Capítulo 27 | Parte 1.
Capítulo 27.
Todavía me encontraba despierta. Estaba cobijada en la enorme cama de la lujosa habitación, pensando en la última conversación que tuve con Adrián referente a nuestras vidas personales y profesionales. Me sentía totalmente intrigada con los temas que él prefería reservarse.
Comprendía perfectamente que él quería manejarlo de la manera más profesional y calmada, pero un extraño presentimiento me dictaba que no todo era tan sencillo como quería hacerme ver y entender. Me estaba sorprendiendo conmigo misma por el rumbo que habían tomado mis sentimientos.
Divagaba al buscar el sueño y pensaba en nuestra vida pasada, porque es irónica la manera en la que volvimos a encontrarnos después de tanto tiempo...
Adrián se había convertido en un médico de prestigio y yo apenas había terminado mi título en la universidad y accedí a la escuela de medicina con un año teórico adelantado.
No podía dejar de pensar en la noche en que Adrián y yo hicimos el amor...
Su aroma, su cálida piel, sus besos, su respiración, su mirada. Todo de él me estaba quitando el aliento. Mi subconsciencia seguía recordándome lo bueno que fue y lo mucho que me gustó estar entre sus brazos.
🔹
Había programado la alarma de mi teléfono para despertar antes de las 9:00 de la mañana. El molestoso ruido de siempre era lo único que podía hacerme despertar rápido. Me levanté de la cama a pasos vagos y tediosos. Caminé hacia una pequeña mesa, en busca de mi teléfono. En el momento no había llamadas ni mensajes y eso me aliviaba un poco. La fuerte jaqueca que sentía no paraba de joder mi mañana. Toqué mi cabeza y sentí mi cabello todo alborotado. Sabía que había tomado bastantes tragos, pero no los suficientes como para embriagarme. Repentinamente, eso me alivió, ya que no hubiese querido quedar mal en la cena.
«Maldita sea, la cena. ¿Realmente, fue una cena?».
Para mí no lo fue, pero bastaría para excusarme con mis amigos. Esperaba que Gloria estuviera bien. No me gustaba interferir en su vida personal, pero al menos me gustaba dejarle saber que la quería y que me preocupaba por ella.
Decidí enviarle un mensaje para que supiera que estaba pendiente, ya que no quería que pensara que era una mala amiga:
|Glory, luego de la última llamada que te hice no te has reportado. Espero que estés bien. Estoy en mi habitación por si necesitas hablar...
PD: ¿Unos cuarenta o cincuenta metros son muy molestosos para ti? Al menos envíame un mensaje. Te quiero.|
Luego de haberle enviado el mensaje a Gloria, decidí rebuscar entre mis cosas las aspirinas para el fuerte dolor de cabeza. Una vez que me tomé dos pastillas, volví a recostarme. Cuando me cobijé totalmente, escuché que alguien tocó la puerta. Decidí ignorar a quién fuese que estuviese molestando y coloqué una almohada sobre mi rostro de manera exagerada.
Cuando volvieron a tocar la puerta de manera contundente, me desesperé y tiré la almohada hacia un lado para levantarme de la cama de una vez y por todas.
—¡Ya voy! ¡Ya voy!
Volvieron a tocar la puerta con más insistencia y justo en ese momento la abrí sin más.
—Todavía es... —detuve mis palabras.
—¡Mi reina! ¡Qué ya es hora de levantarse, cariño! Mira... ¡Te he traído desayuno! —Kenneth eleva una de sus manos y me enseña una bolsa de comida para llevar.
—¿Qué haces aquí tan temprano?
Kenneth entró a la habitación sin esperar que yo lo dejara pasar.
—¡Es un gran día! Recuerda que estamos lejos de nuestros hogares y aprovecharé al máximo este viaje, aunque sea uno de labor —coloca la bolsa de comida sobre la mesa donde se encontraba mi teléfono—. Nos encontramos en la mitad del fin de semana y todavía no hemos metido nuestros culos en una de esas lujosas piscinas que están allá afuera —se sienta en el sofá de la habitación con toda la normalidad del mundo.
—Apenas llevamos aquí tres días —alcé una ceja y rasqué mi cabeza.
