Capítulo 28 | Parte 2.
Capítulo 28.
— Te dije que debes seguirme en todo momento. — Adrián me riñe con seriedad mientras frunce el ceño. — No pierdas mi paso por nada del mundo. No quiero despistes por tu parte en esto.
— Sí, Doctor. — Acepto con sinceridad y bajo la mirada.
Cuando entramos al área de la sala de operaciones, lo reciben de inmediato, como si fuera la única esperanza que había para aquella víctima con impactos de bala. Sin embargo, no exageré cuando dije que, para la paciente, era eso... Su esperanza.
— ¡Doctor! ¡Qué bueno qué ha llegado! — Dice una de las tantas enfermeras que estaba en el lugar. — La enfermera Figueroa está con el Emergenciólogo que lo solicitó a usted.
"Y ya me podía imaginar quién fue." Pensé fugazmente.
— ¿Han logrado estabilizarla para la cirugía? — Mi Cura Prohibida le pregunta mientras continúan el paso hacia el quirófano.
La enfermera le informa rápidamente mientras él y yo nos dirigimos hacia un lavabo que se ubicaba en el pasillo junto a los cuartos quirúrgicos. Adrián comienza a lavarse las manos y yo hago lo mismo a su lado, con timidez.
— Sí. Por suerte, hemos podido mantener su pulso y estabilizarlo. El Doctor Del Valle ha hecho un buen trabajo mientras usted podía llegar.
Adrián, la enfermera que desconozco, y yo, entramos al quirófano muy deprisa mientras la enfermera Figueroa se acerca hacia nosotros con una caja de guantes elásticos. Me había olvidado que la jefa del piso de cirugía se daría cuenta que yo llegaría con su futuro jefe. Aunque vi una leve impresión que se reflejaba en su rostro, evadió lo que parecía evidente para hacer su trabajo.
— ¿Ya le han administrado los primeros auxilios? — El ojiverde preguntó con autoridad al colocarse una mascarilla que Damián le entregó al momento de acercarse a la paciente. También me entregó una a mí que no dudé en colocarme al instante.
— Conmigo en emergencias, no tendrá que volver a preguntarlo, Doctor Wayne. — Comenta Damián con suficiencia al observar los vitales y el suero que le habían administrado a la paciente.
— Buen trabajo. Veo que han controlado muy bien la hemorragia. — Adrián estira la mano para que la enfermera Figueroa le entregue una tijera de pico triángulo que sujeta con agilidad.
Yo, sin embargo, me quedo justo detrás de Adrián, sin atreverme a participar de ésta emergencia clínica.
— Señorita Doménech, necesito que me ayude a limpiar las áreas pre-operatorias. — Adrián llama mi atención de repente, trayéndome de vuelta a la realidad.
Todos los presentes me observaron con sumo interés y detenimiento. Sentían curiosidad por saber que yo hacía en un quirófano, cuando apenas sólo era una interna en proceso. Todos tenían sus ojos puestos en mí, menos Damián, quién sólo se mostraba cauteloso y con la esperanza de que yo actuara debidamente en una emergencia.
— Sí, Doctor. — Trago saliva al acercarme al lado de Adrián.
Con los nervios a flor de piel, busco entre los materiales e instrumentos quirúrgicos la solución salina y unas pinzas que envuelvo en varias almohadillas de gasa.
Lo miro a sus verdes ojos, a través de nuestras mascarillas que cubrían la mayor parte de nuestros rostros. Estaba lista para realizar lo que me había ordenado.
Él levanta con cuidado la manta desechable que cubría el cuerpo y las heridas de la paciente que había sido impactada con un arma de fuego.
"Uf, mierda... Esto no se ve bien." Pensé al tragar saliva.
Sentí como mis manos sudaban dentro de los guantes elásticos, y cómo mi corazón latía con insistencia. Intentaba controlar mis nervios. Pestañeo varias veces al suspirar levemente, conteniendo un poco la respiración, como si eso pudiera afectar el proceso de alguna manera.
Al adjudicar la solución salina por los bordes de las heridas, me concentro al limpiarlas. Intento ser lo más práctica y rápida posible para que él pueda realizar su trabajo.
— Con eso bastará, Doménech. — Adrián me avisa, listo para extraer las balas. — Comenzaré con la bala que está situada en el área que más rápido puede afectar a la víctima. — Me informa.
— Sí. — Asiento nerviosa y un poco temblorosa. — Extraerá las dos balas que están perforando el pulmón, ya que probablemente a eso se deban sus bajos latidos.
— Sé más específica. — Insiste con profesionalidad al comenzar a realizar su trabajo de extracción.
— Bueno... — Trago saliva al observar lo que hace. — Lo más probable, las heridas de balas que se localizan en el pulmón estén obstruyendo algunos vasos sanguíneos de suma importancia.
— ¿Qué más, señorita Doménech? — Vuelve a preguntarme con más insistencia.
Nuestros compañeros de trabajo estaban a un lado, observando el caso clínico que ya se había convertido en un espectáculo atrayente para ellos, incluso para Damián.
