Capítulo 36 | Parte 1.
♪ Wicked Game - Chris Isaak ♪
Capítulo 36.
Adrián y yo nos petrificamos. Él se detuvo, suspirando profundamente en mi cuello.
- Carajo... - Se quejó en un susurro.
—¡Mierda! ¡Mierda! —murmuré desesperada—. Nunca se ha presentado en mi habitación y hoy lo hace. ¡Carajo! —me bajé como pude de su cuerpo y miré hacia todos lados.
Él parecía bastante tranquilo.
—¿Puedes poner de tu parte? —le reproché nerviosa.
Él me guiñó un ojo y casi vuelve a darme un beso. Posé mi dedo índice en sus labios y lo miré asustada.
Luego agarré su mano y lo guie hasta la puerta del baño. Volvió a colocar sus manos en mi cintura, pero las aparté.
- Escondete aquí. - Lo empujó suavemente y el sonríe. - Andy, por favor... - Sus ojos me observaban divertidos. - No hagas ruido, y por el amor de Dios, no salgas hasta que se vaya.
- Es la segunda vez que tratas de ocultarme. - Sus ojos brillaban y se mordió el labio. - ¿Te avergüenza de que te vean conmigo? - Preguntó, alzando una ceja.
Sé que lo hace adrede para provocarme.
- ¡Claro qué no! ¡Últimamente olvidas quién eres! - Le susurro, entrando con él al baño. - Lamento mucho tener retenido aquí a alguien cómo usted, Doctor Wayne Milán.
Le sonreí coquetamente.
Se cruzó de brazos, ya que la situación lo estaba divirtiendo. Salí del baño y cerré la puerta. Estaba nerviosa.
Dios, no. Esto no me puede estar sucediendo a mí.
Camino rápidamente hasta la cama.
El padre de Adrián vuelve a tocar la puerta suavemente.
- ¡Sí, un segundo! - Avisé, mi voz era un pitillo.
Recogí mi pantalón azul que yacía en el suelo y rápidamente me lo puse. Me peino el cabello con las manos y cuando voy con prisa hacía la puerta, recuerdo algo.
«Mierda».
Vuelvo hacia la cama y acomodo como puedo las sábanas que la visten. No es que fuera algo inteligente hacer esto, pero quiero asegurarme. Al menos, eso intento...
Salgo disparada hacia la puerta, respiro profundamente y la abro.
- Señorita Doménech, buenas noches. - Saluda y sonríe tranquilamente.
Luego esperó pacientemente a que yo lo dejara pasar.
Es mi jefe, ya qué.
—Por favor... —le hice un gesto educado con la mano, invitándolo a pasar.
—Gracias, señorita.
Entra complacido y ajeno a que su niño bonito está oculto en el baño, probablemente escuchando.
Vestía con un traje azul oscuro a la medida. Su forma de caminar y pasearse por la habitación era evidentemente profesional.
Observaba el ambiente cómodamente.
«¿Qué querría? ¿Sabría que su hijo vino a verme? ¿Intuiría que estaría aquí?».
Respiré hondo con cierto disimulo, esperando lo que fuese que tuviese que decir. Tenía que estar preparada para lo peor, pero a la vez, rogaba para mis adentros que no fuera nada de lo que estaba pensando.
—Lamento molestarla a estas horas de la noche, señorita. Verá, debido a lo que hizo el otro día en el centro de vacunación, me gustaría que de verdad asista a la actividad benéfica de mañana. Allí estará el jefe del «Hospital Johnson Memorial» y será una buena oportunidad para que usted se destaque.
—Doctor Wayne, muchas gracias, de verdad —le agradecí con cierto aire de alivio—. Es mi trabajo y lo hice con mucho gusto.
"¡Oh, gracias a Dios!" Dije mentalmente.
—Lo hizo, así es —asintió educadamente—. Estoy verdaderamente complacido con que una de mis estudiantes nos haya representado eficientemente aquí en Miami —colocó ambas manos hacia atrás y caminó con una expresión reflexiva—. No es fácil lo que le diré, así que iré al grano.
Tragué hondo y sonreí nerviosa. Luego asentí en silencio, con la intención de que continuara hablando.
—De verdad nos ha librado de una gran responsabilidad que no vimos venir. Si ese paciente hubiera empeorado en el centro de vacunación, le hubiesen echado la culpa y el cargo a este proyecto.