—Dios, mírate... —se cruzó de brazos con una divertida expresión en su cara—. Te ves completamente jodida con el cabello así. Además, ese pijama de chica asexual no te ayuda.
Puse los ojos en blanco y me reí mientras caminaba hacia el baño para cepillarme los dientes. Llevaba un minuto cepillándolos cuando miraba mis facciones en el espejo.
—¡Pensé que tendrías una noche desenfrenada con el bombón de cirugía! —lo escuché al otro lado de la puerta.
Salí de inmediato, aún cepillándome los dientes.
—Kenneth —lo llamé como pude—, solo nos llevamos bien...
—¿Y crees que soy estúpido, mi reina? —se rio cómodamente—. Termina de cepillar tus dientes. Tengo que decirte algunas cosas. Tengo un plan.
Lo miré con inquietud e inseguridad mientras mi boca seguía llena de menta.
—¿De qué hablas? —le pregunté en un tono acusatorio.
—¡Ya lo sabrás! —exclamó divertido—. ¡Date prisa!
🔹
Luego de haber desayunado, peinaba mi larga y negra cabellera, mientras que Kenneth continuaba terminándose su desayuno con mucha delicadeza.
—¿Qué era lo que tenías que decirme? —rompí el silencio.
—Ah, claro... —tragó rápidamente—. En una escala del uno al diez, ¿cuánto te gusta el bombón de cirugía? —preguntó sin ningún remordimiento.
—Kenneth, no. No vendré con las jodidas escalas —cepillaba mi cabello con más fuerza—. Yo solo soy una interna más, una futura colega. ¿Entiendes?
Me miró con mucha más impresión mientras analizaba mis gestos.
—Dios, eso es un diez... —suspiró en tono burlón.
—Solo dime lo que tengas que decir —insistí con curiosidad.
—Está bien —sonrió, dejando de desayunar—. En la piscina de esta área del hotel está el doctor Andrés Wayne con... No sé exactamente quiénes son, pero estoy casi seguro de que trabajan en el «Hospital Johnson Memorial» —seguramente, se refería al doctor Larry McCain y sus colegas—. Lo cierto, mi reina, es que también están algunos de nuestros amigos —continuó insistiendo.
—Y supongo que quieres que te acompañe.
—Así es —afirmó con emoción.
—Claro. ¿Y qué tiene que ver esto con la escala del doctor Adrián Wayne?
—¡Qué obviamente estará allí y quiero que vayas totalmente sexy, Nere!
Kenneth se veía demasiado entusiasmado con el tema de la piscina.
—Alimentaré las pupilas de mis ojos mientras vea algo que realmente me interese —continuó con su parloteo.
—Debes saber que iré por tu entusiasmo, y porque ciertamente me interesa que estemos con nuestros amigos disfrutando de un día normal —le dije al señalarlo con el cepillo.
Ensanchó una sonrisa.
—Te creo a medias. Supongamos que eso cuenta como que te creo y solo vamos por ese propósito. Me parece bien.
Le dediqué una sonrisa sarcástica y lo dejé hablando solo para ir a buscar en mi equipaje un traje de baño. Luego de escoger entre mis cosas un bañador blanco de bikini, me dirigí hacia el baño para cambiarme. Al salir, vi a Kenneth hablando por teléfono.
—¡Estoy de maravilla, madre! ¡He tenido tiempo de compartir con mis compañeros de trabajo! —sus gestos eran cómicos y exagerados. Al verme, sonrió en aprobación y volvió a atender la llamada—. ¿¡En serio!? ¡Debes mantenerme al tanto de todo y contarme los detalles! —exclamó divertido.
—Nere, mi reina, te veo en la piscina, ¿sí? —me dedicó una mirada despreocupada—. Iré a cambiarme y bajo.
Asentí con una gélida sonrisa. No podía evitarlo, estaba bastante nerviosa al saber que seguramente me encontraría con Adrián.
Una vez que terminé de prepararme y decidí dejar mi cabello suelto, salí de mi habitación y caminé por el enorme pasillo. Presioné el botón del ascensor y sentí que alguien se acercó a mí.