— Si estoy en lo correcto...
— Está en lo correcto. — Me interrumpe mientras observo como utiliza la tijera de pico triángulo para separar mucho mejor los tejidos al insertar las pinzas que extraerá la primera bala.
"Dios."
— Int... — Tartamudeo. — Intentará reparar los vasos sanguíneos que han sido dañados en dicha área.
Veo un brillo en sus ojos claros al extraer con agilidad las pinzas junto a la primera bala.
— No lo intentaré. — Susurra sensualmente mientras se concentra en sacar la segunda bala que había perforado el pulmón. — Lo haré.
Luego, comienza a reparar ciertos tejidos para que los vasos sanguíneos comiencen a fluir y a trabajar mucho mejor en el sistema sanguíneo de la víctima. Los demás comenzamos a observar los signos vitales de la paciente, quién continúa manteniéndose estable en la cirugía. Suspiro y exhalo el aire que contenía al ver que los latidos de su corazón comenzaban a normalizarse a pesar de que aún faltaba por extraer la bala que se aloja en el área de la clavícula derecha.
Adrián mantenía su ceño fruncido, concentrado y absorto en el trabajo que le toca como el gran médico cirujano que es. La enfermera Figueroa se acerca a nosotros y nos observa con la misma curiosidad que había ignorado hace un rato por la adrenalina del momento. A pesar de que ella estaba intuyendo lo que su jefe tenía conmigo, se mantuvo neutral en cuánto a nuestra relación personal. A fin de cuentas, lo más probable es que ella se lo haya imaginado desde que yo comencé el internado.
— Como de costumbre, Doctor Wayne... — La jefa del piso de cirugía observa su trabajo al asentir con suficiencia. — No esperaba menos de usted. — Bromea tranquilamente con él.
Siento que él esboza una leve sonrisa detrás de aquella mascarilla que cubría su nariz y su apetecible boca.
— No puedo creer que aún dude de mi credibilidad. — Enarca las cejas mientras anuda el hilo de suturar en una aguja. Sé que también bromea con ella y que se estiman de cierta manera.
— Para nada, Doctor. Sólo me gusta cuidar su impecable récord en cuánto a sus prácticas quirúrgicas.
— Lo sé. Se lo agradezco, enfermera Figueroa. — Inserta la aguja al presionar la tijera portal sobre el tejido del área pleural. — Puede volver a sus deberes, y también puede llevarse a las demás enfermeras. — Le solicita tranquilamente.
Veo que Damián enarca las cejas de manera juguetona.
Al girarme con timidez, veo que algunas enfermeras hacen gestos con pucheros para salir inmediatamente, mientras la enfermera Figueroa cruza sus brazos, mostrándose cuidadosa con sus expresiones.
— ¿Está... seguro? — Nos mira con seriedad, como cuando una madre vigila las travesuras de dos adolescentes.
Sentía que mis mejillas ardían de rubor.
— Completamente seguro. — Afirma tranquilamente, sin girarse tan siquiera. — La señorita Doménech me asistirá en lo poco que haga falta. Además, tengo a uno de los mejores Emergenciólogos a mi disposición.
Curiosamente, Damián se estaba divirtiendo de la situación.
Después de que la enfermera Figueroa la analizara, salió del quirófano sin comentar nada fuera de lugar. Me soprende sobremanera que se haya contenido.
— An... — Carraspeo. — Doctor Wayne, ¿cree qué esté bien esto? — Le pregunté, refiriéndome a nosotros.
— ¿Por qué no estaría bien cómo una estudiante presencia las prácticas de un mentor? — Su respuesta con una pregunta retórica me tranquiliza.
— Ci... Cierto. — Trago saliva al observar sus manos trabajando.
Mi vista recorre su ancho y fibroso brazo, para luego mirar su perfecto perfil. Las cosquillas comenzaron a invadir mi vientre y mi pecho.
Y aquí estaba yo... enamorada de cada gesto, acción, y movimiento de éste hermoso y complejo ser, uno tan dulce y misterioso a la vez.
Damián carraspea, lo que causa que interrumpa mi embelesada atención hacia el ojiverde. Adrián se dio cuenta que le estaba dando un repaso cuando giró un poco su cabeza para comprobar que lo estaba siguiendo en cada práctica. Sus ojos brillan con intensidad, pero intenta esquivar mi mirada.
— Yo los dejaré trabajar con más tranquilidad. — Nos informa Damián al quitarse su mascarilla. Podía notar cansancio en sus ojos.
— Es necesario que estés aquí. — Le digo. — Por si ocurre algún percance.
Mi amigo enarca las cejas con ironía. Su boca se ensancha en una sonrisa y niega al cambiar la vista hacia ningún punto en específico.
— Por mis años de experiencia, te puedo asegurar que no ocurrirá algún otro percance con ésta paciente. Además... — Alza la mirada al dirigir su vista hacia Adrián, quién le daba la espalda mientras suturaba. — Tu trabajo y tu reputación como prácticante está ocurriendo de forma más... ¿adelantada? — Frunce sus cejas con malicia.
