Capítulo 27 | Parte 2.
Capítulo 27.
Con cierta inseguridad, me levanto de la cama para comenzar a vestirme con prisa. Evidentemente, me sentía totalmente nerviosa y en alerta. A él no parecía importarle llevarme a su territorio laboral en un momento como éste.
Lo miro de reojo mientras continúo vistiéndome, ajustándome los cortos jeans para luego ponerme la blusa un poco desaliñada. Él le había tecleado a alguien mientras se vestía como podía.
Definitivamente, estaba decidido a que lo acompañara. No conjeturó alguna excusa. Adrián me miró con total atención mientras me senté en el borde de la cama, intentando ponerme las zapatillas Converse.
Él, como siempre, ya estaba casi listo para salir. ¿Cómo lo hacía? No lo sabía, pero suponía que la costumbre de un trabajo tan complejo lo tenía en total entrenamiento para las salidas de prisa.
— Oh, no. — Me dice al acercarse. — Ya terminarás de arreglarte en el camino.
— No... ¡Espera, Andy! — Exclamo con sorpresa al ver que me eleva en sus brazos y me pone sobre su hombro mientras yo todavía tenía uno de mis pies descalzo y la zapatilla que faltaba la presioné en mi mano por la impresión.
— Lo siento. — Se disculpa con sinceridad al caminar hasta la puerta del apartamento.
Se dirige hacia el ascensor, aún conmigo en el hombro. Comienza a teclear un número y coloca el auricular sobre su oreja. Las puertas del ascensor se cierran con nosotros adentro.
— Frank, ya estoy saliendo del edificio. — Adrián le avisa a su chófer y cuelga de inmediato.
— ¡Wayne! — Chillo media eufórica.
— Ya estamos llegando. Lo siento, Aly. No caminarás así hasta la calle.
— ¡Es qué tampoco puedo llegar vestida así al hospital! ¿¡Se te olvida eso!?
— Nada se me olvida. — Espeta con una ligera elegancia. — Ya se me ocurrirá algo.
Pongo los ojos en blanco automáticamente y exhalo el aire que estaba conteniendo. Cuando el ascensor llegó a la primera planta, Adrián se dispuso a salir del edificio, cargándome, con esa mala costumbre de querer tener todo bajo control.
Ya en el exterior, percibí que su chófer esperaba dentro del vehículo. Sin embargo, cuando se dio cuenta que Adrián me cargaba como un saco de arena, no pudo evitar salir del vehículo inconscientemente, negando al sonreír de manera leve por ver a su jefe y médico cirujano actuar de forma tan espontánea y radical.
— ¿Les... abro? — La pregunta de Frankie fue como una invitación al abrir la puerta trasera de la guagua Mercedes-Benz.
— Gracias, Frank. — Adrián me coloca con destreza y rapidez en el asiento trasero.
Me doy cuenta que, ésta vez, Adrián no se sentará junto a mí en éste repentino viaje de emergencia, sino que se sienta en el lugar del copiloto mientras Frankie presiona el acelerador con prisa.
— ¿Estás de camino al hospital por una emergencia, pero te traes a tu distracción al trabajo? — Su chófer bromea mordaz, y desde el retrovisor, percibo que enarca las cejas.
— Sin ofender, señorita. — Me avisa con amabilidad. — Es que estoy algo... impresionado.
Y Frankie no mentía, con su voz lo decía todo. Realmente estaba descolocado con las acciones de Adrián en cuanto a mí. Yo también lo estaba...
— Puede ser muy persuasiva cuando se lo propone. — Adrián comenta en un murmullo que su chófer y yo escuchamos.
Frankie suelta un bufido al negar con una sonrisa incrédula. Yo, en cambio, tenía la boca estúpidamente abierta por el comentario de Adrián.
— Oye, Doc. — Frankie llama su atención por unos segundos. — Sabes que te estimo mucho, pero... ¿Es seguro qué ella vaya?