—Tanto estuviste hasta que lograste meterte de relleno en la vida del doctor Wayne Milán —se cruzó de brazos, mirándome con desprecio.
No entendía por qué estaba en el hotel.
—Enfermera Bosch, ¿qué hace aquí? ¿Por qué está aquí?
Negó con total sarcasmo y desprecio.
—¿Qué? ¿Creíste que acostándote con Adrián, él me dejaría a un lado? —sonrió—. No olvides que a dónde él vaya, siempre me necesita a su lado.
El ascensor abrió sus puertas y Bárbara se adelantó y entró en el.
«¡Por supuesto que no tomaría el mismo ascensor que esta mujer!».
Puse los ojos en blanco, suspiré con exasperación y un poco de enojo, mientras que ella me guiñó el ojo con una sonrisa sarcástica. Caminé con pasos agitados, alejándome del ascensor para volver a mi habitación.
«Esto no me lo esperaba. ¿Es que Adrián no pensaba decírmelo?»
Al entrar a mi habitación, cerré la puerta con fuerza detrás de mí. Por extraño y tonto que pareciera, sentía celos. Ver a Bárbara Bosch me hizo pensar en innumerables cosas.
«¿Adrián habría venido acompañado de ella?».
No tenía la menor idea de si seguían acostándose, aunque realmente lo dudaba, porque escuché perfectamente que hacía un tiempo él no la tocaba. Mi rabia aumentaba a grandes escalas al darme cuenta de que estaba analizando todo como si él fuera algo mío. Mis celos deberían tener una explicación.
Sabía que no tenía derecho de molestarme y reclamarle a Adrián, pero me gustaba y necesitaba estar segura. Mis ganas de ir a la piscina se esfumaron con facilidad. Los minutos pasaban y yo aún no decidía si ir o no.
🔹
Después de haberlo analizado estúpidamente, decidí ir.
«No seas tonta, Nere. Nadie debe entorpecer ni detener tu vida. No podía darle el gusto a Bárbara».
Al tomar el ascensor, me dirigí hacia la terraza donde se ubicaba la piscina. Vi a algunos compañeros de trabajo que estaban reunidos y charlando, incluyendo a Kenneth.
El doctor Andrés Wayne se encontraba en la cantina que se ubicaba en el interior de la piscina. Estaba sentado y charlando animadamente con sus colegas, los que había conocido en la cena.
Adrián se encontraba cerca de ellos, pero en el exterior de la piscina. Tomaba el sol al estar recostado sobre una de las tantas sillas que había. Tenía puesto un bañador muy bonito y su piel tan blanquecina resaltaba. Usaba unos lentes de sol y leía un libro muy concentrado.
Podría quedarme todo el día, mirando desde lejos su belleza angelical y masculina.
Suspiré y me armé de valor para caminar hacia donde se encontraba Kenneth y los demás compañeros. Sentía algo de incomodidad al notar cómo muchas de las personas tenían sus miradas puestas en mí, incluyendo mis amigos.
«Mierda, ¿algo andaba mal en mí?» Revisé mi traje de baño con cierto disimulo y me acerqué a las escaleras de la piscina.
Un grupo de chicos americanos me sonrieron, pero tragué saliva cuando mi vista se dirigió hacia Adrián, quien se sentó sobre la silla al recomponer su postura, elevando sus lentes de sol sin apartar sus ojos de mí.
Rápidamente, cambié mi vista con timidez y me reuní con mis compañeros, ya en el interior de la piscina.
—Hola, chicos —los saludé.
Ellos ya se habían convertido en mi otra familia.
—¡Mi reina, ya pensaba ir a tu habitación para traerte aquí a la fuerza! —exclamó Kenneth.
—¿Quieres una cerveza o un trago? —preguntó una de las internas del grupo de Damián.
—No, gracias... —rechisté.
—Vamos, Nere, hoy no se trabaja y hay que celebrarlo —insistió.
Kenneth me miró con esperanzas.
—Está bien, sí —sonreí.
Todos aplaudieron con extrema exageración, en forma de broma. Los demás internos y residentes hicieron gestos con las manos y un camarero trajo una bandeja con más vasos llenos de bebidas.
Al tomar mi vaso, vi que Damián se dirigió hacia nosotros y se asomó sobre el borde de la piscina.