— Lo entiendo, pero sería de mi agrado que te quedaras con nosotros.
— ¿Para qué? ¿Para ver cómo intentan hablar con sus miradas sobre otra cavidad más profunda en dónde un cirujano con cara de principito, pueda insertar su bisturí o su tijera portal con gran entusiasmo? — Bufa al sonreír. — Y no me refiero precisamente a las técnicas quirúrgicas. Así que, éste importante ser... — Toca su pecho como macho alfa. — Se larga a descansar.
— Muy buena analogía, Doctor Del Valle. — Adrián le comenta. Escucho que ríe tranquilamente.
— Soy muy bueno en la parte anal... — Damián carraspea. — Analógica.
— Eres un...
— Soy una persona muy trabajadora con ganas de dormir. — Damián me interrumpe al acercarse y posar un beso en mi cabeza con mucho cuidado.
Lo miro con cariño. Como me gustaría que la situación entre él y Gloria sea menos complicada, pero claro, la vida entre médicos y estudiantes de medicina nunca era predecible, más sí increíble.
— No te me pierdas mucho, DD. — Le doy un leve y casto beso en la mejilla, aún con mi mascarilla puesta, y antes de que lo viera venir.
Los ojos del residente más pedante de éste hospital brillan esperanzadoramente, y noto su rubor al abrir y cerrar la boca repetidas veces. Adrián gira su rostro para observarnos y enarcar las cejas. Creo que todavía no comprende del todo el gran cariño que tengo por Damián, el cuál se asimila a la admiración de un hermano mayor. Intuyo que es lo mismo que Damián siente por mí. Es una bonita conexión que aún no comprendo.
— Te... Te pareces tanto a... — Damián niega varias veces, sin dejar de observarme con detenimiento. Parecía bastante sorprendido.
Fruncí el ceño y en mis labios se formó una sonrisa.
— ¿A quién? — Insisto curisosa para que prosiga. — No es la primera vez que me doy cuenta que me comparas con alguien.
— Sólo espero que no sea con una novia o con una amante. — Adrián comenta entre dientes al continuar suturando las heridas de la paciente.
— Andy... — Le advierto, pero decide contenerse.
Damián enarca las cejas, ahora menos serio por el comentario de Adrián. Lo mira con cierto recelo. Luego, el pelirizo dirige su vista hacia mí y me guiña el ojo. Quiere que deje al ojiverde con las dudas. Mi amigo se las ingeniaba para divertirse con el humor de cada persona en éste hospital.
— Nos veremos luego, Nere. — Damián sonríe con malicia y percibo que Adrián se detiene con el proceso de suturación. En ese instante, mi amigo se acerca para plasmar un beso en mi mejilla. — Tampoco te me pierdas...
— Bueno, ya es suficiente de las despedidas tan cariñosas. — Adrián deja los instrumentos quirúrgicos en una bandeja de metal y se acerca hacia nosostros. — Estamos en el trabajo, no lo olviden. Además... — Fija sus ojos en mi amigo. — No es la primera vez que usted tutea a la jovencita. Mientras estemos aquí, "señorita Doménech"es la forma correcta de llamarla.
Definitivamente, Damián había logrado alterar el humor de Mi Cura Prohibida. Niego levemente al achicar los ojos y central mi vista en su perfecto perfil. Jamás lo había visto tan abrumado cuando un hombre se acerca o habla conmigo. Al menos, cuando quiso mostrárselas de macho alfa con el Doctor Yanius, no actuó de ésta manera.
— Cuánta razón, Doctor Wayne... — Damián sigue mostrando su sonrisa al ensanchar mucho más su boca. Nos mira con suficiencia y se marcha.
Me giro hacia el ojiverde al morder mi lengua y presionar mis ojos levemente. Otro enfrentamiento de su jodido humor no sería buena idea, y esperaba que se diera cuenta.
— No me mires así... — Las cosquillas en mi vientre se alteran mucho más al ver que sus ojos verdes pronuniaban un tono más intenso. — Sólo somos amigos.
— ¿Por qué crees qué eso justifica sus muestras de cariño? Usted y yo somos amigos y lo demostramos de otra manera.
— Es verdad, pero... — Niego al mostrar incredulidad en mis ojos. — Nuestra amistad es diferente. Damián es mi amigo. Tenemos una amistad muy sana y genuina.
— ¿Y eso qué significa? — Me pregunta con sumo interés mientras sus ojos verdes eran insistentes.
Achico los ojos, extrañada. No puedo evitar observarlo con curiosidad, porque, verdaderamente, quería una respuesta seria. Comenzaba a creer que aún no sabía con exactitud lo que es el concepto de "amigo," y podía entender las razones. Al parecer, fue muy claro y conciso cuando me había dicho algunas horas atrás que nunca ha conocido lo que es un amigo verdadero.
— Significa que nuestra amistad es en base al respeto.