Adrián se encoge de hombros mientras se abotona los gemelos de las muñecas para colocarse la bata blanca como puede desde su posición.
— Es la segunda "emergencia" que ocurre en éste fin de semana. No podía dejarla otra vez. — Le dice a Frankie con normalidad.
Algo sucede, porque intercambian miradas cómplices. Evidentemente, Adrián entiende lo que sea que quiere decir Frankie. El ojiverde cambia la mirada, con su vista fija hacia la carretera.
— La mantendré segura a mi lado. — Espeta con firmeza. — Entrará al quirófano conmigo.
— ¿¡Qué!? — Frankie y yo exclamamos a la vez.
Tragué saliva y recosté mi espalda en el asiento, nerviosa, posando una mano sobre mi frente, pensando que esto estaba llegando a otro nivel.
— Me encanta éste trabajo. — Comentó Frankie al acelerar con suma rapidez sobre la autopista principal, evitando los semáforos lo más que puede.
— A mí también me encanta el mío. Ya que tienes el dispositivo de manos libres conectado, llama directamente a la recepción del piso de cirugía. Garret no trabaja hoy y necesito que me den un pronóstico bastante certero para pensar en cómo trabajaré el caso.
— Sin problemas. — Frankie realizaba cada orden con eficiencia. Claramente se nota que hacen esto todo el tiempo.
Adrián logró comunicarse como esperó, sólo que me inquietaba que la enfermera Figueroa haya respondido, como se supone. El temor se apodera de mí al saber que la jefa del piso de cirugía podría verme con el futuro Director.
— Doctor Wayne, es grato poder escucharlo en estos momentos. — La voz de la enfermera Figueroa se escuchaba agitada desde el dispositivo de manos libres. La pobre debe estar liada en éste momento. — Dígame que está en camino.
— Mejor debería decirme qué pronósticos tenemos... — Le advierte de forma comedida y profesional.
— Mujer de unos veinticinco a treinta años. Herida de bala. Tres, para ser exactos. Una de ellas en el área de la clavícula y las dos restantes creo que han perforado el pulmón.
— ¿Ritmo cardíaco?
— Lento. Más lento de lo normal. Menos de cincuenta y cinco latidos por minuto. Diría entre cuarenta a cincuenta latidos. Ya el emergenciólogo de turno ordenó que le realizaran un electrocardiograma que está en proceso de verificarse.
— Entiendo. — Remarcó el ojiverde, intentando mantener el control. — Posiblemente se deba a que el corazón no esté bombeando la suficiente sangre oxigenada. Puede que el pulmón esté dándonos problemas con eso. Gracias, enfermera Figueroa. Estaré allí en unos minutos. Si logran estabilizarla, preparen el quirófano.
— Sí, Doctor Wayne. — La enfermera Figueroa cuelga al instante.
Estaba escuchando toda la situación en primera persona, pero aún no podía creer que esté justo en ésta situación junto a él. Adrián gira su cuerpo levemente y me observa. Estaba pasmada, nerviosa, y con los ojos como platos.
— Estoy ansioso de volver a reanudar lo que dejamos en la cama hace un rato. — Espeta con sumo descaro, sin importarle que Frankie estuviera presente.
¿¡Pero que demonios se cree!? ¿¡Como puede ser tan sincero y descarado a la vez!? Sí cuando era un niño padecía de autismo leve, no me puedo imaginar si hubiera crecido de manera estable y con normalidad.
Mis mejillas se encienden al mirar de reojo hacia la dirección de su chófer. Adrián se da cuenta y enarca las cejas, como si no tuviera que importarme su presencia en lo absoluto.
— ¿Po... Por qué me dices eso? — Tartamudeo, vulnerable por su indiscreción.
— Porque hace un rato estaba en el jodido paraíso, y pienso volver a él cuando salgamos de ésta situación. — Me mira fijamente con sus ojos extremadamente expresivos y claros. — Necesito que seas fuerte y que estés conmigo en esto, porque en cuanto entremos por las puertas del hospital, tienes que saber que hoy te daré la oportunidad de trabajar conmigo.