—Aprovechen su estadía mientras puedan, porque en el comienzo de la semana sus vidas serán igual de esclavizadas —sonrió de manera maliciosa y saltó hacia el interior de la piscina, salpicando el agua hasta nuestras caras y cervezas.
—¡Mierda, Damián! —le reclamé despreocupada—. ¡Qué te gusta fastidiar!
Mis compañeros se quedaron petrificados con mi comentario. Ninguno se atrevía a dirigirse de esa manera a él por ser uno de los dirigentes. Sin embargo, sacudió su cabello rizado y me sonrió con sarcasmo.
—¿Y qué quieres, interna? ¿Qué cambie mi personalidad? No puedo cambiar mi forma de ser.
—Ya veo —sonreí—. Se te hace difícil no ser un... ¿Qué? Ah, sí... Un energúmeno.
Su expresión cambió a una más seria.
—A mí no me vengas con esa cara de ogro gruñón, que conmigo no te queda —bufé.
Todos seguían igual de petrificados, hasta que Damián comenzó a reírse de forma natural.
—Está bien —me dijo al salpicarme con agua nuevamente.
Las expresiones de mis compañeros comenzaron a relajarse. No estaban acostumbrados, pero ya lo harían.
En el mismo instante, Gloria se dirigió hacia nosotros. Tenía un bonito y escotado bañador de color negro que le quedaba perfecto. Solo se me ocurrió observar con disimulo la expresión de Damián. Sin embargo, parecía bastante perdido en cada paso y movimiento de ella.
—¡Hasta que al fin la mujer desaparecida y más buscada decide aparecer! —gritó Kenneth con emoción.
Miré de reojo a Damián, quien rascaba su cabeza con cierto nerviosismo. Sus rizos se movían de manera graciosa. Le di un sorbo a mi cerveza y opté por quedarme callada, como si nada pasara. Gloria bajó las escaleras hacia el interior de la piscina. Sin embargo, hasta yo podía sentir los nervios a flor de piel desde mi posición.
—¿¡Dónde te metiste anoche!? —le preguntó Kenneth—. ¿¡Viste al diablo venir y saliste corriendo!?
Me atraganté con la bebida y comencé a toser levemente. Al parecer, Kenneth ya estaba achispado.
—Yo... Tenía mucho dolor de cabeza. Anoche no cené bien y me fui a descansar —informó Gloria, queriendo parecer muy convencida.
«Sí, claro. Entonces, ¿se suponía que yo me lo creería así y listo?».
Lo curioso es que Damián se mantenía en silencio. Y era muy raro cuando te acostumbras a que le diga uno de sus típicos comentarios. No quería imaginarme lo que sucedió anoche con ellos dos ya que prefería simular desconocimiento.
Además, yo también me guardaba el secreto de que me había acostado con el precioso espécimen que seguía teniéndome entre sus principales vistas en el lugar. Ambos nos miramos por unos segundos que parecieron eternos. Mi corazón no dejaba de latir fuertemente y mi vientre era un mar de cosquillas intensas. Nos decíamos tanto con tan solo mirarnos; cuánto nos gustábamos y el deseo que teníamos el uno por el otro.
Bárbara se acercó a él con un gesto provocador y se sentó a su lado. Él dejó de mirarme y volvió a concentrarse en su libro de virología, tratando de evadirla. Aún no entendía el por qué ella estaba en el hotel y junto a él. Me estaba abrumando por completo.
Damián me miró por unos segundos, ya que parecía preocupado. Le sonreí, dejándole entender que todo estaba bien. Kenneth se acercó a mi lado, dándole un sorbo a su bebida.
—Siempre ha sido una metiche. No te preocupes por eso. Estoy seguro de que le llamas la atención al bombón —me dijo con seriedad.
—Kenneth, no. No estoy pendiente de lo que haga o deje de hacer él.
—Mi reina, se nota que suspiras por el cirujano —se ubicó frente a mí, cubriendo mis vistas—. Y si te digo todo esto, es porque quiero mantenerte al tanto para que juegues tus fichas de la manera que mejor te parezca.
—¿Por qué lo dices?