— Claro. — Me da la espalda para volver a acercarse a la paciente que aún estaba bajo los efectos de la anestesia general.
— ¿Claro? — Me ubico a su lado. — ¿Y eso qué significa? — Le devolví su pregunta.
— Qué debemos culminar con ésta cirugía para marcharnos lo antes posible.
— ¿Estás celoso? — Inquiero al mirar su perfil. Nunca pierdo la esperanza de que me lo diga.
— No.
— ¿Estresado?
— Sí. — Murmura con fastidio. — Terminemos con esto. — Me entrega la tijera con pico de triangulo para que la sostenga.
Al menos, eso pensé...
— Acércate. Necesito que extraigas la bala que esta insertada en el área de la clavícula.
— ¿¡Qué!? — Vocifero estupefacta.
— No me gusta repetir lo dicho dos veces. — Me advierte.
— A mí tampoco, pero...
"Vaya... Otra característica en común que nos define a ambos."
— Pero te estoy dando una orden. Además, me adelantarías el trabajo mientras suturo los tejidos restantes.
Asiento al tragar saliva y me dispongo a realizar la extracción con cautela, siendo mucho más precavida de lo que acostumbro. Al insertar la tijera de pico triangulo, mi corazón late desenfrenado y el sudor en mi frente comienza a notarse muy evidente.
— Tranquila. — Me dice al observar lo que hago.
Así se mantuvo, a mi lado, dándome órdenes, y guiándome con sus palabras en cada movimiento que realizaba para una simple extracción. Admito que su forma de dirigirme en el proceso, me ayudaba a mantener la calma, a pesar de que los nervios en mi interior me estuvieran carcomiendo.
Una vez que observé la bala sujetada en el pico triángulo de la tijera, las coloco en la bandeja de metal junto a los demás instrumentos quirúrgicos. Cerré los ojos por unos segundos, inhalando el aire que le hacía falta a mis pulmones.
— No ha sido tan difícil después de todo. ¿No es así? — Me mira fijamente a los ojos a través de su mascarilla, disfrutando mis nerviosas reacciones. — Relájate, jovencita. Sé lo que hago. No creas que soy capaz de exponerte para realizar algo que no puedas o desconozcas.
— Lo sé. — Murmuro en un susurro casi inaudible.
Enarca las cejas al ver que continuaba nerviosa a pesar de que había hecho lo que ha pedido.
— Con un beso estarías mejor. — Se gira al buscar más hilo de suturar, una nueva aguja, y una tijera portal completamente esterilizada. — Lástima que me tenga que contener.
Sí, realmente nuestras conversaciones personales las estábamos teniendo en un quirófano mientras nuestros uniformes desechables eran adornados con manchas de sangre. Romántico, ¿no?
Adrián estaba muy acostumbrado a esto, y se notaba a leguas por la manera tan calmada en la que manejaba todo esto. Sin duda, éste es su territorio, y me lo está dejándo saber.
Se gira hacia mí y nos miramos frente a frente. Sostiene con su mano derecha la aguja con el hilo insertado, y con la izquierda la tijera portal. Sin mediar palabras y sólo con una llamativa mirada de sus hermosos ojos, me pide que me acerque. Le obedezco inmediatamente.
Camina despacio, ubicándose a mis espaldas, dejándome frente a la paciente. De momento, siento como la parte anterior de su cuerpo roza mi parte posterior. Asoma su rostro por mi hombro derecho, cubriendo mi cuerpo con su altura.
— De ésta forma, resulta mucho más sencillo. — Comienza a explicarme una técnica muy personal de él al sujetar con el pico de la tijera la aguja con el hilo insertado. — Ahora... es todo tuyo. — Me dice sensualmente y en doble sentido al entregarme la tijera portal. Luego, sujeta mis manos, guiándome con suma experticia.
Mi corazón late nervioso. Mi cuerpo reconoce al ojiverde como dueño de todo mi ser. Todavía no podía creer que esto me estaba sucediendo. Todo lo que esté relacionado directamente con éste hombre es muy intenso, tanto en el tema personal, como en el laboral.
Así nos mantuvimos por largos minutos mientras sus manos me guiaban con paciencia en cada sutura en el área de la clavícula. Aunque me sentía en total tensión, admitía que estar bajo sus brazos y su supervisión, me hacía sentir segura de mí misma.
Ambos estábamos muy concentrados en lo que hacíamos. Cada vello de mi cuerpo se eriza al sentir su rostro apoyado sobre mi hombro, entre mi oreja y mi mejilla. Su dulce, cálida, y aterciopelada voz, me mantenía en un persistente estado hipnótico al escuchar cada instrucción y cada detalle de sus palabras como mentor.
— Listo. — Me dice al fin cuando corto el hilo de sutura mientras sus manos continúan guiándome.