- Entiendo perfectamente a lo que se refiere, Doctor Wayne. Probablemente, lo enviaron de recepción directamente al centro de vacunación, pensando que estaba padeciendo de Zika. Debo admitir que cuando mi compañero Kenneth Hall me informó en ese momento del caso, me pareció raro. Luego pensé, que era posible que sucediera debido a que la mayoría de estas enfermedades tienen parecidos síntomas y señales. Sí no hubiera sido porque observé con exactitud el enrojecimiento severo y no hubiera notado los salpullido en su garganta, quizá, no hubiera diagnosticado lo que en ese momento era previsto.
El director me escuchaba atentamente y al parecer, veía impresión y encanto en sus expresiones.
—Le estoy muy agradecido, señorita Doménech. Aunque no lo crea, este proyecto es muy importante, más de lo que usted cree. Por lo tanto, creo deberle un buen respeto y criterio.
Sabía que todo era importante en la actual etapa de estudios y prácticas, pero no sabía que la situación era tan importante para el padre de Adrián. A pesar de que tenía a su hijo retenido, me sentía sorprendida.
—Gracias, doctor Wayne —le agradecí con una leve sonrisa.
Asintió y se paseó por la habitación, cerca del pasillo donde se encontraba el baño. Respiré hondo con disimulo. Él no parecía sospechar nada, pero estaba pensativo.
—Y dígame, señorita... No es la primera vez que la he visto hablar de temas como este por los pasillos. ¿Cómo conoce tanto sobre los virus parasitarios? Sé perfectamente que una vez mencionó que tomó un curso de parasitología en la universidad, pero usted y yo sabemos que una materia no cubre todo lo que se conoce hasta ahora.
Reí con naturalidad y asentí.
—Tiene razón —acepté al acercarme al pasillo donde se encontraba el baño una vez que él se alejó un poco—. Cuando era una estudiante universitaria, tenía la costumbre de tomar los cursos y luego comprar independientemente muchos libros cuando deseaba o necesitaba entender más. De hecho, cuando el curso me encantaba, solía ser más exagerada al investigar.
—¿Y no le interesaría concentrarse en el área de salud pública y epidemiología? Siempre se necesitan buenos epidemiólogos, y más en estos tiempos que vivimos.
- Doctor, realmente es muy interesante y es una carrera magistral. Gracias por las intenciones de referirme a esa opción, pero me decanto por cirugía general. Verá, muchos de estos temas los aprendo por gusto y puro conocimiento. Sin contar que, podría funcionar para futuras situaciones. Por ejemplo; los cirujanos reconstruyen, extirpan, suturan y hacen muchísimas cosas que a veces no tienen porqué estar en sus manos. Ahí es dónde yo también deseo concentrarme, en esas cosas y situaciones que no están en sus manos y aún así, actúan. Un cirujano posiblemente pueda extirpar un parásito en el instestino de una persona, pero no saber que causa con exactitud, excepto que está consciente que es una anomalía y que por lógica hay que extraerlo. A lo que me refiero, es que me gustaría saber que puede causar con exactitud lo que extirpo o entiendo cómo una anomalía. Diría que es la razón del porqué leo y me informo de todo un poco.
El padre de Adrián parecía fascinado con lo que había dicho, pero era la realidad. No lo hacía por impresionar o por hacer quedar mal a otros. Más bien, lo veía como una ayuda o una aportación futura.
—Será una buena doctora, señorita Doménech —me estrechó la mano—. Estoy seguro de que llegará muy lejos. Espero que piense quedarse en el «Hospital General de Puerto Rico» por mucho tiempo.
Sus palabras me petrificaron. ¿Me habré ganado al director? Eso me estaba emocionando.
—Es un honor, doctor Wayne —mi tono fue una obvia emoción por sus palabras.
El director sonrió sin más y se dirigió hacia la puerta de la habitación. Una vez que estuvo a punto de salir, volvió a mirarme.
- Ah, señorita. Sí su decisión ya está decidia por el área de cirugía, estoy seguro que le irá muy bien. El director de cirugía general y el próximo que estará a cargo, son excelentes en ese campo, muy reconocidos y vocacionales. Te tendré en cuenta a sus oídos, quizá les interese mi criterio sobre usted.
Lo que no sabe, es que el futuro director de cirugía ya está escuchando sus recomendaciones involuntariamente.