—Porque ella siempre está cerca de él, por motivos más allá de lo profesional.
—Dime algo que no sepa —puse los ojos en blanco.
—No me refiero a lo que piensas, aunque probablemente también hayan tenido sexo. Quién sabe... —suspiró—. Me refiero a que ella trabaja para él y consiguió un puesto en el piso de cirugía general por ser pariente cercano de su madre.
Mi expresión cambió a una de más sorpresa.
—¿¡Bárbara es pariente de la señora Milán!? —no pude evitar mostrar impresión.
—Así es —afirmó—. Como puedes notar, eso influye mucho en las oportunidades que ella pudiese tener con El Príncipe del Bisturí, pero al parecer, últimamente, a él no le importa... —terminó de informarme de manera sugerente, con la vista puesta en Adrián.
Cuando decidí mirarlo nuevamente, me di cuenta de que había vuelto a mirarme.
🔹
Habían pasado unas cuántas horas y Adrián ya se encontraba en la cantina de la piscina. Estaba con el doctor Andrés Wayne, con los colegas de su padre y con Bárbara. Cada vez que la veía tan cerca de él, sentía un enojo desconocido.
—Ya saldré —les avisé a Gloria y a Kenneth cuando charlaban tranquilamente.
—¿Volverás? —preguntó Gloria.
—Sí, iré a llamar a mis padres —pero no estaba segura si volvería, ya que lo estaba diciendo para que no hubiese más preguntas por parte de ella y Kenneth.
Lo que continuaba siendo increíble era que Damián no había parloteado algún comentario. Se estaba portado muy bien y hablaba tranquilamente con todos.
Cuando salgo de la piscina y subo las escaleras, escucho silbidos de los chicos americanos que había visto. Estaban sentado sobre las sillas que se ubicaban cerca de donde había estado Adrián hace un par de horas.
Miré a Adrián con una expresión neutral, como si verlo con Bárbara no me afectase en lo absoluto. Decidí ignorar su mirada, así como ignoré a los chicos americanos con sus silbidos.
Al comenzar a caminar, uno de ellos se presentó delante de mí.
—¿Podría preguntarle su nombre? —me dijo con su acento americano, tratando de hablar español. Él sonreía con despreocupación.
«¿En serio? ¿Por qué será que muchos hombres americanos creen que las mujeres latinas no sabemos hablar inglés?»
Me quedé callada por lo repentino que fue.
—Oh, lo siento. Mi nombre es Joseph. Es un placer ver a una mujer tan hermosa por aquí.
Escuchaba murmullos entre los demás chicos americanos. Decidí responderle en un perfecto inglés.
—Hola, Joseph. Gracias por sus halagos, pero debo irme en este momento.
—Oh, también habla muy bien, pero no me ha dicho su nombre —volvió a recordarme con una sonrisa.
—Jovencita, debió esperarme —Adrián se ubicó a mi lado—. ¿Ya nos vamos? —me preguntó con seriedad, sin apartar sus claros ojos del chico americano.
—Yo... —miré a Adrián atónita y luego miré a Joseph—. Sí, sí... —rechisté—. Ya nos íbamos, adiós —caminé molesta, sin mirar hacia atrás.
Francamente, me estaba dejando de importar el que Adrián me siguiera. Al alejarme mucho más de la piscina, decidí dirigirme hacia las lujosas casetas con duchas.
—¿Por qué hiciste eso? —pregunté, aún sin mirarlo.
—Sabes el por qué.
Suspiré con frustración y decidí ignorar su presencia para ubicarme delante de una de las casetas. Me quité las chanclas con fastidio.
—¿Ya llenaste tu ego de macho alfa? Perfecto. Ya puedes retirarte.
—"¿Ego de macho alfa?" —lo escuché reírse suavemente—. Solo te cuido. Hace rato te miraban de una manera indiscreta.
—Irónico de quién lo dice...
—Cierto. Te miro de manera indiscreta, pero tú ya me conoces. A ellos no. ¿Podrías mirarme a la cara de una vez?
—Quiero privacidad. ¿Lo entiendes? —insistí.
—No te daré privacidad hasta que me digas la razón por la cual me hablas así, Aly —reiteró.