Asiento al terminar bajo sus discretas técnicas e instrucciones. Al girar mi rostro para encontrarme con sus ojos, nos miramos fijamente, ojos café contra verdes. Mi respiración se agita con facilidad al tenerlo así, justo así, como si éste mundo y éste ambiente fuera sólo nuestro. Es increíble como una posición y una postura profesional entre ambos puede convertirse en una burbuja en dónde sólo él y yo podíamos permanecer.
— Doctor Wayne... — Lo llamo en un susurro y me quedo embelesada en sus hermosos ojos, los cuáles brillan de forma ansiosa. — Usted dijo que con un beso yo estaría mejor. — Lo incito, coqueta, atrevida, ansiosa por ganarme su corazón un poco más.
Percibo que Mi Cura Prohibida sonríe. Sin esperar su gesto, baja la mascarilla, haciendo que su apetecible boca esté a mi disposición. Mis ojos se engrandecen, y estoy segura de que brillan con emoción y dulzura. Hago lo mismo al bajar mi mascarilla, y con timidez, acerco mis labios, de manera que nuestros cálidos alientos se mezclan. Trago saliva al sentir que él estaba acercándose mucho más. Sería correspondida, y eso me incitó a continuar con la intención de un beso que sería prolongado.
Al cerrar mis ojos con suavidad, siento como sus sensuales y cálidos labios tocan los míos, con un tacto dulce y calmado, saboreando esos segundos antiéticos, causando que mi corazón lata mu deprisa. Nuestro beso era inocente, pero prometedor. No tuvimos que comernos la boca para que yo volviera a sentir esa electrizante conexión entre ambos.
Cuando siento que aleja sus labios de los míos con lentitud, mantengo mis ojos cerrados, sintiendo una leve punzada y asimilando que esos segundos fueron simplemente maravillosos.
Al abrir mis ojos, me encuentro con una expresión estudiosa por su parte, observaba con detenimiento mi comportamiento hacia él, más no parecía querer despegar sus ojos de los míos.
— Qué delicioso detalle de su parte, Doctor. — Pestañeo repetidas veces al mirarlo con dulzura. — Gracias por esa felicitación.
— Te felicitaría toda la jodida noche. — Susurra con seriedad y se aleja de mi lado con calma.
Presiona uno de los botones que se encontraba al lado de la puerta del quirófano, y en menos de un minuto, ya la enfermera Figueroa y algunos enfermeros comienzan a entrar para comenzar sus deberes post-operatorios.
[...]
Después del proceso quirúrgico en el cuál yo había participado gracias a Adrián, me encontraba en su oficina de guardia. Él me había ordenado que regresara, porque tenía que firmar algunos documentos importantes y luego hablar con los familiares.
Ahora que tenía tiempo de pensar las cosas con más tranquilidad, recordaba a la misteriosa señora que me había preguntado si conocía a Adrián. Pero, ¿cómo no? Es el hombre de mis sueños. Quizá era la madre de la víctima o una familiar que se encontraba preocupada en aquel momento.
Suspiro al quitarme el uniforme desechable para tirarlo en el bote de basura que había junto a la pared de la oficina. Estaba a punto de irme al cuarto de descanso cuando de repente escucho voces que provienen del pasillo. Eran varias, y desde luego, no pintaba nada bien.
— ¡No! ¡Déjeme pasar, por favor! ¡Es importante para mi hija! — Grita una mujer de forma efusiva e intenta forzar la puerta.
Me congelo al instante.
— ¡Señora, por favor! — Una voz de hombre la acompaña con insistencia.
— ¡Suélteme! — Forcejeos se escuchan antes de que la puerta se abriera de un portazo.
Una señora desconocida mira hacia todos lados, buscando con la mirada a quién creo.
— ¿Puedo... ayudarla? — Le pregunto con los ojos como platos.
— Estoy buscando al Doctor Wayne Milán. ¿¡Lo ha visto!?
— Señora, tiene prohibido el paso si no es con una cita médica. — Un enfermero intenta llevársela de vuelta y con prudencia, pero ésta no cedía.
— ¿¡Usted lo conoce!? — Me pregunta con desespero. — Verá... mi hija tiene una mal formación congénita de la que necesito hablarle. Me gustaría muchísimo que él viera el caso, por favor. Es el único que podría trabajarlo. — Su mirada era insistente, triste, desesperante.
Me quedé sin palabras, abriendo la boca una y otra vez, sin saber qué decir. No sabía lo que hacía Adrián en estos casos, pero, sin duda, la mujer estaba más que desesperada por una consulta.
En ese instante, algunas enfermeras entraron para llevarse a la pobre mujer. Todos me observaron con cierta duda, pero al ver que aún tenía la bata médica de Adrián, prosiguieron sin ningún problema, algunos de ellos ya eran rostros conocidos para mí. La puerta se cierra al instante.
Mierda. ¿Hasta cuándo continuaría éste día de agitado? Todo esto me resultaba demasiado intenso.
Tengo que hablar con él sobre éste percance. No me gusta ver a las personas desesperadas por falta de tratamientos médicos, ya sea para una consulta o para una práctica médica.
[...]