— ¿Estás seguro? — Trago hondo mientras lo miro nerviosa.
— Confío en tu capacidad. Tú sólo confía en mí y haz lo que te ordene, Aly.
— Claro que haré lo que me ordenes, por Dios... En esto sí que no pienso desobederte en nada.
Sonríe vagamente.
— Esa es mi jovencita. — Se gira al instante.
Había terminado de calzarme la zapatilla que me faltaba mientras el trayecto se hacía más corto y menos lejos. Más rápido latía mi corazón. Todavía no estaba acostumbrada a ésta abrumada vida, y mucho menos al lado del hombre de mis sueños. Quiero hacer todo bien cuando se trata de mi carrera médica, quiero que mis experiencias sean de provecho, que sean útiles y de ayuda.
[...]
La guagua Mercedes-Benz se detiene justo en la entrada principal del hospital. Adrián y yo salimos del vehículo con prisa.
— ¡Andy! — Llamo su atención al ver que se adelantaba unos metros más que yo.
Me mira de arriba hacia abajo, examinando mi casual y no muy apropiado vestuario para un hospital. Niega al fruncir el ceño y se acerca a mí mientras comienza a quitarse su pulcra y blanca bata.
— Discúlpame. — Comienza a colocarme la bata con rapidez y me abotona dos botones. — Ven. — Tira de mi mano al entrar con prisa al interior del hospital.
Casi corrimos por el vestíbulo para tomar uno de los ascensores. Al entrar, nos encontramos con mi amigo, Damián.
Nos mira con arrogancia y con su típica sonrisa malvada al bajar un poco de su mano la tableta que cargaba. Enarca las cejas al ver como intento reajustar sobre mi cuerpo la bata blanca de Adrián, la cuál, evidentemente, me quedaba enorme.
— ¿Por qué será que tuve el leve presentimiento de que te encontraría en estos momentos por estos lares? — Damián bufa y se acerca a mi lado mientras los tres comenzamos a observar cómo los números del ascensor cambiaban.
Esto, definitivamente, era incómodo para mí sabiendo que Damián conocía que el hijo de su jefe tenía algo conmigo.
— Me... alegra verte. — Le digo entre dientes, aunque intento que mi tono de voz suene con normalidad.
— ¿En éste preciso momento? — Damian me pregunta de forma sarcástica, como siempre.
Mi futuro Director, en ésta cuestión, actuaba con normalidad. No le preocupaba en lo absoluto su presencia.
— Claro que me alegra, Damián. — Lo riño con cariño y golpeo su hombro levemente.
— Agh, no tienes que golpearme. — Actúa como un niño engreído, haciéndose el importante.
Percibo que Damián pone los ojos en blanco y exhala en un bufido. Sé que en el fondo le causa gracia.
— No creas que me he olvidado de tus pendejases con mi Glory. — Le advierto mientras los tres continuábamos firmes en nuestras posiciones.
— ¿Me estás amenazando? — Me pregunta, pero se ríe entre dientes. No puede evitar contenerse y que ésta situación le divierta.
— De hecho, no. Tendría que hacerte algo mucho más práctico que amenazarte. Una incisión en los huevos, por ejemplo...
— ¿Te han dicho que tienes una lengua viperina muy valiente para que estés amenazando a un residente?
— Bienvenido a mi mundo, Doctor Del Valle. — Adrián murmulla en un sensual susurro, burlándose de mi situación con ambos.
— ¿Ahora se pondrán de acuerdo? — Suspiro eufórica al ver que estábamos llegando al área de la emergencia.
— Lo que lamento por usted, es que tenga que sentirse humillado, aún con el cargo y el reconocimiento que tiene en éste lugar, gracias a ésta escandalosa chica. — Damián le comenta con sarcasmo a Adrián, queriendo sacarme ventaja.