«¿Pero cómo puede decirme eso? Él sabe perfectamente la razón. ¿Y todavía se atreve a simular desconocimiento?»
Me giré para enfrentar su imponente 1'90 de estatura y el precioso verde de sus ojos.
—Deberías volver con Bárbara Bosch. No quiero más teatros estúpidos de parte de ella hacia mí —lo asesiné con la mirada—. Pero si te preguntas la razón por la cual te hablo y te trato de una manera muy jodida, ya sabes la respuesta.
—Escucha, yo no sabía que ella vendría hasta el día que se presentó en mi vuelo —me miró a los ojos sin parpadear ni una sola vez—. Es... Es complicado, Aly. Pero tampoco pensé que esa situación sería un problema para nosotros —colocó su dedo pulgar sobre mis labios—. ¿Me crees?
—¿Por qué no me dijiste que ella es parienta de tu madre? —le pregunté, tragando hondo e intentando no mostrar debilidad.
—Mi madre siempre ha querido que yo me case con Bárbara. Desde hace ya unos años, pero no quiero y tampoco me interesa.
—Genial —aparté su dedo pulgar de mis labios—. Aun así te acuestas con ella.
—Me acostaba —corrigió—. Antes, Aly. Antes de que tú volvieras a aparecer en mi vida —parecía frustrado y sincero—. Es cierto que no tomé en serio ese acercamiento de casarme y que solo me interesó acostarme con ella, pero Bárbara lo sabía porque se lo dije muy claro. Aun así cree que soy el hombre con quien se va a quedar, pero no es así.
—¿Sabes? No sé por qué te reclamo y me enojo. No eres nada mío. Ahora que sé más de ti, está claro que tampoco te quedarás conmigo. Hay muchas cosas que nos separan y no es meramente tu amistad con Jesse.
—No digas eso —sus ojos reflejaban disgusto—. Basta...
—¿Crees que tampoco sé que Jesse y tú se han acostado con más mujeres aún él estando conmigo?
—No sabía que salías con él, carajo. No sabía que eran novios. ¿Acaso te acordabas de mi existencia?
De repente, me sentí ofendida y un poco disgustada por dicha realidad.
—Exactamente, Aly. Así como no te acordabas de mi existencia, yo tampoco sabía que tú estabas con él. Nunca te presentó y no habló de ti hasta hace unos meses.
Sus palabras llegaron a mi corazón y me hicieron sentir dolida.
—Está bien, Adrián —suspiré—. Déjame sola, por favor.
—No me iré hasta aclarar las dudas en cuanto a esto —se cruzó de brazos.
En ese momento, se me ocurrió preguntarle algo importante.
—Anoche cuando te retiraste con prisa, ¿dónde estabas? —lo miré con curiosidad.
Él no sabía qué decir en unos cuantos segundos, pero luego me respondió como entendió mejor.
—Estuve aquí mismo, en el hotel —suspiró con cierta exasperación—. Estaba con mi padre y unos colegas importantes de la OMS. Es todo lo que te puedo decir de momento.
Lo miré escéptica, sin entender el por qué estaría de madrugada con personas importantes que trabajaban para la Organización Mundial de la Salud.
—Se supone que no deba hablar de esto con nadie, pero si te lo informo a ti es para mostrarte que trato de ser sincero contigo —recalcó muy convincente.
Después de horas y minutos de angustia, sus palabras lograron tranquilizar mi enojo interno que no comprendía. Le di la espalda antes de entrar en la caseta.
—Gracias por tratar de ser sincero —abrí la puerta, pero él sujetó mi mano con elegancia para detenerme.
—También debes aclararme ciertas dudas, como lo hice contigo. Solo que esta vez, será una pregunta nada más.
Volví a mirarlo con curiosidad.
—¿Sientes algo por mí? —sus ojos claros observaban los míos con atención.
—Este no es el momento de hacer ese tipo de preguntas —le dije, bajando el tono de voz.
—¿Tanto de cuesta decir "sí" o "no"? —su tono era serio.
—Basta, ¿sí? —aparté su mano de la mía.
Le di la espalda y entré a la caseta. De repente, sentí cómo el chorro de agua en forma de lluvia descendía automáticamente gracias al sensor para duchas. Adrián también entró con sumo descaro.
