más tiempo a su lado. También creí que todo iba a salir cómo lo esperé y cómo me había dicho, pero algo imprevisto sucedió.

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