Me había sentado en el sofá para abrazarme a mí misma, aún con su bata médica. Sonrío y muerdo mi labio al arquearme con un satisfactorio placer. Estaba siendo correspondida de alguna manera por sus atenciones hacia mí, y eso ya era un gran paso.
Escucho que alguien vuelve a abrir la puerta de la oficina de guardia, para luego proseguir hacia dónde yo me encontraba, en el cuarto de descanso, delirando de amor como una quinceañera.
— Estás disfrutándolo, pero ya debemos irnos. — Adrián enarca las cejas al acomodarse su negra corbata y alisar su camisa elegante azul cielo.
— Tu seriedad le quita la diversión a esto. — Me levanto como una niña juguetona, para sujetarlo de las manos y estampar mis labios contra los suyos.
Mi Cura Prohibida se impresiona de mi acto, lo cuál hace que mantenga sus ojos abiertos, aunque los engrandece más sin despegar su labios de los míos. Luego, sonríe sobre mi boca.
— Mi experiencia médica me dice que usted está sufriendo de una excitación hormonal, debido a que últimamente está teniendo actividad sexual con frecuencia. — Besa mi barbilla, pero continúa sonriendo. — Creo firmemente que alguien está manteniendo en constante trabajo las serotoninas, dopaminas, oxitocinas, y los estrógenos.
— No es gracioso. — Sonrío como una idiota sobre sus labios.
— Cierto, pero aún así sonríes.
— Estoy excitada.
— Es lo que quise decir.
— Entonces... ¿ya mi Andy volvió? — Aparto un poco mi rostro para mirarlo con dulzura, apoyada de su cuello.
— Andy quiere que su niña dirija su bonito culo al vehículo. — Sus ojos verdes brillan mientras me lo ordena.
Muerdo mi labio con aprobación y eso le gusta. Continúa mostrándose sorprendido por mi buena actitud hacia su carácter tan mandón.
— Sólo si me escuchas unos minutos.
Ríe con suavidad al sujetar mi mano para dirigirnos hacia la oficina de guardia.
— Me lo adviertes como si yo no tomara en consideración todo lo que me dices.
— Es... sobre un tema laboral.
— ¿Ah, sí? — Se cruza de brazos y la curiosidad en su rostro se acentúa.
— Hace unos minutos, una mujer llegó hasta ésta oficina, buscándote para que tomaras su caso clínico... Más bien, el de su hija.
— Sí. Siempre han sucedido esos tipos de percance.
— ¿Qué? — Vocifero, sorprendida. — ¿Han sucedido más situaciones similares? — La mandíbula casi se me cae al suelo.
Adrián asiente extrañado.
— Es normal cuando son muy pocos los especialistas que trabajan en mal formaciones congénitas. — Niega. — Digo, no es normal. Me refiero a que es lógico que esas situaciones sucedan con frecuencia por dicho asunto.
— ¿Y no te interesaría ver el caso de la pobre madre qué llegó desesperada hasta éste lugar?
— ¿Me estás pidiendo qué atienda uno de los cientos de casos qué se presentan? — Adrián estaba incrédulo.
— Te estoy pidiendo que atiendas uno de los cientos de casos en dónde, probablemente, tú, seas la esperanza de una madre para su hija.
Ríe socarrón al esquivar mi mirada, reflexionando lo que estábamos hablando. Luego, me mira con cierta adoración.
— Es una jodida lástima que ya mañana te me vayas. Pero ésta noche me saciaré de toda esa dulzura y humildad que me tiene loco.
— Por favor... — Inquiero, ruborizada y con las mejillas sonrojadas.
Estaba claro que le gusta ruborizarme en todo momento. Vuelve a sonreír y su expresión mostraba ilusión. Su vista se dirigió hacia la puerta de guardia, y al ver que nadie se encontraba cerca de la misma, me abrazó con fuerza, apoyando su mejilla sobre mi cabeza y mi cabello.
— Tienes que dejar lo que sea que me estés haciendo. — Siento como sus brazos me acaparan por completo para arquearme cómodamente en mi lugar favorito.
Luego, dirige su rostro hacia el mío y me da un tierno beso en la mejilla al acariciar mi cabello un poco desaliñado por los acontecimientos. Me mira directamente a los ojos al sentir sus suaves caricias.
— No sé si éstas acciones tienen algo que ver con mis padecimientos o con la fuerte desviación que siento hacia ti, pero necesito cuidarte todo el tiempo. No te atrevas a negarme estos ojos, estos labios, y esta piel. Porque perdería el juicio y el sentido de las cosas a mi alrededor.
— Andy, no digas eso. — Sujeto sus mejillas. — Entiendo que sientes muchas cosas, y yo igual. Pero no me necesitas para darle sentido a las cosas. Eres maravilloso en lo que haces.
— Tú le das sentido a todo lo que me rodea. Por eso necesito que me obedezcas, que hagas todo lo que yo te pida. Me gusta protegerte, poseerte. No me cansaría jamás de éste aroma que me tiene jodido. — Esconde sus ojos en cuello y pasea su nariz con fascinación y desesperación.