—¿¡Estás loco!? —le reclamé en un susurro—. ¡Vete, por favor! —me crucé de brazos, asustada.
Él estaba delante de mí con los brazos cruzados. Su hermoso rostro que parecía tallado por los ángeles celestiales mostraba serias facciones.
—Necesito que me respondas, porque no estoy para juegos de niños.
—Bueno... ¡Sí! —acepté con sinceridad y desesperación—. ¡Sí! ¡Siento algo por ti! ¿¡Contento!?
—No —se acercó mucho más—. Dímelo como se debe, Aly.
El agua comenzó a caer sobre su ancha espalda al arrinconarme sobre la pared de la caseta. Miró mis ojos con intensidad y volvió a colocar su pulgar sobre mis labios. Luego, los acarició con la yema de su dedo. Cerré los ojos y me dejé llevar por esa leve caricia.
—¿Te das cuenta de cómo te hago reaccionar? —susurró cerca de mi boca al bajar un poco la cabeza—. Así me haces reaccionar tú, pequeña —sus labios recorrieron los míos con suavidad, hasta llegar al final de mi mejilla, rozando el lóbulo de mi oreja—. Estoy esperando...
Sabía que se refería a que le afirmara que sentía algo por él, pero yo estaba tratando de ser firme. Sentí cómo sonreía cerca del lóbulo de mi oreja.
—Orgullo ante todo —bajó de un fuerte tirón la parte superior de mi traje de baño—. ¿Cierto, Aly?
Comencé a gemir casi en un susurro y lo miré a los ojos con ganas de que me hiciera suya.
—Yo...
—¿Sabes cuánto me encanta ponerte en este estado, pequeña? —me interrumpió en un susurro acompañado de un beso hambriento.
Luego besó frenéticamente mi cuello y mis hombros mientras sus manos acariciaban mis pechos y mi vientre.
—Necesito que me lo digas, Aly... —no dudó en bajar de un tirón la parte inferior de mi traje de baño, dejándome completamente desnuda ante sus ojos.
—Adri...
Su boca se estampó contra la mía, sujetando mis caderas y colocando mis piernas en su cintura. Como pudo, bajó un poco su bañador y rozó su duro miembro contra mi vagina.
—Oh, por Dios... —gemí en un susurro.
—¿Esto te incita a decirme lo que quiero escuchar? —susurró en mi oído y sentí cómo se mordió el labio inferior muy coqueto.
—Oh, por Dios, Andy... —gimoteo con más frustración—. Esto es demasiado...
Sentía cómo su miembro me torturaba y me provocaba unas fuertes cosquillas al ejercer presión sobre mi sexo.
—¿Sabes qué? —volvió a susurrar en mi oído, casi sin poder articular palabras claras—. No me digas una mierda. Si se trata de tenerte así para que me digas lo que quiero —movió lentamente su cintura—, pues no lo hagas, maldita sea —soltó un leve gemido angustioso.
—No pares —besé uno de sus hombros—. Sabes que siento algo por ti —gemí sobre su hombro con la consciencia perdida.
Adrián mordió mi cuello con suavidad y plasmó besos sobre mi mejilla con mucho fervor. Sujetó una de mis manos y la guio hacia su duro miembro con la intención de que yo lo masturbara.
Sin embargo, él penetró su dedo corazón en mi sexo al rozar mis pliegues y comenzó a masturbarme. Ambos lo hacíamos a la par. Percibí cómo él se mordía el labio inferior sin dejar de mirarme, mientras que yo gemía de puro placer.
Los minutos fueron largos y placenteros, hasta que sentí una ola de cosquillas abrumadoras en mi sexo. Estaba a punto de llegar al orgasmo. Cerré los ojos por el placer que sentía, mientras que él jaló mi cabello y me hizo mirarlo a los ojos.
—Mírame a los ojos cuando te vengas en mis dedos —sus labios rozaban los míos y su mirada sobre la mía era abrasadora.
Dejándome llevar por sus movimientos, también comencé a acelerar el movimiento de mi mano sobre su miembro.
—Yo también siento algo por ti, bebé —gimió al estar perdido en mis ojos—. Siempre me gustaste, maldita sea. Siempre...