Tengo que aguantar la gracia que esto me ha causado y presiono los labios con cierto disimulo, para que no me de un ataque de risa.
—Gracias, doctor —mi expresión era de sumo agradecimiento.
—Buenas noches, señorita Doménech.
Al cerrar la puerta, solté el aire que sin darme cuenta estaba conteniendo desde lo más profundo.
«Mierda, eso estuvo cerca, muy cerca».
Me senté sobre la cama, tratando de calmar toda esa impresión. Seguiría diciéndolo, los doctores Wayne me iban a matar del susto.
Carajo, es tanto el susto que por un momento olvidé a Andy en el baño.
Salí corriendo hacia el baño y abrí la puerta. Tenía mi teléfono y estaba recostado sobre la pared.
- Al parecer, le caes bien a mi padre. - Dice con gracia.
—Eres la única chica que no le pone contraseñas a los aparatos electrónicos, pero que sí sabe enfrentar casos clínicos —sonrió sin despegar sus ojos del artefacto.
Caminé hacia él con prisa, con las intenciones de quitárselo.
—Debes entregármelo.
- Ya casi, termino de escuchar la pequeña lista de canciones que dice "Andy" con... ¿corazoncitos?
—¡Cierra la boca!
Se rio a carcajadas y me ignoró, colocándose el auricular desocupado. Me acerqué mucho más a él y traté de quitarle el teléfono como pude. Él lo elevó e hizo más imposible que llegara a mis manos. Comencé a ruborizarme mucho más que antes y mi corazón latía desenfrenadamente.
No me había percatado de que había tomado mi teléfono una vez que me quitó la ropa. Siempre que tomaba un baño de burbujas, lo utilizaba para escuchar mis canciones preferidas y más personales. Aunque ya no eran tan personales, cuando Adrián las escuchaba para asociar. Volvió a sonreír, pero su sonrisa se tornó arrogante.
—¿Así que tienes el tema Wicked Game de Chris Isaak? Es una de mis canciones favoritas, pero creo que a ti parece encantarte —se burló, sonriendo dulcemente.
—Es... ¡Es privado! ¡Qué me lo des! —le reproché y me encaramé sobre su cuerpo, luchando para quitarle mi teléfono.
Él me sujetó como pudo, pegándome contra la pared. Al presionar su cuerpo con el mío, me aprisionó y yo me petrifiqué. Estaba totalmente cubierta con su altura. Lentamente, acercó su boca hacia mi oreja.
- ¿Quieres escuchar un secreto? - Me susurra al oido y yo me congelo. - También tengo la jodida canción quemada de tanto escucharla.
El aire casi no llegaba a mi cerebro y parecía que no podría oxigenar sangre cuando lo sentía sonreír sobre mi oreja.
Era la canción de la primera vez que hicimos el amor. Pensar que él sabe que tengo una lista de canciones en las cuáles lo asocio, me ruboriza por completo. Siento mis mejillas arder de la verguenza.
Cerré los ojos, calmando mi rubor, disfrutando de cada arrogante acción por su parte.
Cuando abrí los ojos luego de unos cuantos segundos, me di cuenta de que él estaba observando mis gestos muy cerca de mi rostro. Su pulgar comenzó a acariciar mis labios y mi barbilla. Tragué hondo, sin dejar de mirarlo a sus preciosos ojos claros.
—Me gusta mucho la manera en la que me detestas.
—Deja de jugar con mi lucha interna, Andy —mi voz cada vez era más entrecortada.
- Sólo quiero asegurarme que cuando veas a Jesse, desprecies el hecho de haberte fijado en él y no en mi.
—¿Te estás desquitando conmigo? ¿Este es tu plan? ¿Hacerme pagar por eso?
—No.
Observé sus ojos y sus expresiones desde mi baja estatura.
—Es gracioso que digas eso, cuando siempre vas acompañado hacia todos lados por tu enfermera favorita.
Él esquivó mi mirada, volviendo a mirar la lista de canciones.
- Es diferente. - Espetó sin tan siquiera mirarme.
—"¿Es diferente?" —pregunté con indignación.
Mi sangre comenzaba a hervir de los celos. Sí, estaba celosa.
- Bien, como con ella es diferente, es hora de que te vayas.
Su vista rápidamente cambió hacia mi. Nos miramos en silencio, retándonos con nuestros ojos.