Comienzo a acariciar su cabello con amor, pero me di cuenta que alguien nos estaba observando por la ventanilla acristalada de la puerta. La misteriosa señora que había visto hace un par de otras atrás, se asustó de que la sorprendiera espiándonos al ver como sus ojos claros se engrandecieron. Rápidamente se alejó de la ventanilla y tuve que tragar saliva por la impresión.
— Andy... — Lo llamo, pero está absorto en su burbuja, inhalando mi aroma con devoción. — Andy... — Intento volver a tener una seria atención por su parte, lo cuál funciona, porque me mira con ese verde tan intenso en sus ojos.
"Sé lo que quiere y desea." Mi subconsciente no quiere que interrumpa el momento con él, pero tenía que decirle.
— ¿Hablaste con los familiares de la paciente? — Le pregunto de repente, lo cuál le choca un poco al ver que fruce el ceño con extrañeza.
— Sí. Siempre lo hago. ¿Por qué?
— ¿Con quién hablaste precisamente? — Insisto, pero intento mantenerme tranquila.
— Con sus padres. — Inclina un poco la cabeza y un mechón le cae por la piel de su frente. — No entiendo a qué viene eso.
— Hace unas horas atrás... — Comencé a informarle al ver que tenía toda su atención. — Cuando llegamos, me encontré con una señora que me arrinconó lejos del pasillo principal y...
— ¿Qué? — Se preocupa al instante y me examina al mirarme rápidamente por completo.
— Estoy bien. No ha pasado nada malo, Andy.
Se cruza de brazos y veo alivio en sus ojos. Me sorprende su nivel de preocupación hacia mí.
— Sólo que me arrinconó y me preguntó si yo te conocía. — Me encojo de hombros. — Bueno, lo asumió... — Corrijo. — Le dije que no era el momento, porque estaba precisamente en una emergencia, pero que podía aclararle algunas dudas después que culminara la situación. Pensé que era familiar de la paciente.
Asiente de manera pensativa. Sin embargo, no le dio mucha importancia.
— Aly, siempre se presentan personas, intentando localizarme para ciertos tratamientos o cirugías que muchos no practican, por la situación que habíamos hablado hace unos minutos. En éste país, hay muy pocos médicos especialistas que trabajan con mal formaciones congénitas. — Se encoge de hombros. — Además, también realizo cirugías onco-plasticas para ciertos tipos de cáncer. Es normal que todo el tiempo se presenten personas desconocidas.
Tal vez podía tener razón, pero tenía un presentimiento extraño. Y ver los ojos de esa mujer, había hecho que mi sistema se removiera. No una vez, sino dos veces al verla aquí.
— Hace unos segundos, la mujer de la que te hablo, estaba asomada allí. — Señalo la puerta de la oficina de guardia. — Nos vio. Miraba por la ventanilla.
Adrián suspira con exasperación y se acerca a la puerta para abrirla. Sale hacia el pasillo por unos segundos, mirando hacia ambos lados y comprobando lo que he dicho.
— Aly, no hay nadie. — Me dice al entrar. — No te preocupes. Ya te acostumbrarás a esto. — Se acerca y me da un beso en la frente. — Hora de irnos.
— Está bien. — Acepto. — Pero tienes que prometerme que tendrás en consideración a todas esas personas que viene a buscarte.
— Es lo que intento cada día de mi vida. Adoro tus buenas intenciones, pero yo también las tengo hacia esas personas. — Sujeta mi mano para salir de la oficina de guardia. — Aly, cuando seas médico, entenderás que por más que quieras ayudar a todos los convalecientes a la vez, es imposible.
Entonces, se me ocurrió una pregunta que no pude contener.
— ¿Por eso también tienes un consultorio independiente?
Comenzamos a caminar por el pasillo, en dirección hacia el ascensor. Él asiente al bajar un poco la cabeza.
— ¿De... verdad? — Mi corazón se emociona.
— Jovencita, ¿para qué tendría un consultorio independiente si en éste hospital gano el triple de lo que cobro allí? No tendría que molestarme en trabajar los sábados o en algún otro día, cuando mi sueldo anual está ascendiendo a casi medio millón de dólares. — Presiona el botón del ascensor mientras yo pongo mis manos en los bolsillos de su blanca bata. — Si también trabajo de manera independiente, es porque lo hago por amor a la medicina, porque sé que a muchas personas les cuesta tener tratamientos, medicamentos, o simplemente una revisión general.
Las puertas del ascensor se cierran con nosotros adentro mientras pienso que no me equivocaba con él. En el fondo, es un hombre de buen corazón y sé que siempre ha sido así.
Nos mantuvimos en silencio hasta que el ascensor llegó a la recepción principal del hospital. Íbamos a dirigirnos al exterior cuando nos encontramos con la mujer que había entrado desesperada a la oficina de guardia de Adrián.
— ¡Usted! — Gritó la mujer al acercarse con mucha prisa.