En ese momento, las puertas del ascensor se abren en el octavo piso, cirugía. Damián es el primero en salir con su típico porte de hombre pedante. Pongo los ojos en blanco al sentirme un poco pasmada por su comentario tan descarado y sarcástico hacia Mi Cura Prohibida.
— Me las pagará... — Digo para mí misma, aunque, prácticamente, Adrián me escuchó.
— ¿Por qué? Si tiene razón. — Se encoge de hombros y tira de mi mano para guiarme hacia su oficina de guardia.
Cuando entramos automáticamente por la adrenalina del momento, Adrián se dirige hacia el cuarto de descanso, dónde estaban los materiales y equipos médicos. Recuerdo que yo había hurgado en dicho lugar.
— Ten. Ponte esto. — Me entrega un uniforme quirúrgico desechable mientras comienza a ponerse el suyo sobre su elegante vestimenta.
Sentía que la vena de mi sien brotaba. Mentiría si dijera que no tenía que tomar bocanadas de aire en todo momento, porque a pesar de lo que dicen los libros, vivirlo en la vida real, estar presente personalmente, era una situación muy distinta.
— Andy, yo... — Me interrumpe cuando posa un beso sobre mi frente. Él sabía que yo estaba vulnerable y nerviosa.
— Doctor Wayne, no lo olvides. — Me recuerda al rozar su nariz con la mía. — No dejes de seguirme. ¿Entendido?
— Sí. — Asiento rápidamente con mis ojos engrandecidos.
Mi Cura Prohibida y yo comenzamos a caminar hacia el área de la sala de operaciones. Gente del personal del hospital iban y venían, caminando de un lado a otro. Al parecer, estaba siendo un fin de semana cargado para el Puerto Rico General. Adrián esquiva a cada persona que se interponía en los pasillos. A veces me resultaba tedioso seguirlo, al punto de que tuve que acelerar mi paso, casi corriendo tras él.
— Oiga, discúlpe... — Alguien tira de mi mano y me hace perder el paso de Adrián, logrando que me desviara del pasillo principal que se dirige hacia la sala de operaciones.
Achico los ojos al observar a la persona con curiosidad, sin entender nada. Quizá sea familiar de la persona que está en la situación de emergencia. Por alguna razón, no puedo dejar de observarla. Algo se removió en mi interior.
— Discúlpe, señora. Tengo una emergencia a la que asistir en éste momento. Me gustaría poder atender sus du...
— Shh... — Posa su dedo índice sobre sus finos labios.
No puedo dejar de observar sus hermosos ojos. A pesar de ser una señora mayor, a leguas podía intuir que en su juventud era preciosa. Tenía un abrigo oscuro, y con el mismo, se cubría la cabeza, como si intentara ocultar su rostro. Su cabello suelto, lacio, y canoso, caía sobre sus hombros. Sin duda, es una señora guapa aunque mostrara un aspecto desgarbado.
— Lo... conoces, ¿verdad? — Pregunta sin preámbulos y con mucho interés.
Niego al fruncir el ceño, sin entender por qué me pone en ésta situación cuando lo menos que necesito son distracciones.
— Señora. — Me alejo con prisa y un poco intranquila por su forma tan descabellada de haberme alejado del pasillo principal. — Ahora mismo no puedo atenderla. Quizá en un par de horas, si aún sigue en éste lugar, puedo atender sus dudas. — Achico los ojos. La miro con transparencia y apenada por tener que marcharme así.
Asiente al mirarme de manera extraña. Su mirada mostraba más curiosidad de lo que un particular ha mostrado hacia mí. Sonrío vagamente y continúo mi camino. No entendía a qué venía eso, pero no era el momento. No quería hacerle quedar mal a Adrián cuando me estaba dando ésta oportunidad.
Al acercarme a la puerta de la sala de operaciones, veo que Adrián está frente a la misma, buscándome impaciente con la mirada, hasta que lo alcanzo al acariciar mi nuca con incomodidad.
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