- Eres diferente.
- ¿Ahora soy yo la diferente?
- Aly.
—No, Adrián. ¿Me dirás de una jodida vez si lo que me hace "diferente" es ser tu estúpido capricho?
—¡Qué no eres un capricho para mí! ¿Debo repetírtelo?
—Vete.
- Es diferente, porque llegaste a mi vida en el momento más inesperado e inoportuno, pero no quiero que te alejes de mí.
—Sé que soy inoportuna, lo sé. Además, tú muy bien sabías que era la estudiante de tu padre. Incluso, sabías quién era yo desde un principio. Aun así, sigues viendo a Bárbara y yo teniendo un rompimiento pendiente con tu mejor amigo. Claro que soy inoportuna para ti.
—No es solo eso, Aly.
—Vete, Andy.
—Estoy tratando de ser lo más sincero posible.
- ¿Sí, cómo? ¿Hablando a medias? ¿Marchándote cada vez qué extrañamente te llaman? ¿Yéndote con Bárbara?
- Aly.
- ¿¡Qué, Andy!? - Grité exasperada.
Él acarició una de mis mejillas con su perfecta mano de dedos largos, pero sus ojos parecían perdidos. Sentía que se estaba conteniendo y se abstenía de brindarme información. Me estaba desesperando mucho más cuando tomó los auriculares y colocó uno en mi oreja, para luego colocar el otro en la suya.
- Mientras hablabas con mi padre y descubrí tu lista de canciones, me pareció gracioso. - Suspiró con aire de frustración. - Sé cómo te sientes, y créeme, es más difícil para mí todo esto.
Adhirió su frente contra la mía mientras seguía susurrándome algunas palabras. Estaba tratando de justificarse como él entendía. Luego presionó "reproducir" a la canción con la que habíamos hecho el amor por primera vez.
- No sé sí soy el hombre correcto para ti, pero trato de hacer lo correcto... por ti.
Cerró los ojos, aún con su frente pegada a la mía. Su expresión parecía dolida.
—Andy...
Volvió abrir sus ojos, mientras comencé a rozar mis dedos en su barba de dos días.
Él acercó sus labios a los míos. Parecía perdido, frustrado. Podía sentir esa necesidad de refugiarse en mis besos y así hizo.
Comenzó a besarme con delicadeza y dulzura, mientras que en nuestros oídos se escuchaba la canción que habíamos adoptado como nuestra. Mientras más sentí sus labios jugando con los míos, más me daba cuenta de que me estaba enamorando de él.
Dejó de besarme por unos segundos, pero su boca seguía muy cerca de la mía.
- Últimamente eres el motivo por el cuál consigo energía para hacer lo que... estoy haciendo.
—¿Qué estás haciendo?
- Cuidándote. - Confesó y volvió a besarme con más ímpetu.
Cuando terminamos de besarnos, me observó detenidamente. Quería asegurarse de que me encontraba más calmada. Me entregó el teléfono y sujetó mi mano desocupada, conduciéndome nuevamente hacia la habitación. Se detuvo delante de mí, pero ya sabía qué me diría.
- Debo irme.
Me crucé de brazos y lo observé con una expresión llena de asimilación.
—Debo, Aly.
—Esta vez no he dicho nada —espeté.
Él sabía que no estaba completamente convencida, pero aceptó en silencio y con un gesto de cabeza. Me adelanté hacia la puerta y la abrí, dándole paso. Colocó sus manos en los bolsillos de su jean y me sonrió.
—Cumples con que me vaya. Me echas...
- No esperarás que me eche a llorar viéndote ir, ¿verdad? - Alcé una ceja. - Qué tengas buenas noches, Adrián.
Se detuvo antes de salir. No parecía querer irse, pero luego accedió y se perdió por el pasillo. Cerré la puerta detrás de mí y recosté la espalda sobre esta, colocando una de mis manos sobre mi frente.
Tenía la sensación de que se quedaría conmigo, pero él mismo me había dicho que debía irse. Realmente, quería que se quedara.
«Pero ¿qué pensaría o qué hubiese hecho si le hubiera dicho que se quedara conmigo?».
Me sentía totalmente confundida con sus acciones, y por más que me muriera por volver a pasar otra noche con él, no abriría mi boca para decirle que me estaba enamorando de él.
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