Sentí que él también iba a llegar al orgasmo.
Y, entonces, estallé bajo sus dedos. Gemí en susurros torturantes y él me besó para callarme. El ojiverde también llegó al orgasmo y sentí el líquido caliente que recorrió mi vientre. Él disfrutaba del placer con su rostro escondido en mi cuello.
Ambos nos quedamos en la misma posición por unos minutos mientras asimilábamos y nos recuperábamos de lo que habíamos acabado de hacer. Luego volvió a mirarme con sus preciosos ojos, pidiendo continuar con nuestra intimidad. Comenzamos a besarnos dulcemente bajo el chorro de agua, mientras que yo acariciaba su cabello un poco más largo por lo mojado que estaba.
—¡Novata, no huyas cuándo te hablo! —Adrián y yo escuchamos al doctor Del Valle.
—¡No huyo, doctor! —le respondió Gloria—. ¿Acaso no tengo derecho de quitarme el agua con blanqueador de mi culo?
Coloqué mi dedo índice sobre los labios del ojiverde y le hice señas con mis expresiones faciales para que no hiciera ningún ruido.
—Novata, tiene derecho a muy pocas cosas en este viaje de trabajo, y uno de esos pocos derechos es que me diga con detalles el por qué no hemos hablado de eso.
—¡No hay nada de qué hablar, y menos de anoche! —Gloria volvió a responderle.
Adrián no dejaba de mirarme con deseo. No pude evitar acariciar su labio inferior con mi dedo índice. Sin embargo, él no se contuvo al volver a arrinconarme suavemente contra la pared de la caseta, besándome con voracidad.
—Yo no sabía que lo de anoche sucedería. ¿Entiendes? —le dijo Damián.
—¡Tienes novia! ¡Y tú consciente de eso tuviste sexo conmigo! —la voz de mi compañera se escuchaba llena de decepción, lo que causó que Adrián y yo perdiéramos la concentración del momento.
—¡Sí, con un demonio! —exclamó Damián—. ¡No me resistí y lamento mucho que tenga que ser así! ¿¡Qué quieres que te diga!?
Adrián y yo recuperamos la compostura y nos dedicamos una mirada llena de impresión.
—Vístete, pequeña —me susurró al oído—. Déjame ayudarte...
Mientras yo me colocaba la parte inferior del traje de baño, él se tomó la tarea de colocarme la parte superior, ayudándome a ajustarlo sobre mis pechos.
Tenía que salir de la caseta. Debía cuidar a Adrián de las miradas ajenas. No quería perjudicarlo, pero al parecer a él le daba igual que lo vieran conmigo.
—Saldré primero —le avisé—. No hagas ninguna locura, ¿sí?
Me sonrió con suficiencia, muy coqueto. Sus ojos brillaban por la emoción. Suspiré y puse los ojos en blanco, pensando que él era como un niño conmigo. Me estaba calando hondo todo lo que me decía y me hacía.
Salí con disimulo de la caseta y miré hacia diferentes lados, asegurándome de que todo estuviera bien.
«Todo estaba bajo control y en orden, Nere», pensé.
Comencé a caminar y me percaté del por qué hubo un silencio repentino cuando Damián y Gloria discutían.
Ambos estaban besándose frenéticamente, a punto de entrar en una de las casetas. Me quedé congelada por la repentina imagen, sin saber cómo reaccionar.
«¿Me muevo? ¿Me quedo quieta? ¿Salgo corriendo? ¿Qué hago?»
Ellos aún no se daban cuenta de mi presencia, y si volvía me verían con el hijo del director de internos y residentes.
—Pequeña... —escuché que Adrián me llamó y caminó hacia donde me encontraba.
Lo miré atónita mientras se acercaba.
—Hay mucho silencio y pensé que... —dejó de hablar al ver a mis compañeros.
Gloria y Damián dejaron de besarse y se apartaron rápidamente. Estaban completamente ruborizados. Al principio, Adrián pareció sorprendido, pero luego su expresión reflejó despreocupación. Mis compañeros se quedaron petrificados al igual que yo.
«¿Es qué a este hombre nada le afectaba?»
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