Adrián me miró por unos segundos para detenerse y escuchar a la desesperada madre.
— ¡Debe ser el Doctor Wayne Milán! — Sus ojos se engrandecen con ilusión. — ¡Por Dios! ¡Lo he buscado durante días, pero siempre me sacan de aquí si no tengo razones para una cita médica programada!
— ¿Y por qué no la programa? — Adrián se cruza de brazos y frunce el ceño.
— Doctor, yo... ¡Lo siento! ¡Pero no tengo como cubir los gastos para las consultas de mi hija! ¡He intentado llevarla a otros especialistas, pero la mayoría de ellos no están dispuestos a realizar una cirugía que puede tomar horas de complicación, y... estoy cansada de qué me dejen en espera! ¡Por favor, Doctor Wayne! — La madre le suplica con efusividad. No puede evitar que sus ojos se llenen de agua. — ¡He venido desde muy lejos, referida hacia usted! — La señora se cubre el rostro al llorar desconsoladamente.
Al ojiverde se le endulza la mirada y se acerca a ella al posar su perfecta mano en el hombro de la madre, calmándola con suaves y cálidas palmaditas.
— ¿Por qué no me cuenta sobre el caso de su hija? — Adrián le solicita con paciencia y dulzura al buscar en su cartera una de sus tarjetas para entregársela.
Sonrío encantada y más enamorada que nunca. Él me mira rápidamente y enarca las cejas, como queriendo decir: "Te has salido con la tuya."
— Espérame en el vehículo. — Me ordena de forma mordaz. — Frankie está esperándonos. Iré en unos minutos. — Guía a la pobre madre hacia los asientos de la recepción principal para sentarse junto a ella y calmarla.
Continúo mi camino hacia el exterior mientras sonrío y me muerdo el labio inferior por su forma tan dulce de tratar a los pacientes. Muevo mis manos dentro de los bolsillos de su bata médica y siento como la felicidad me invade por completo al sentir la cálida brisa de la noche tropical.
Camino con despreocupación hacia el vehículo que esperaba por nosotros a unos metros de la entrada del hospital. Justo cuando me voy acercando más a mi destino, reconozco una voz a mis espaldas.
— Puede tener un humor muy difícil, pero es un niño muy dulce. — La voz de la misteriosa señora interrumpe mi ensoñación.
Me giro lentamente al sentir que los escalofríos invadían mi piel. Achico los ojos al observarla a una distancia considerable. ¿Cómo había aparecido? ¿Qué hacía aquí todavía?
— ¿Discúlpe?
— Le gusta que le acaricien su pelo justo como lo haces. — Continúa diciendo. — Introvertido para los sentimientos, y extrovertido para lucir sus talentos y sus conocimientos.
Maldita sea. Estaba describiendo a la perfección a Mi Cura Prohibida. Trago saliva de inmediato, sin moverme tan siquiera. ¿Quién coño es ésta mujer?
La misteriosa señora de ojos claros se acerca a mí al estudiar mi aspecto y mi expresión. Mira la bata médica y se fijan en el nombre.
— Y siempre ha sido muy celoso y cauteloso con sus cosas personales. — Se sorprende al leer el nombre de quién pertenece la bata blanca, intentando tocar las letras grabadas.
Me alejo un poco, nerviosa.
— ¿Quién es usted? — No puedo evitar escucharme impresionada.
Sonríe vagamente y sus ojos reflejan tristeza.
— Nadie importante. — Suspira el aire que contenía al encoger sus hombros. — Una de las tantas personas que lo admira... Sólo eso...
— Pero usted ha mencionado cosas muy personales...
Asiente y presiona sus labios al bajar la cabeza. Se quita la capucha de su oscuro abrigo y me impresiona ver su lacio cabello de un tono de color que se me hacía reconocido, sólo que las canas invadían parte del mismo. Sus ojos claros me siguen inquietando sobremanera.
— ¿Cómo lo logras? — Pregunta con curiosidad y suma atención hacia mí.
Niego estupefacta, sin saber que decir. Me sentía totalmente perdida, pero no podía dejar de mirar sus ojos.
— No... No... entiendo lo que quiere decir. — Tartamudeo con un presentimiento que ni yo misma me atrevía a imaginar.
— ¿Cómo logras mantenerlo feliz? ¿Cómo logras manejar su difícil personalidad? — Evidentemente quería respuestas con desesperación.
Mi sistema estaba en alerta.
— ¿Ha estado... siguiéndolo? ¿Nos ha estado espiando?
Niega con los ojos como platos.
— No. Yo sólo... quería verlo y... — Su rostro muestra dudas al alejarse rápidamente.
— ¡Espere! — La sigo de inmediato y se detiene sin girarse.
— No le digas nada sobre mí. Él no me necesita. — Espeta sin darme la cara.
— ¡Pero necesito saber quién diablos es usted!
Me ignora al cubrirse la cabeza con la capucha de su oscuro abrigo hasta que la pierdo de vista.
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